Este envío es un texto de Lenin en el que revolucionario ruso hace una defensa de la necesidad de organizar la lucha militar y de tener una organización militar. Hace toda una serie de consideraciones al respecto. Por su extensión, el envío sólo incluye fragmentos de ese texto.
La disolución de la Duma y las tareas del proletariado.
La disolución de la Duma plantea al partido obrero una serie de cuestiones importantísimas, Señalemos las principales: 1) hacer una apreciación general de este acontecimiento político en la marcha de nuestra revolución; 2) definir el contenido de la nueva lucha y de las consignas bajo las cuales debe librarse; 3) determinar las formas de la futura lucha; 4) elegir el momento en que ha de librarse o, más exactamente, tener en cuenta las condiciones que pueden contribuir a la elección acertada de dicho momento.
I
La disolución de la Duma ha confirmado de la manera más clara y diáfana los puntos de vista de quienes habíamos prevenido contra toda entusiasmo ante el aspecto exterior "constitucional" de la Duma, y ante la apariencia constitucional, si así puede decirse, de la política rusa durante el segundo trimestre de 1906. Las "grandes frases", vertidas con tanta abundancia por nuestros kadetes (y kadetófilos) ante la Duma, acerca de la Duma y en vinculación con la Duma, han sido puestas ahora al desnudo, en toda su falsedad, por la vida misma.
Repárese en este interesante fenómeno: la Duma ha sido disuelta sobre una base estrictamente constitucional. Nada de "disolución violenta". Nada de violar las leyes. Por el contrario, con riguroso apego a la ley, como se obra en toda "monarquía constitucional". El poder supremo ha disuelto la Cámara fundándose en la "Constitución".
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Pero ese mismo hecho ha revelado de inmediato el carácter ilusorio de la Constitución rusa, la naturaleza ficticia de nuestro parlamentarismo nativo, tan tenazmente señalados por los socialdemócratas del ala izquierda durante toda la primera mitad de 1906. Y, ahora, no sólo algunos "bolcheviques" "estrechos y fanáticos", sino los más pacíficos legalistas liberales han admitido, y lo han admitido con su propia conducta este carácter peculiar de la Constitución rusa. Lo han admitido los kadetes al responder a la disolución de la Duma con su "huida al extranjero", en masa, a Víborg y con un manifiesto que viola la ley; lo han admitido al responder con los artículos del moderadísimo Riech.
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Todas las esperanzas de los kadetes se han desplazado de pronto de la "Constitución" a la revolución, y ha sucedido así como resultado de un sólo acto, estrictamente constitucional, del poder supremo.
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La lógica de la vida es más fuerte que la de los manuales de derecho constitucional. La revolución enseña.
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Ha quedado evidenciada toda la unilateralidad y la falta de perspicacia de los kadetes. Las ilusiones constitucionalistas -ese "espantajo" cuya mención permitía individualizar al bolchevique intransigente- son ahora vistas por todos sólo como ilusiones, como un fantasma, como un espejismo.
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Los socialdemócratas no se alegrarán (nosotros hasta utilizamos algo a la Duma) ni se dejarán ganar por el abatimiento. Dirán: el pueblo ha ganado al perder una de sus ilusiones.
Sí, todo el pueblo ruso aprende en el ejemplo del partido kadete, y aprende no en los libros, sino en la revolución que el mismo pueblo lleva a cabo. En cierta ocasión dijimos que,con la ayuda de los kadetes, el pueblo se libra de sus primeras ilusiones de liberación burguesa. Los kadetes soñaban con liberarse de la servidumbre, de la arbitrariedad, de la tiranía, del despotismo asiático, de la autocracia, sin el derrocamiento del viejo régimen. Pero los limitados sueños de los kadetes ya han sufrido un descalabro. Los trudoviques sueñan con liberar a las masas de la miseria, de la explotación del hombre por el hombre, sin destruir la economía mercantil; también sufrirán un descalabro y, por cierto, en un futuro no lejano, si nuestra revolución lleva a nuestro campesinado revolucionario a la victoria total.
El rápido ascenso de los kadetes, sus embriagadoras victorias en las elecciones, su triunfo en la Duma kadete, y su súbito derrumbamiento por un plumazo del "monarca bienamado" (...) son todos acontecimientos de gran importancia política, etapas en el desarrollo revolucionario del pueblo. En 1906, el pueblo, es decir, las amplias masas de la población, no había llegado todavía en su conjunto a ser concientemente revolucionario. Se había generalizado el convencimiento de que a no podía soportarse la autocracia, así como el convencimiento de la inutilidad del gobierno de los burócratas y de la necesidad de una asamblea representativa del pueblo. Pero el pueblo no podía comprender ni apreciar todavía que una asamblea representativa del pueblo con poder era incompatible con la subsistencia del viejo régimen. Era preciso aún que tuviera, y ya la ha tenido, una experiencia concreta, la experiencia de la Duma kadete.
Con breve existencia, la Duma kadete ha mostrado vivamente al pueblo la diferencia que media entre una asamblea representativa del pueblo carente de poder y otra con poder.
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Echemos una mirada general a las principales etapas de la gran revolución rusa y veremos que mediante su propia experiencia, el pueblo se ha ido acercando paso a paso a la consigna de la asamblea constituyente.
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La propia experiencia ha enseñado al pueblo que no basta conseguir una promesa de libertad, sino que es indispensable, además, tener la fuerza necesaria para conquistar la libertad.
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El pueblo se convence por su propia experiencia de que la asamblea representativa del pueblo es nada, si no tiene pleno poder, si ha sido convocada por el viejo régimen y si éste permanece intacto junto a ella. El curso objetivo de los acontecimientos plantea no el problema de cómo redactar las leyes o la constitución, sino el problema del poder, del poder efectivo. Todas las leyes y todos los diputados no significan nada, si no tienen poder. He ahí lo que la Duma kadete ha enseñado al pueblo. ¡Cantemos loas a su eterna memoria y aprovechemos bien su lección!
II
Hemos llegado así, de lleno, a la segunda cuestión: el contenido objetivo, impuesto por la historia, de la lucha inminente, y de las consignas de debemos dar para esta lucha.
También aquí los socialdemócratas no muy firmes, los mencheviques, han vacilado. Su primera consigna fue: luchar por la reanudación de las sesiones de la Duma con el fin de convocar a una asamblea constituyente. Pero el Comité de Petersburgo protestó. Lo absurdo de esta consigna salta demasiado a la vista. Ya no se trata de oportunismo, sino pura y sencillamente de un disparate. El CC avanzó un paso a lanzar la consigna: lucha contra el gobierno en defensa de la Duma con el fin de convocar a una asamblea constituyente. Esto, naturalmente, es mejor. No está lejos de la consigna: luchar por el derrocamiento del gobierno autocrático con el fin de convocar, en forma revolucionaria, a una asamblea constituyente. Es indudable que la disolución de la Duma brinda los fundamentos para una lucha general del pueblo por una asamblea representativa del pueblo con poder. En este sentido, no podemos considerar del todo inaceptable la consigna "en defensa de la Duma". Peor la cuestión estriba en que, en este sentido, esa consigna ya está implícita en nuestro reconocimiento de que la disolución de la Duma brinda los fundamentos para luchar. Pero si la formulación "en defensa de la Duma" no se interpreta especialmente en este sentido ... queda oscura, puede provocar confusión y retrotraernos a un pasado en cierta medida caduco, a la Duma kadete. En una palabra, dicha formulación origina una serie de ideas "retrógadas", falsas y nocivas. Lo que hay de justo en ella está contenido totalmente, sin reservas, en las razones de nuestra decisión de lucha y en la explicación de por qué consideramos la disolución de la Duma como un fundamento para lucha suficientemente importante,
Un marxista no debe olvidar nunca que la consigna de la lucha inmediata no puede ser deducida sencilla y directamente de la consigna general de un determinado programa. No basta remitirse a nuestro programa ... para establecer la consigna de la lucha inmediata, ahora, en el verano u otoño de 1906. Para ello hay que tener en cuenta la situación histórica concreta, seguir todo el desarrollo y todo el curso sucesivo de la revolución, y no hay que deducir nuestras tareas exclusivamente de los principios del programa, sino también de los pasos y etapas anteriores del movimiento. Sólo un análisis semejante será verdaderamente histórico, como es obligatorio para un materialista dialéctico.
Y precisamente tal análisis nos demuestra que la situación política objetiva plantea ahora, no el problema de si existe una asamblea representativa del pueblo, sino el de si esta asamblea representativa tiene poder.
La causa objetiva de la caída de la Duma kadete no fue su incapacidad de expresar las necesidades del pueblo, sino su incapacidad de cumplir la tarea revolucionaria de luchar por el poder. La Duma kadete pretendía ser un órgano constitucional, pero en la práctica fue un órgano revolucionario (los kadetes nos insultaban por caracterizar a la Duma como etapa o instrumento de la revolución, pero la experiencia ha confirmado totalmente nuestro punto de vista). La Duma kadete pretendía ser un órgano de lucha contra el ministerio, pero en la práctica fue un órgano de lucha contra el ministerio, pero en la práctica fue un órgano de lucha por el derrocamiento de todo el viejo régimen. Y así sucedió en la práctica, porque así lo imponía la situación económica existente. Ahora bien, un órgano como la Duma kadete resultó "inútil" para esa lucha.
En la mente del mujik más ignorante martillea hoy esta idea: ¿Para qué sirve la Duma, para qué sirve cualquier Duma, si el pueblo no tiene el poder? ¿Pero cómo alcanzar el poder? Derrocando el viejo régimen y estableciendo otro nuevo, un régimen popular, libre y elegido. O bien se derroca el viejo régimen, o bien se acepta que los objetivos de la revolución son irrealizables con la amplitud que fija el proletariado y el campesinado.
Así ha planteado el problema de la vida misma. Así ha planteado el problema en el año 1906. Y así lo ha planteado la disolución de la Duma kadete.
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Ahora la tarea es: lograr el poder para tal asamblea representativa del pueblo. Y esto significa: eliminar, destruir, derrocar el viejo régimen, derrocar el gobierno autocrático.
Si esta tarea no se cumple totalmente, la asamblea representativa popular no puede tener pleno poder, y, por lo tanto, no se puede contar tampoco con las garantías suficientes de que esa nueva asamblea representativa popular no corra la misma suerte que la Duma kadete.
La situación objetiva no pone ahora a la orden del día la lucha por una asamblea representativa popular, sino por crear las condiciones en las cuales sea imposible dispersarla a la fuerza o disolverla, imposible reducirla a una farsa, como hicieron los Trépov y Cía. con la Duma kadete.
III
La forma probable de la lucha que se avecina estará determinada en parte por su contenido y en parte también por las formas precedentes de la lucha revolucionaria del pueblo y de la lucha contrarrevolucionaria de la autocracia.
Por lo que se refiere al contenido de la lucha, ya hemos señalado cómo, al cabo de dos años de revolución, se concentra actualmente en el derrocamiento del viejo régimen. Este objetivo sólo puede alcanzarse por medio de una insurrección armada de todo el pueblo.
Por lo que toca a las formas precedentes de lucha, la huelga general y la insurrección son la "última palabra" del movimiento popular de masas en Rusia. El último trimestre de 1905 tenía que dejar forzosamente huellas indelebles en la conciencia y en el estado de ánimo del proletariado, del campesinado, de los sectores políticamente concientes del ejército y de los sectores democráticos de las diferentes asociaciones profesionales de intelectuales. Por ello, es perfectamente natural que, después de la disolución de la Duma, el primer pensamiento que penetró en la mente de la amplia masa de quienes eran capaces de luchar, haya sido: huelga general. Nadie ha abrigado la menor duda de que la huelga general en toda Rusia debe ser inevitablemente la respuesta a la disolución de la Duma.
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Además, conviene señalar otro hecho muy característico: a juzgar por las noticias recibidas de algunos de los grandes centros del movimiento obrero, como Petersburgo, por ejemplo, los obreros no sólo han apreciado fácil y rápidamente la necesidad de una acción generalizada y simultánea, sino que se han pronunciado firmemente a favor de una acción combativa y resuelta. La desafortunada idea de una huelga demostrativa (de uno o tres días) con motivo de la disolución de la Duma -idea sugerida por algunos mencheviques de Petersburgo- encontró la más decidida oposición entre los obreros. El seguro instinto de clase y la experiencia de quienes habían librado más de una vez una lucha seria, les indicó en seguida que lo que ahora se requiera es mucho más que una demostración. No haremos demostraciones, han dicho los obreros. Cuando llegue la hora de la acción general lucharemos en forma encarnizada y tenaz.
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Los obreros que siempre se han encontrado en la lucha revolucionaria, han apreciado más acertadamente que algunos intelectuales tanto la disposición de lucha del enemigo como la necesidad de pasar a una resuelta acción combativa.
Por desgracia, en nuestro partido, a causa de la preponderancia del ala derecha entre los socialdemócratas rusos en el momento actual, se ha descuidado el problema de las acciones combativas.
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Toda la situación impone de nuevo la necesidad de combar la huelga política de masas con la insurrección armada. Al mismo tiempo, se destacan los aspectos débiles de la huelga, encarada como medio independiente de lucha.
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Y, si miramos cara a cara la realidad, si no escondemos la cabeza, resultará claro que la huelga debe desarrollarse inmediata e inevitablemente en insurrección armada. La huelga ferroviaria es una insurrección; después de diciembre, esto es indiscutible. Y sin huelga ferroviaria, no se interrumpirán las comunicaciones telegráficas por ferrocarril, no se suspenderá el envío de correspondencia por tren y, por consiguiente, tampoco será posible la huelga de correos y telégrafos e proporciones importantes.
De este modo, la lógica inexorable de la situación que se ha desarrollado a partir de diciembre de 1905, demuestra el significado subordinado de una huelga en relación con una insurrección.
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Por cierto, que la insurrección, como lucha armada de masas, puede estallar sólo si es activamente apoyada por tal o cual sector del ejército.
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Pero casi no se requiere demostrar que tales casos no serían más que episodios aislados de una insurrección excepcionalmente exitosa y que, para que se produzcan con mayor frecuencia y rapidez solo disponemos de un medio: la preparación eficaz de la insurrección, la energía y la fuerza de las primeras acciones insurgentes, la desmoralización de las tropas por ataques muy audaces o la defección de un sector apreciable del ejército, etcétera.
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Así, pues, llamar a la huelga general en toda Rusia, sin llamar al mismo tiempo a la insurrección, sin esclarecer los nexos inseparables que unen a esa huelga con la insurrección, sería un desatino lindante con el crimen. De ahí que nuestra labor de agitación debamos concentrar todos nuestros esfuerzos en el esclarecimiento de los nexos existentes entre ambas formas de lucha, y en la preparación de las condiciones que permitan fundir en un solo torrente tres corrientes de la lucha: los estallidos obreros, los levantamientos campesinos y la "revuelta" militar.
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De esto se desprende la siguiente conclusión: aprovechar a fondo la disolución de la Duma como motivo para una agitación concentrada y para llamar a la insurrección a todo el pueblo; explicar los nexos de la huelga política con la insurrección; canalizar todos los esfuerzos hacia el logro de la unidad y de la acción conjunta de obreros, campesinos, marineros y soldados para la lucha activa, para la lucha armada.
Finalmente, al hablar de la forma del movimiento, debemos mencionar también, de modo especial, la lucha campesina. Aquí se ponen de relieve, con singular claridad, los nexos de la huelga con la insurrección. También está claro que el propósito de la insurrección debe ser, en este caso, no sólo la destrucción radical o la destitución de todas las autoridades locales, y su remplazo por otras nuevas, elegidas por el pueblo (el objetivo general de la insurrección es el mismo en las ciudades, en las aldeas, en el ejército, etc.), sino también la expulsión de los terratenientes y la toma de sus tierras. Antes de que lo decida la asamblea constituyente de todo el pueblo, los campesinos deben orientarse, sin duda alguna, a destruir efectivamente la gran propiedad terrateniente. Acerca de esto no hay mucho que decir: nadie podría imaginar una insurrección campesina que no ajustara la cuentas a los terratenientes y no se apoderara de sus tierras. Es comprensible que cuanto más conciente y organizada sea la insurrección, tanto más raros serán los casos de destrucción de edificios, de bienes, ganado, etc. Desde un punto de vista militar, es una medida absolutamente legítima y, en ciertos casos, indispensable, destruir -por ejemplo, incendiar edificios y, a veces, bienes-, a fin de lograr determinados objetivos militares. Sólo los pedantes (o los traidores al pueblo) pueden deplorar que los campesinos recurran siempre a semejantes métodos. Pero no hay por qué ocultar que, en ocasiones, la destrucción de bienes sólo es resultado de la falta de organización, de la incapacidad de apoderarse de los bienes del enemigo y de conservarlos, en vez de destruirlos, o también de la debilidad, cuando una de las partes beligerantes se venga de enemigo al no tener fuerza para aniquilarlo, o aplastarlo.
IV
El problema de la forma de la lucha se halla ligado íntimamente al de la organización de la lucha.
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Los soviets de diputados obreros son órganos de la lucha directa de masas. Surgieron como órganos de la lucha huelguística. Por el peso de las circunstancias se convirtieron muy pronto en órganos de la lucha general revolucionaria contra el gobierno. Y, en virtud del desarrollo de los acontecimientos y del paso de la huelga a la insurrección, se convirtieron irresistiblemente en órganos de la insurrección. Es un hecho absolutamente indiscutible que ese fue el papel desempeñado en diciembre por toda una seria de "soviets" y "comités". Y los acontecimientos han demostrado de la manera más destacada y concluyente, que la fuerza y la importancia de dichos órganos, en el momento de la acción combativa, dependen por completo del vigor y del éxito de la insurrección.
En el momento actual, también, constituir esos órganos significa crear los órganos de la insurrección, y llamar a organizarlos significa llamar a la insurrección.
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Si las cosas son así -y no cabe duda de que así son- claramente se deduce que los "soviets" y otras instituciones de masas semejantes son insuficientes de por sí para organizar la insurrección. Son necesarias para aglutinar a las masas, para forjar la unidad en la lucha, para transmitir las consignas de dirección política lanzadas por los diferentes partidos (o por acuerdo entre ellos), para despertar el interés de las masas, animarlas y atraerlas. Pero no son suficientes para organizar las fuerzas de combate directas, para organizar la insurrección en el sentido más riguroso del término.
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Todos los obreros reconocerán la necesidad de una organización directa de las fuerzas, de crear una organización militar compuesta por destacamentos de obreros armados para defender su "parlamento".
Ahora que el gobierno ha aprendido cabalmente, sobre la base de la experiencia, a dónde conducen los "soviets" y qué clase de instituciones son, ahora que se ha armado hasta los dientes y espera la creación de tales instituciones para atacar al enemigo, sin darle tiempo de reflexionar ni de desplegar su actividad, ahora especialmente debemos explicar, en nuestra labor de agitación, la necesidad de mirar las cosas con serenidad, la necesidad de contar, al lado de la organización de los soviets, con una organización militar encargada de defenderlos, de llevar a cabo la insurrección, ya que sin esa organización los soviets o cualesquiera representantes elegidos por las masas serán impotentes.
Dichas "organizaciones militares", si cabe llamarlas así, deben esforzarse por agrupar a las masas no por intermedio de personas elegidas, sino directamente, es decir, agrupar a las masas que participen en los combates callejeros y en la guerra civil. Unidades voluntarias muy reducidas, de diez, cinco e incluso tres miembros, deben ser los núcleos de esas organizaciones. Es preciso propagar intensamente la idea de que se acerca la hora del combate, en el que cada ciudadano honrado tiene el deber de estar listo para sacrificarse y luchar contra los opresores del pueblo. ¡Menos formalismo, menos papeleo y más sencillez en la organización, la cual debe ser tan rápida y flexible como se pueda! Todo aquél que quiera estar del lado de la libertad, debe unirse formando los grupos de combate, de cinco unidades voluntarias de personas del mismo oficio, de la misma fábrica,o vinculados por relaciones de camaradería, de partido, o simplemente de residencia (vecinos de la misma aldea, o, en la ciudad, de la misma casa o del mismo piso). Estas unidades deberán ser de partido y apartidistas, vinculadas por una tarea revolucionaria común, inmediata: la insurrección contra el gobierno. Tales unidades deben ser formadas sin falta en la escala más amplia, aun antes de obtener las armas, independientemente de que las armas puedan obtenerse o no.
Ninguna organización de partido puede "armar" a las masas. En cambio, la organización de las masas en pequeñas unidades de combate, ágiles, móviles, cuando llegue la hora de la acción prestará un servicio inmenso en lo tocante a procurar las armas.
Esas unidades voluntarias de combate, "druzhiniki", si adoptamos la denominación que se hiciera memorable en las gloriosas jornadas de diciembre en Moscú, serán de enorme valor en el momento del estallido. El grupo formado por gente que sepa disparar, podrá desarmar a un policía o atacar por sorpresa a una patrulla, procurándose así armas. Un grupo de voluntarios que no sepan disparar o no se hayan procurado armas, podrán ayudar a levantar barricadas, a realizar reconocimientos, a organizar los enlaces, tender emboscadas al enemigo, prender fuego a las casas ocupadas por éste, ocupar viviendas que puedan servir de bases para los insurrectos; en una palabra, las unidades voluntarias de personas decididas a luchar hasta el último aliento, que conozcan bien el lugar y estén estrechamente vinculadas a la población, podrán cumplir miles de funciones diversas.
Es preciso que en cada fábrica, en cada sindicato o en casa aldea se escuche el llamamiento en pro de la formación de esos grupos voluntarios de combate. Quienes se conozcan bien entre sí, los formarán de antemano. Quienes no se conozcan, formarán grupos de cinco o de diez el mismo día de la lucha o en vísperas de ella en el propio campo de batalla, si la idea de organizar dichas unidades es difundida ampliamente entre las masas y realmente adoptada por ellas.
Ahora que la disolución de la Duma ha conmovido a nuevos sectores de la población podemos escuchar con frecuencia las más revolucionarias opiniones y declaraciones de parte de los representantes de filas de los sectores menos organizados de la gente común de las ciudades; aun de aquellos que superficialmente parecían más próximos por su índole a los "centurionegristas". Pero debemos preocuparnos de que todos ellos conozcan la decisión de la vanguardia de los obreros y campesinos de lanzarse muy pronto a la lucha por la tierra y la libertad; que todos comprendan la necesidad de formar grupos voluntarios de combate y, por último, que todos se convenzan de la inevitabilidad de la insurrección y de su carácter popular. Lograremos así -y no se trata en absoluto de una utopía- que en cada una de las grandes ciudades haya, no cientos de grupos de combate como los hubo en Moscú, en diciembre, sino miles y miles. Y, entonces, no habrá ametralladoras capaces de resistir, como solía decir la gente en Moscú, cuando se discutía que los grupos de combate no eran verdaderamente de masas, y que, por su tipo y composición, no estaban suficientemente cerca del pueblo.
Así, pues: organización de soviets de diputados obreros, de comités campesinos y de otras instituciones similares en todas partes y, a la par, la más amplia propaganda y agitación en pro de la insurrección simultánea, de la inmediata preparación de las fuerzas con vistas a ella, y finalmente, de la inmediata preparación de las fuerzas con vistas a ellas, y finalmente, en pro de la organización de destacamentos voluntarios en escala masiva.
V
Nos falta todavía abordar el problema del momento que se debe escoger para la insurrección.
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Es posible, y tal vez sea lo más probable, que la nueva lucha estalle tan espontánea e inesperadamente como las anteriores, es decir, que surja como resultado del ascenso del estado de ánimo y de una de las inevitables expresiones.
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Sin embargo, es posible que los acontecimientos puedan requerir que nosotros los dirigentes fijemos el momento de la acción.
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Si lográramos que todas las organizaciones revolucionarias y sindicales influyentes llegasen a un acuerdo sobre el momento en que debe emprenderse la acción, no habría que eliminar la posibilidad real de llevarla a cabo en el momento fijado.
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Queremos insistir, sin embargo, en que ello sólo será posible en el caso de que todas las organizaciones influyentes lleguen a un completo acuerdo. De otra manera, sólo quedará abierto el viejo camino del ascenso espontáneo del estado de ánimo.
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