miércoles, 16 de julio de 2014

Lenin y la lucha armada (XIX)

En este envío subo un texto de Lenin contra los mecheviques, en la que se manifiesta cómo el pacifismo menchevique deviene en charlatanerismo, al reconocer la necesidad de la insurrección pero no organizar el aparato que pueda planificarla y llevarla a cabo.



Las crisis del menchevismo.

No cabe duda de que la propaganda en pro de un congreso obrero apartidista y de bloques con los kadetes, indica algo así como una crisis en la táctica de los mencheviques. Como, por principio, somos contrarios a su táctica en general, no podríamos, naturalmente, decidir por nosotros por nosotros mismos hasta qué punto esta crisis ha madurado lo suficiente para subir a la superficie, por así decirlo. El camarada J. Larin ha acudido en nuestra ayuda con su nuevo folleto, altamente instructivo, titulado Un amplio partido obrero y el congreso obrero (Moscú, 1906; depósito de la Editorial Novi Mir).

El camarada J. Larin suele hablar en nombre de la mayoría menchevique. Se intitula, con entera razón, representante responsable del menchevismo. Ha trabajado tanto en el Sur como en el más "menchevique" de los distritos de Petersburgo, el distrito de Viborg. Fue delegado al Congreso de Unificación del partido, y colaborador permanente de Golos Trudá y de Otkliki Sovremiénnosti. Todo esto es de la mayor importancia para poder apreciar el folleto a que nos referimos, cuyo valor reside en la sinceridad de su autor, no en su lógica; en los datos que ofrece, no en sus consideraciones.

I

Para el marxista, las consideraciones en torno de la táctica deben basarse en el análisis del curso objetivo de la revolución. Como es sabido, los bolcheviques intentaron hacerlo así en la resolución sobre la situación actual, sometida por ellos al Congreso de Unificación. Los mencheviques retiraron su propia resolución sobre este punto. El camarada Larin siente, evidentemente, que no es posible dejar de lado estas cuestiones e intenta investigar el curso de nuestra revolución burguesa.

Distingue en ella dos períodos. El primero, que abarca todo el año 1905, es el período de un definido movimiento de masas. El segundo, que comienza con el año 1906, es el período de la preparación dolorosamente lenta del "triunfo efectivo de la causa de la libertad", de "la realización de las aspiraciones del pueblo". En este período de preparación el factor decisivo es el campo, pues sin su ayuda "las ciudades desunidas fueron aplastadas". Vivimos un "crecimiento interno, exteriormente, al parecer pasivo, de la revolución".

"Lo que se llama el movimiento agrario - el fermento constante que no se traduce en intentos generales de pasar a una ofensiva activa, las pequeñas acciones contra las autoridades locales y los terratenientes, la negativa a pagar impuestos, las expediciones punitivas- todo esto constituye el camino más ventajoso para el campesinado, no desde el punto de vista de economizar fuerzas, quizás, lo cual es dudoso, sino desde el punto de vista de lo resultados. Este camino, sin agotar por completo a la población rural, trayéndole en general, más alivio que derrotas, mina seriamente los fundamentos del viejo régimen y crea las condiciones en las cuales el viejo régimen, inevitablemente, tendrá que capitular o caer, apenas le llegue el momento de afrontar la primera prueba seria. Y el autor señala que en un plazo de dos a tres años cambiarán los efectivos de la policía y del ejército, que volverán a formarse con reclutas procedentes de la población rural descontenta; "nuestros hijos estarán entre los soldados", le dijo al autor un campesino.

El camarada Larin saca de todo lo anterior dos conclusiones: 1) En nuestro país, "el campo no puede aquietarse. El 1848 austríaco no puede repetirse entre nosotros". 2) "La revolución rusa o sigue el camino de la insurrección armada del pueblo, en el verdadero sentido de la palabra, como las revoluciones norteamericana o polaca."

Detengámonos en estas conclusiones. El autor echa mano en la primera de argumentos demasiado esquemáticos y la formula de un modo demasiado impreciso. Pero, en lo esencial, no está lejos de la verdad. El desenlace de nuestra revolución dependerá realmente, ante todo, de la firmeza que acrediten en la lucha los millones de campesinos. Nuestra gran burguesía teme a la revolución más que a la reacción. El proletariado por sí solo no cuenta con la fuerza necesaria para vencer. Los pobres de la ciudad no representan intereses independientes, no son una fuera independiente, en comparación con el proletariado y el campesinado. El papel decisivo corresponde a la población rural, no en el sentido de dirigir la lucha (no puede ni hablarse de tal cosa), sino en el sentido de ser capaz de asegurar la victoria.

Si el camarada Larin hubiera elaborado correctamente sus conclusiones y las hubiera relacionado con todo el curso de desarrollo de las ideas socialdemócratas acerca de nuestra revolución burguesa, se habría encontrado con una vieja tesis del bolchevismo al que tanto odia: el desenlace victorioso de la revolución burguesa en Rusia sólo es posible bajo la forma de la dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado. En sustancia, Larin ha llegado al mismo punto de vista. Lo única que le impide reconocerlo abiertamente es aquella cualidad menchevique él mismo fustiga: un pensamiento inseguro y vacilante. Basta comparar sus consideraciones en torno del tema señalado, con las del órgano del CC, SotsialDemokrat, para convencerse de que Larin se ha acercado en este problema a los bolcheviques. Sotsial Demokrat se atreve a afirmar que ¡los kadetes son la burguesía urbana, no estamental, no progresista! ¡Sotsial Demokrat no acierta a descubrir entre los kadetes a los terratenientes y a los burgueses contrarrevolucionarios, ni entre los trudoviques a los demócratas urbanos, no estamentales (a las capas más bajas de los pobres de la ciudad)!

Prosigamos. El campo no puede aquietarse, dice Larin. ¿Acaso lo ha demostrado? No. No ha tenido en cuenta para nada el papel de la burguesía agraria, sistemáticamente sobornada por el gobierno. Ni ha prestado mucha atención al hecho de que el "alivio" obtenido por el campesinado (rebaja de los arriendos, "restricción" de los derechos y del poder de los terratenientes y de la policía, etc.) refuerza la diferenciación de la población rural en ricos contrarrevolucionarios y una masa de pobres. Generalizaciones tan absolutas como éstas no deben apoyarse en pruebas tan exiguas. Suenan a trivialidad.

Pero, ¿es que puede, en general, demostrarse la tesis de que "el campo no puede aquietarse"? Sí y no. Sí, en el sentido de que se puede hacer un análisis a fondo de los probables acontecimientos. No, en el sentido de que no se puede estar absolutamente seguro de tales acontecimientos en la revolución burguesa actual. No es posible pesar en la balanza del boticario el equilibrio de las nuevas fuerzas contrarrevolucionarias y las nuevas fuerzas revolucionarias que crecen y se entrelazan las nuevas fuerzas revolucionarias que crecen y se entrelazan en el campo. Sólo la experiencia podrá revelarlo por completo. La revolución, en el sentido estricto de la palabra, es una lucha enconada, y sólo en el curso de la lucha y en su desenlace se manifesta y se reconoce plenamente la fuerza real de todos los intereses, de todas las aspiraciones y de todas las posibilidades.

Es misión de la clase avanzada en la revolución determinar certeramente la lucha, aprovechar todas las oportunidades, todas las posibilidades de victoria. Esta clase debe ser la primera en emprender el camino revolucionario directo y la última en abandonarlo, para seguir otros caminos más "trillados", más "tortuosos". El camarada Larin, que habla mucho y (como más abajo veremos) con muy poco juicio de las explosiones espontáneas y la acción planificada, no ha acertado a comprender estar verdad.

Pasemos a la segunda conclusión, que se refiere a la insurrección armada. Aquí, Larin incurre en vacilaciones aun mayores. Sus ideas siguen servilmente a los viejos modelos: el de las insurrecciones norteamericana y polaca. Fuera de ésta, se niega a admitir ninguna insurrección "en el verdadero sentido de la palabra". Llega inclusive a decir que nuestra revolución no se desarrolla de acuerdo con los lineamientos de una insurrección armada "formal" (!) y "regular" (!!).

Es curioso: un menchevique que ganó sus galones luchando contra el formalismo, ¡nos habla ahora de una insurrección armada formal! Usted y sólo usted, camarada Larin, tiene la culpa de que sus ideas se vean constreñidas por lo formal y lo regular. Los bolcheviques han enfocado siempre el problema de otro modo. Mucho antes de la insurrección, en el III Congreso, es decir, en la primavera de 1905, subrayaron en una resolución especial los nexos entre la huelga de masas y la insurrección. Los mencheviques prefieren pasar esto en silencio. De nada les sirve. La resolución del III Congreso es una prueba efectiva de que nosotros previmos, con bastante acierto, y en la medida en que era posible, los rasgos específicos de la lucha del pueblo al finalizar el año 1905. Y en modo alguno concebimos la insurrección según "el tipo" de Norteamérica o de Polonia, donde para nada figuraban las huelgas de masas.

Y luego, después de diciembre señalamos (en nuestro proyecto de resolución para el Congreso de Unificación, el cambio operado en cuanto a las relaciones entre la huelga y la insurrección, el papel del campesinado y del ejército, la insuficiencia de los estallidos en las fuerzas armadas y la necesidad de llegar a un acuerdo con los elementos revolucionario - democráticos de las tropas.

Y los acontecimientos confirmaron una vez más, durante el período de la Duma, que la insurrección es inevitable en la lucha rusa por la liberación.

Las consideraciones de Larin acerca de la insurrección formal revelan un desconocimiento, verdaderamente imperdonable en un socialdemócrata, de la historia de la actual revolución, o una actitud negligente ante esta historia, y sus formas específicas de insurrección. La tesis de Larin: "La revolución rusa no archa por el camino de la insurrección" muestra desprecio por los hechos, ya que ambos períodos de libertades civiles en Rusia (tanto el período de octubre como el período de la Duma) se caracterizan en realidad por el "camino" de la insurrección; no, desde luego, al estilo de la norteamericana o la polaca, sino la que corresponde a la Rusia del siglo XX. Cuando Larin habla, "en general" de los ejemplos históricos de insurrecciones en países en que predominan los elementos rurales o urbanos, acerca de Norteamérica y Polonia, sin molestarse ni en aludir siquiera a los rasgos específicos de la insurrección en Rusia, ni mucho menos en investigarlas, repite el error fundamental del pensamiento "inseguro y vacilante" de los mencheviques.

Examinemos más profundamente su estructura de la revolución "pasiva". No cabe duda de que puede haber largos períodos de preparación de un nuevo ascenso de una nueva ofensiva o de nuevas formas de lucha. Pero no sean doctrinarios, señores: reflexionen lo que significa este "fermento constante en el campesinado junto a las "pequeñas acciones", a las "expediciones punitivas" y a los cambios operados en los efectivos de la policía y el ejército. Vamos, ni ustedes mismos entienden lo que dicen. La situación que describen no es otra cosa que una prolongada guerra de guerrillas, interrumpida por una serie de rebeliones en el ejército, cada vez más importantes y unitarias. Ustedes, que no hacen más que tronar contra los "guerrilleros", los "anarquistas", los "bolcheviques anarco-blanquistas", etc., cubriéndolos de improperios, ¡pintan la revolución a la manera de los bolcheviques! Cambios en la composición del ejército, incorporación de "reclutas procedentes de la población rural descontenta". ¿Qué significa esto? ¿Acaso es posible que esté "descontento" de que la población rural vestida con uniforme de marineros y de soldados no suba a la superficie? ¿Es posible que no se manifieste, si la aldea natal de estos soldados y marineros se halla, como dicen ustedes, en estado de "fermento constante", si en nuestro país se libran, por un lado, "pequeñas acciones" y, por otro lado, se organizan "expediciones punitivas"? ¿Y acaso es posible concebir que, en este período de los pogroms centurionegristas, de la violencia del gobierno y los atropellos de la policía, este descontento de los soldados se manifieste de otro modo que en forma de revueltas militares?

Mientras repiten las frases kadetes ("nuestra revolución no marcha por el camino de la insurrección"; es la misma frase que los kadetes pusieron en circulación a fines de 1905; véase el Naródnaia Svoboda de Miliukov), demuestran al mismo tiempo que una nueva insurrección es inevitable: "el régimen se derrumbará apenas le llegue el momento de afrontar la primera prueba seria". ¿Les parece posible que el régimen afronte una prueba seria ante un amplio, heterogéneo y complejo movimiento popular sin que la precedan una seria de pruebas parciales, menos importantes; que sea posible una huelga general sin una serie de huelgas locales; que sea posible una insurrección general sin una serie de pequeñas insurrecciones, aisladas, no generales?

Si en las fuerzas armadas aumentan los reclutas procedentes de la población rural descontenta y si la revolución en su conjunto avanza, entonces en inevitable una insurrección en forma de una lucha extremadamente enconada contra las turbas centurionegristas (pues también los centurionegristas, ¡no lo olviden!, se organizan y aprenden. ¡Y no olviden tampoco que hay elementos sociales que fomentan la mentalidad centurionegristas!), una lucha tanto del pueblo como de una parte del ejército. Por consiguiente, hay que estar listos, hay que preparar a las masas, y prepararnos nosotros mismos para una insurrección más sistemática, más coordinada y más a la ofensiva: esto es lo que se deduce de las premisas de Larin, de su cuento de hadas kadete sobre la revolución pasiva (??). Los mencheviques -confiesa Larin- "achacan su propia depresión y desaliento al curso de la revolución rusa" (pág. 58). ¡Exacto! La pasividad es una cualidad propia de la intelectualidad pequeñoburguesa, no de la revolución. Pasivos son aquellos que declaran que el ejército se llena de reclutas de la población rural descontenta, que el fermento constante y las pequeñas acciones son inevitables, y sin embargo, con la complacencia de un Iván Fiódorovich Shponka, consuelan al partido obrero con estas palabras: "La revolución rusa no marchará por el camino de la insurrección."

¿Y las pequeñas acciones? Usted, mi querido Larin, ¿entiende que ellas son, "desde el punto de vista de los resultados, el camino más ventajoso para el campesinado"? ¿Y sostiene usted esta opinión, a pesar de las expediciones punitivas, y hasta incluye éstas en el camino más favorable? ¿Ha reflexionado usted siquiera por un momento en qué se distinguen las pequeñas acciones de la guerra de guerrillas? En nada, estimado camarada Larin.

Por fijarse en los mal elegidos ejemplos de Norteamérica y Polonia, ha pasado usted por alto las formas específicas de lucha engendradas por la insurrección rusa, más prolongada, más tenaz y con pausas más prolongadas entre las grandes batallas que las insurrecciones del viejo tipo.

El camarada Larin cae en las más completa confusión y no sabe qué hacer con sus propias conclusiones. Si hay bases para la revolución en el campo, si la revolución se extiende y atrae a nuevas fuerzas, si los campesinos descontentos llenan el ejército y en el campo prevalecen el fermento continuo y las pequeñas acciones, ello quiere decir que tienen razón los bolcheviques, quienes lucharon porque no se dejara a un lado el problema de la insurrección. Nosotros no preconizamos en modo alguno la insurrección en cualquier momento y en cualquier condición. Pero exigimos que las ideas de un socialdemócrata no sean inseguras y vacilantes. Si usted admite también la insurrección misma, y las tareas especiales que afronta el partido en relación con ella.

Calificar las pequeñas acciones como "el camino más ventajoso", es decir, como la forma más ventajosa de la lucha del pueblo en un período específico de nuestra revolución y, al mismo tiempo, negarse reconocer las tareas activas que afronta el partido de la clase avanzada, tareas que surgen de este "camino más ventajoso", revela falta de capacidad para pensar, o un pensamiento deshonesto.

II

"Teoría de la pasividad": así podrían llamarse las consideraciones de Larin en torno de la revolución "pasiva" que prepara "el derrumbamiento del viejo régimen al afrontar la primera prueba seria". Y esta "teoría de la pasividad", producto natural de un pensamiento vacilante, ha impreso su sello a todo el folleto de nuestro penitente menchevique. Se pregunta: ¿por qué nuestro partido, pese a su inmensa influencia ideológica, es tan débil en el terreno de la organización? No es, contesta Larin, porque nuestro partido sea un partido de intelectuales. Esta vieja y "burocrática" (la expresión es de Larin) explicación de los mencheviques no vale un comino. Es porque, objetivamente, en el período en que vivimos, no ha sido necesario un partido de otro tipo, y no se han dado las condiciones objetivas para un partido de otro tipo. Porque, para una "política de explosiones espontáneas", como era la política del proletariado al comienzo de la revolución, no era necesario partido alguno. Lo único que se necesitaba era un "aparato técnico al servicio del movimiento espontáneo" y de los "estados de ánimo espontáneos", para dirigir la labor de propaganda y agitación en los intervalos entre dos explosiones revolucionarias. Esto no era un partido en el sentido europeo, sino una "estrecha -120 mil entre nueve millones- agrupación de jóvenes conspiradores de la clase obrera"; los obreros casados escaseaban; la mayoría de los obreros dispuestos a ejercer una actividad social se hallan fuera del partido.

El período de las explosiones espontáneas ya se acaba. Los simples estados de ánimo dejan el puesto al cálculo. En vez de la "política de las explosiones espontáneas", surge una "política de acción planificada". Lo que se necesita ahora, es "un partido de tipo europeo" "un partido de acción política, objetivamente planificada". En vez de un "partido-aparato", se necesita un "partido-vanguardia", "que sería el punto de concentración de todas las fuerzas adecuadas para la vida política activa que la clase obrera puede producir en sus filas". Es el tránsito a "un partido europeo basado en la acción calculada". El "menchevismo oficial, con su práctica indecisa y vacilante, con su desaliento y su incapacidad para comprender su propia situación", es sustituido por el "sano realismo de la socialdemocracia europea". "Su voz resuena de un modo muy perceptible, y no precisamente desde hoy, por boca de Plejánov y Axelrod, que son, en rigor, los únicos europeos en nuestro ambiente 'bárbaro' "... Y, naturalmente, la sustitución de la barbarie por el europeísmo, promete éxitos en vez de fracasos. "Allí donde reina la espontaneidad, son inevitables los errores de apreciación y los fracasos en la práctica." "Donde reina lo espontáneo, hay utopismo; donde reinta el utopismo, hay fracasos."

En estas consideraciones de Larin salta a la vista, una vez más, la evidente desproporción entre el granito de una idea justa -aunque no nueva- y el enorme residuo de incomprensión directamente reaccionaria. Una cucharada de mil en su barril de brea.

Es indudable e indiscutible que la clase obrera de todos los países, a medida que se desenvuelve el capitalismo, a medida que se acumula la experiencia de la revolución burguesa o de las revoluciones burguesas, así como también la de revoluciones socialistas frustradas, crece, se desarrolla, aprende, se educa y se organiza. Dicho en otras palabras: avanza de la espontaneidad a la acción planificada; de una situación en que sólo se guiaba por estados de ánimo, a otra en que se guía por la situación objetiva de todas las clases: de las explosiones a la lucha sostenida. Todo esto es cierto; es algo tan viejo como el mundo y vale para la Rusia del siglo XX como para la Inglaterra del siglo XVII, la Francia de la década del treinta del siglo XIX y la Alemania de finales de ese mismo siglo.

Pero, la desgracia es que Larin se revela totalmente incapaz de digerir el material que nuestra revolución suministra a un socialdemócrata. La contraposición entre las explosiones de la barbarie rusa y la actividad planificada europea lo absorbe como a un niño un juguete nuevo. Dice una verdad de Perogrullo aplicable a todos los períodos en general, pero no se da cuenta de que la aplicación simplista de esta verdad de Perogrullo al período de la lucha revolucionaria directa se convierte, en él, en una actitud de renegado ante la revolución. Lo cual sería tragicómico, si la sinceridad de Larin no excluyese toda duda acerca de que obra inconcientemente al hacerse eco de los renegados de la revolución.

Explosiones espontáneas de bárbaros, actividad planificada de los europeos... Esto es una formulación puramente kadete y un pensamiento kadete, el pensamiento de los traidores a la revolución rusa, quienes se entusiasman hasta el éxtasis con el "constitucionalismo" a la manera de Murómtsiev, cuando éste declaraba: "La Duma es parte del gobierno", o del lacayo Rodichev, cuando exclamaba: "¡Es una insolencia culpar al monarca del pogrom!" Los kadetes han creado toda una literatura de renegados (los Izgóev, los Struve, los Prokopóvich, los Portugálov y tutti quanti), que vilipendian la locura de la espontaneidad, es decir, la revolución. Como el conocido animal de la fábula, el burgués liberal es sencillamente incapaz de mirar hacia lo alto y de comprender que solamente debido a las "explosiones" del pueblo hay todavía en nuestro país por lo menos una sombra de libertad.

Y Larin, con una simplista ausencia de crítica, marcha a la zaga de los liberales. No comprende que el problema suscitado por él tiene dos caras: 1) la contraposición entre una lucha espontánea y una lucha planificada de las mismas proporciones y las mismas formas, y 2) la contraposición entre un período revolucionario (en el sentido estricto) y un período contrarrevolucionario o "solamente constitucional". La lógica de Larin es atroz. No contrapone una huelga política espontánea a una huelga política planificada, sino a la participación planificada en la Duma de Buliguin, digamos: contrapone una insurrección espontánea, no a una insurrección planificada, sino a una actividad planificada de orden sindical. De ahí que su análisis marxista se convierta en una insulsa apoteosis pequeñoburguesa de la contrarrevolución.

La socialdemocracia europea es el "partido de la actividad política objetivamente planificada", balbucea, arrobado, Larin. ¡Qué puerilidad! No advierte que lo que despierta su embeleso es el campo de "actividad" particularmente limitado a que los europeos no tenían más remedio que circunscribirse en un período en que no existía una lucha directamente revolucionaria. No advierte que lo que despierta su embeleso es el carácter planificado de una lucha librada dentro de los límites legales y que vitupera la espontaneidad de la lucha por el poder y la autoridad que determinan los límites de lo que es "legal". Compara la insurrección espontánea de los rusos en diciembre de 1905, no con las insurrecciones "planificadas" de los alemanes en 1849 o con la de los franceses de 1871, sino con el incremento planificado de los sindicatos alemanes. Compara la huelga general espontánea y fracasada de los rusos en diciembre de 1905, no con la huelga general "planificada" y fracasada de los belgas en 1902, sino con los discursos planificados pronunciados en el parlamento por Bebel o por Vandervelde.

Esa es la razón de que Larin no comprenda el progreso histórico que en la lucha de masas del proletariado representan la huelga de octubre de 1905 y la insurrección de diciembre del mismo año. En cambio, eleva y convierte en progreso de la actividad espontánea a la actividad planificada, de los estados de ánimo al cálculo, etc., el retroceso de la revolución rusa (retroceso temporal, según su propia admisión), que se expresa en la necesidad de una labor preparatoria dentro de los límites de la ley (sindicatos, elecciones, etc.).

Esa es la razón de que, en vez de la enseñanza moral extraída por un revolucionario marxista (en lugar de huelga política espontánea, huelga política planificada; en lugar de insurrección espontánea, insurrección planificada) se manifieste la enseñanza moral extraída por renegado kadete (en lugar de la "locura de la espontaneidad" -huelgas e insurrecciones-, la sumisión sistemática a las leyes de Stolipin y un arreglo planificado con la monarquía centurionegrista).

No, camarada Larin, si usted hubiese asimilado el espíritu del marxismo, y no solamente la letra, conocería la diferencia entre el materialismo dialéctico revolucionario y el oportunismo de los historiadores "objetivos". No tiene usted más que recordar, por ejemplo, lo que Marx dijo acerca de Proudhon. Un marxista no rechaza la lucha dentro de los límites de la ley, el parlamentarismo pacífico, la conformidad "planificada" con los límites de la actividad histórica fijados por los Bismark y los Bennigsen, los Stolipin y los Miliukov. Pero un marxista, si bien utiliza todos los terrenos, inclusive como reaccionario, para luchar por la revolución, no se rebaja a glorificar la reacción ni se olvida de luchar por el mejor terreno posible para su actividad. De ahí que los marxistas sean los primeros en prever la inminencia de un período revolucionario y ya comienzan a despertar al pueblo y tocar a rebato, mientras los filisteos siguen durmiendo el sueño servil de los fieles súbditos. De ahí que los marxistas sean los primeros en emprender el camino de la lucha revolucionaria directa, en marchar en derechura a la batalla y en desembarcar las ilusiones conciliadoras acariciadas por todo género de vacilantes sociales y políticos. De ahí que los marxistas sean los últimos en abandonar el camino de la lucha revolucionaria directa, sin apartarse de él hasta que se han agotado todas las posibilidades, cuando ya no queda ni asomo de esperanza de un camino más corto, cuando evidentemente, no encuentran eco alguno los llamamientos a preparar las huelgas de masas, la insurrección, etc. De ahí que los marxistas traten con desprecio a los incontables renegados de la revolución que les gritan: ¡nosotros somos más "progresistas" que ustedes, fuimos los primeros en renunciar a la revolución! ¡Fuimos los primeros en "someternos" a la constitución monárquica!

Una de dos, camarada Larin: ¿Cree usted que ya no hay base para la insurrección y para la revolución, en el sentido estricto de la palabra? Entonces, dígalo usted abiertamente y demuéstrelo como debe hacerlo un marxista: mediante el análisis económico, la valoración de las aspiraciones políticas de las diversas clases, el análisis de la significación de las distintas corrientes ideológicas. ¿Lo ha demostrado usted? En ese caso, declaramos que todo lo que se hable acerca de la insurrección es pura fraseología. En ese caso, diremos: lo que tuvimos, no fue una gran revolución, sino solamente cobarde amenaza. ¡Obreros! La burguesía y la pequeña burguesia (incluyendo a los campesinos) los han traicionado y dejado en la estacada. Pero nosotros trabajaremos tenaz, paciente y consecuentemente sobre el terreno creado por ellos a pesar de nuestros esfuerzos, por la revolución socialista, ¡la cual no será tan indecisa y mezquina, tan rica en frases y pobre en obras como la revolución burguesa!

¿O realmente cree usted, camarada Larin, lo que dice? ¿Cree usted realmente que la marea de la revolución sube, que en dos o tres años las pequeñas acciones y el hosco descontento darán como resultado un nuevo ejército descontento, y provocarán una nueva "prueba seria" y que "el campo no puede aquietarse"? Pues entonces debe usted reconocer que las "explosiones" expresan la fuerza de la indignación del pueblo, y no la fuerza de la barbarie retrógada; que es deber nuestro convertir la insurrección espontánea en una insurrección planificada, trabajar tesonera y perseverantemente durante largos meses, quizás años, hasta lograr esta transformación y no renunciar a la insurrección, como lo están haciendo todo los Judas.

Pero su actual posición, camarada Larin, precisamente, no denota más que "represión y desaliento", un "modo de pensar inseguro y vacilante" y el propósito de achacar a nuestra revolución su propia pasividad.

Así y no de otro modo hay que interpretar su jubilosa declaración de que el boicot fue un error. Este júbilo suyo es falto de perspicacia y trivial. Si hay que considerar "progresista" renegar del boicot, habrá que reputar como la gente más progresista del mundo a los kadetes de derecha de Russkie Viédomosti, quienes lucharon contra el boicot a la Duma de Buliguin y exhortaron a los estudiantes a "estudiar y no mezclarse en la rebelión". No envidiamos esta actitud progresista de los renegados. Creemos que calificar de "error" el boicot a la Duma de Witte (en cuya convocatoria nadie creía tres o cuatro meses antes), y guardar silencio en cambio sobre el error de quienes llamaron a participar en la Duma de Buliguin, significa trocar el materialismo del luchador revolucionario por el "objetivismo" de un profesor que se posterna ante la reacción. Pensamos que la posición de quienes fueron los últimos en participar en la Duma, recurriendo a un rodeo, después de  haberlo intentado realmente todo por el camino directo de la lucha, es mejor que la posición de quienes fueron los primeros en llamar a participar en la Duma de Buliguin en vísperas de la insurrección popular que barrió con la misma.

Pero a Larin se le puede perdonar menos que a nadie esta frase kadete acerca de que el boicot fue un error, ya que relata con toda veracidad que los mencheviques "inventaron toda suerte de tramoyas solapadas y ladinas, desde el principio electivo y la campaña de los zemtsvos hasta la unificación del partido mediante la participación en las elecciones a la Duma con el fin de boicotear a ésta" (pág. 57). Los mencheviques llamaban a los obreros a elegir diputados a la Duma sin que ellos mismos creyeran que era correcto acudir a la Duma. ¿Acaso no era más acertada la táctica de quienes, no creyendo esto, la boicotearon, declararon que calificar la Duma de "poder" (tal como la calificaron los mencheviques, ya antes de Murómtsiev, en su resolución presentada en el Congreso de Unificación) significaba engañar al pueblo, y no participaron en la Duma hasta que la burguesía abandonó el camino directo del boicot, obligándolos a recurrir a un rodeo, pero nunca con el mismo propósito ni del mismo modo que los kadetes?

III

La oposición que establece Larin entre partido - apartado y partido - vanguardia, o, en otras palabras, entre el partido de los luchadores políticos concientes, parece muy profunda e impregnada de espíritu "puramente proletario". Pero, en realidad, revela el mismo oportunismo intelectualista, que la contraposición que en 1899-1901 formulaban en términos parecidos, los partidarios de Rabóchaia Misl y los de Akímov.

Por un lado, cuando existen las condiciones objetivas para la ofensiva revolucionaria directa de las masas, la suprema tarea política del partido es ponerse "al servicio del movimiento espontáneo". Contraponer a la "política" una tal labor revolucionaria, significa reducir la política a politiquería. Significa ensalzar la acción política en la Duma por encima de la acción política realizada por las masas en octubre y diciembre; en otras palabras, significa abandonar el punto de vista proletario revolucionario por el del oportunismo intelectualista.

Toda forma de lucha requiere la correspondiente técnica y el correspondiente aparato. Cuando las condiciones objetivas convierten la lucha parlamentaria en la principal forma de lucha, será inevitable que en el partido se destaquen con mayor fuerza los rasgos del aparato, en función de la lucha parlamentaria. Por el contrario, cuando las condiciones objetivas originan la lucha de masas en forma de huelgas politicas de masas e insurrecciones, el partido del proletariado debe disponer de un "aparato" especial, de características distintas a las del aparato parlamentario. Un partido organizado del proletariado que reconociera la existencia de condiciones para las insurrecciones populares y que, sin embargo, no se cuidara de crear el aparato necesario, sería un partido de charlatanes intelectualistas; los obreros lo abandonarían y se pasarían al anarquismo, al revolucionarismo burgués, etc.

Por otro lado, la composición de la vanguardia política dirigente de todas las clases, incluyendo al proletariado, depende también tanto de la situación de esta clase como de su forma principal de lucha. Larin se queja, por ejemplo, de que en nuestro partido predominen los jóvenes obreros, de que contemos con pocos obreros casados, de que éstos se van del partido. Esta queja de un oportunista ruso me recuerda un pasaje en Engels (en su obra El problema de la vivienda, Zurwohnungsfrage, si mal no recuerdo). Engels, replicando a un fatuo profesor burgués, un kadete alemán, escribe: ¿Acaso no es natural que en nuestro partido, en el partido de la revolución, predominen los jóvenes? Somos el partido del futuro, y el futuro pertenece a la juventud. Somos un partido de innovadores, y es siempre la juventud la que más ansiosamente sigue a los innovadores. Somos el partido que libra una lucha abnegada contra la vieja podredumbre, y la juventud es siempre la primera que emprende la lucha abnegada.

No; dejemos que sean los kadetes quienes congreguen a ancianos "cansados" de treinta años, a revolucionarios que se han "vuelto juiciosos" y a renegados de la socialdemocracia. ¡Nosotros seremos siempre el partido de la juventud de la clase avanzada!

Al propio Larin se le escapa la sincera confesión de por qué le da tanta lástima la pérdida de hombres casados que están cansados de luchar. Si el partido congregara una gran cantidad de estos hombres cansados, se haría "un poco más pesado, y pondría freno a las aventuras políticas" (página 18).

¡Ahora está mejor, estimado Larin! ¿Para qué fingir y engañarse a sí mismo? Lo que usted desea no es un partido de vanguardia, sino un partido de retaguardia, más pesado. Debería haberlo dicho francamente.

... "Pondría freno a las aventuras políticas"... Derrotas de la revolución las ha habido también en Europa: ahí están las jornadas de junio de 1848 y las jornadas de mayo de 1871; lo que no había hasta ahora eran socialdemócratas, o comunistas, que consideraran adecuado declarar que las acciones de masas de la revolución son una "aventura". Para que esto sucediese se requería que hubiera entre los marxistas revolucionarios (aunque, es de esperar, por poco tiempo) ciertos pequeños burgueses rusos cobardes y pusilánimes llamados "intelectualidad" con perdón sea dicho, que no tienen confianza en sí mismos y que se desalientan ante cada viraje de los acontecimientos hacia la reacción.

¡"... Pondría freno a las aventuras"! Pero, en este caso hay que decir que el primer aventurero es el propio Larin, pues llama a las "pequeñas acciones" el camino más ventajoso de la revolución y trata de hacer creer a las masas que la marea de la revolución sube, que en un plazo de dos a tres años, el ejército está lleno de campesinos descontentos, y que el "viejo régimen se derrumbará", en cuanto afronte "la primera prueba seria".

Pero Larin es, además, un aventurero en otro sentido mucho peor y más mezquino. Aboga por el congreso obrero y por el "partido apartidista" (¡expresión suya!). Nos dice que, en vez de la socialdemocracia, él aspira a un "partido obrero de toda Rusia"; "obrero" porque debe abarcar a los revolucionarios pequeñosburgueses, los socialistas revolucionarios, el PSP, la Gromada bilorrusa, etc.

Larin es un admirador de Axelrod. Pero ha prestado a éste un flaco servicio. Ha ensalzado de tal modo su "energía juvenil", su "auténtica valentía partidaria" en la lucha por un congreso obrero, lo ha abrazado con tanto fervor, que... ¡lo ha asfixiado entre sus brazos! La nebulosa "idea" de Axelrod acerca de un congreso obrero ha recibido un golpe de muerte de manos del militante candoroso y veraz, el cual, inmediatamente y sin pararse a meditar, soltó enseguida todo lo que debía haberse ocultado, en interés de una eficaz propaganda de un congreso obrero. El congreso obrero significa "quitar los rótulos" (pág. 20 del folleto de Larin, para quien la socialdemocracia no es más que un rótulo), significa fusionarse con los eseristas y con los sindicatos.

¡Muy bien camarada Larin! Por lo menos hay que agradecerle su sinceridad! El congreso obrero significa, realmente, todo eso. No podría conducir sino a eso, inclusive contra la voluntad de quienes lo convoquen. Precisamente por tal motivo el congreso obrero sería, ahora, una mezquina aventura oportunista. Mezquina, porque no la sustenta ninguna gran idea, sino simplemente el fastidio del intelectual, cansado ya de la lucha tenaz por el marxismo. Oportunista, por la misma razón y, además, porque ingresarían en el partido miles de pequeños burgueses que no tienen, ni con mucho, opiniones asentadas. Una aventura, porque, en las condiciones actuales, semejante tentativa no aportará la paz, ni una labor positiva ni la colaboración entre los eseristas y los socialdemócratas -a quienes Larin atribuye amablemente y el papel de "asociaciones de propaganda dentro de un partido amplio" (pág. 40) - sino sólo una infinita agravación de la discordia, diferencias, las divisiones, la confusión ideológica y la desorganización práctica.

Una cosa es predecir que el "centro" eserista debe pasar a la socialdemocracia, después de la deserción de los eseristas y los maximalistas, y otra cosa distinta trepar a un árbol para coger un fruto que está madurando, pero que aún no está maduro. O se rompe usted las costillas, muy estimado Larin, o se echa a perder el estómago por comer fruta verde.

Larin argumenta apoyándose en "Bélgica", exactamente lo mismo que en 1899 argumentaban R.M. (el director de Rabóchaia Misl) y el señor Prokopóvich (cuando vivía las "explosiones espontáneas" de un socialdemócrata y no se había "vuelto" aún lo bastante "juicioso" para "obrar sistemáticamente" como un kadete). ¡El librito de Larin tiene un esmerado apéndice en forma de una esmerada traducción de los estatutos del partido obrero belga! Pero el bueno de Larin se olvidó de "traducir" a Rusia las condiciones industriales y la historia de Bélgica. Tras una serie de revoluciones burguesas, tras varias décadas de lucha contra el cuasisocialismo pequeñoburgués de Proudhon y con un formidable desarrollo del capitalismo industrial - tal vez el más alto del mundo-, el congreso obrero y el partido obrero de Bélgica marcaron el tránsito del socialismo no proletario al socialismo proletario. En Rusia, en cambio, en plan revolución burguesa, que engendra inevitablemente idea e ideólogos pequeñoburgueses, con una creciente tendencia "trudovique" en sectores muy afines del campesinado y el proletariado, con la existencia de un Partido Obrero Socialdemócrata que posee una historia de cerca de diez años, el congreso obrero representa una ocurrencia deplorable, y la fusión con los eseristas (que tal vez lleguen a 30.000, tal vez a 60.000, quien sabe, dice Larin, en su simpleza), no pasa de ser una extravagancia de intelectuales.

¡Sí, la historia puede ser ironía! Los mencheviques han venido vociferando, año tras año, acerca de la estrecha vinculación entre los bolcheviques y eseristas. Y ahora resulta que los bolcheviques rechazan el congreso obrero, precisamente porque oscurecería la diferencia entre el punto de vista de los proletarios y el de los pequeños propietarios (véase la resolución del Comité de Petersburgo en el número 3 de Proletari). En cambio, los mencheviques, al defender el congreso obrero, abogan en pro de la fusión con los eseristas. La cosa es realmente peregrina.

-Yo no quiero diluir el partido en la clase -se defiende Larin-. Quiero únicamente unificar a la vanguardia, 900.000 entre 9 millones (págs. 17 y 49).

Tomemos los datos oficiales de la estadística fabril correspondiente al año 1903. El total de obreros fabriles es 1.640.406. De ellos, 797.997 en fábricas con más de 500 obreros y 1.261.363 en fábricas con más de 100. ¡La cifra de los obreros que trabajan en las empresas más grandes (800.000) es un poco inferior a la que da Larin como cifra del partido obrero unificado con los eseristas!

Así, aunque ya tenemos entre 150.000 a 170.000 miembros en nuestro Partido Socialdemócrata, y a pesar de los 800.000 obreros que trabajan en grandes empresas, además de los que trabajan en grandes empresas mineras (no incluidos en ese total), y de que en el comercio, la agricultura, los transportes, etc., trabaja multitud de elementos puramente proletarios, etc., ¿¿Larin no tiene esperanza de que podamos llegar a tener en la socialdemocracia 900.000 proletarios como miembros del partido?? Es monstruoso, pero es así.

Pero la falta de fe de Larin no es más que otro ejemplo del modo de pensar inseguro propio del intelectual.

Nosotros alentamos la firme creencia de que ese objetivo puede alcanzarse. A la aventura del "congreso obrero" y del "partido apartidista" oponemos esta consigna: quintuplicar y decuplicar los efectivos de nuestro partido socialdemócrata, pero primordial y casi exclusivamente con elementos puramente proletarios y sólo bajo la bandera del marxismo revolucionario.

Ahora, a un año de la gran revolución, cuando todos los partidos se desarrollan impetuosamente, el proletariado se convierte con más rapidez que nunca en un partido independiente. Las elecciones a la Duma contribuirán a este proceso (siempre y cuando, naturalmente, no nos prestemos a bloques oportunistas con los kadetes). La traición de la burguesía en general y de la pequeña burguesía (enesistas) en particular, fortalecerá a la socialdemocracia revolucionaria.

Alcanzaremos el "ideal" de Larin (900.000 miembros del partido), e inclusive lo superaremos, mediante una tenaz labor conforme a los actuales lineamientos, y no mediante aventuras. Ahora es realmente necesario engrandecer el partido con la ayuda de elementos proletarios. Es anormal que en Petersburgo sólo contemos con 6.000 miembros del partido (en le provincia de Petersburgo trabajan 81.000 obreros en fábricas con 500 y más obreros; en total, 150.000) y que los miembros de nuestro partido en la región industrial del centro no pasen de 20.000 (habiendo allí 377.000 obreros que trabajan en fábricas de 500 y más obreros; en total, 562.000). Tenemos que aprender a incorporar al partido, en esos centros, a cinco y hasta diez veces más obreros. En esto tiene Larin toda la razón. Pero, no debemos caer en la cobardía ni en la histeria propias del intelectual. Lograremos nuestro objetivo por nuestro camino socialdemócrata, sin lanzarnos a aventuras.


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