En el texto que envío Lenin hace un balance de la insurrección de diciembre de 1905 y plantea la necesidad de una política de confrontación con el ejército, como una forma de hacer vacilar a las tropas para que éstas se pasen del lado del pueblo.
Las enseñanzas de la insurrección de Moscú.
El libro titulado Moscú en diciembre de 1905 (Moscú, 1906) no podía haber sido más oportuno. Asimilar las enseñanzas de la insurrección de diciembre es una tarea urgente para el partido obrero. Lamentablemente, este libro es como una barricada de mil con una cucharada de brea: el material es interesantísimo, a pesar de ser incompleto; en cambio, las conclusiones son increíblemente descuidadas, increíblemente triviales. De ellas trataremos otra vez; ahora abordaremos la cuestión política de palpitante actualidad: las enseñanzas de la insurrección de Moscú.
Las formas principales del movimiento de diciembre en Moscú fueron las huelgas y las manifestaciones pacíficas. La inmensa mayoría de los obreros sólo participó activamente en estas formas de lucha. Pero la propia acción de diciembre en Moscú demostró palpablemente que la huelga general, como forma independiente y principal de lucha, ha caducado; que el movimiento, con espontánea e irresistible pujanza, desborda este marcho estrecho y engendra la forma más alta de lucha: la insurrección.
Todos los partidos revolucionarios, todos los sindicatos de Moscú, al declarar la huelga, sabían e incluso intuían que se transformaría inevitablemente en insurrecciones. El 6 de diciembre, el Soviet de Diputados obreros decidió "esforzarse por transformar la huelga en insurrección armada". Pero, en realidad, ninguna de las organizaciones estaba preparada para ello; hata el "Consejo de coalición de los grupos de combate" (1) hablaba (¡el 9 de diciembre!) de una insurrección como de algo remoto, y es evidente que no tuvo participación o control en la lucha callejera que se desarrolló. Las organizaciones habían quedado a la zaga del ascenso y el alcance del movimiento.
La huelga se transformaba en insurrección, ante todo, bajo la presión de las condiciones objetivas creadas después de octubre. Ya no era posible sorprender al gobierno por medio de una huelga general: éste había organizado las fuerzas de la contrarrevolución y éstas estaban preparadas para actuar militarmente. Tanto el curso general de la revolución rusa después de octubre, como la sucesión de los acontecimientos de Moscú en las jornadas de diciembre, son una asombrosa confirmación de una de las profundas tesis de Marx: la revolución, al avanzar, engendra una contrarrevolución fuerte y unida; en otros términos, obliga al enemigo a recurrir a medidas de defensa cada vez más extremas y, por lo mismo, crea medios de ataque cada vez más poderosos.
Días 7 y 8 de diciembre: huelga pacífica, manifestaciones pacíficas de masas. Día 8 por la noche: sitio del Acuario. El 9 de la mañana: los dragones cargan contra la muchedumbre en la plaza de Strástnaia. Por la noche, asalto al edificio Fídler. Los ánimos se caldean. La muchedumbre de la calle, no organizada, de modo completamente espontáneo y con vacilaciones levanta las primeras barricadas. El 10, la artillería abre fuego contra las barricadas y contra la multitud en las calles. Las barricadas son levantadas ahora deliberadamente y no en casos aislados, sino en gran cantidad. Toda la población está en la calle; los principales centros de la ciudad se cubren de una red de barricadas. Durante varios días se libra una persistente lucha de guerrillas entre las unidades voluntarias de combate y las tropas, lucha que extenúa a éstas y obliga a Dubásov a implorar refuerzos. Solamente el 15 de diciembre la superioridad de las fuerzas gubernamentales es total, y el 17 el regimiento Semiónovski arrasa la barriada de Presnie, último baluarte de la insurrección.
De la huelga y de las demostraciones a las barricadas aisladas. De las barricadas aisladas a las barricadas levantadas en masa y a la lucha en las calles contra las tropas. Pasando por encima de las organizaciones, la lucha proletaria de masas transformó la huelga en insurrección. Ésta es la más grande conquista histórica de la revolución rusa, alcanzada en diciembre de 1905, y, como todas las que la precedieron, lograda a costa de inmensos sacrificios. El movimiento se elevó de la huelga política general a una etapa superior. Obligó a la reacción a ir hasta el límite en su resistencia y aproximó así, en proporciones gigantescas, el momento en que la revolución llegará también hasta el límite en el empleo de los medios de ataque. La reacción no puede ir más allá del bombardeo de la artillería contra las barricadas, los edificios y la muchedumbre. Pero la revolución puede ir mucho más lejos que las unidades voluntarias de combate, mucho, muchísimo más lejos en amplitud y profundidad. Y la revolución ha avanzado mucho desde diciembre. La base de la crisis revolucionaria se ha vuelto infinitamente más amplia; ahora hay que aguzar más el filo del arma.
El proletariado sintió antes que sus dirigentes el cambio en las condiciones objetivas de la lucha y la necesidad de pasar de la huelga a la insurrección. Como siempre sucede, la práctica precedió a la teoría. La huelga pacífica y las demostraciones dejaron de satisfacer en seguida a los obreros, que se preguntaban: qué hacer después?, y exigían acciones más resueltas. La indicación de levantar barricadas llegó a las barriadas con enorme retraso, cuando ya se levantaban en el centro de la ciudad. Los obreros en masa se pusieron a levantarlas, pero esto tampoco los satisfacía; querían saber: ¿qué hacer después?, y exigían medidas activas. Nosotros, dirigentes del proletariado socialdemócrata, nos comportamos en diciembre como aquel jefe militar que tenía dispuestas sus tropas de un modo tan absurdo que la mayor parte de ellas no participaban activamente de la batalla. Las masas obreras exigían instrucciones para realizar acciones resueltas y no las recibían.
Así, pues, nada podía ser menos perspicaz que la opinión de Plejánov, que hacen suya todos los oportunistas, de que la huelga era inoportuna y no debía haberse iniciado, que "no se debió empuñar las armas". Por el contrario, se debió empuñarlas más decididamente, con mayor energía y combatividad; se debió explicar a las masas que era imposible limitarse a una huelga pacífica y que una lucha armada intrépida e implacable era necesaria. Y hoy debemos, al fin, reconocer abiertamente la insuficiencia de las huelgas políticas; debemos llevar a cabo la más amplia agitación entre las masas en favor de la insurrección armada, sin tratar de oscurecer esta cuestión con frases sobre "etapas preliminares" ni de ocultarla en forma alguna. Ocultar a las masas la necesidad de una guerra de exterminio encarnizada, sangrienta, como tarea inmediata de la acción revolucionaria que se avecina, sería engañarnos y engañar al pueblo.
Tal es la primera enseñanza de los acontecimientos de diciembre. La segunda se refiere al carácter de la insurrección, a la manera de realizarla, a las condiciones que determinan que las tropas se pasen al lado del pueblo. Sobre esto último, se halla muy difundida en el ala derecha de nuestro partido una opinión extremadamente unilateral. Es imposible, se dice, luchar contra un ejército moderno; es preciso que éste se haga revolucionario. Como es natural, si la revolución no adquiere un carácter de masas y no influye en las tropas, no puede hablarse de una lucha seria. De suyo se comprende la necesidad de un trabajo entre las ropas. Pero no podemos figurarnos que se pasarán a nuestro lado de golpe, como resultado de la labor de persuasión o de sus propias convicciones. La insurrección de Moscú demuestra vivamente lo que hay de rutinario y de inerte en esta concepción. En realidad, la vacilación de las tropas, fenómeno inevitable en todo movimiento auténticamente popular, conduce, al agudizarse la lucha revolucionaria, a una verdadera lucha por las tropas. La insurrección de Moscú es precisamente un ejemplo de la lucha encarnizada, furiosa, por las tropas, entre la reacción y la revolución. El propio Dubásov declaró que sólo 5.000 hombres, de los 15.000 de la guarnición de Moscú, eran seguros. El gobierno contenía a las vacilaciones recurriendo a las medidas más diversas y desesperadas: les dirigía exhortaciones, los adulaba, los sobornaba, les regalaba relojes, dinero, etc., los emborrachaba con vodka, les mentía, los amenazaba, los confinaba en los cuarteles y los desarmaba, y a los que eran considerados más inseguros se los destituía por traición y violencia. Y hay que tener el valor de reconocer de manera franca y sin reservas que, en este aspecto, quedamos a la zaga del gobierno. No supimos utilizar las fuerzas de que disponíamos para sostener una lucha tan activa y audaz, con tanto espíritu de iniciativa y de ofensiva para atraer a las tropas vacilantes como la que el gobierno emprendió y en la que triunfó. Nos hemos dedicado y nos dedicaremos con mayor tenacidad a la tarea de "conquistar" ideológicamente a las tropas; pero no pasaríamos de ser unos lamentables pedantes, si olvidáramos que en un período de insurrección se necesita también librar una lucha física por atraer a las tropas.
Durante las jornadas de diciembre, el proletariado de Moscú nos brindó admirables enseñanzas acerca de cómo "conquistar" ideológicamente a las tropas; por ejemplo, el 8 de diciembre, en la plaza Strástnaia, cuando la muchedumbre rodeó a los cosacos, se mezcló y confraternizó con ellos y los convenció de que volviesen atrás. O el 10 de, en la barriada de Presnia, cuando dos jóvenes obreras, que portaban una bandera roja entre una multitud de 10.000 personas, salieron al paso de los cosacos gritando: "¡Mátennos! ¡Mientras nos quede vida, no entregaremos la bandera!". Y los cosacos, llenos de confusión, se alejaron al galope, mientras la muchedumbre gritaba: "¡Vivan los cosacos!". Estos ejemplos de arrojo y heroísmo deben quedar grabados para siempre en la memoria del proletariado.
Pero veamos ahora algunos ejemplos de cómo quedamos a la zaga de Dubásov. El 9 de diciembre, marchan soldados por la calle Bolshaia Serpujóvskaia, cantando La Marsellesa: van a unirse a los insurrectos. Los obreros envían delegados para recibirlos. El propio Malájov galopa desesperadamente hacia ellos. Los obreros llegan demasiado tarde; Malájov los alcanza primero, pronuncia un discurso inflamado, consigue que los soldados titubeen, después de lo cual los cerca con los dragones, los conduce al cuartel y allí los encierra. Malájov llegó a tiempo y nosotros no, a pesar de que en dos días, respondiendo a nuestro llamamiento, se alzaron 150.000 hombres, que habrían podido y debido organizar el patrullaje en las calles. Malájov cercó a los soldados con los dragones, mientras que nosotros no cercamos a los Malájov con obreros provistos de bombas. Habríamos podido y debido hacerlo; tiempo atrás, la prensa socialdemócrata (la vieja Iskra) señalaba que, durante una insurrección, es nuestro deber exterminar sin piedad a los jefes civiles y militares. Por lo visto, lo ocurrido en la calle Bolshaia Serpujóvkaia se repitió en sus aspectos generales ante los cuales Nesvezh y Krutitski, y también cuando el proletariado intentó "relevar" al regimiento de Ekaterinoslav, y cuando se enviaron delegados a los zapadores de Alexándrov, y cuando hicieron volver a la artillería de Rostov que marchaba contra Moscú, y cuando desarmaron a los zapadores de Kolomna, y así sucesivamente. En el momento de la insurrección, demostramos no estar a la altura de nuestro deber en la lucha por atraer a las tropas vacilantes.
Los acontecimientos de diciembre confirmaron otra profunda tesis de Marx, olvidada por los oportunistas: la insurrección es un arte, cuya regla principal es la ofensiva encarnizadamente audaz, implacablemente decidida. No hemos asimilado de manera suficiente esta verdad. Nosotros mismos no hemos estudiado ni enseñado a las masas de manera suficiente este arte, esta regla de la ofensiva a toda costa. Ahora, debemos corregir con toda energía ese descuido. No basta tomar partido en cuanto a las consignas políticas: es preciso tomarlo con respecto a la insurrección armada. Quien esté contra ella, quien no se prepare para ella, debe ser arrojado sin piedad de las filas de los partidarios de la revolución, debe ser arrojado al campo de los enemigos, de los traidores o de los cobardes, pues se acerca el día en que el peso de los acontecimientos y las condiciones de la lucha nos obligarán a distinguir amigos y enemigos según este principio. No debemos predicar la pasividad ni la simple "espera" del momento en que las tropas "se pasen" a nuestro lado. ¡No! Debemos proclamar a los cuatro vientos la necesidad de una ofensiva audaz y de un ataque armado, la necesidad de exterminar en tales momentos a quienes estén al mando del enemigo y de librar la lucha más enérgica por las tropas vacilantes.
La tercera gran enseñanza que nos ha aportado Moscú se refiere a la táctica y a la organización de las fuerzas para la insurrección. La táctica militar depende del nivel de la técnica militar, sencilla verdad que Engels demostró y se esforzó por llevar a la compresión de todos los marxistas. La técnica militar no es hoy la misma que a mediados del siglo XIX. Sería una necedad luchar contra la artillería en montón y defender las barricadas a tiros de revólver. Kautsky tenía razón al escribir que ya es hora, después de Moscú, de revisar las conclusiones de Engels, y que Moscú ha hecho surgir una "nueva táctica de barricadas". Esta táctica es la táctica de la lucha de guerrillas. La organización requerida por dicha táctica es la de unidades móviles y extraordinariamente pequeñas, unidades de diez, de tres e incluso de dos personas. Entre nosotros podemos encontrar ahora, con frecuencia, socialdemócratas que se burlan cuando se habla de unidades de cinco y de tres. Pero burlarse no es más que un medio cómodo de cerrar los ojos ante esta nueva cuestión de táctica y organización planteada por la lucha callejera, dada la técnica militar moderna. Estudien con atención el relato de la insurrección de Moscú, señores, y comprenderán la relación existente entre las "unidades de cinco" y la cuestión de la "nueva táctica de barricadas":
Moscú previó esta táctica, pero no la desarrolló suficientemente ni la aplicó en forma amplia, con alcance realmente de masas. El número de grupos voluntarios de combate era demasiado escaso; no se dio a las masas obreras la consigna de llevar a cabo ataques audaces y ellas no la aplicaron; el carácter de los grupos guerrilleros era demasiado uniforme, sus armas y métodos resultaban inadecuados, su capacidad para dirigir a la muchedumbre apenas se había desarrollado. Debemos superar todo esto, y lo superaremos estudiando la experiencia de Moscú, difundiéndola entre las masas, y estimulando el esfuerzo creador de las mismas en el desarrollo de esa experiencia. Y la guerra de guerrillas, el terror de masas, que desde diciembre se extiende casi sin pausa por toda Rusia, contribuirán indudablemente a que las masas aprendan la táctica acertada de la insurrección. La socialdemocracia debe admitir e incorporar a su táctica ese terror de masas, naturalmente, organizándolo y controlándolo, supeditándolo a los intereses y condiciones del movimiento obrero y de la lucha revolucionaria general, y, al mismo tiempo, eliminando y suprimiendo sin piedad esa deformación "rufianesca" de la guerra de guerrillas, a las que nuestros camaradas de Moscú ajustaron las cuentas tan admirable y implacablemente en los días de la insurrección, y los letones en las jornadas de las famosas repúblicas letonas.
La técnica militar ha progresado aún más en estos últimos tiempos. En la guerra japonesa apareció la granada de mano. Las fábricas de armas livianas han lanzado al mercado el fusil automático. Estas dos armas empiezan a emplearse con éxito en la revolución rusa, pero en proporción que está lejos de ser suficiente. Podemos y debemos aprovechar los progresos de la técnica, enseñar a los destacamentos obreros a fabricar bombas en gran escala, ayudarlos, lo mismo que a nuestros destacamentos de combate, a proveerse de explosivos, fulminantes y fusiles automáticos. Si las masas obreras participan en la insurrección en las citadas ciudades, si se lanzan ataques en masa contra el enemigo, si luchamos con decisión y habilidad por atraer a las tropas, que vacilan aun más después de la Duma, después de Sveaborg y de Kronstadt, y si aseguramos la participación de las zonas rurales en la lucha general ¡la victoria será nuestra en la próxima insurrección armada de toda Rusia!
Despleguemos, pues, más ampliamente, nuestra actividad y planteemos con más audacia nuestras tareas, a la par que asimilamos las enseñanzas de las grandes jornadas de la revolución rusa. Nuestra labor se asienta en una valoración correcta de los intereses de clase y de las necesidades del desarrollo en toda la nación en la presente situación. En torno de la consigna derrocamiento del poder zarista y y convocatoria de una asamblea constituyente por un gobierno revolucionario, estamos agrupando y agruparemos a sectores cada vez más vastos del proletariado.del campesinado y del ejército. Como siempre, la base y el contenido principal de nuestro trabajo es desarrollar la comprensión política de las masas. Pero no olvidemos que, en general, constante y fundamental, otras tareas particulares y especiales. No nos convirtamos en pedantes y filisteos, no esquivemos esas tareas especiales del momento, esas tareas especiales del momento, esas tareas especiales de las formas actuales de lucha, con referencias sin sentido a nuestros deberes permanentes, que se mantienen inmutables en todo momento y en todas las situaciones.
Recordemos que se avecina una gran lucha de masas. Será una insurrección armada. En la medida de lo posible, deberá estallar a la vez en todas partes. Las masas deben saber que emprenden una lucha armada, sangrienta y encarnizada. El desprecio a la muerte, que debe difundirse en ellas, ha de asegurar la victoria. La arremetida contra el enemigo debe ser lo más vigorosa posible; ataque, no defensa: debe ser la consigna de las masas; exterminio implacable del enemigo: tal su tarea; la organización del combate debe ágil y flexible; los elementos vacilantes de las tropas se verán arrastrados a la participación activa. Y en esta trascendental lucha el partido del proletariado con conciencia de clase debe cumplir plenamente con su deber.
Proletari, número 2, 29 de agosto de 1906.
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