domingo, 22 de junio de 2014

Lenin y la lucha armada (V)

Ejército revolucionario y gobierno revolucionario.



La insurrección de Odesa  y el paso del acorazado Potemkin al lado de la revolución representan un nuevo gran paso de avance en el desarrollo del movimiento revolucionario contra la autocracia. Los acontecimientos han venido a confirmar con pasmosa celeridad hasta qué punto corresponden a la situación los llamamientos a la insurrección y a la formación de un gobierno provisional revolucionario dirigidos al pueblo por los representes concientes del proletariado a través del III congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Al avivarse la llama revolucionaria, ilumina con su resplandor la importancia práctica de estos llamamientos y nos apremia a señalar con mayor precisión las tareas de los luchadores revolucionarios en la situación que actualmente prevalece en Rusia.

Bajo esta influencia del desarrollo espontáneo de los acontecimientos, va madurando y organizándose ante nuestros ojos la insurrección general armada del pueblo. No hace todavía tanto tiempo que la única manifestación de la lucha del pueblo contra la autocracia eran las revueltas, es decir, los levantamientos carentes de conciencia, no organizados, espontáneos y a veces sin freno.  Pero el movimiento obrero, ha ido sobreponiéndose rápidamente a esta fase inicial. La propaganda y la agitación de la socialdemocracia, concientes de su meta, ha contribuido a ello. Las simples revueltas han dejado paso a la lucha huelguística organizada y a las manifestaciones políticas en contra de la autocracia. Las brutales violencias militares se han encargado de “educar” en unos cuantos años al proletariado y a la gente sencilla de las ciudades, preparándolos para las formas más altas de la lucha revolucionaria. La criminal y bochornosa guerra a la que la autocracia arrastró al pueblo hizo rebasar la copia de la paciencia de éste. Comenzaron los intentos de resistencia armada de la muchedumbre contra las tropas zaristas. Comenzaron los combates de calle en toda regla entre el pueblo y las tropas, comenzaron las luchas de barricadas. El Cáucaso, Lodz, Odesa y Laibán han dado, en estos últimos tiempos, ejemplos de heroísmo proletario y entusiasmo popular. Paso a paso, la lucha ha ido derivando hacia la insurrección. El infame papel de los verdugos de la libertad y de los esbirros policíacos no podía por menos de ir abriendo también los ojos, poco a poco, al ejército zarista. Este comenzó a vacilar. Al principio, fueron casos aislados de negativa a la obediencia, explosiones de sublevación de los reservistas, protestas de los oficiales, agitación entre los soldados, negativa de algunas compañías o de regimientos enteros a disparar contra sus hermanos, los obreros. Luego, el paso de una parte del ejército al lado de la insurrección.

La formidable significación de los últimos acontecimientos producidos en Odesa estriba precisamente en que por primera vez se ha pasado abiertamente al lado de la revolución una gran unidad de las fuerzas armadas del zarismo, todo un acorazado. El gobierno ha hecho ímprobos esfuerzos y recurrido a cuantos subterfugios tenía a su alcance para ocultar al pueblo lo sucedido y para aplastar en germen la insurrección de los marinos. Todo ha sido inútil. Los buques de guerra enviados contra el acorazado revolucionario Potemkin se han negado a pelear contra sus camaradas. El gobierno autocrático ha hecho circular por toda Europa la noticia de la capitulación del Potemkin y la de que el zar había ordenado hundir el acorazado revolucionario, y lo único que con ello ha conseguido ha sido ponerse en ridículo ante el mundo entero. La escuadra ha regresado a Sebastópol y el gobierno se apresura a licenciar a los marinos y a desarmar los buques de guerra; circulan rumores sobre licenciamientos en masa de oficiales de la flota del mar Negro; el acorazado Gueorgui Pobiedonosets, que había capitulado han vuelto a producirse motines. Se sublevan también los marinos en Krondstadt y en Libáu, menudean los choques con las tropas; en Libáu, se han producido combates de barricadas de los marinos y obreros contra los soldados. La prensa extranjera habla de motines de otra serie de barcos de guerra (el Minin, el Alejandro II, etc). El gobierno zarista ya no tiene marina de guerra. Todo lo más que ha podido conseguir, por el momento, es impedir que la flota se pasara activamente al lado de la revolución. Pero el acorazado Potemkin era y sigue siendo territorio invencible de la revolución y, cualquiera que pueda ser su suerte, podemos registrar desde ahora un hecho indudable y de una significación extraordinaria: el intento de formación del núcleo de un ejército revolucionario.

Ninguna clase de represalias o de victorias parciales sobre la revolución podrán restar importancia a este gran acontecimiento. Se hado dado el primer paso. Se ha cruzado el Rubicón. Ha quedado grabado como un hecho en los anales de toda Rusia y del mundo entero el paso del ejército al lado de la revolución. Nuevos y más enérgicos intentos encaminados a la formación de un ejército revolucionario seguirán indefectiblemente a los acontecimientos producidos en la flota del mar Negro. Tarea nuestra es, ahora, estimular con todas nuestras fuerzas estos intentos, explicar a las grandes masas del proletariado y los campesinos lo que significa la existencia de un ejército revolucionario en la lucha por la libertad de todo el pueblo, ayudar a las unidades sueltas de este ejército a izar la bandera del pueblo, la bandera de la libertad, la bandera capaz de movilizar a las masas y de unir a las fuerzas que pueden dar al traste con la autocracia zarista.

Revueltas –manifestaciones- combates de calles –unidades de un ejército revolucionario: tales son las etapas de desarrollo de la insurrección popular. Hemos llegado, por fin, a la última de ellas. Esto no significa, por supuesto, que ya se halle en esta etapa nueva y más alta el movimiento en su conjunto. No; hay todavía en el movimiento mucho que no se ha desarrollado, y los acontecimientos de Odesa presentan todavía claros rasgos de las anteriores revueltas. Pero ello significa que las primeras olas del torrente espontáneo han llegado ya hasta los mismos umbrales de la “fortaleza” zarista. Significa que los representantes más avanzados de la masa del pueblo han comprendido las nuevas y más altas tareas de la lucha, de la batalla final contra el enemigo del pueblo ruso, y no precisamente a la luz de consideraciones teóricas, sino bajo la presión del creciente movimiento. La autocracia ha hecho todo lo posible por preparar esta lucha. Durante años y años, ha empujado al pueblo a la lucha armada contra las tropas y ahora cosecha lo que ha sembrado. De entre las mismas tropas están surgiendo los destacamentos del ejército revolucionario.

Tarea de estos destacamentos es proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar, tan necesaria en la guerra civil como en cualquier guerra, crear puntos de apoyo para la lucha abierta de todo el pueblo, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política – aunque sólo sea, de momento, en una pequeña parte del Estado-, iniciar la transformación revolucionaria del podrido orden autocrático hace que se despliegue en toda su envergadura la iniciativa revolucionaria creadora de las capas bajas del pueblo, que en tiempos de paz da pocas señales de vida, pero que en las épocas revolucionarias pasa a primer plano. Los destacamentos del ejército revolucionario sólo podrán alcanzar la victoria completa y servir de puntal a un gobierno revolucionario a condición de que comprendan estas tareas y las pongan a la orden del día audazmente y en toda su extensión. Y, en la fase actual de la insurrección del pueblo, un gobierno revolucionario constituye una exigencia tan apremiante como la del ejército revolucionario. El ejército revolucionario es necesario para la lucha militar y para asegurar a las masas del pueblo una dirección militar en las acciones contra las fuerzas armadas que aún se mantienen al lado de la autocracia. El ejército revolucionario responde a una necesidad, porque los grandes problemas históricos sólo pueden resolverse por la fuerza, y la organización de la fuerza es, en la lucha moderna, la organización militar. Y, aparte de las fuerzas armadas de la autocracia, están ahí, además, las fuerzas armadas de los Estados vecinos, cuya ayuda ha recabado ya el gobierno ruso condenado a la derrota, como se dirá más adelante.

El gobierno revolucionario es necesario para asegurar la dirección política de las masas del pueblo; primero, en aquella parte del país que ha sido arrebatada ya al zarismo por el ejército revolucionario, y después en todo el Estado. El gobierno revolucionario es necesario para abordar inmediatamente las transformaciones políticas que se ventilan en la revolución: para instaurar la autonomía revolucionaria del pueblo, para convocar a una asamblea realmente constituyente y que represente realmente a todo el pueblo, para implantar las “libertades” sin las que el pueblo no puede manifestar realmente su voluntad. El gobierno revolucionario es necesario para dar una unidad política a la parte del pueblo levantada en armas y que ha roto real y definitivamente con la autocracia, para su organización política. Esta organización tendrá que ser, por supuesto, puramente provisional, del mismo modo que sólo podrá ser provisional el gobierno revolucionario que en nombre del pueblo tome en sus manos el poder para hacer valer la voluntad del pueblo y ejercer su acción con la ayuda de éste. Pero esta organización debe ponerse en marcha inmediatamente, entrelazada inseparablemente a cada uno de los pasos victoriosos de la insurrección, ya que la unificación política y la dirección política no pueden demorarse ni un momento. Para la victoria total del pueblo sobre el zarismo, la inmediata organización de la dirección política del pueblo levantado en armas es tan necesaria como la dirección militar de sus fuerzas armadas.

A nadie que haya conservado hasta cierto punto su capacidad de discernimiento puede caberle la menor duda de cómo ha de terminar, al fin a la postre, la lucha entre los partidarios de la autocracia y las masas del pueblo. Pero no debemos cerrar los ojos ante el hecho de que la lucha seria apenas comienza, de que tenemos por delante aún tremendas pruebas. Tanto el ejército revolucionario como el gobierno revolucionario representan “organismos” de un tipo tan elevado, requieren tan complicadas instituciones y una conciencia cívica tan desarrollada, que sería falso creer que estas tareas pueden llevarse a cabo de un modo simple, inmediato e impecable. No; con eso no contamos nosotros, que sabemos apreciar la importancia de ese trabajo paciente, lento y no pocas veces inseguro de educación que ha desarrollado y desarrollará siempre la socialdemocracia. Pero, en los momentos actuales no debemos tampoco permitir que se abra paso el escepticismo, todavía más peligroso, en las fuerzas del pueblo, sino que debemos pensar en cuán formidable es la potencia educativa y organizadora de la revolución, cuando los grandes acontecimientos históricos se encargan de hacer salir a las gentes, por la fuerza, de sus oscuros rincones, de sus sótanos y buhardillas, para obligarlos a convertirse en verdaderos ciudadanos. A veces, unos cuantos meses de revolución educan a las gentes para cumplir con su papel de ciudadanos más aprisa y más a fondo que décadas enteras de estancamiento político. A los jefes concientes de la clase revolucionaria corresponde ir siempre delante de ella en esta obra educativa, hacerles ver claramente las nuevas tareas y encaminarlas, marchando siempre hacia adelante, hacia nuestra gran meta. Los fracasos que necesariamente nos aguardan cuando abordemos la obra a crear un ejército revolucionario provisional, no enseñarán a resolver prácticamente estas tareas y atraerán hacia su solución a nuevas y lozanas fuerzas que ahora yacen aletargadas en la entraña del pueblo.

Tomemos lo referente a la institución militar. Ningún socialdemócrata que conozca algo de historia y haya aprendido del gran experto en estas materias, de Engels, dudará ni por un momento de la descollante significación que tienen los conocimientos militares, de la importancia inmensa de la técnica y la organización militares, como instrumento de que se valen las masas y las clases del pueblo para resolver los grandes conflictos históricos. La socialdemocracia no se ha prestado nunca a jugar a la conspiración militar, jamás ha colocado los problemas militares en primer plano, mientras no se daban las condiciones de una guerra civil ya iniciada. Pero, ahora, todos los socialdemócratas colocan los problemas militares, si no en primer plano, sí en uno de los primeros lugares, poniendo a la orden del día el estudio de estos asuntos y la tarea de darlos a conocer a las masas del pueblo. El ejército revolucionario debe aplicar prácticamente los conocimientos y recursos militares para decidir toda la suerte ulterior del pueblo ruso, para decidir el primero y más importante de los problemas, el problema de la libertad.

La socialdemocracia no ha considerado nunca la guerra, ni la considera tampoco ahora, desde un punto de vista sentimental. La socialdemocracia, que condena irrevocablemente las guerras como medio bestial para resolver los conflictos de la humanidad, es conciente de que las guerras serán inevitables mientras la sociedad se halle dividida en clases, mientras exista la explotación del hombre por el hombre. Pero, para acabar con esta explotación no puede prescindirse de la guerra, y la guerra la desencadenan siempre y en todas partes las clases explotadoras, dominantes y opresoras. Hay guerras y guerras. Ha la guerra como aventura que sirve a los intereses de una dinastía y a los apetitos de una banda de salteadores, que da satisfacción a las ambiciones de los héroes de la ganancia capitalista. Y hay la guerra –que es, además, la única legítima, en la sociedad capitalista- contra los opresores y esclavizadores del pueblo. Sólo los soñadores o los filisteos pueden condenar por principio semejante guerra. Sólo los traidores burgueses a la causa de la libertad pueden, hoy, en Rusia, repudiar esta guerra, la guerra por la libertad del pueblo. El proletariado ha iniciado en Rusia, esta gran guerra de liberación y sabrá llevarla adelante, formando por sí mismo, para ello, destacamentos de un ejército revolucionario, reforzando los destacamentos de los soldados y marinos que se pasan a nosotros, reclutando a los campesinos e infundiendo a los nuevos ciudadanos de Rusia, formados y templados bajo el fuego de la guerra civil, el heroísmo y el entusiasmo de combatientes por la libertad y la dicha de toda la humanidad.

También la obra de crear un gobierno revolucionario es tan nueva, tan difícil y complicada como la de organizar militarmente las fuerzas de la revolución. Pero también ella puede y debe ser llevada a cabo por el pueblo. Y también en este terreno veremos cómo todo fracaso parcial contribuye a perfeccionar los métodos y los recursos, a afianzar y ampliar los resultados. El III Congreso del POSDR ha esbozado, en su resolución, las condiciones generales para la solución de este problema nuevo: ha llegado la hora de pasar a la discusión y preparación de su realización práctica. Nuestro partido ha trazado un programa mínimo, un programa acabado de las transformaciones que pueden llevarse a cabo, sin cortapisas ni demoras, dentro de los marcos de la revolución democrática (es decir, burguesa) y que el proletariado necesita para seguir luchando por la revolución socialista. Pero en este programa se contienen reivindicaciones fundamentales y otras parciales derivadas de aquéllas o que se dan por supuestas como evidentes. Lo importante, en todo intento de instauración de un gobierno provisional revolucionario, es plantear precisamente las reivindicaciones fundamentales, para dar a conocer palpablemente a todo el pueblo, a toda la masa, incluso a la menos ilustrada, en contornos claros y nítidos, las metas de este gobierno y sus tareas, tan importantes para el pueblo en su conjunto.

A juicio nuestro, cae mencionar seis puntos fundamentales de éstos, que deberán convertirse en bandera política y en programa inmediato de todo gobierno revolucionario y que ganarán para el gobierno las simpatías del pueblo, y en ellos debe concentrarse del modo más apremiante toda la energía revolucionaria del pueblo.

Estos seis puntos son: 1) una asamblea constituyente elegida por todo el pueblo, 2) el armamento del pueblo, 3) la libertad política, 4) plena libertad para las nacionalidades oprimidas y postergadas, 5) jornada de ocho horas, 6) comités revolucionarios de campesinos. Se trata tan sólo, naturalmente, de toda una enumeración aproximativa, de rúbricas o indicaciones de toda una serie de transformaciones inmediatamente necesarias para conquistar la república democrática. No tenemos aquí la pretensión de agotarlas todas, dando una relación total y completa. Queremos únicamente aclarar plásticamente lo que pensamos acerca de la importancia de determinadas reivindicaciones fundamentales. El gobierno revolucionario debe tender a apoyarse en las capas bajas del pueblo, en la masa de la clase obrera y de los campesinos, pues sin ello no podrá sostenerse; sin la propia iniciativa revolucionaria del pueblo será un cero a la izquierda, y en menos aún que eso. Debemos poner en guardia al pueblo contra las promesas aventureras y grandilocuentes, pero carentes de sentido (por ejemplo, la de la inmediata “socialización”, de la que no tienen ni la más remota noción lo mismos que la formulan) y proponer, al mismo tiempo, transformaciones realmente viables en el momento dado. El gobierno revolucionario debe movilizar al “pueblo” y contribuir a organizar su acción revolucionaria. Plena libertad para las nacionalidades oprimidas, es decir, reconocimiento no sólo de su autodeterminación cultural, sino también de su autodeterminación política, garantía de medidas inmediatas de protección de la clase obrera (la primera de ellas, la jornada de ocho horas) y, por último la garantía de medidas serias en beneficio de los campesinos, que pasen por alto el egoísmo de los terratenientes: tales son, a nuestro juicio, los puntos principales en que deben hacer especial hincapié todo gobierno revolucionario. No hablaremos de los tres primeros puntos, tan evidentes por sí mismos, que no requieren comentario. Ni hablaremos inmediatamente, por ejemplo, en una pequeña zona arrebatada al zarismo; la realización práctica de tales medidas es mil veces más importante que todos los posibles manifiestos y es también, naturalmente, mil veces más difícil. Llamaremos solamente la atención hacia el hecho de que ya desde ahora, sin más tardanza, debemos propagar por todos los medios una visión justa acerca de nuestros objetivos generales e inmediatos. Hay que saber apelar al pueblo –en el verdadero sentido de la palabra-, y no solamente mediante un llamamiento general a la lucha (esto no basta, en el período que precede a la constitución de un gobierno revolucionario), sino apremiándolo directamente a poner en práctica de modo inmediato las transformaciones democráticas más importantes, a llevarlas sin demora a la realidad.

Ejército revolucionario y gobierno revolucionario son las dos caras de una y la misma medalla. Son dos instituciones necesarias para el triunfo de la revolución y para la consolidación de sus conquistas. Son dos consignas que debemos, incondicionalmente, plantear y explicar, ya que se trata de las únicas consignas consecuentes y revolucionarias. Hay ahora entre nosotros muchas gentes que se llaman demócratas. Sin embargo, muchos son los llamados y pocos los elegidos. Hay indudablemente, muchos charlatanes del “partido demócrata – constitucionalista” pero en la llamada “sociedad”, entre las gentes supuestamente democráticas de los zemstvos, hay muy pocos verdaderos demócratas, es decir, hombres que aboguen sinceramente por el plano derecho del pueblo a gobernarse a sí mismos, que sean capaces de luchar contra los enemigos de la autocracia del pueblo, contra los defensores de la autocracia del zar.

La clase obrera no conoce esa cobardía y esas hipócritas posiciones a medias características de la burguesía como clase. La clase obrera puede y debe ser demócrata consecuente. Con la sangre derramada por ella en las calles de Petesburgo, Riga, Libáu, Varsovia, Lodz, Odesa, Bakú, y muchas otras ciudades, la clase obrera ha demostrado su derecho al papel de vanguardia de la revolución democrática. También en el momento decisivo actual tiene que mostrarse a la altura de este gran papel. Los representantes con conciencia de clase del proletariado, los miembros del POSDR –sin perder de vista ni por un momento su meta socialista, su independencia como clase y como partido- deben plantear ante todo el pueblo las consignas democráticas progresivas. Para nosotros, para el proletariado, la revolución democrática no es más que la primera etapa en el camino que conduce a la total liberación del trabajo de toda explotación, hacia la gran meta socialista. Por esa razón debemos escalar cuanto antes esta primera etapa, debemos quitar de en medio cuanto antes a los enemigos de la libertad del pueblo, debemos proclamar con tanta mayor fuerza las consignas de la democracia consecuente: ejército revolucionario y gobierno revolucionario.

Proletari, número 7, 10 de julio (27 de junio) de 1905.



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