domingo, 29 de junio de 2014

Lenin y la lucha armada (VIII)



Las jornadas sangrientas de Moscú.

Un nuevo estallido de la insurrección obrera: la huelga de masas y la lucha de calles en Moscú. En la capital, el 9 de enero retumbaron los primeros truenos de la acción revolucionaria del proletariado. Su eco se extendió por toda Rusia, lanzando a más de un millón de proletarios con una rapidez sin precedentes, a una lucha gigantesca. A Petesburgo siguieron las regiones periféricas, en las que la opresión nacional ha agudizado el ya de por sí insoportable yugo político. Riga, Polonia, Odesa, el Cáucaso, se han convertido consecutivamente en focos de la insurrección, que ha ido agrandándose en amplitud y en profundidad cada mes, cada semana. Ahora las cosas han llegado hasta el centro de Rusia, hasta el corazón de esas regiones "auténticamente rusas" que de día en día causaban el enternecimiento de los reaccionarios por su firmeza. Toda una serie de circunstancias explica esta relativa firmeza, es decir, el atraso del centro de Rusia: las formas menos desarrolladas de la gran industria, que si bien abarcó a inmensas masas obreras, no ha destruido en mayor grado la ligazón con la tierra, ni ha concentrado suficientemente a los proletarios en centros intelectuales; al estar muy alejado del extranjero; la falta de discordias nacionales. El movimiento obrero, que apareció con fuerza tan poderosa en estas regiones ya en los años 1885-1886, diríase que se adormeció por largo tiempo, y los esfuerzos de los socialdemócratas se estrellaban decenas y cientos de veces contra la resistencia de las condiciones locales del trabajo, especialmente difíciles.
Pero, al fin, también el centro se ha puesto en movimiento. La huelga de Ivánovo - Vosnosensk ha puesto de manifiesto inesperadamente la alta madurez política de los obreros. La efervescencia en toda la zona industrial del centro ha ido aumentando ininterrumpidamente y ampliándose después de esta huelga. Ahora esta efervescencia ha comenzado a manifestarse abiertamente, ha venido a transformarse en insurrección. Indudablemente, los estudiantes revolucionarios de Moscú, que acaban de adoptar una resolución completamente análoga a la aprobada por los estudiantes de Petersburgo, condenando la Duma del Estado, llamando a la lucha por la república, por la instauración de un gobierno provisional revolucionario han agudizado este estallido. Los profesionales "liberales", que acababan de elegir un rector liberalísimo, al famoso señor Trubetskói, han clausurado la Universidad bajo la presión de las amenazas de la policía: temían, según sus palabras, la repetición de la matanza de Tíflis dentro de los muros de la Universidad; pero lo único que han hecho ha sido acelerar el derramamiento de sangre en las calles, fuera del recinto universitario.
A juzgar por los lacónicos comunicados telegráficos de los periódicos del extranjero, el curso de los acontecimientos en Moscú ha sido el "corriente", un curso que ha respondido, por decirlo así, a la norma que es habitual después del 9 de enero. Comenzó con la huelga de los tipógrafos, que se extendió rápidamente. El sábado 24 de setiembre (7 de octubre) no funcionaban ya las imprentas, los tranvías, las fábricas de cigarrillos. Dejaron de salir los periódicos. Se esperaba la huelga general de los obreros fabriles y de los ferroviarios. Al atardecer hubo grandes manifestaciones, en las que además de los tipógrafos participaron también los obreros de otras profesiones, estudiantes, etc. Los cosacos y gendarmes dispersaron muchas veces a los manifestantes, pero éstos volvían a reunirse. Muchos policías resultaron heridos. Los manifestantes arrojaron piedras e hicieron disparos de revólver. Fue gravemente herido el oficial que mandaba a los gendarmes. Fue muerto un oficial cosaco, un gendarme, etc.
El sábado se unieron a la huelga los panaderos.
El domingo 25 de setiembre (8 de octubre) los acontecimientos tomaron de pronto un sesgo amenazador. Desde las once de la mañana comenzaron a aglomerarse los obreros en las calles, sobre todo en el bulevar Strastnoi y en otros lugares. La muchedumbre cantaba La Marsellesa. Las imprentas cuyo personal se negó a ir a la huelga, fueron destrozadas. Los cosacos consiguieron dispersar a los manifestantes únicamente después de una tenaz resistencia por parte de éstos.
Delante de la tienda de Filíppov, cerca de la casa del gobernador - general se reunió una muchedumbre de 400 personas, principalmente obreros panaderos. Los cosacos atacaron a la multitud. Los obreros penetraron en las casas, subieron a los tejados y desde allí arrojaron piedras sobre los cosacos. Estos abrieron fuego contra los tejados y, no pudiendo desalojar a los obreros, recurrieron a un asedio en toda regla. La casa fue cercada, un destacamento de policía y dos compañías de granaderos realizaron un movimiento envolvente, penetraron en la casa por la parte trasera y ocuparon al fin el tejado. Fueron detenidos 192 obreros. Ocho detenidos resultaron heridos; dos obreros fueron muertos (repetimos que todos estos datos tienen como fuente exclusiva los comunicados telegráficos de los periódicos del extranjero, que, naturalmente, están lejos de la verdad y dan tan sólo una idea aproximada de las proporciones de la batalla). Un serio periódico belga informa que los porteros estuvieron afanosamente dedicados a limpiar las huellas de sangre de las calles; este pequeño detalle -dice el periódico-, más que los largos comunicados, es un testimonio de la seriedad de la lucha.
Por lo visto, a los periódicos de Petersburgo se les autorizó a escribir acerca de la matanza ocurrida en la calle de Tverskáia, pero ya al día siguiente la difusión de nuevas informaciones asustó a la censura. A partir del lunes 26 de setiembre (9 de octubre), los despachos oficiales comunicaban que en Moscú no se había producido ningún desorden serio; pero a las redacciones de los periódicos de Peterburgo llegaron por teléfono otras noticias distintas. Resulta que la muchedumbre volvió a reunirse frente a la casa del gobernador - general. Las refriegas fueron enconadas. Los cosacos dispararon más de una vez. Cuando se apearon para abrir fuego, sus caballos atropellaron a mucha gente. Al atardecer una muchedumbre de obreros llenó los bulevares con sus gritos revolucionarios. Con las banderas rojas desplegadas. La muchedumbre asaltó las panaderías y las armerías. La muchedumbre fue al fin dispersada por la policía. Hubo mucho heridos. La central de telégrafos estaba protegida por una compañía de soldados. La huelga de panaderos se hizo general. La efervescencia entre los estudiantes va en aumento, las reuniones públicas son cada vez más concurridas y tienen un carácter más revolucionario. EL corresponsal del Times en Petersburgo informa de la difusión de proclamas en esa ciudad llamando a la lucha, de la efervescencia reinante entre los obreros panaderos de la ciudad, del anuncio de una manifestación para el sábado 1 (14) de octubre, de la extraordinaria alarma que cundido entre el público.
Por incompletos que sean estos datos, permiten sin embargo extraer la conclusión de que el estallido insurreccional de Moscú no representa, en comparación con los otros, el grado superior del movimiento. No hay intervención de destacamentos revolucionarios preparados de antemano y bien armados, ni el paso al lado del pueblo siquiera sea de algunas unidades de tropas, ni el empleo de los "nuevos" tipos de arma popular, las bombas (en Tiflís el 26 de setiembre -9 de octubre- habían infundido tanto pánico a los cosacos y soldados). Al faltar una de estas condiciones, no era posible contar ni con el armamento de gran número de obreros ni con la victoria de la insurrección. La importancia de los acontecimientos de Moscú, como ya hemos señalado, es otra: significan el bautismo de fuego de un gran centro, la incorporación a la lucha seria de una inmensa zona industrial.
El crecimiento de la insurrección en Rusia no sigue ni puede, naturalmente, seguir una línea ascensional suave y recta. En Petersburgo, el 9 de enero, el rasgo dominante fue el rápido y unánime movimiento de gigantescas masas, que estaban inermes y que no iban a la lucha, pero que recibieron una alta lección de lucha. En Polonia y en el Cáucaso, el movimiento se distingue por su enorme tenacidad, por el empleo relativamente más frecuente de armas y bombas por parte de la población. En Odesa, el rasgo distintivo fue el paso a los insurgentes de una parte de las tropas. En todos los casos y siempre, el movimiento ha sido fundamentalmente proletario, fundido indisolublemente con la huelga de masas. En Moscú el movimiento discurrió dentro de los mismos marcos que el de toda una serie de otros centros industriales menos importantes.
Ante nosotros se plantea ahora, naturalmente, la cuestión de si el movimiento revolucionario se detendrá en esta fase desarrollo ya alcanzado, fase "habitual" y conocida, o se elevará a un grado superior. Si cabe aventurarse en la apreciación de acontecimientos tan complejos y colosales como los acontecimientos de la revolución rusa, inevitablemente llegaremos a admitir como muchísimo más probable la segunda respuesta a esta pregunta. Ciertamente, la guerra de guerrillas -forma de lucha presente, ya asimilada, si cabe expresarse así-, las huelgas incesantes, la extenuación del enemigo con ataques en la lucha también ha dado y da los resultados más serios. Ningún Estado resistirá á la longue esta lucha tenaz, que paraliza la vida industrial, que lleva la desmoralización completa a la burocracia y al ejército, que siembra el descontento por el estado de cosas en todos los círculos del pueblo. Y menos capaz de sostener una lucha semejante es el gobierno absolutista ruso. Podemos estar plenamente seguros de que la tenaz prosecución de la lucha incluso tan sólo en aquellas formas que ya están creadas por el movimiento obrero, llevará irremisiblemente a la bancarrota del zarismo.
Pero es en grado extremo improbable que el movimiento revolucionario en la Rusia actual se detenga en la fase ya alcanzada por él ahora. Por el contrario, todos los datos hablan más bien en favor de que ésta es tan sólo una de las fases iniciales de la lucha. En el pueblo no se han reflejado aún ni muchísimo menos todas las consecuencias de una guerra vergonzosa y funesta. La crisis económica en las ciudades y el hambre en el campo acentúan terriblemente la exasperación. El ejército de Manchuria, a juzgar por todos los informes, tiene una moral muy revolucionaria, y el gobierno teme repatriarlo, pero no se puede dejar de repatriar este ejército sin correr el peligro de nuevas y más serias insurrecciones. La agitación política entre los obreros y los campesinos nunca ha sido en Rusia tan ampliar, tan regular y tan profunda como ahora. La comedia de la Duma del Estado trae inevitablemente consigo nuevas derrotas para el gobierno, nueva exasperación del pueblo. La insurrección se ha desarrollado colosalmente ante nuestra vista en unos diez meses, y no es una fantasía, no es un buen deseo, sino una conclusión directa y obligada de los hechos de la lucha de masas, la que el ascenso de la insurrección se acerca a una fase nueva y superior, en la que en ayuda de la muchedumbre acudirán los destacamentos de combate de los revolucionarios o las unidades de tropas sublevadas, en la que estos destacamentos y unidades ayudarán a las masas a conseguir armas, en la que introducirán grandes vacilaciones en las filas del ejército "zarista" (todavía zarista, pero ya no enteramente zarista ni mucho menos), en la que la insurrección llevará a una victoria seria, de la cual no podrá reponerse el zarismo.
Las tropas zaristas han conseguido la victoria sobre los obreros de Moscú; pero esta victoria no ha dejado sin fuerza a los vencidos, sino que los ha aglutinado más estrechamente, ha hecho que el odio sea más profundo, los ha acercado a las tareas prácticas de una lucha seria. Esta victoria figura en el número de las que no pueden por menos de producir vacilaciones en las filas de los vencedores. El ejército sólo ahora comienza a saber, y saberlo no sólo por la letra de las leyes, sino, además, por su propia experiencia, que ahora lo movilizan entera y exclusivamente para la lucha contra el "enemigo interior". La guerra con el Japón ha terminado, pero la movilización continúa, una movilización contra la revolución. No nos causa pavor semejante movilización, no tememos saludarla, pues cuantos más soldados haya, llamados a la lucha sistemática contra el pueblo, tanto más rápidamente sobrevendrá la educación política y revolucionaria de estos soldados. Al movilizar nuevas y nuevas unidades militares para la guerra contra la revolución, el zarismo aplaza el desenlace,pero este aplazamiento es más que nada ventajoso para nosotros, pues en esta prolongada guerra de guerrillas los proletarios aprenderán a combatir, mientras que las tropas serán atraídas indefectiblemente a la vida política, y el clamor de esta vida, el llamado al combate de la joven Rusia penetra hasta en los cuarteles, herméticamente cerrados, y despierta a los más ignorantes, a los más atrasados y a los más embrutecidos.
El estallido de la insurrección ha sido una vez más extinguido. Una vez más, ¡viva la insurrección!
Ginebra, 10 de octubre (27/IX) de 1905.

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