Envío de un texto en el que Lenin analiza la situación en Rusia que, para algunos miembros dirigentes del POSDR, se caracteriza por el cierre de la revolución y el paso a una situación donde la principal lucha es la electoral, y otro parte de los dirigentes, con Lenin a la cabeza, que creen que la etapa de la insurrección no se ha cerrado. En este texto reivindica abiertamente las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate del partido.
La situación actual de Rusia y la táctica del partido obrero.
El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia atraviesa por un momento muy difícil. El estado de guerra, las matanzas y persecuciones, las cárceles abarrotadas, el proletariado extenuado por el hambre, el caos en la organización -acentuado por la destrucción de muchos puntos de apoyo ilegales y la falta de puntos de apoyos legales- y finalmente, las discusiones acerca de la táctica, que coincidieron con la difícil tarea de restablecer la unidad partidista, todo eso provoca inevitablemente una cierta dispersión de las fuerzas del partido.
El medio formal para salir de esta situación de dispersión es la convocatoria del congreso de unificación del partido y, según nuestra profunda convicción, todos los trabajadores del partido deben procurar con todas sus fuerzas que se apresure esa convocatoria. Pero mientras marcha la labor relacionada con la convocatoria del congreso, es necesario plantear ante todos, y discutirla muy seriamente,la cuestión extremadamente importante de las causas más profundas de la dispersión.La cuestión del boicot a la Duma del Estado es, en esencia, tan sólo una pequeña partícula de la gran cuestión de la revisión de toda la táctica del partido. Y esta última, a su vez, es tan sólo una pequeña partícula en la gran cuestión relativa al momento actual de Rusia y al significado del momento actual en la historia de la revolución rusa.
Dos apreciaciones distintas del momento actual dan lugar a dos líneas tácticas. Unos (ver, por ejemplo, el artículo de Lenin en Molodia Rossía) consideran el aplastamiento de la insurrección en Moscú y otras ciudades solamente como preparación del terreno y de las condiciones para una nueva lucha armada más decisiva. La significación del momento se percibe en la destrucción de las ilusiones constitucionalistas. Los dos grandes meses de revolución (noviembre y diciembre) son considerados como el período de transformación de la huelga general pacífica en insurrección armada de todo el pueblo. La posibilidad de tal insurrección armada está demostrada; el movimiento se ha elevado a una etapa superior; la experiencia práctica -necesaria para el éxito de la futura insurrección-, ha sido acumulada en cantidad por las amplias masas; las huelgas pacíficas han agotado ya sus posibilidades. Es preciso recoger esa experiencia más minuciosamente; es preciso dar al proletariado la posibilidad de reunir fuerzas, de que aparte de sí, resueltamente, toda clase de ilusiones constitucionalistas y toda idea de participación en la Duma, de que prepare más tenaz y pacientemente la nueva insurrección, y afiance los vínculos con las organizaciones del campesinado, el cual, probablemente, se levantará con mayor fuerza aún hacia la primavera.
Otros aprecian el momento de manera distinta. El camarada Plejánov en el número 3 y sobre en el número 4 de su Dnievnik, es quien de manera más consecuente ha dado otra apreciación, aunque, lamentablemente, no en todas partes ha expresado hasta el fin sus pensamientos.
"La huelga política iniciada prematuramente -dice el camarada Plejánov- ha conducido en Moscú, en Rostov, etc., a la insurrección armada. Las fuerzas del proletariado resultaron ser insuficientes para lograr la victoria. Esta circunstancia no era difícil de prever. Por lo tanto, no se debió haber tomado las armas." La tarea práctica de los elementos concientes del movimiento obrero "consiste en señalar al proletariado su error, para hacerle ver con claridad todo el riesgo del juego llamado insurrección armada". Plejánov no discute el hecho de que él quiere frenar el movimiento. Nos recuerda que Marx, seis meses antes de la Comuna ponía al proletariado parisiense en guardia contra la explosiones prematuras. "La vida ha mostrado -dice Plejánov- que la táctica que ha seguido nuestro partido en los últimos meses es inconsistente. Ante la amenaza de nuevos fracasos estamos obligados a asimilar nuevos métodos tácticos" ... "Lo principal para nosotros es que debemos prestar inmediatamente una gran atención al movimiento sindical." "Una parte muy considerable de nuestros camaradas ha estado demasiado entusiasmada con la idea de la insurrección armada como para que pudiera prestar un apoyo medianamente serio al movimiento profesional"... "Debemos estimar el apoyo de los partidos de oposición no proletarios y no apartarlos de nosotros con desplantes carentes de tacto." Es completamente natural que Plejánov se pronuncie también contra el boicot a la Duma (sin precisar si está por la participación en la Duma o por la creación, a través de los electores de los "órganos de autoadministración revolucionaria", tan gratos para los "mencheviques"). "La agitación preelectoral en el campo plantearía de plano la cuestión de la tierra." La confiscación de la tierra ha sido aprobada por ambas partes de nuestro partido y "es ahora el momento de darles vida" a esas resoluciones.
Tales son los puntos de vista de Plejánov, expuestos por nosotros casi íntegramente, tal como los formuló el propio autor en Dnievnik.
Confiamos en que después de esta exposición el lector ha quedado convencido de que la cuestión de la táctica frente a la Duma es tan sólo una parte de la cuestión referente a la táctica en general, subordinada a su vez a la cuestión de la apreciación de todo el momento revolucionario actual. La raíz de las divergencias en torno a la táctica se reduce a lo siguiente. No se debió haber tomado las armas, dicen unos, llamando la atención sobre los riesgos de la insurrección y trasladando el centro de gravedad al movimiento sindical. Tanto las huelgas -segunda y tercera- como la insurrección fueron un error. Otros, en cambio, suponen que sí, que se debió tomar las armas, porque de otro modo el movimiento no podía elevarse a una etapa superior, no podía elaborar la necesaria experiencia práctica en asuntos tales como la insurrección, no podía liberarse del estrecho concepto de la sola huelga pacífica, que había agotado ya todas sus posibilidades como medio de lucha. Por consiguiente, para unos la cuestión de la insurrección, prácticamente, sale fuera de la orden del día, por lo menos hasta el advenimiento de una nueva situación que nos obligue a revisar una vez más nuestra táctica. De aquí se desprende,como cosa inevitable, la adaptación a la "constitución" (participación en la Duma y un intenso trabajo en el movimiento sindical legal). Para otros, por el contrario, es precisamente ahora cuando la cuestión de la insurrección se plantea en la orden del día, a base de la experiencia práctica adquirida, la cual ha demostrado la posibilidad de la lucha contra las tropas del ejércitos y ha fijado las tareas inmediatas para una más tenaz y paciente preparación de las acciones futuras. De aquí la consigna: ¡abajo las ilusiones constitucionalistas!, y la ubicación del movimiento sindical legal en un lugar modesto, en todo caso no en el "principal".
Se sobreentiende que debemos examinar esta cuestión en litigio no desde el punto de vista de lo deseable de tal o cual camino para la acción, sino desde el punto de vista de las condiciones objetivas del momento y de las fuerzas sociales disponibles. Nosotros conceptuamos erróneo el punto de vista de Plejánov. Su apreciación de la insurrección de Moscú, que se reduce a que "no se debió haber tomado las armas", es extremadamente unilateral. Retirar de la orden del día la cuestión de la insurrección significa, en el fondo, reconocer que el período revolucionario ha terminado y que ha comenzado el período "constitucional" de la revolución democrática, es decir, equiparar, digamos, el aplastamiento de las insurrecciones del año 1849 en Alemania.
Naturalmente, un tal resultado en nuestra revolución no es imposible, y desde el punto de vista del momento actual, cuando la reacción despliega todas sus fuerzas, es fácil admitir que tal situación ya ha comenzado. Tampoco cabe duda alguna de que es más razonable renunciar decididamente a la idea de la insurrección, si las condiciones objetivas la han hecho imposible, que gastar las fuerzas en nuevas tentativas infructuosas.
Pero esto significa apresurarse demasiado en generalizar y elevar ala categoría de la ley para todo un período, un estado cosas que se ha dado en este preciso momento. ¿Acaso no hemos visto a la reacción desatar todo su furor después de cada paso importante que la revolución da en su avance? ¿Y acaso, a pesar de esa reacción, el movimiento no se ha vuelto a levantar más poderoso aún al cabo de un tiempo? No es que la autocracia haya cedido ante las ineludibles exigencias de todo el desarrollo social; por el contrario, la autocracia retrocede provocando ya protestas en el seno mismo de la burguesía, que ha saludado el aplastamiento de la insurrección. Las fuerzas de las clases revolucionarias, el proletariado y el campesinado, están lejos de haber sido agotadas. La crisis económica, el desbarajuste financiero tienden más bien a ampliarse y a ahondarse que a atenuarse. La probabilidad de un nuevo estallido es ya ahora -cuando aún no ha terminado el aplastamiento de la primera insurrección- reconocida hasta por los órganos de la burguesía "amante del orden", indudablemente hostil a la insurrección. El carácter de comedia que tiene la Duma se perfila cada vez más claramente, y lo ilusorio de la tentativa de que el partido participe en las elecciones, es cada vez más saludable.
Sería una miopía, sería adoptar una actitud servil ante la situación del momento dado, retirar de la orden del día la cuestión de la insurrección. Observemos en qué contradicción cae Plejánov cuando con toda vehemencia aconseja llevar a la práctica la resolución de agitar en el campesinado la idea de la confiscación de la tierra y, al mismo tiempo, fija com objetivo no apartar de nosotros a los partidos opositores con salidas carentes de tacto y sueña con plantear de "plano" la cuestión de la tierra durante la campaña preelectoral en el campo. Se puede afirmar con toda seguridad, que los liberales - terratenientes os perdonarán mil veces la "falta de tacto", pero no os perdonarán la exhortación a la confiscación de la tierra. No por nada hasta los kadetes dicen que ellos también están por el aplastamiento de las insurrecciones campesinas mediante las fuerzas armadas, siempre que sean ellos quienes dispongan de esas fuerzas armadas y no la burocracia (ver el artículo del conde Dolgorúkov en Pravo). Se puede afirmar con toda seguridad, que es justamente en la agitación preelectoral donde nunca se va a plantear de "plano" la cuestión de la tierra, tal como se ha planteado, se plantea y se podrá plantear al margen de la Duma y al margen de las elecciones que se realizan con la participación de la policía.
Nosotros nos hemos pronunciado totalmente en favor de la confiscación de la tierra. Pero la confiscación de la tierra no será más que una frase hueca si ella no significa el triunfo de la insurrección armada, porque ahora, contra los campesinos están movilizados no sólo el ejército, sino también los destacamentos de voluntarios al servicio de los terratenientes. Al predicar la confiscación de la tierra llamamos a los campesinos a la insurrección. ¿Y tendríamos el derecho -sin caer en la frase revolucionaria- de hacer tal cosa si no contáramos con la insurrección de los obreros en las ciudades, con la ayuda de los obreros a los campesinos? No dejaría de ser una burla amarga el que los obreros, por falta de organizaciones de combate, ofrecieran a los campesinos que se levantan en oleada y comienzan a apoderarse de la tierra, la ayuda de sociedades profesionales patrocinados por la policía.
No, no tenemos fundamento alguno para retirar la orden del día la cuestión de la insurrección. No debemos reconstruir de nuevo la táctica del partido desde el punto de vista de las condiciones del momento actual de reacción. No podemos y no debemos perder la esperanza de que finalmente se logrará fundir los tres torrentes de la insurrección -los obreros, los campesinos y los militares- en una sola insurrección victoriosa. Debemos prepararnos para ello, sin negarnos, naturalmente, a utilizar todo y cada uno de los medios "legales" para ampliar la propaganda, la agitación y la organización, pero sin llamarnos a engaño respecto de la solidez de estos medios y de su importancia. Debemos recoger la experiencia de las insurrecciones de Moscú, del Donetz, de Rostov y de otros lugares, difundir el conocimiento respecto de las mismas, preparar tenaz y pacientemente las nuevas fuerzas de combate, adiestrarlas y templarlas en toda una serie de acciones de combate guerrilleras. El nuevo estallido quizás no llegue a producirse durante la primavera próxima, pero lo cierto es que está en marcha y probablemente no esté muy lejos. Debemos recibirlo armados, organizados militarmente en condiciones de realizar acciones ofensivas decisivas.
Aquí nos vamos a permitir una pequeña digresión respecto de las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate. Nosotros creemos que es erróneo compararlas con el terror de viejo tipo. El terror era el fruto de la venganza contra determinadas personas; era el resultado de la conspiración de grupos intelectuales. No tenía vinculación alguna con el estado de ánimo de las masas. No se proponía la preparación de dirigentes combativos de las masas. El terror era resultado -como así también el síntoma y el compañero- de la falta de fe en la insurrección, de la falta de condiciones para la insurrección.
Las acciones de las guerrillas no constituyen una venganza, sino una acción militar. Se parecen tan poco a una aventura como las incursiones de las patrullas de cazadores en la retaguardia del ejército enemigo, durante el período de calma en el campo principal de batalla, pueden parecerse al homicidio que comete un duelista o un conspirador. Las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate formados desde hace tiempo por ambas fracciones socialdemócratas en todos los grandes centros o movimientos y que están formados -fundamentalmente- por obreros, se hallan ligadas, sin duda alguna, y del modo más estrecho y más directo, con el estado de ánimo de las masas. Las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate prepararan en forma directa los cuadros combativos que han de dirigir a las masas. Las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate no sólo no son el resultado de la falta de fe en la insurrección o en la posibilidad de la insurrección sino que, por el contrario, son parte integrante necesaria de la insurrección en marcha. Es claro que en todo y siempre son posibles los errores; son posibles las tentativas de acciones inoportunas y fuera de lugar; son posibles los arrebatos y los extremismos que, siempre, incuestionablemente, son perjudiciales y sólo contribuyen a dañar la táctica más justa. Pero nosotros, hasta ahora, en la mayoría de los centros esencialmente rusos, adolecemos de otro extremismo, adolecemos de la insuficiencia de iniciativa de nuestros destacamentos de combate, y de la insuficiencia de iniciativa de nuestros destacamentos de combate, y de la insuficiencia de experiencia combativa en ellos, de falta de decisión en las acciones. En este aspecto se nos han adelantado el Cáucaso, Polonia y la región del Báltico, es decir, justamente aquellos centros donde el movimiento se alejó más del terror de viejo tipo, donde la insurrección está preparada mejor que en otras partes, donde el carácter de masas de la lucha proletaria se destaca con más fuerza, con más relieve.
Tenemos que alcanzar a esos centros. No tenemos que contener sino, por el contrario, estimular las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate, si es que queremos no sólo de palabra preparar la insurrección y si hemos reconocido que el proletariado está verdaderamente preparado para ella.
La revolución rusa comenzó con un pedido al zar de conceder el don de la libertad. Las matanzas, la reacción, los desmanes de Trépov no sofocaron el movimiento sino que lo encendieron aún más. La revolución dio el segundo paso. Empleando la fuerza arrancó al zar el reconocimiento de la libertad. Con las armas en la mano ha estado defendiendo esa libertad. No ha logrado conquistarla en el acto. Los fusilamientos, la reacción, los Dubasovs, no aplastarán al movimiento sino que harán que se extienda aún más. Ante nosotros se perfila el tercer paso que es el que va a determinar el desenlace de la revolución: la lucha del pueblo revolucionario por un poder capaz de asegurar en los hechos la libertad. En esta lucha debemos contar con el apoyo no de los partidos de la oposición sino con el de los partidos democráticos revolucionarios. Al lado del proletariado socialista marchará aquí el campesinado democrático revolucionario. La lucha por conducir hasta el fin la revolución democrática, hasta su triunfo completo, es una gran lucha, una difícil lucha. Pero en los momentos actuales todo indica que esa lucha avanza con el curso de los acontecimientos. Esforcémonos, pues, por asegurar que la nueva ola encuentre el proletariado de Rusia en una nueva disposición de combate.
Publicado en Partinie Izvestia, número 1, del 7 de febrero de 1905.
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