miércoles, 16 de julio de 2014

Lenin y la lucha armada (XX)

Texto clásico en el que Lenin combate al pacifismo que, durante la guerra interimperialista de 1914-1918, llamaba al desarme como forma de lograr la paz, ocultando que, en una sociedad dividida en clase como es la capitalista, la paz de la clase explotada es funcional al dominio de los explotadores.


El programa militar de la revolución proletaria.

En Holanda, Escandinavia y Suiza, entre los socialdemócratas revolucionarios, que luchan contra esa mentira socialchovinista de la "defensa de la patria" en la actual guerra imperialista, suenan voces en favor de la sustitución del antiguo punto del programa minimo socialdemócrata: "milicia" o "armamento del pueblo", por uno nuevo: "desarme". Jugend-Internationale ha abierto una discusión sobre este problema, y en su numero 3 ha publicado un editorial en favor del desarme. En las últimas tesis de R. Grimm[1] encontramos también, por desgracia, concesiones a la idea del "desarme". Se ha abierto una discusión en las revistas Neues Leben [2] y Vorbote [El Precursor]. Examinemos la posición de los defensores del desarme.

I

Como argumento fundamental se aduce que la reivindicación del desarme es la expresión más franca, decidida y consecuente de la lucha contra todo militarismo y contra toda guerra.
Pero precisamente en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental de los partidarios del desarme.
Los socialistas, si no dejan de serlo, no pueden estar contra toda guerra.
En primer lugar, los socialistas nunca han sido ni podrán ser enemigos de las guerras revolucionarias. La burguesía de las "grandes" potencias imperialistas es hoy reaccionaria de pies a cabeza, y nosotros reconocemos que la guerra que ahora hace esa burguesía es una guerra reaccionaria, esclavista y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de una guerra contra esa burguesía, de una guerra, por ejemplo, de los pueblos que esa burguesía oprime y que de ella dependen, o de los pueblos coloniales, por su liberacion? En el 5ƒ punto de las tesis del grupo "La internacional", leemos: "En la epoca de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales de ninguna clase" -- esto es evidentemente erróneo.
La historia del siglo XX, siglo del "imperialismo desenfrenado", está llena de guerras coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que nos es peculiar, llamamos "guerras coloniales", son a menudo guerras nacionales o insurrecciones nacionales de esos pueblos oprimidos. Una de las caracteristicas esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasados, ampliando y recrudeciendo así la lucha contra la opresión nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que en muchos casos el imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales. Junius, que en un folleto suyo defiende las "tesis" arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervencion de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se conviate en guerra imperialista. Mas también este argu mento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914, no siguieron este camino. Y sería sencillamente ridiculo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes, "no puede" haber "ninguna" guerra nacional, progresiva, revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Siam, etc., contra las grandes potencias.
Negar toda posibilidad de guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso, erróneo a todas luces desde el punto de vista histórico, y equivalente, en la práctica, al chovinismo europeo. ¡Nosotros, que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en Africa, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra "nuestras" naciones es "imposible"!
En segundo lugar, las guerras civiles también son guerras. Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento -- naturales y en determinadas circunstancias inevitables -- de la lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renegar de la revolución socialista.
En tercer lugar, el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el regimen de producción de mercancías. De aquí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultaneamente en todos los países. Triunfará en uno o en varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto no sólo habra de provocar rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar de la burguesía a los otros pueblos. Engels tenía completa razón cuando, en su carta a Kautsky del 12 de septiembre de 1882,[3] reconocía directamente la posibilidad de "guerras defensivas" del socialismo ya triunfante. Se refería precisamente a la defensa del proletariado triunfante contra la burguesía de los demás países.
Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o disimular lo que tiene precísamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo. Los popes "sociales" y los oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren pensar ni reflexionar en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para alcanzar ese bello porvenir.
No debemos consentir que se nos engañe con palabras. Por ejemplo: a muchos les es odiosa la idea de la "defensa de la patria", porque los oportunistas francos y los kautskianos en cubren y velan con ella las mentiras de la burguesía en la actual guerra de rapiña. Esto es un hecho. Pero de él no se deduce que debamos olvidar en el sentido de las consignas políticas. Aceptar la "defensa de la patria" en la guerra actual equivaldría a considerarla "justa", adecuada a los intereses del proletariado, y nada más, absolutamente nada más, porque la invasión no está descartada en ninguna guerra. Sería sencillamente una necedad negar la "defensa de la patria" por parte de los pueblos oprimidos en su guerra contra las grandes potencias imperialistas o por parte del proletariado victorioso en su guerra contra cualquier Galliffet de un Estado burgues.
Desde el punto de vista teórico sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la politica por otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de gran des potencias, y esa política es originada y nutrida por el con junto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época ha de originar y nutrir también, inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc.

II

A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración general. Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases -- ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado -- , la clase opresora está armada. No sólo el ejército regular moderno, sino también la milicia actual -- incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza -- , representan el armamento de la burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas si hay necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo del ejército contra los huelguistas en todos los países capitalistas.
El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más considerables, fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante semejante hecho se propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la "reivindicación" del "desarme"! Esto equivale a renunciar por completo al punto de vista de la lucha de clases, a renegar de toda idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este desarrollo. Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces ; de ningún modo antes.
Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialistas cristianos y entre los jeremias pequeños burgueses sólo susto y horror, sólo repugnancia hacia todo empleo de las armas, hacia la sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin. Y si ahora la guerra actual, la más reaccionaria de todas las guerras, prepara a esa sociedad un fin con horror, no tenemos ningún motivo para entregarnos a la desesperación. Y en una época en que, a la vista de todo el mundo, se esta preparando por la misma burguesía la única guerra legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la burguesía imperialista, la "reivindicación" del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es única y exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.
Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de carácter histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las fábricas, por un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por el otro.
El propósito de la burguesía es desarrollar trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas, donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no "exigimos" semejante desarrollo, no lo "apoyamos", luchamos contra él. Pero ¿como luchamos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son progresistas. No queremos volver atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer. ¡Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el socialismo!
Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la actual militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no sólo militariza a todo el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nosotros debemos decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rapidamente! Cuanto más rapidamente, tanto más cerca se estará de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas dejarse intimidar por la militarización de la juventud, etc., si no olvidan el ejemplo de la Comuna? Eso no es una "teoría al margen de la vida", no es una ilusión, sino un hecho. Y sería en verdad gravisimo que los socialdemócratas, pese a todos los hechos económicos y políticos, comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas deben conducir inevitablemente a la repetición de tales hechos.
Cierto observador burgués de la Comuna escribía en mayo de 1871 en un periódico inglés: "¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación tan horrible sería!" Mujeres y niños hasta de trece años lucharon en los días de la Comuna al lado de los hombres. Y no podrá suceder de otro modo en las futuras batallas por el derrocamiento de la burguesía. Las mujeres proletarias no contemplarán pasivamente cómo la burguesía, bien armada, ametralla a los obreros, mal armados o inermes. Tomarán las armas, como en 1871, y de las asustadas naciones de ahora, o mejor dicho, del actual movimiento obrero, desorganizado más por los oportunistas que por los gobiernos, surgirá indudablemente, tarde o temprano, pero de un modo absolutamente indudable, la unión internacional de las "horribles naciones" del proletariado revolucionario.
La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por ello tiene que conclucir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos los países, incluso en los neutrales y pequeños. ¿¿Con qué harán frente a esto las mujeres proletarias?? ¿Se limitarán a maldecir toda guerra y todo lo militar, se limitarán a exigir el desarme? Nunca se conformarán con papel tan vergonzoso las mujeres de una clase oprimida que sea verdaderamente revolucionaria. Les dirán a sus hijos: "Pronto serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende bien a manejar las armas. Es una ciencia imprescindible para los proletarios, y no para disparar contra tus hermanos, los obreros de otros países, como sucede en la guerra actual, y como te aconsejan que lo hagas los traidores al socialismo, sino para luchar contra la burguesía de tu propio país, para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, no con buenos deseos, sino venciendo a la burguesía y desarmándola".
De renunciar a esta propaganda, precisamente a esta ptopaganda, en relación con la guerra actual, mejor es no decir más palabras solemnes sobre la socialdemocracia revolucionaria internacional, sobre la revolución socialista, sobre la guerra contra la guerra.

III

Los partidarios del desarme se pronuncian contra el punto del programa referente al "armamento del pueblo", entre otras razones, porque, según dicen, esta reivindicación conduce más fácilmente a las concesiones al oportunismo. Ya hemos examinado más arriba lo más importante: la relación entre el desarme y la lucha de clases y la revolución social. Examinaremos ahora qué relación guarda la reivindicación del desarme con el oportunismo. Una de las razones más importantes de que esta reivindicación sea inadmisible consiste precisamente en que ella, y las ilusiones a que da origen, debilitan y enervan inevitablemente nuestra lucha contra el oportunismo.
No cabe duda de que esta lucha es el principal problema inmediato de la Internacional. Una lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el oportunismo es una frase vacía o un engaño. Uno de los principales defectos de Zimmerwald y de Kienthal,[4] una de las principales causas del posible fracaso de estos germenes de la III Internacional, consiste precisamente en que ni siquiera se ha planteado francamente el problema de la lucha contra el opor tunismo, sin hablar ya de una solución de este problema que señale la necesidad de romper con los oportunistas. El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del movimiento obrero europeo. En todos los países más importantes han aparecido dos matices fundamentales del oportunismo: primero, el socialimperialismo franco, cínico, y por ello menos peligroso, de los Plejánov, los Scheidemann, los Legien, los Albert Thomas y los Sembat, los Vandervelde, los Hyndman, los Henderson, etc.; segundo, el encubierto, kautskiano: Kautsky-Haase y el "Grupo Socialdemócrata del Trabajo"[5] en Alemania; Longuet, Pressemane, Mayeras, etc., en Francia Ramsay McDonald y otros jefes del "Partido Laborista Independiente", en Inglaterra; Mártov, Chjeídse, etc., en Rusia; Treves y otros reformistas llamados de izquierda, en Italia.
El oportunismo franco esta directa y abiertamente contra la revolución y contra los movimientos y explosiones revolucionarias que se están iniciando, y ha establecido una alianza directa con los gobiernos, por muy diversas que sean las formas de esta alianza, desde la participación en los ministerios hasta la participación en los comites de la industria armamentista (en Rusia)[6]. Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más nocivos y peligrosos para el movimiento obrero porque la defensa que hacen de la alianza con los primeros la encubren con palabrejas "marxistas" y consignas pacifistas que suenan plausiblemente. La lucha contra estas dos formas del oportunismo dominante debe ser desarrollada en todos los terrenos de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, en la cuestión militar, etc. La particularidad principal que distingue a estas dos formas del oportunismo dominante consiste en que el problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y otros problemas concretos de la revolución se silencian y se encubren, o se tratan con la mirada puesta en las prohibiciones policíacas. Y eso a pesar de que antes de la guerra se había señalado infinidad de veces, tanto en forma no oficial como con carácter oficial en el Manifiesto de Basilea, la relación que guardaba precisamente esa guerra inminente con la revolución proletaria. Mas el defecto prin cipal de la reivindicación del desarme consiste precisamente en que se pasan por alto todos los problemas concretos de la revolución. ¿O es que los partidarios del desarme están a favor de un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?
Prosigamos. En modo alguno estamos contra la lucha por las reformas. No queremos desconocer la triste posibilidad de que la humanidad -- en el peor de los casos -- pase todavía por una segunda guerra imperialista, si la revolución no surge de la guerra actual, a pesar de las numerosas explosiones de efervescencia y descontento de las masas y a pesar de nuestros esfuerzos. Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino alegrarse en el caso de que les dejasemos por entero la lucha por las reformas y nos eleváramos a las nubes de un vago "desarme", para huir de una realidad lamentable. El "desarme" es precisamente la huida frente a una realidad detestable, y en modo alguno la lucha contra ella.
En semejante programa nosotros diríamos aproximadamente: "La consigna y el reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no sirven más que para corromper el movimiento obrero con mentiras burguesas". Esa respuesta concreta a cuestiones concretas sería teóricamente más justa, mucho más útil para el proletariado y más insoportable para los oportunistas que la reivindicación del desarme y la renuncia a "toda" defensa de la patria. Y podríamos añadir: "La burguesía de todas las grandes potencias imperialistas, de Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Rusia, Italia, el Japón y los Estados Unidos, es hoy hasta tal punto reaccionaria y está tan penetrada de la tendencia a la dominación mundial, que toda guerra por parte de la burguesía de estos países no puede ser más que reaccionaria. El proletariado no sólo debe oponerse a toda guerra de este tipo, sino que debe desear la derrota de 'su' gobierno en tales guerras y utilizar esa derrota para una insurrección revolucionaria, si fracasa la insurrección destinada a impedir la guerra".
En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria. Por eso, "ni un céntimo, ni un hombre", no sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como los Estados Unidos o Suiza, Noruega, etc. Tanto más cuanto que en los países republicanos más libres (por ejemplo, en Suiza) observamos una prusificación cada vez mayor de la milicia, sobre todo en 1907 y 1911, y que se la prostituye, movilizándola contra los huelguistas. Nosotros podemos exigir que los oficiales sean elegidos por el pueblo, que sea abolida toda justicia militar, que los obreros extranjeros tengan los mismos derechos que los obreros nacionales (punto de especial importancia para los Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez en mayor número y cada vez con mayor descaro a obreros extranjeros, sin otorgarles derechos). Y además, que cada cien habitantes de un país, por ejemplo, tengan derecho a formar asociaciones libres para aprender el manejo de las armas, eligiendo libremente instructores retribuidos por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones podría el proletariado aprender el manejo de las armas efectivamente para sí, y no para sus esclavizadores, y los intereses del proletariado exigen absolutamente ese aprendizaje. La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario -- por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército -- obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.
Por último, contra el oportunismo no se puede luchar, naturalmente, sólo con programas, sino vigilando sin descanso para que se los ponga en práctica de una manera efectiva. El mayor error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que sus palabras no correspondian a sus hechos, en que se inculcaba la costumbre de recurrir a la hipocresia y a una desvergonzada fraseologia revolucionaria (vease la actitud de hoy de Kautsky y Cía. ante el Manifiesto de Basilea). El desarme como idea social -- es decir, como idea engendrada por determinado ambiente social, como idea capaz de actuar sobre determinado medio social, y no como simple extravagancia de un individuo -- tiene su origen, evidentemente, en las condiciones particulares de vida, "tranquilas" excepcionalmente, de algunos Estados pequeños, que durante un periodo bastante largo han estado al margen del sangriento camino mundial de las guerras, y que confían poder seguir apartados de él. Para convencerse de ello basta reflexionar, por ejemplo, en los argu mentos de los partidarios del desarme en Noruega: "Somos un país pequeño, nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias" (y por ello nada pueden hacer tampoco si se les impone por la fuerza una alianza imperialista con uno u otro grupo de grandes potencias) . . . , "queremos seguir en paz en nuestro apartado rinconcito y proseguir nuestra política pueblerina, exigir el desarme, tribunales de arbitraje obligatorios, una neutralidad permanente, etc." (¿"permanente", como la de Bélgica?).
La mezquina aspiración de los pequeños Estados a quedarse al margen, el deseo pequeñoburgues de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de aprovechar su situación relativamente monopolista para seguir en una pasividad acorchada, tal es la situación social objetiva que puede asegurar cierto éxito y cierta difusión a la idea del desarme en algunos pequeños Estados. Claro que semejante aspiración es reaccionaria y descansa toda ella en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u otro modo, arrastra a los pequeños Estados a la vorágine de la economía mundial y de la política mundial.
En Suiza, por ejemplo, su situación imperialista prescribe objetivamente dos lineas del movimiento obrero: los oportunistas, en alianza con la burguesía, aspiran a hacer de Suiza una unión monopolista republicano-democrática, a fin de obtener ganancias con los turistas de la burguesía imperialista y de aprovechar del modo más lucrativo y más tranquilo posible esta "tranquila" situación monopolista.
Los verdaderos socialdemócratas de Suiza aspiran a utilizar la relativa libertad del país y su situación "internacional" para ayudar a la estrecha alianza de los elementos revolucionarios de los partidos obreros europeos a alcanzar la victoria. En Suiza no se habla, gracias a Dios, un "idioma propio", sino tres idiomas universales, los tres, precisamente, que se hablan en los países beligerantes que limitan con ella.
Si los 20.000 miembros del Partido suizo contribuyeran semanalmente con dos céntimos como "impuesto extraordinario de guerra", obtendríamos al año 20.000 francos, cantidad más que suficiente para imprimir periódicamente y difundir en tres idiomas, entre los obreros y soldados de los países beligerantes, a pesar de las prohibiciones de los Estados Mayores Generales, todo cuanto diga la verdad sobre la indignación que comienza a cundir entre los obreros, sobre su fraternización en las trincheras, sobre sus esperanzas de utilizar revolucionariamente las armas contra la burguesía imperialista de sus "pro pios" países, etc.
Nada de esto es nuevo. Precisamente es lo que hacen los mejores periódicos, como La Sentinelle, Volksrecht y Berner Tagwacht,[7] pero, por desgracia, en medida insuficiente. Sólo semejante actividad puede hacer de la magnífica resolución del Congreso de Aarau algo mís que una mera resolución magnífica.
La cuestión que ahora nos interesa se plantea en la forma siguiente: ccorresponde la reivindicación del desarme a la tendencia revolucionaria entre los socialdemócratas suizos? Es evidente que no. El "desarme" es, objetivamente, el programa más nacional, el más especificamente nacional de los pequeños Estados, pero en manera alguna el programa internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.

Firmado: N. Lenin



NOTAS


*El artículo "El programa militar de la revolución proletaria " fue escrito en alemán en septiembre de 1916 para la prensa de los socialdemócratas escandinavos de izquierda, que durante la Primera Guerra Mundial se manifestaron en contra del punto del programa socialdemócrata relativo al "armamento del pueblo" y lanzaron la errónea consigna del "desarme". En diciembre de 1916 el articulo, redactado de nuevo, fue publicado en la Recopilación del Socialdemócrata, t. II, con el titulo de "La consigna del 'desarme'" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXIII). En abril de 1917, poco antes de salir para Rusia, Lenin entregó el texto en alemán del artículo a la redacción de la revista Jugend-Internationale ; el articulo fue publicado el mismo año en sus núms. 9 y 10. Jugend-Internationale órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones Socialistas de la Juventud, adherida a la izquierda de Zimmerwald, se publicó desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918 en Zurich. Lenin emite su juicio acerca de esta revista en la nota "La Internacional de la Juventud" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXIII).
[1] Se alude a las tesis sobre la cuestión militar escritas por R. Grimm (uno de los lideres del Partido Socialdemócrata de Suiza) en el verano de 1916 con motivo de la preparación del Congreso Extraordinario del mismo Partido. Este Congreso, cuya celebración había sido señalada para febrero de 1917, tenía que resolver la cuestión de la actitud de los socialistas suizos ante la guerra.
[2] Neues Leben (Vida Nueva ) órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza; se publicó en Berna desde enero de 1915 hasta diciembre de 1917. La revista difundia los puntos de vista de los zimmerwaldianos de derecha; desde comienzos de 1917 adopto la posición socialchovinista.
[3] Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXXV.
[4] Se alude a las Conferencias Socialistas Internacionales celebradas por los internacionalistas en Zimmerwald y Kienthal (Suiza).
La Primera Conferencia Socialista Internacional se celebró del 5 al 8 de septiembre de 1915 en Zimmerwald. En la Conferencia se enfrentaron los internacionalistar revolucionarios, encabezador por Lenin, y la mayoría kautskiana. Lenin formó con los internacionalistas de izquierda el grupo de izquierda de Zimmerwald, en el que sólo el Partido Bolchevique mantuvo una posición acertada y consecuentemente internacionalista contra la guerra.
La Conferencia aprobó un manifiesto en el que se calificaba de imperialista la guerra mundial; asimismo condenó la conducta de los "socialistas" que votaron por los creditos de guerra y tomaron parte en los gobiernos burgueses, y llamo a los obreros de Europa a desarrollar la lucha contra la guerra y por la conclusion de un tratado de paz sin anexiones ni contribuciones.
La Conferencia aprobó también una resolución de simpatía a las victimas de la guerra y eligió una Comisión Socialista Internacional.
Acerca de la significación de la Conferencia de Zimmerwald, veanse los articulos de Lenin "El primer paso" y "Los marxistas revolucionarios en la Conferencia Socialista Internacional del 5 al 8 de septiembre de 1915" (V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXI).
La Segunda Conferencia Socialista Internacional se celebró en Kienthal del 24 al 30 de abril de 1916. En esta Conferencia el ala izquierda actuó más unida y fue más fuerte que en la Conferencia de Zimmerwald. Gracias a los esfuerzos de Lenin, la Conferencia aprobó una resolución que criticaba el socialpacifismo y la actividad oportunista del Buró Ejecutivo Socialista Internacional. El manifiesto y las resoluciones aprobados en Kienthal fueron un nuevo paso en el desarrollo del movimiento internacional contra la guerra.
Las Conferencias de Zimmerwald y de Kienthal contribuyeron a destacar y agrupar a los elementos internacionalistas, pero no formularon abiertamente el problema de la lucha contra el oportunismo, no adoptaron una posición consecuentemente internacionalista y no aceptaron las tesis fundamentales de la política de los bolcheviques: transformación de la guerra imperialista en guerra civil, derrota del gobierno propio en la guerra y organización de la III Internacional.
[5] Grupo Socialdemocrata del Trabajo (Arbeitsgemeinschaft: Comunidad del Trabajo ): organización de los centristas alemanes, fundada en marzo de 1916 por los diputados al Reichstag que se habían separado de la fracción socialdemócrata del Reichstag. Este grupo fue el núcleo fundamental del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, organización centrista constituida en 1917 que justificaba a los social chovinistas abiertos y propugnaba el mantenimiento de la unidad con ellos.
[6] Los comités de la industria armamentista fueron creados en 1915 en Rusia por la gran burguesía imperialista. Tratando de someter a los obreros a su influencia y de inculcarles ideas defensistas, la burguesía ideó la organización de "grupos obreros" anejos a esos comités. A la burguesía le convenía que en esos grupos hubiese representantes de los obreros, encargados de hacer propaganda entre las masas obreras en favor de una mayor productividad del trabajo en las fábricas de materiales militares. Los mencheviques partidparon activamente en esta empresa seudopatriótica de la burguesía. Los bolcheviques declararon el boicot a los comités de la industria armamentista y lo aplicaron eficazmente con el apoyo de la mayoría de los obreros.
[7La Sentinelle, órgano de la organización socialdemócrata suiza del cantón de Neuchatel (Suiza francesa), fundado en Chaux de Fonds en 1884. En los primeros años de la Primera Guerra Mundial, el periódico mantuvo una posición internacionalista. El 13 de noviembre de 1914, en el núm. 265 del periódico fue publicado, en forma abreviada, el Manifiesto del C.C. del P.O.S.D.R. "La guerra y la socialdemocracia de Rusia" (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. XXI).
Volksrecht (El Derecbo del Pueblo ), órgano del Partido Social demócrata de Suiza y de la organización socialdemócrata del cantón de Zurich. Se publica en Zurich desde 1898. Durante la Primera Guerra Mundial el periódico presentó artículos de los Zimmerwaldianos de izquierda. En el aparecieron tambión artículos de Lenin, como por ejemplo, "Doce breves tesis sobre la defensa hecha por G. Greulich de la defensa de la patria", "Sobre las tareas del P.O.S.D.R. en la revolución rusa", "Las maniobras de los chovinistas republicanos". Más tarde el periódico adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.
Berner Tagwacht (El Centinela de Berna ), órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza, publicado desde 1893 en Berna. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial el periódico insertó artículos de K. Liebknecht, de F. Mehring y de otros socialdemócratas de izquierda. A partir de 1917 apoyó abiertamente a los socialchovinistas y más tarde adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.

Lenin y la lucha armada (XIX)

En este envío subo un texto de Lenin contra los mecheviques, en la que se manifiesta cómo el pacifismo menchevique deviene en charlatanerismo, al reconocer la necesidad de la insurrección pero no organizar el aparato que pueda planificarla y llevarla a cabo.



Las crisis del menchevismo.

No cabe duda de que la propaganda en pro de un congreso obrero apartidista y de bloques con los kadetes, indica algo así como una crisis en la táctica de los mencheviques. Como, por principio, somos contrarios a su táctica en general, no podríamos, naturalmente, decidir por nosotros por nosotros mismos hasta qué punto esta crisis ha madurado lo suficiente para subir a la superficie, por así decirlo. El camarada J. Larin ha acudido en nuestra ayuda con su nuevo folleto, altamente instructivo, titulado Un amplio partido obrero y el congreso obrero (Moscú, 1906; depósito de la Editorial Novi Mir).

El camarada J. Larin suele hablar en nombre de la mayoría menchevique. Se intitula, con entera razón, representante responsable del menchevismo. Ha trabajado tanto en el Sur como en el más "menchevique" de los distritos de Petersburgo, el distrito de Viborg. Fue delegado al Congreso de Unificación del partido, y colaborador permanente de Golos Trudá y de Otkliki Sovremiénnosti. Todo esto es de la mayor importancia para poder apreciar el folleto a que nos referimos, cuyo valor reside en la sinceridad de su autor, no en su lógica; en los datos que ofrece, no en sus consideraciones.

I

Para el marxista, las consideraciones en torno de la táctica deben basarse en el análisis del curso objetivo de la revolución. Como es sabido, los bolcheviques intentaron hacerlo así en la resolución sobre la situación actual, sometida por ellos al Congreso de Unificación. Los mencheviques retiraron su propia resolución sobre este punto. El camarada Larin siente, evidentemente, que no es posible dejar de lado estas cuestiones e intenta investigar el curso de nuestra revolución burguesa.

Distingue en ella dos períodos. El primero, que abarca todo el año 1905, es el período de un definido movimiento de masas. El segundo, que comienza con el año 1906, es el período de la preparación dolorosamente lenta del "triunfo efectivo de la causa de la libertad", de "la realización de las aspiraciones del pueblo". En este período de preparación el factor decisivo es el campo, pues sin su ayuda "las ciudades desunidas fueron aplastadas". Vivimos un "crecimiento interno, exteriormente, al parecer pasivo, de la revolución".

"Lo que se llama el movimiento agrario - el fermento constante que no se traduce en intentos generales de pasar a una ofensiva activa, las pequeñas acciones contra las autoridades locales y los terratenientes, la negativa a pagar impuestos, las expediciones punitivas- todo esto constituye el camino más ventajoso para el campesinado, no desde el punto de vista de economizar fuerzas, quizás, lo cual es dudoso, sino desde el punto de vista de lo resultados. Este camino, sin agotar por completo a la población rural, trayéndole en general, más alivio que derrotas, mina seriamente los fundamentos del viejo régimen y crea las condiciones en las cuales el viejo régimen, inevitablemente, tendrá que capitular o caer, apenas le llegue el momento de afrontar la primera prueba seria. Y el autor señala que en un plazo de dos a tres años cambiarán los efectivos de la policía y del ejército, que volverán a formarse con reclutas procedentes de la población rural descontenta; "nuestros hijos estarán entre los soldados", le dijo al autor un campesino.

El camarada Larin saca de todo lo anterior dos conclusiones: 1) En nuestro país, "el campo no puede aquietarse. El 1848 austríaco no puede repetirse entre nosotros". 2) "La revolución rusa o sigue el camino de la insurrección armada del pueblo, en el verdadero sentido de la palabra, como las revoluciones norteamericana o polaca."

Detengámonos en estas conclusiones. El autor echa mano en la primera de argumentos demasiado esquemáticos y la formula de un modo demasiado impreciso. Pero, en lo esencial, no está lejos de la verdad. El desenlace de nuestra revolución dependerá realmente, ante todo, de la firmeza que acrediten en la lucha los millones de campesinos. Nuestra gran burguesía teme a la revolución más que a la reacción. El proletariado por sí solo no cuenta con la fuerza necesaria para vencer. Los pobres de la ciudad no representan intereses independientes, no son una fuera independiente, en comparación con el proletariado y el campesinado. El papel decisivo corresponde a la población rural, no en el sentido de dirigir la lucha (no puede ni hablarse de tal cosa), sino en el sentido de ser capaz de asegurar la victoria.

Si el camarada Larin hubiera elaborado correctamente sus conclusiones y las hubiera relacionado con todo el curso de desarrollo de las ideas socialdemócratas acerca de nuestra revolución burguesa, se habría encontrado con una vieja tesis del bolchevismo al que tanto odia: el desenlace victorioso de la revolución burguesa en Rusia sólo es posible bajo la forma de la dictadura revolucionaria democrática del proletariado y del campesinado. En sustancia, Larin ha llegado al mismo punto de vista. Lo única que le impide reconocerlo abiertamente es aquella cualidad menchevique él mismo fustiga: un pensamiento inseguro y vacilante. Basta comparar sus consideraciones en torno del tema señalado, con las del órgano del CC, SotsialDemokrat, para convencerse de que Larin se ha acercado en este problema a los bolcheviques. Sotsial Demokrat se atreve a afirmar que ¡los kadetes son la burguesía urbana, no estamental, no progresista! ¡Sotsial Demokrat no acierta a descubrir entre los kadetes a los terratenientes y a los burgueses contrarrevolucionarios, ni entre los trudoviques a los demócratas urbanos, no estamentales (a las capas más bajas de los pobres de la ciudad)!

Prosigamos. El campo no puede aquietarse, dice Larin. ¿Acaso lo ha demostrado? No. No ha tenido en cuenta para nada el papel de la burguesía agraria, sistemáticamente sobornada por el gobierno. Ni ha prestado mucha atención al hecho de que el "alivio" obtenido por el campesinado (rebaja de los arriendos, "restricción" de los derechos y del poder de los terratenientes y de la policía, etc.) refuerza la diferenciación de la población rural en ricos contrarrevolucionarios y una masa de pobres. Generalizaciones tan absolutas como éstas no deben apoyarse en pruebas tan exiguas. Suenan a trivialidad.

Pero, ¿es que puede, en general, demostrarse la tesis de que "el campo no puede aquietarse"? Sí y no. Sí, en el sentido de que se puede hacer un análisis a fondo de los probables acontecimientos. No, en el sentido de que no se puede estar absolutamente seguro de tales acontecimientos en la revolución burguesa actual. No es posible pesar en la balanza del boticario el equilibrio de las nuevas fuerzas contrarrevolucionarias y las nuevas fuerzas revolucionarias que crecen y se entrelazan las nuevas fuerzas revolucionarias que crecen y se entrelazan en el campo. Sólo la experiencia podrá revelarlo por completo. La revolución, en el sentido estricto de la palabra, es una lucha enconada, y sólo en el curso de la lucha y en su desenlace se manifesta y se reconoce plenamente la fuerza real de todos los intereses, de todas las aspiraciones y de todas las posibilidades.

Es misión de la clase avanzada en la revolución determinar certeramente la lucha, aprovechar todas las oportunidades, todas las posibilidades de victoria. Esta clase debe ser la primera en emprender el camino revolucionario directo y la última en abandonarlo, para seguir otros caminos más "trillados", más "tortuosos". El camarada Larin, que habla mucho y (como más abajo veremos) con muy poco juicio de las explosiones espontáneas y la acción planificada, no ha acertado a comprender estar verdad.

Pasemos a la segunda conclusión, que se refiere a la insurrección armada. Aquí, Larin incurre en vacilaciones aun mayores. Sus ideas siguen servilmente a los viejos modelos: el de las insurrecciones norteamericana y polaca. Fuera de ésta, se niega a admitir ninguna insurrección "en el verdadero sentido de la palabra". Llega inclusive a decir que nuestra revolución no se desarrolla de acuerdo con los lineamientos de una insurrección armada "formal" (!) y "regular" (!!).

Es curioso: un menchevique que ganó sus galones luchando contra el formalismo, ¡nos habla ahora de una insurrección armada formal! Usted y sólo usted, camarada Larin, tiene la culpa de que sus ideas se vean constreñidas por lo formal y lo regular. Los bolcheviques han enfocado siempre el problema de otro modo. Mucho antes de la insurrección, en el III Congreso, es decir, en la primavera de 1905, subrayaron en una resolución especial los nexos entre la huelga de masas y la insurrección. Los mencheviques prefieren pasar esto en silencio. De nada les sirve. La resolución del III Congreso es una prueba efectiva de que nosotros previmos, con bastante acierto, y en la medida en que era posible, los rasgos específicos de la lucha del pueblo al finalizar el año 1905. Y en modo alguno concebimos la insurrección según "el tipo" de Norteamérica o de Polonia, donde para nada figuraban las huelgas de masas.

Y luego, después de diciembre señalamos (en nuestro proyecto de resolución para el Congreso de Unificación, el cambio operado en cuanto a las relaciones entre la huelga y la insurrección, el papel del campesinado y del ejército, la insuficiencia de los estallidos en las fuerzas armadas y la necesidad de llegar a un acuerdo con los elementos revolucionario - democráticos de las tropas.

Y los acontecimientos confirmaron una vez más, durante el período de la Duma, que la insurrección es inevitable en la lucha rusa por la liberación.

Las consideraciones de Larin acerca de la insurrección formal revelan un desconocimiento, verdaderamente imperdonable en un socialdemócrata, de la historia de la actual revolución, o una actitud negligente ante esta historia, y sus formas específicas de insurrección. La tesis de Larin: "La revolución rusa no archa por el camino de la insurrección" muestra desprecio por los hechos, ya que ambos períodos de libertades civiles en Rusia (tanto el período de octubre como el período de la Duma) se caracterizan en realidad por el "camino" de la insurrección; no, desde luego, al estilo de la norteamericana o la polaca, sino la que corresponde a la Rusia del siglo XX. Cuando Larin habla, "en general" de los ejemplos históricos de insurrecciones en países en que predominan los elementos rurales o urbanos, acerca de Norteamérica y Polonia, sin molestarse ni en aludir siquiera a los rasgos específicos de la insurrección en Rusia, ni mucho menos en investigarlas, repite el error fundamental del pensamiento "inseguro y vacilante" de los mencheviques.

Examinemos más profundamente su estructura de la revolución "pasiva". No cabe duda de que puede haber largos períodos de preparación de un nuevo ascenso de una nueva ofensiva o de nuevas formas de lucha. Pero no sean doctrinarios, señores: reflexionen lo que significa este "fermento constante en el campesinado junto a las "pequeñas acciones", a las "expediciones punitivas" y a los cambios operados en los efectivos de la policía y el ejército. Vamos, ni ustedes mismos entienden lo que dicen. La situación que describen no es otra cosa que una prolongada guerra de guerrillas, interrumpida por una serie de rebeliones en el ejército, cada vez más importantes y unitarias. Ustedes, que no hacen más que tronar contra los "guerrilleros", los "anarquistas", los "bolcheviques anarco-blanquistas", etc., cubriéndolos de improperios, ¡pintan la revolución a la manera de los bolcheviques! Cambios en la composición del ejército, incorporación de "reclutas procedentes de la población rural descontenta". ¿Qué significa esto? ¿Acaso es posible que esté "descontento" de que la población rural vestida con uniforme de marineros y de soldados no suba a la superficie? ¿Es posible que no se manifieste, si la aldea natal de estos soldados y marineros se halla, como dicen ustedes, en estado de "fermento constante", si en nuestro país se libran, por un lado, "pequeñas acciones" y, por otro lado, se organizan "expediciones punitivas"? ¿Y acaso es posible concebir que, en este período de los pogroms centurionegristas, de la violencia del gobierno y los atropellos de la policía, este descontento de los soldados se manifieste de otro modo que en forma de revueltas militares?

Mientras repiten las frases kadetes ("nuestra revolución no marcha por el camino de la insurrección"; es la misma frase que los kadetes pusieron en circulación a fines de 1905; véase el Naródnaia Svoboda de Miliukov), demuestran al mismo tiempo que una nueva insurrección es inevitable: "el régimen se derrumbará apenas le llegue el momento de afrontar la primera prueba seria". ¿Les parece posible que el régimen afronte una prueba seria ante un amplio, heterogéneo y complejo movimiento popular sin que la precedan una seria de pruebas parciales, menos importantes; que sea posible una huelga general sin una serie de huelgas locales; que sea posible una insurrección general sin una serie de pequeñas insurrecciones, aisladas, no generales?

Si en las fuerzas armadas aumentan los reclutas procedentes de la población rural descontenta y si la revolución en su conjunto avanza, entonces en inevitable una insurrección en forma de una lucha extremadamente enconada contra las turbas centurionegristas (pues también los centurionegristas, ¡no lo olviden!, se organizan y aprenden. ¡Y no olviden tampoco que hay elementos sociales que fomentan la mentalidad centurionegristas!), una lucha tanto del pueblo como de una parte del ejército. Por consiguiente, hay que estar listos, hay que preparar a las masas, y prepararnos nosotros mismos para una insurrección más sistemática, más coordinada y más a la ofensiva: esto es lo que se deduce de las premisas de Larin, de su cuento de hadas kadete sobre la revolución pasiva (??). Los mencheviques -confiesa Larin- "achacan su propia depresión y desaliento al curso de la revolución rusa" (pág. 58). ¡Exacto! La pasividad es una cualidad propia de la intelectualidad pequeñoburguesa, no de la revolución. Pasivos son aquellos que declaran que el ejército se llena de reclutas de la población rural descontenta, que el fermento constante y las pequeñas acciones son inevitables, y sin embargo, con la complacencia de un Iván Fiódorovich Shponka, consuelan al partido obrero con estas palabras: "La revolución rusa no marchará por el camino de la insurrección."

¿Y las pequeñas acciones? Usted, mi querido Larin, ¿entiende que ellas son, "desde el punto de vista de los resultados, el camino más ventajoso para el campesinado"? ¿Y sostiene usted esta opinión, a pesar de las expediciones punitivas, y hasta incluye éstas en el camino más favorable? ¿Ha reflexionado usted siquiera por un momento en qué se distinguen las pequeñas acciones de la guerra de guerrillas? En nada, estimado camarada Larin.

Por fijarse en los mal elegidos ejemplos de Norteamérica y Polonia, ha pasado usted por alto las formas específicas de lucha engendradas por la insurrección rusa, más prolongada, más tenaz y con pausas más prolongadas entre las grandes batallas que las insurrecciones del viejo tipo.

El camarada Larin cae en las más completa confusión y no sabe qué hacer con sus propias conclusiones. Si hay bases para la revolución en el campo, si la revolución se extiende y atrae a nuevas fuerzas, si los campesinos descontentos llenan el ejército y en el campo prevalecen el fermento continuo y las pequeñas acciones, ello quiere decir que tienen razón los bolcheviques, quienes lucharon porque no se dejara a un lado el problema de la insurrección. Nosotros no preconizamos en modo alguno la insurrección en cualquier momento y en cualquier condición. Pero exigimos que las ideas de un socialdemócrata no sean inseguras y vacilantes. Si usted admite también la insurrección misma, y las tareas especiales que afronta el partido en relación con ella.

Calificar las pequeñas acciones como "el camino más ventajoso", es decir, como la forma más ventajosa de la lucha del pueblo en un período específico de nuestra revolución y, al mismo tiempo, negarse reconocer las tareas activas que afronta el partido de la clase avanzada, tareas que surgen de este "camino más ventajoso", revela falta de capacidad para pensar, o un pensamiento deshonesto.

II

"Teoría de la pasividad": así podrían llamarse las consideraciones de Larin en torno de la revolución "pasiva" que prepara "el derrumbamiento del viejo régimen al afrontar la primera prueba seria". Y esta "teoría de la pasividad", producto natural de un pensamiento vacilante, ha impreso su sello a todo el folleto de nuestro penitente menchevique. Se pregunta: ¿por qué nuestro partido, pese a su inmensa influencia ideológica, es tan débil en el terreno de la organización? No es, contesta Larin, porque nuestro partido sea un partido de intelectuales. Esta vieja y "burocrática" (la expresión es de Larin) explicación de los mencheviques no vale un comino. Es porque, objetivamente, en el período en que vivimos, no ha sido necesario un partido de otro tipo, y no se han dado las condiciones objetivas para un partido de otro tipo. Porque, para una "política de explosiones espontáneas", como era la política del proletariado al comienzo de la revolución, no era necesario partido alguno. Lo único que se necesitaba era un "aparato técnico al servicio del movimiento espontáneo" y de los "estados de ánimo espontáneos", para dirigir la labor de propaganda y agitación en los intervalos entre dos explosiones revolucionarias. Esto no era un partido en el sentido europeo, sino una "estrecha -120 mil entre nueve millones- agrupación de jóvenes conspiradores de la clase obrera"; los obreros casados escaseaban; la mayoría de los obreros dispuestos a ejercer una actividad social se hallan fuera del partido.

El período de las explosiones espontáneas ya se acaba. Los simples estados de ánimo dejan el puesto al cálculo. En vez de la "política de las explosiones espontáneas", surge una "política de acción planificada". Lo que se necesita ahora, es "un partido de tipo europeo" "un partido de acción política, objetivamente planificada". En vez de un "partido-aparato", se necesita un "partido-vanguardia", "que sería el punto de concentración de todas las fuerzas adecuadas para la vida política activa que la clase obrera puede producir en sus filas". Es el tránsito a "un partido europeo basado en la acción calculada". El "menchevismo oficial, con su práctica indecisa y vacilante, con su desaliento y su incapacidad para comprender su propia situación", es sustituido por el "sano realismo de la socialdemocracia europea". "Su voz resuena de un modo muy perceptible, y no precisamente desde hoy, por boca de Plejánov y Axelrod, que son, en rigor, los únicos europeos en nuestro ambiente 'bárbaro' "... Y, naturalmente, la sustitución de la barbarie por el europeísmo, promete éxitos en vez de fracasos. "Allí donde reina la espontaneidad, son inevitables los errores de apreciación y los fracasos en la práctica." "Donde reina lo espontáneo, hay utopismo; donde reinta el utopismo, hay fracasos."

En estas consideraciones de Larin salta a la vista, una vez más, la evidente desproporción entre el granito de una idea justa -aunque no nueva- y el enorme residuo de incomprensión directamente reaccionaria. Una cucharada de mil en su barril de brea.

Es indudable e indiscutible que la clase obrera de todos los países, a medida que se desenvuelve el capitalismo, a medida que se acumula la experiencia de la revolución burguesa o de las revoluciones burguesas, así como también la de revoluciones socialistas frustradas, crece, se desarrolla, aprende, se educa y se organiza. Dicho en otras palabras: avanza de la espontaneidad a la acción planificada; de una situación en que sólo se guiaba por estados de ánimo, a otra en que se guía por la situación objetiva de todas las clases: de las explosiones a la lucha sostenida. Todo esto es cierto; es algo tan viejo como el mundo y vale para la Rusia del siglo XX como para la Inglaterra del siglo XVII, la Francia de la década del treinta del siglo XIX y la Alemania de finales de ese mismo siglo.

Pero, la desgracia es que Larin se revela totalmente incapaz de digerir el material que nuestra revolución suministra a un socialdemócrata. La contraposición entre las explosiones de la barbarie rusa y la actividad planificada europea lo absorbe como a un niño un juguete nuevo. Dice una verdad de Perogrullo aplicable a todos los períodos en general, pero no se da cuenta de que la aplicación simplista de esta verdad de Perogrullo al período de la lucha revolucionaria directa se convierte, en él, en una actitud de renegado ante la revolución. Lo cual sería tragicómico, si la sinceridad de Larin no excluyese toda duda acerca de que obra inconcientemente al hacerse eco de los renegados de la revolución.

Explosiones espontáneas de bárbaros, actividad planificada de los europeos... Esto es una formulación puramente kadete y un pensamiento kadete, el pensamiento de los traidores a la revolución rusa, quienes se entusiasman hasta el éxtasis con el "constitucionalismo" a la manera de Murómtsiev, cuando éste declaraba: "La Duma es parte del gobierno", o del lacayo Rodichev, cuando exclamaba: "¡Es una insolencia culpar al monarca del pogrom!" Los kadetes han creado toda una literatura de renegados (los Izgóev, los Struve, los Prokopóvich, los Portugálov y tutti quanti), que vilipendian la locura de la espontaneidad, es decir, la revolución. Como el conocido animal de la fábula, el burgués liberal es sencillamente incapaz de mirar hacia lo alto y de comprender que solamente debido a las "explosiones" del pueblo hay todavía en nuestro país por lo menos una sombra de libertad.

Y Larin, con una simplista ausencia de crítica, marcha a la zaga de los liberales. No comprende que el problema suscitado por él tiene dos caras: 1) la contraposición entre una lucha espontánea y una lucha planificada de las mismas proporciones y las mismas formas, y 2) la contraposición entre un período revolucionario (en el sentido estricto) y un período contrarrevolucionario o "solamente constitucional". La lógica de Larin es atroz. No contrapone una huelga política espontánea a una huelga política planificada, sino a la participación planificada en la Duma de Buliguin, digamos: contrapone una insurrección espontánea, no a una insurrección planificada, sino a una actividad planificada de orden sindical. De ahí que su análisis marxista se convierta en una insulsa apoteosis pequeñoburguesa de la contrarrevolución.

La socialdemocracia europea es el "partido de la actividad política objetivamente planificada", balbucea, arrobado, Larin. ¡Qué puerilidad! No advierte que lo que despierta su embeleso es el campo de "actividad" particularmente limitado a que los europeos no tenían más remedio que circunscribirse en un período en que no existía una lucha directamente revolucionaria. No advierte que lo que despierta su embeleso es el carácter planificado de una lucha librada dentro de los límites legales y que vitupera la espontaneidad de la lucha por el poder y la autoridad que determinan los límites de lo que es "legal". Compara la insurrección espontánea de los rusos en diciembre de 1905, no con las insurrecciones "planificadas" de los alemanes en 1849 o con la de los franceses de 1871, sino con el incremento planificado de los sindicatos alemanes. Compara la huelga general espontánea y fracasada de los rusos en diciembre de 1905, no con la huelga general "planificada" y fracasada de los belgas en 1902, sino con los discursos planificados pronunciados en el parlamento por Bebel o por Vandervelde.

Esa es la razón de que Larin no comprenda el progreso histórico que en la lucha de masas del proletariado representan la huelga de octubre de 1905 y la insurrección de diciembre del mismo año. En cambio, eleva y convierte en progreso de la actividad espontánea a la actividad planificada, de los estados de ánimo al cálculo, etc., el retroceso de la revolución rusa (retroceso temporal, según su propia admisión), que se expresa en la necesidad de una labor preparatoria dentro de los límites de la ley (sindicatos, elecciones, etc.).

Esa es la razón de que, en vez de la enseñanza moral extraída por un revolucionario marxista (en lugar de huelga política espontánea, huelga política planificada; en lugar de insurrección espontánea, insurrección planificada) se manifieste la enseñanza moral extraída por renegado kadete (en lugar de la "locura de la espontaneidad" -huelgas e insurrecciones-, la sumisión sistemática a las leyes de Stolipin y un arreglo planificado con la monarquía centurionegrista).

No, camarada Larin, si usted hubiese asimilado el espíritu del marxismo, y no solamente la letra, conocería la diferencia entre el materialismo dialéctico revolucionario y el oportunismo de los historiadores "objetivos". No tiene usted más que recordar, por ejemplo, lo que Marx dijo acerca de Proudhon. Un marxista no rechaza la lucha dentro de los límites de la ley, el parlamentarismo pacífico, la conformidad "planificada" con los límites de la actividad histórica fijados por los Bismark y los Bennigsen, los Stolipin y los Miliukov. Pero un marxista, si bien utiliza todos los terrenos, inclusive como reaccionario, para luchar por la revolución, no se rebaja a glorificar la reacción ni se olvida de luchar por el mejor terreno posible para su actividad. De ahí que los marxistas sean los primeros en prever la inminencia de un período revolucionario y ya comienzan a despertar al pueblo y tocar a rebato, mientras los filisteos siguen durmiendo el sueño servil de los fieles súbditos. De ahí que los marxistas sean los primeros en emprender el camino de la lucha revolucionaria directa, en marchar en derechura a la batalla y en desembarcar las ilusiones conciliadoras acariciadas por todo género de vacilantes sociales y políticos. De ahí que los marxistas sean los últimos en abandonar el camino de la lucha revolucionaria directa, sin apartarse de él hasta que se han agotado todas las posibilidades, cuando ya no queda ni asomo de esperanza de un camino más corto, cuando evidentemente, no encuentran eco alguno los llamamientos a preparar las huelgas de masas, la insurrección, etc. De ahí que los marxistas traten con desprecio a los incontables renegados de la revolución que les gritan: ¡nosotros somos más "progresistas" que ustedes, fuimos los primeros en renunciar a la revolución! ¡Fuimos los primeros en "someternos" a la constitución monárquica!

Una de dos, camarada Larin: ¿Cree usted que ya no hay base para la insurrección y para la revolución, en el sentido estricto de la palabra? Entonces, dígalo usted abiertamente y demuéstrelo como debe hacerlo un marxista: mediante el análisis económico, la valoración de las aspiraciones políticas de las diversas clases, el análisis de la significación de las distintas corrientes ideológicas. ¿Lo ha demostrado usted? En ese caso, declaramos que todo lo que se hable acerca de la insurrección es pura fraseología. En ese caso, diremos: lo que tuvimos, no fue una gran revolución, sino solamente cobarde amenaza. ¡Obreros! La burguesía y la pequeña burguesia (incluyendo a los campesinos) los han traicionado y dejado en la estacada. Pero nosotros trabajaremos tenaz, paciente y consecuentemente sobre el terreno creado por ellos a pesar de nuestros esfuerzos, por la revolución socialista, ¡la cual no será tan indecisa y mezquina, tan rica en frases y pobre en obras como la revolución burguesa!

¿O realmente cree usted, camarada Larin, lo que dice? ¿Cree usted realmente que la marea de la revolución sube, que en dos o tres años las pequeñas acciones y el hosco descontento darán como resultado un nuevo ejército descontento, y provocarán una nueva "prueba seria" y que "el campo no puede aquietarse"? Pues entonces debe usted reconocer que las "explosiones" expresan la fuerza de la indignación del pueblo, y no la fuerza de la barbarie retrógada; que es deber nuestro convertir la insurrección espontánea en una insurrección planificada, trabajar tesonera y perseverantemente durante largos meses, quizás años, hasta lograr esta transformación y no renunciar a la insurrección, como lo están haciendo todo los Judas.

Pero su actual posición, camarada Larin, precisamente, no denota más que "represión y desaliento", un "modo de pensar inseguro y vacilante" y el propósito de achacar a nuestra revolución su propia pasividad.

Así y no de otro modo hay que interpretar su jubilosa declaración de que el boicot fue un error. Este júbilo suyo es falto de perspicacia y trivial. Si hay que considerar "progresista" renegar del boicot, habrá que reputar como la gente más progresista del mundo a los kadetes de derecha de Russkie Viédomosti, quienes lucharon contra el boicot a la Duma de Buliguin y exhortaron a los estudiantes a "estudiar y no mezclarse en la rebelión". No envidiamos esta actitud progresista de los renegados. Creemos que calificar de "error" el boicot a la Duma de Witte (en cuya convocatoria nadie creía tres o cuatro meses antes), y guardar silencio en cambio sobre el error de quienes llamaron a participar en la Duma de Buliguin, significa trocar el materialismo del luchador revolucionario por el "objetivismo" de un profesor que se posterna ante la reacción. Pensamos que la posición de quienes fueron los últimos en participar en la Duma, recurriendo a un rodeo, después de  haberlo intentado realmente todo por el camino directo de la lucha, es mejor que la posición de quienes fueron los primeros en llamar a participar en la Duma de Buliguin en vísperas de la insurrección popular que barrió con la misma.

Pero a Larin se le puede perdonar menos que a nadie esta frase kadete acerca de que el boicot fue un error, ya que relata con toda veracidad que los mencheviques "inventaron toda suerte de tramoyas solapadas y ladinas, desde el principio electivo y la campaña de los zemtsvos hasta la unificación del partido mediante la participación en las elecciones a la Duma con el fin de boicotear a ésta" (pág. 57). Los mencheviques llamaban a los obreros a elegir diputados a la Duma sin que ellos mismos creyeran que era correcto acudir a la Duma. ¿Acaso no era más acertada la táctica de quienes, no creyendo esto, la boicotearon, declararon que calificar la Duma de "poder" (tal como la calificaron los mencheviques, ya antes de Murómtsiev, en su resolución presentada en el Congreso de Unificación) significaba engañar al pueblo, y no participaron en la Duma hasta que la burguesía abandonó el camino directo del boicot, obligándolos a recurrir a un rodeo, pero nunca con el mismo propósito ni del mismo modo que los kadetes?

III

La oposición que establece Larin entre partido - apartado y partido - vanguardia, o, en otras palabras, entre el partido de los luchadores políticos concientes, parece muy profunda e impregnada de espíritu "puramente proletario". Pero, en realidad, revela el mismo oportunismo intelectualista, que la contraposición que en 1899-1901 formulaban en términos parecidos, los partidarios de Rabóchaia Misl y los de Akímov.

Por un lado, cuando existen las condiciones objetivas para la ofensiva revolucionaria directa de las masas, la suprema tarea política del partido es ponerse "al servicio del movimiento espontáneo". Contraponer a la "política" una tal labor revolucionaria, significa reducir la política a politiquería. Significa ensalzar la acción política en la Duma por encima de la acción política realizada por las masas en octubre y diciembre; en otras palabras, significa abandonar el punto de vista proletario revolucionario por el del oportunismo intelectualista.

Toda forma de lucha requiere la correspondiente técnica y el correspondiente aparato. Cuando las condiciones objetivas convierten la lucha parlamentaria en la principal forma de lucha, será inevitable que en el partido se destaquen con mayor fuerza los rasgos del aparato, en función de la lucha parlamentaria. Por el contrario, cuando las condiciones objetivas originan la lucha de masas en forma de huelgas politicas de masas e insurrecciones, el partido del proletariado debe disponer de un "aparato" especial, de características distintas a las del aparato parlamentario. Un partido organizado del proletariado que reconociera la existencia de condiciones para las insurrecciones populares y que, sin embargo, no se cuidara de crear el aparato necesario, sería un partido de charlatanes intelectualistas; los obreros lo abandonarían y se pasarían al anarquismo, al revolucionarismo burgués, etc.

Por otro lado, la composición de la vanguardia política dirigente de todas las clases, incluyendo al proletariado, depende también tanto de la situación de esta clase como de su forma principal de lucha. Larin se queja, por ejemplo, de que en nuestro partido predominen los jóvenes obreros, de que contemos con pocos obreros casados, de que éstos se van del partido. Esta queja de un oportunista ruso me recuerda un pasaje en Engels (en su obra El problema de la vivienda, Zurwohnungsfrage, si mal no recuerdo). Engels, replicando a un fatuo profesor burgués, un kadete alemán, escribe: ¿Acaso no es natural que en nuestro partido, en el partido de la revolución, predominen los jóvenes? Somos el partido del futuro, y el futuro pertenece a la juventud. Somos un partido de innovadores, y es siempre la juventud la que más ansiosamente sigue a los innovadores. Somos el partido que libra una lucha abnegada contra la vieja podredumbre, y la juventud es siempre la primera que emprende la lucha abnegada.

No; dejemos que sean los kadetes quienes congreguen a ancianos "cansados" de treinta años, a revolucionarios que se han "vuelto juiciosos" y a renegados de la socialdemocracia. ¡Nosotros seremos siempre el partido de la juventud de la clase avanzada!

Al propio Larin se le escapa la sincera confesión de por qué le da tanta lástima la pérdida de hombres casados que están cansados de luchar. Si el partido congregara una gran cantidad de estos hombres cansados, se haría "un poco más pesado, y pondría freno a las aventuras políticas" (página 18).

¡Ahora está mejor, estimado Larin! ¿Para qué fingir y engañarse a sí mismo? Lo que usted desea no es un partido de vanguardia, sino un partido de retaguardia, más pesado. Debería haberlo dicho francamente.

... "Pondría freno a las aventuras políticas"... Derrotas de la revolución las ha habido también en Europa: ahí están las jornadas de junio de 1848 y las jornadas de mayo de 1871; lo que no había hasta ahora eran socialdemócratas, o comunistas, que consideraran adecuado declarar que las acciones de masas de la revolución son una "aventura". Para que esto sucediese se requería que hubiera entre los marxistas revolucionarios (aunque, es de esperar, por poco tiempo) ciertos pequeños burgueses rusos cobardes y pusilánimes llamados "intelectualidad" con perdón sea dicho, que no tienen confianza en sí mismos y que se desalientan ante cada viraje de los acontecimientos hacia la reacción.

¡"... Pondría freno a las aventuras"! Pero, en este caso hay que decir que el primer aventurero es el propio Larin, pues llama a las "pequeñas acciones" el camino más ventajoso de la revolución y trata de hacer creer a las masas que la marea de la revolución sube, que en un plazo de dos a tres años, el ejército está lleno de campesinos descontentos, y que el "viejo régimen se derrumbará", en cuanto afronte "la primera prueba seria".

Pero Larin es, además, un aventurero en otro sentido mucho peor y más mezquino. Aboga por el congreso obrero y por el "partido apartidista" (¡expresión suya!). Nos dice que, en vez de la socialdemocracia, él aspira a un "partido obrero de toda Rusia"; "obrero" porque debe abarcar a los revolucionarios pequeñosburgueses, los socialistas revolucionarios, el PSP, la Gromada bilorrusa, etc.

Larin es un admirador de Axelrod. Pero ha prestado a éste un flaco servicio. Ha ensalzado de tal modo su "energía juvenil", su "auténtica valentía partidaria" en la lucha por un congreso obrero, lo ha abrazado con tanto fervor, que... ¡lo ha asfixiado entre sus brazos! La nebulosa "idea" de Axelrod acerca de un congreso obrero ha recibido un golpe de muerte de manos del militante candoroso y veraz, el cual, inmediatamente y sin pararse a meditar, soltó enseguida todo lo que debía haberse ocultado, en interés de una eficaz propaganda de un congreso obrero. El congreso obrero significa "quitar los rótulos" (pág. 20 del folleto de Larin, para quien la socialdemocracia no es más que un rótulo), significa fusionarse con los eseristas y con los sindicatos.

¡Muy bien camarada Larin! Por lo menos hay que agradecerle su sinceridad! El congreso obrero significa, realmente, todo eso. No podría conducir sino a eso, inclusive contra la voluntad de quienes lo convoquen. Precisamente por tal motivo el congreso obrero sería, ahora, una mezquina aventura oportunista. Mezquina, porque no la sustenta ninguna gran idea, sino simplemente el fastidio del intelectual, cansado ya de la lucha tenaz por el marxismo. Oportunista, por la misma razón y, además, porque ingresarían en el partido miles de pequeños burgueses que no tienen, ni con mucho, opiniones asentadas. Una aventura, porque, en las condiciones actuales, semejante tentativa no aportará la paz, ni una labor positiva ni la colaboración entre los eseristas y los socialdemócratas -a quienes Larin atribuye amablemente y el papel de "asociaciones de propaganda dentro de un partido amplio" (pág. 40) - sino sólo una infinita agravación de la discordia, diferencias, las divisiones, la confusión ideológica y la desorganización práctica.

Una cosa es predecir que el "centro" eserista debe pasar a la socialdemocracia, después de la deserción de los eseristas y los maximalistas, y otra cosa distinta trepar a un árbol para coger un fruto que está madurando, pero que aún no está maduro. O se rompe usted las costillas, muy estimado Larin, o se echa a perder el estómago por comer fruta verde.

Larin argumenta apoyándose en "Bélgica", exactamente lo mismo que en 1899 argumentaban R.M. (el director de Rabóchaia Misl) y el señor Prokopóvich (cuando vivía las "explosiones espontáneas" de un socialdemócrata y no se había "vuelto" aún lo bastante "juicioso" para "obrar sistemáticamente" como un kadete). ¡El librito de Larin tiene un esmerado apéndice en forma de una esmerada traducción de los estatutos del partido obrero belga! Pero el bueno de Larin se olvidó de "traducir" a Rusia las condiciones industriales y la historia de Bélgica. Tras una serie de revoluciones burguesas, tras varias décadas de lucha contra el cuasisocialismo pequeñoburgués de Proudhon y con un formidable desarrollo del capitalismo industrial - tal vez el más alto del mundo-, el congreso obrero y el partido obrero de Bélgica marcaron el tránsito del socialismo no proletario al socialismo proletario. En Rusia, en cambio, en plan revolución burguesa, que engendra inevitablemente idea e ideólogos pequeñoburgueses, con una creciente tendencia "trudovique" en sectores muy afines del campesinado y el proletariado, con la existencia de un Partido Obrero Socialdemócrata que posee una historia de cerca de diez años, el congreso obrero representa una ocurrencia deplorable, y la fusión con los eseristas (que tal vez lleguen a 30.000, tal vez a 60.000, quien sabe, dice Larin, en su simpleza), no pasa de ser una extravagancia de intelectuales.

¡Sí, la historia puede ser ironía! Los mencheviques han venido vociferando, año tras año, acerca de la estrecha vinculación entre los bolcheviques y eseristas. Y ahora resulta que los bolcheviques rechazan el congreso obrero, precisamente porque oscurecería la diferencia entre el punto de vista de los proletarios y el de los pequeños propietarios (véase la resolución del Comité de Petersburgo en el número 3 de Proletari). En cambio, los mencheviques, al defender el congreso obrero, abogan en pro de la fusión con los eseristas. La cosa es realmente peregrina.

-Yo no quiero diluir el partido en la clase -se defiende Larin-. Quiero únicamente unificar a la vanguardia, 900.000 entre 9 millones (págs. 17 y 49).

Tomemos los datos oficiales de la estadística fabril correspondiente al año 1903. El total de obreros fabriles es 1.640.406. De ellos, 797.997 en fábricas con más de 500 obreros y 1.261.363 en fábricas con más de 100. ¡La cifra de los obreros que trabajan en las empresas más grandes (800.000) es un poco inferior a la que da Larin como cifra del partido obrero unificado con los eseristas!

Así, aunque ya tenemos entre 150.000 a 170.000 miembros en nuestro Partido Socialdemócrata, y a pesar de los 800.000 obreros que trabajan en grandes empresas, además de los que trabajan en grandes empresas mineras (no incluidos en ese total), y de que en el comercio, la agricultura, los transportes, etc., trabaja multitud de elementos puramente proletarios, etc., ¿¿Larin no tiene esperanza de que podamos llegar a tener en la socialdemocracia 900.000 proletarios como miembros del partido?? Es monstruoso, pero es así.

Pero la falta de fe de Larin no es más que otro ejemplo del modo de pensar inseguro propio del intelectual.

Nosotros alentamos la firme creencia de que ese objetivo puede alcanzarse. A la aventura del "congreso obrero" y del "partido apartidista" oponemos esta consigna: quintuplicar y decuplicar los efectivos de nuestro partido socialdemócrata, pero primordial y casi exclusivamente con elementos puramente proletarios y sólo bajo la bandera del marxismo revolucionario.

Ahora, a un año de la gran revolución, cuando todos los partidos se desarrollan impetuosamente, el proletariado se convierte con más rapidez que nunca en un partido independiente. Las elecciones a la Duma contribuirán a este proceso (siempre y cuando, naturalmente, no nos prestemos a bloques oportunistas con los kadetes). La traición de la burguesía en general y de la pequeña burguesía (enesistas) en particular, fortalecerá a la socialdemocracia revolucionaria.

Alcanzaremos el "ideal" de Larin (900.000 miembros del partido), e inclusive lo superaremos, mediante una tenaz labor conforme a los actuales lineamientos, y no mediante aventuras. Ahora es realmente necesario engrandecer el partido con la ayuda de elementos proletarios. Es anormal que en Petersburgo sólo contemos con 6.000 miembros del partido (en le provincia de Petersburgo trabajan 81.000 obreros en fábricas con 500 y más obreros; en total, 150.000) y que los miembros de nuestro partido en la región industrial del centro no pasen de 20.000 (habiendo allí 377.000 obreros que trabajan en fábricas de 500 y más obreros; en total, 562.000). Tenemos que aprender a incorporar al partido, en esos centros, a cinco y hasta diez veces más obreros. En esto tiene Larin toda la razón. Pero, no debemos caer en la cobardía ni en la histeria propias del intelectual. Lograremos nuestro objetivo por nuestro camino socialdemócrata, sin lanzarnos a aventuras.


sábado, 12 de julio de 2014

Lenin y la lucha armada (XVIII)

Este envío es el clásico texto de Lenin sobre la guerra de guerrillas y que, a la luz de los textos anteriores que se fueron subiendo, no es más que un resumen sistematizado de su concepción y que responde, a su vez, a las objeciones que se le fueron haciendo durante el proceso revolucionario ruso abierto a comienzos de 1905.


La guerra de guerrillas.

La cuestión de la acción guerrillera es de sumo interés para nuestro Partido y para las masas obreras. Ya nos hemos referido de paso a ella más de una vez, y ahora, tal como lo habíamos prometido, nos proponemos ofrecer una exposición más completa de nuestras ideas al respecto.

I

Comencemos por el principio. ¿Cuáles son las exigencias fundamentales que todo marxista debe presentar para el análisis de la cuestión de las formas de lucha? En primer lugar, el marxismo se distingue de todas las formas primitivas del socialismo pues no liga el movimiento a una sola forma determinada de lucha. El marxismo admite las formas más diversas de lucha; además, no las "inventa", sino que generaliza, organiza y hace conscientes las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen por sí mismas en el curso del movimiento. El marxismo, totalmente hostil a todas las fórmulas abstractas, a todas las recetas doctrinas, exige que se preste mucha atención a la lucha de masas en curso que, con el desarrollo del movimiento, el crecimiento de la conciencia de las masas y la agudización de las crisis económicas y políticas, engendra constantemente nuevos y cada vez más diversos métodos de defensa y ataque. Por esto, el marxismo no rechaza categóricamente ninguna forma de lucha El marxismo no se limita, en ningún caso, a las formas de lucha posibles y existentes sólo en un momento dado, admitiendo la aparición inevitable de formas de lucha nuevas, desconocidas de los militantes de un período dado, al cambiar la coyuntura social. El marxismo, en este sentido, aprende, si puede decirse así, de la práctica de las masas, lejos de pretender enseñar a las masas formas de lucha inventadas por "sistematizadores" de gabinete. Sabemos -- decía, por ejemplo, Kautsky, al examinar las formas de la revolución social -- que la próxima crisis nos traerá nuevas formas de lucha que no podemos prever ahora.
En segundo lugar, el marxismo exige que la cuestión de las formas de lucha sea enfocada históricamente. Plantear esta cuestión fuera de la situación histórica concreta significa no comprender el abecé del materialismo dialéctico. En los diversos momentos de la evolución económica, según las diferentes condiciones políticas, cultural-nacionales, costumbrales, etc., aparecen en primer plano distintas formas de lucha, y se convierten en las formas de lucha principales; y, en relación con esto, se modifican a su vez las formas de lucha secundarias, accesorias. Querer responder sí o no a propósito de un determinado procedimiento de lucha, sin examinar en detalle la situación concreta de un movimiento dado, la fase dada de su desenvolvimiento, significa abandonar completamente la posición del marxismo.
Estos son los dos principios teóricos fundamentales que deben guiarnos. La historia del marxismo en Europa Occidental nos suministra innumerables ejemplos que confirman lo dicho. La socialdemocracia europea considera, en el momento actual, el parlamentarismo y el movimiento sindical como las principales formas de lucha; en el pasado reconocía la insurrección y está plenamente dispuesta a reconocerla en el porvenir si la situación cambia, pese a la opinión de los liberales burgueses, como los kadetes1 y los bezzaglavtsi2 rusos. La socialdemocracia negaba la huelga general en la década del 70 como panacea social, como medio para derribar de golpe a la burguesía por la vía no política, pero admite plenamente la huelga política de masa (sobre todo, después de la experiencia rusa de 1905) como uno de los procedimientos de lucha, indispensable en ciertas condiciones. La socialdemocracia, que admitía la lucha de barricadas en la década del 40 del siglo XIX, y la rechazaba, basándose en datos concretos, a fines del siglo XIX, se ha declarado plenamente dispuesta a revisar esta última opinión y a reconocer la conveniencia de la lucha de barricadas después de la experiencia de Moscú, que ha iniciado según las palabras de Kautsky, una nueva táctica de las barricadas.

II

Establecidos los principios generales del marxismo, pasemos a la revolución rusa. Recordemos el desarrollo histórico de las formas de lucha que ha hecho aparecer. Primero, las huelgas económicas de los obreros (1896-1900), después, las manifestaciones políticas de obreros y estudiantes (1901-1902), las revueltas campesinas (1902), el principio de las huelgas políticas de masas combinadas de diversos modos con las manifestaciones (Rostov 1902, las huelgas del verano de 1903, el 9 de enero de 1905), la huelga política en toda Rusia con casos locales de combates de barricadas (octubre de 1905), la lucha masiva de barricadas y la insurrección armada (diciembre de 1905), la lucha parlamentaria pacífica (abril-junio de 1906), los alzamientos militares parciales (junio de 1905-julio de 1906), las sublevaciones parciales de campesinos (otoño de 1905-otoño de 1906). Tal es el estado de cosas en el otoño de 1906, desde el punto de vista de las formas de lucha en general. La forma de lucha con que la autocracia "contesta" es el pogromo de las centurias negras, comenzando por el de Kishiniov en la primavera de 1903, y terminando por el de Siedlce en el otoño de 1906. Durante todo este período la organización de pogromos por las centurias negras y las matanzas de judíos, estudiantes, revolucionarios, obreros conscientes han ido constantemente en aumento y se han ido perfeccionando, uniéndose la violencia de la chusma sobornada a la violencia de las tropas centurionegristas, llegando hasta utilizar la artillería en aldeas y ciudades, en combinación con expediciones punitivas, trenes de represión, etc.
Tal es el fondo esencial del cuadro. Sobre este fondo se dibuja -- evidentemente como algo particular, secundario, accesorio -- el fenómeno a cuyo estudio y apreciación está consagrado el presente artículo. ¿En qué consiste este fenómeno? ¿Cuáles son sus formas? y ¿cuáles sus causas? ¿Cuándo surgió y hasta dónde se ha extendido? ¿Cuál su significación en la marcha general de la revolución? ¿Cuáles son sus relaciones con la lucha de la clase obrera, organizada y dirigida por la socialdemocracia? Estas son las cuestiones que debemos abordar ahora, después de haber bosquejado el fondo general del cuadro.
El fenómeno que nos interesa es la lucha armada. Sostienen esta lucha individuos aislados y pequeños grupos. Unos pertenecen a las organizaciones revolucionarias otros (la mayoría, en cierta parte de Rusia) no pertenecen a ninguna organización revolucionaria. La lucha armada persigue dos fines diferentes, que es preciso distinguir rigurosamente : en primer lugar, esta lucha se propone la ejecución de personas aisladas, de los jefes y subalternos de la policía y del ejército; en segundo lugar, la confiscación de fondos pertenecientes tanto al gobierno como a particulares. Parte de las sumas confiscadas va al partido, parte está consagrada especialmente al armamento y a la preparación de la insurrección, parte a la manutención de los que sostienen la lucha que caracterizamos. Las grandes expropiaciones (la del Cáucaso, de más de 200.000 rublos; la de Moscú, de 875.000 rubios) estaban destinadas precisamente a los partidos revolucionarios ante todo; las pequeñas expropiaciones sirven en primer lugar, e incluso a veces enteramente, al sostenimiento de los "expropiadores". Esta forma de lucha ha tomado un amplio desarrollo y extensión, indudablemente, tan sólo en 1906, es decir, después de la insurrección de diciembre. La agudización de la crisis política hasta llegar a la lucha armada y, sobre todo, la agravación de la miseria, del hambre y del paro en las aldeas y en las ciudades han desempeñado un importante papel entre las causas que han originado la lucha de que tratamos. El mundo de los vagabundos, el "lumpenproletariat" y los grupos anarquistas han adoptado esta forma de lucha como la forma principal y hasta exclusiva de lucha social. Como forma de lucha empleada en "respuesta" por la autocracia, hay que considerar: el estado de guerra, la movilización de nuevas tropas, los pogromos de las centurias negras (Siedlce) y los consejos de guerra.

III

El juicio habitual sobre la lucha que estamos describiendo, se reduce a lo siguiente: esto es anarquismo, blanquismo, el antiguo terrorismo, actos de individuos aislados de las masas que desmoralizan a los obreros, que apartan de ellos a los amplios círculos de la población, desorganizan el movimiento y perjudican a la revolución. En los hechos comunicados todos los días por los periódicos se encuentran, sin dificultad, ejemplos para confirmar este juicio.
Pero ¿son convincentes estos ejemplos? Para comprobarlo tomemos el hogar en que esta forma de lucha está más desarrollada: la región de Letonia. He aquí en qué términos se lamenta Nóvoie Vremia3 (del 9 y del 12 de septiembre), de la actividad de la socialdemocracia letona. El Partido Obrero Socialdemócrata Letón (sección del POSDR) publica regularmente 30.000 ejemplares de su periódico; en las columnas de anuncios de éste se publican listas de confidentes cuya supresión constituye un deber para cada hombre honrado; los que ayudan a la policía son declarados "enemigos de la revolución" y deben ser ejecutados, y, además, confiscados sus bienes; se llama a la población a no dar dinero para el Partido Socialdemócrata más que contra recibo sellado; en la última rendición de cuentas del Partido figuran, entre los 48.000 rublos de ingreso del año, 5.600 rublos de la sección de Libava para la compra de armas, procurados mediante expropiaciones. Como es natural, Nóvoie Vremia lanza rayos y centellas contra esta "legislación revolucionaria", contra este "gobierno de terror".
Nadie se atreverá a calificar de anarquismo, de blanquismo, de terrorismo, estas acciones de los socialdemócratas letones. Pero, ¿por qué? Porque en este caso es evidente la relación de la nueva forma de lucha con la insurrección que estalló en diciembre y que madura de nuevo. En lo que concierne a toda Rusia, esta relación no es tan perceptible, pero existe. La extensión de la lucha de "guerrillas", precisamente después de diciembre, su relación con la agravación de la crisis no sólo económica, sino también política, son innegables. El viejo terrorismo ruso era obra del intelectual conspirador; ahora, la lucha de guerrillas la mantiene, por regla general, el obrero combatiente o simplemente el obrero sin trabajo. Blanquismo y anarquismo se les ocurren fácilmente a gentes que gustan de los clichés, pero en la atmósfera de insurrección, que de un modo tan evidente existe en la región de Letonia, es indudable que estas etiquetas aprendidas de memoria no tienen ningún valor.
El ejemplo de los letones demuestra perfectamente que el método, tan común entre nosotros, de analizar la guerra de guerrillas al margen de las condiciones de una insurrección, es incorrecto, anticientífico y antihistórico. Hay que tener en cuenta esta atmósfera insurreccional, reflexionar sobre las particularidades del período transitorio entre los grandes actos de la insurrección, comprender qué formas de lucha surgen necesariamente como consecuencia de ello y no salir del paso con un surtido de palabras aprendidas de memoria, que son empleadas lo mismo por los kadetes y por la gente de Nóvoie Vremia : ¡anarquismo, pillaje, rufianismo!
Las operaciones de guerrillas, se dice, desorganizan nuestro trabajo. Apliquemos este razonamiento a la situación creada después de diciembre de 1905, a la época de los pogromos de las centurias negras y de la ley marcial. ¿Qué es lo que desorganiza más el movimiento en dicha época: la falta de resistencia o bien la lucha organizada de los guerrilleros? Comparad la Rusia Central con sus confines del Oeste, con Polonia y la región de Letonia. La lucha de guerrillas ha adquirido indudablemente mucha más difusión y desarrollo en esos confines occidentales. Y es no menos innegable que el movimiento revolucionario en general y el movimiento socialdemócrata en particular, están más desorgenizados en la Rusia Central que en las regiones del Oeste. Evidentemente, ni siquiera se nos ocurre la idea de deducir que si los movimientos socialdemócratas polaco y letón están menos desorganizados es gracias a la guerra de guerrillas. No. La única conclusión que se desprende de ello es que no puede imputarse a la guerra de guerrillas el estado de desorganización del movimiento obrero socialdemócrata en la Rusia de 1906.
Se invocan frecuentemente las particularidades de las condiciones nacionales, lo cual revela manifiestamente la debilidad de la argumentación corriente. Si se trata de las condiciones nacionales, es que no se trata de anarquismo, de blanquismo, de terrorismo -- pecados comunes a toda Rusia e incluso específicamente rusos --, sino de algo diferente. ¡Analizad este algo diferente de un modo concreto, señores! Veréis entonces que la opresión o el antagonismo nacionales no explican nada, pues siempre han existido en los confines occidentales, mientras que la lucha de guerrillas ha sido engendrada solamente por el período histórico actual. Hay muchos sitios en que existen la opresión y el antagonismo nacionales, pero no la lucha de guerrillas, que se desarrolla a veces sin que se dé la opresión nacional. Un análisis concreto de la cuestión muestra que no es del yugo nacional de lo que se trata, sino de las condiciones de la insurrección. La lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen intervalos más o menos considerables entre "grandes batallas" de la guerra civil.
No son las acciones de guerrillas las que desorganizan el movimiento, sino la debilidad del Partido, que no sabe tomar en sus manos tales acciones. Por eso, entre nosotros, los rusos, los anatemas lanzados habitualmente contra las acciones de guerrillas, coinciden con acciones de guerrillas clandestinas, accidentales, no organizadas, que realmente desorganizan al Partido. Incapaces de comprender cuáles son las condiciones históricas que engendran esta lucha, somos igualmente incapaces de contrarrestar sus aspectos perjudiciales. La lucha no por eso deja de continuarse, pues la provocan potentes factores económicos y políticos. No tenemos fuerza para suprimir estos factorcs ni esta lucha. Nuestras quejas contra la lucha de guerrillas son quejas contra la debilidad de nuestro Partido en materia de insurrección.
Lo que hemos dicho de la desorganización se aplica también a la desmoralización. No es la guerra de guerrillas lo que desmoraliza, sino el carácter inorganizado, desordenado, sin partido de las acciones de guerrillas. De esta evidentísima desmoralización no nos salvaremos ni un ápice condenando o maldiciendo las acciones de guerrillas; pues estas condenaciones y maldiciones son absolutamente impotentes para detener un fenómeno provocado por causas económicas y políticas profundas. Se nos objetará que si somos incapaces de detener un fenómeno anormal y desmoralizador, esto no es razón para que el Partido adopte procedimientos de lucha anormales y desmoralizadores. Pero tal objeción sería puramente liberal-burguesa y no marxista, pues un marxista no puede considerar en general anormales y desmoralizadoras la guerra civil o la guerra de guerrillas, como una de sus formas. Un marxista se basa en la lucha de clases y no en la paz social. En ciertos períodos de crisis económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse, se transforma en guerra civil abierta, es decir, en lucha armada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el marxista está obligado a tomar posición por la guerra civil. Toda condenación moral de ésta es completamente inadmisible desde el punto de vista del marxismo.
En una época de guerra civil, el ideal del Partido del proletariado es un partido de combate. Esto es absolutamente incontrovertible. Estamos completamente dispuestos a conceder que, desde el punto de vista de la guerra civil se puede demostrar, y se demuestra, la inconveniencia de unas u otras formas de guerra civil en uno u otro momento. Admitimos plenamente la crítica de las diversas formas de guerra civil desde el punto de vista de la conveniencia militar y estamos incondicionalmente de acuerdo en que, en esta cuestión, el voto decisivo corresponde a los militantes activos socialdemócratas de cada localidad. Pero, en nombre de los principios del marxismo, exigimos absolutamente que nadie intente sustraerse al análisis de las condiciones de la guerra civil con frases triviales y rutinarias sobre el anarquismo, el blanquismo y el terrorismo; que no se haga de los procedimientos insensatos empleadGs en la guerra de guerrillas en un cierto momento por cierta organización del Partido Socialista Polaco, un espantajo en la cuestión de la participación de la socialdemocracia en la guerra de guerrillas en general.
El argumento de que la guerra de guerrillas desorganiza el movimiento debe ser apreciado de manera crítica. Toda forma nueva de lucha, que trae aparejada consigo nuevos peligros y nuevos sacrificios, "desorganiza", indefectiblemente, las organizaciones no preparadas para esta nueva forma de lucha. Nuestros antiguos círculos de propagandistas se desorganizaron al recurrir a los métodos de agitación. Nuestros comités se desorganizaron al recurrir a las demostraciones. En toda guerra, cualquier operación lleva un cierto desorden a las filas de los combatientes. De esto no puede deducirse que no hay que combatir. De esto es preciso deducir que hay que aprender a combatir. Y nada más.
Cuando veo a socialdemócratas que declaran arrogante y presuntuosamente: nosotros no somos anarquistas, ni ladrones, ni bandidos; estamos por encima de todo eso, rechazamos la guerra de guerrillas, me pregunto: ¿comprenden esas gentes lo que dicen? En todo el país se libran encuentros armados y choques entre el gobierno centurionegrista y la población. Es un fenómeno absolutamente inevitable en la fase actual de desarrollo de la revolución. Espontáneamente, sin organización -- y, precisamente por eso, en formas a menudo poco afortunadas y malas --, la población reacciona también mediante colisiones y ataques armados. Estoy de acuerdo en que, a causa de la debilidad o de la falta de preparación de nuestra organización, podemos renunciar, en una localidad y en un momento dado, a colocar esta lucha espontánea bajo la dirección del Partido. Estoy de acuerdo en que esta cuestión debe ser resuelta por los militantes locales activos, en que no es cosa fácil reajustar el trabajo de organizaciones débiles y no preparadas. Pero cuando veo que un teórico o que un publicista de la socialdemocracia, no lamenta esta falta de preparación, sino que repite con orgullosa suficiencia y entusiasmo narcisista las frases aprendidas en su primera juventud sobre el anarquismo, el blanquismo y el terrorismo, me causa una gran pena el ver rebajar así la doctrina más revolucionaria del mundo.
Se dice que la guerra de guerrillas aproxima al proletariado consciente a la categoría de los vagabundos borrachines y degradados. Es cierto. Pero de esto sólo se desprende que el partido del proletariado no puede nunca considerar la guerra de guerrillas como el único, ni siquiera como el principal procedimiento de lucha; que este procedimiento debe estar subordinado a los otros, debe ser proporcionado a los procedimientos esenciales de lucha, ennoblecido por la influencia educadora y organizadora del socialismo. Sin esta última condición, todos, absolutamente todos los procedimientos de lucha, en la sociedad burguesa, aproximan al proletariado a las diversas capas no proletarias, situadas por encima o por debajo de él, y, abandonados al curso espontáneo de los acontecimientos, se desgastan, se pervierten, se prostituyen. Las huelgas, abandonadas al censo espontáneo de los acontecimientos, degeneran en Alliances, en acuerdos entre obreros y patronos contra los consumidores. El parlamento degenera en un burdel, donde una banda de politicastros burgueses comercia al por mayor y al por menor con la "libertad popular", el "liberalismo", la "democracia", el republicanismo, el anticlericalismo, el socialismo y demás mercancías de fácil colocación. La prensa se transforma en alcahueta barata, en instrumento de corrupción de las masas, de adulación grosera de los bajos instintos de la muchedumbre, etc., etc. La socialdemocracia no conoce procedimientos de lucha universales que separen al proletariado con una muralla china de las capas situadas un poco más arriba o un poco más abajo de él. La socialdemocracia emplea, en diversas épocas, diversos procedimientos, rodeando siempre su aplicación de condiciones ideológicas y de organización rigurosamente determinadas*.

IV

Las formas de lucha de la revolución rusa, comparadas con las revoluciones burguesas de Europa, se distinguen por su extraordinaria variedad. Kautsky lo había previsto en parte cuando decía en 1902 que la futura revolución (tal vez con excepción de Rusia, añadía) sería no tanto una lucha del pueblo contra el gobierno, como una lucha entre dos partes del pueblo. En Rusia vemos que esta segunda lucha toma indudablemente un desarrollo más extenso que en las revoluciones burguesas de Occidente. Los enemigos de nuestra revolución son poco numerosos entre el pueblo, pero se organizan más y más a medida que la lucha se agudiza y reciben apoyo de las capas reaccionarias de la burguesía. Es, pues, completamente natural e inevitable que en una época semejante, en una época de huelgas políticas en escala nacional, la insurrección no puede adoptar la antigua forma de actos aislados, limitados a un lapso de tiempo muy breve y a una zona muy reducida. Es completamente natural e inevitable que la insurrección tome formas más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada y que abarca a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del pueblo. Semejante guerra no puede concebirse más que como una serie de pocas grandes batallas, separadas unas de otras por intervalos relativamente considerables y una gran cantidad de pequeños encuentros librados durante estos intervalos. Si esto es así -- y lo es sin duda --, la socialdemocracia debe sin falta plantearse la tarea de constituir organizaciones que sean lo más aptas posibles para dirigir a las masas en estas grandes batallas y, en lo posible, en estos pequeños encuentros. La socialdemocracia debe proponerse, en la época en que la lucha de clases se agudiza hasta llegar a la guerra civil, no solamente tomar parte en esta guerra civil, sino también desempeñar la función dirigente en ella. La socialdemocracia debe educar y preparar a sus organizaciones para que realmente sean capaces de actuar como una parte beligerante, no dejando pasar ninguna ocasión de asestar un golpe a las fuerzas del adversario.
Esta es -- no es posible negarlo -- una tarea difícil, que no se puede resolver de golpe. Lo mismo que todo el pueblo se reeduca y se instruye en la lucha en el curso de la guerra civil, nuestras organizaciones deben ser educadas, deben ser reorganizadas sobre la base de lo que enseña la experiencia, a fin de estar a la altura de su misión.
No tenemos la menor pretensión de imponer a los militantes activos una forma de lucha cualquiera inventada por nosotros, ni siquiera resolver, desde nuestro gabinete, la cuestión del papel que una u otra forma de guerra de guerrillas puede desempeñar en el curso general de la guerra civil en Rusia. Lejos de nosotros la idea de ver en la apreciación concreta hecha de una u otra acción de guerrillas una cuestión de tendencia en la socialdemocracia. Pero consideramos que constituye para nosotros un deber contribuir en la medida de nuestras fuerzas a la justa apreciación teórica de las formas nuevas de lucha que la vida hace aparecer; que debemos combatir sin cuartel la rutina y los prejuicios que impiden a los obreros conscientes plantear como conviene esta nueva y difícil cuestión y abordar como es debido su solución.


* Se acusa frecuentemente a los socialdemócratas bolcheviques de asumir una actitud irreflexiva y parcial frente a las acciones de guerrillas. Por esto no será superfluo recordar que en el proyecto de resolución sobre las acciones de guerrillas (Nƒ 2 de Partinie Izvestia4 e informe de Lenin acerca del Congreso5) el sector de bolcheviques que las defiende ha puesto las condiciones siguientes para su aprobación: no son toleradas en absoluto las "expropiaciones" de bienes privados; las "expropiaciones" de bienes del Estado no son recomendadas; sólo son toleradas a condición de que se hagan bajo el control del Partido y de que los recursos sean destinados a las necesidades de la insurrección. Las acciones de guerrillas que revisten la forma de actos terroristas son recomendadas contra los opresores gubernamentales y los elementos activos de las "centurias negras", pero con las condiciones siguientes: 1) tener en cuenta el estado de ánimo de las grandes masas; 2) tomar en consideración las condiciones del movimiento obrero local; 3) preocuparse de no gastar inútilmente las fuerzas del proletariado. La diferencia práctica entre este proyecto y la resolución adoptada en el Congreso de Unificación6 consiste, exclusivamente, en que las "expropiaciones" de bienes del Estado no han sido admitidas.




NOTAS


1 Kadetes ("Los demócratas constitucionalistas"): principal partido burgués de Rusia; partido de la burguesía monárquica liberal, se constituyó en octubre de 1905. Su lider fue P. Miliukov. Encubriéndose con falsas apariencias de democratismo, se llamaron a sí mismo el partido de la "libertad del pueblo", se esforzaban por atraer a su lado a los campesinos. Aspiraban a conservar el zarismo como una monarquía constitucional. Más tarde, el partido constitucional demócrata se convirtió en un partido burgués del imperialismo. Después de la victoria de la Revolución Socialista de Octubre, los kadetes organizaron complots y sublevaciones contrarrevolucionarias para derrocar la República Soviética.
2 Bezzaglavtsi : organizadores y colaboradores de la revista Bez Zaglavia ("Sin Titulo"), editada en Petersburgo en 1906 por S. N. Prokopóvich, E. D. Kuskova, V. I. Bogucharski y otros. Los Bezzglavtsi se declaraban abiertamente partidarios del revisionismo, apoyaban a los mencheviques y liberales, y actuaban contra la política independiente del proletariado. Lenin llamó a los Bezzaglavtsi kadetes tipo menchevique, o sea, mencheviques tipo kadete.
3 Nóvoie Vremia ("Tiempos Nuevos"): diario que se publicó en Petersburgo desde 1868 hasta 1917. Primero fue liberal moderado, y desde 1876, se trasformó en vocero de los circulos reaccionarios de la nobleza y la burocracia, luchó no solamente contra el movimiento revolucionario, sino también contra el de la burguesía liberal. A partir de 1905 se convirtió en órgano de los centurionegristas. Lenin lo llamaba "modelo de periódico venal". Después de la Revolución Democrático burguesa de Febrero apoyó sin reservas la politica contrarrevolucionaria del gobierno provisional burgués y desató una furiosa campaña contra los bolcheviques. Fue clausurado el 8 de noviembre de 1917 por el Comité Militar Revolucionario adjunto al Soviet de Petrogrado.
4 Partinie Izvestia ("Noticias del Partido"): periódico clandestino del CC Unificado del POSDR, se publicó en Petersburgo en visperas del IV Congreso (de Unificación) del Partido. Sólo aparecieron dos números: el 20 de febrero y el 2 de abril de 1906. La redacción estaba integrada por los redactores del periódico bolchevique (Proletari) y por igual número de redactores de la nueva Iskra menchevique. Representaban a los bolcheviques Lenin, Lunacharski y otros.
En Partinie Izvestia se incluyeron dos articulos de Lenin: "La situación actual en Rusia y la táctica del partido obrero " y "La revolución rusa y las tareas del proletariado ", con la firma Bolchevique. (V. I. Lenin, Obras Completas, t. X.) Después del Congreso, Partinie Izvestia dejó de aparecer.
5 Se alude al "Informe sobre el Congreio de Unificación del POSDR" -- Carta a los obreros de Petersburgo. (V. I. Lenin, Obras Completas, t. X.)
6 El IV Congreso (de Unificación) del POSDR se realizo en Estocolmo entre el 23 de abril y 8 de mayo de 1906.
Asistieron al Congreso 112 delegados con derecho a voto, en representacion de 57 organizaciones locales del POSDR, y 22 delegados con voz pero sin voto. Las organizaciones nacionales también estuvieron representadas: tres delegados por la socialdemocracia de Polonia y Lituania, tres por el Bund, tres por el partido obrero socialdemócrata de Letonia, un delegado del Partido Obrero Socialdemócrata de Ucrania y uno del Partido Obrero de Finlandia. Además, asistió un representante del Partido Obrero Socialdemócrata de Bulgaria. De los delegados, 46 eran bolcheviques y 62 mencheviques. El Congreso analizó los siguientes principales problemas: problema agrario; apreciación de la situación actual y de las tareas de clase del proletariado; la actitud hacia la Duma del Estado; problema organizativo. La discusión de cada problema provocaba áspera lucha entre bolcheviques y mencheviques. Lenin presentó informes e intervino acerca del problema agrario, de la situación en ese momento, de la táctica respecto a la elección en la Duma, la insurrección armada y otros problemas.
La superioridad numérica de los mencheviques, aunque mezquina, determinó el carácter de las resoluciones: con respecto a muchos problemas el Congreso tomó resoluciones mencheviques (resoluciones sobre el problema agrario, la actitud hacia la Duma, etc.). En lo que se refiere a los estatutos, el Congreso adoptó la formulación de Lenin para el articulo 1. Se aprobó una resolución sobre la unificación con la socialdemocracia de Polonia y de Lituania y con el Partido Obrero Socialdemócrata de Letonia, que se incorporaron al POSDR como organizaciones territoriales. Asimismo el Congreso prejuzgó la cuestión de Bund de formar parte de POSDR.
Integraban el Comité Central, elegido en el Congreso, tres bolcheviques y siete mencheviques. La Redacción del Organo Central estaba compuesta sólo por mencheviques.
El análisis detallado de la labor del Congreso aparece en el artículo "Informe sobre el Congreso de Unificación del POSDR". (V. I. Lenin, Obras Completes, t. X.) "El momento actual y el Congreso de Unificación del Partido Obrero" y "Prólogo del autor al primer tomo". (J. Stalin, Obras, t. I.)