domingo, 29 de junio de 2014

Lenin y la lucha armada (X)

Este texto de Lenin lo envío fraccionado por su longitud. En él, Lenin sostiene que no es posible la victoria de la revolución sin la conformación de un ejército revolucionario y que su construcción es un trabajo arduo.


Fidel Castro, principal dirigente del Ejército Rebelde, junto a Camilo Cienfuegos.

La última palabra de la táctica "iskrista", o elecciones de comedia como nuevo motivo de estímulo para la insurrección.

Las elecciones de comedia nunca estimulan a las masas. Pero una huelga, una manifestación, un motín militar, un grave incidente estudiantil, el hambre, la movilización, un conflicto en la Duma del Estado, etc., etc., pueden de verdad, ser el estímulo constante y permanente para las masas.

No es un “nuevo motivo” lo que nos falta, respetabilísimos Manilovs, sino la fuerza militar, la fuerza militar del pueblo revolucionario (y no del pueblo en general), que está formada por 1) el proletariado y el campesinado armados; 2) los destacamentos de avanzada compuestos por los representantes de estas clases; 3) las unidades del ejército dispuestas a pasarse a la causa del pueblo. Todo esto tomado en conjunto constituye un ejército revolucionario. Hablar de insurrección, de su fuerza, de la transición hacia ésta, y no hablar del ejército revolucionario, es un absurdo y un confusionismo tanto mayores cuanto más avance la movilización del ejército contrarrevolucionario.


Nadie puede asegurar que estos estallidos no se repetirán mañana… Su éxito depende, en primer lugar, del éxito de la agitación y organización revolucionarias… En segundo lugar, el éxito depende de la fuerza y preparación del ejército revolucionario.


Insurrección es una palabra muy grande. El llamamiento a una insurrección es un llamamiento sumamente grave. Cuando más compleja la estructura social, cuando más perfecta la organización del poder estatal, cuando más alta la técnica militar, tanto más imperdonable el planteamiento ligero de semejante consigna.


Es necesario comportarse muy cuidadosamente con las grandes palabras. Las dificultades para convertirlas en grandes obras son enormes.


Ejército revolucionario; estas también son palabras muy grandes. Su creación es un proceso difícil, complejo y largo. Pero cuando vemos que ya se ha iniciado y se desarrolla, fragmentariamente, episódicamente, pero en todas partes; cuando sabemos que sin este ejército la verdadera victoria de la revolución es imposible, debemos plantear la consigna categórica y directa, predicarla y convertirla en eje de las tareas políticas cotidianas. Sería erróneo creer que las clases revolucionarias siempre poseen fuerza suficiente para realizar la revolución, cuando ésta ha madurado por completo, en razón de las condiciones del desarrollo económico – social. No, la sociedad humana no está estructurada de una manera tan racional y “cómoda” para los elementos de vanguardia. La revolución puede haber madurado, y los creadores revolucionarios de esta revolución pueden carecer de fuerzas suficientes para realizarla, entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga a veces por decenios. Es indudable que la revolución democrática en Rusia ha madurado. Pero no se sabe si las clases revolucionarias tienen ahora bastante fuerza para realizarla. Eso lo decidirá la lucha, cuyo momento crítico se aproxima con enorme rapidez, si no nos engaña una seria de síntomas directos e indirectos. La preponderancia moral es indudable, la fuerza moral ya es aplastante; sin ella, por supuesto, no podría hablarse ni siquiera de revolución. Es una condición indispensable, pero todavía insuficiente. Y si llegara a transformarse en fuerza material, suficiente para quebrar la resistencia muy, pero muy seria de la autocracia (no cerremos los ojos ante eso), quedará demostrado por el resultado de la lucha. La consigna de la insurrección es la consigna de la solución del problema por medio de la fuerza material, y en la cultura europea contemporánea ésta sólo es la fuerza militar. No se debe presentar esta consigna mientras no hayan madurado las condiciones generales de la revolución, mientras no se hayan revelado en formas definidas el estímulo y la disposición de las masas a la acción, mientras las circunstancias exteriores no hayan desembocado en una crisis evidente.

Proletari, núm. 21, 17 (4) de octubre de 1905.

Lenin y la lucha armada (IX)

En este envío subo una carta que Lenin envió al Comité Militar de Petersburgo del partido bolchevique, instándolo a formar destacamentos de combate y a armarlos, como una forma de preparar la insurrección armada.


Al Comité Militar Anexo al Comité de San Petersburgo.

16 de octubre de 1905.
¡Queridos camaradas! Os agradezco mucho el envío 1) de la memoria del Comité Militar y 2) de las notas con respecto al problema de la organización de los preparativos de la insurrección + 3) los esquemas de la organización. Después de leídos estos documentos, he considerado que era mi deber dirigirme directamente al Comité Militar para un intercambio de opiniones entre camaradas. Ni qué decir tiene que no voy a examinar el planteamiento práctico de la cuestión; no puede haber duda de que se hace todo lo posible, dadas las rigurosas condiciones de Rusia. Pero, a juzgar por los documentos, existe el peligro de que la cosa degenere en el burocratismo. Todos estos esquemas, todos estos planes de la organización del Comité Militar producen la impresión de papeleo oficinesco; ruego que se me perdone por la franqueza; abrigo la esperanza de que no sospecharéis en mí el deseo de entablar disputa. En semejante empresa, lo menos conveniente de todo son los esquemas, así como las discusiones y conversaciones sobre las funciones del Comité Militar y sobre los derechos del mismo. Lo que aquí hace falta es una energía endiablada, energía y más energía. ¡Yo veo con espanto, sí, Dios mío, con verdadero espanto, que hace más de medio año que se está hablando de bombas y no se ha fabricado ni una sola! Y quienes hablan son personas de lo más instruidas... ¡Acudid a la juventud, señores! Este es el único procedimiento salvador. De otra forma, os aseguro que llegaréis tarde (lo veo por todos los síntomas) y que os quedaréis con apuntes "muy sabios", planes, diseños, esquemas, magníficas fórmulas, pero sin organización, sin un trabajo vivo. Acudid a la juventud. Cread en seguida destacamentos de combate en todas partes, entre los estudiantes y especialmente entre los obreros, etc., etc. Que se organicen inmediatamente destacamentos de tres a diez, a treinta y más hombres. Que se armen inmediatamente ellos mismos, con lo que cada uno pueda, quien con un revólver, quien con un cuchillo, quien con un trapo impregnado de kerosene para provocar incendios, etc. Que inmediatamente estos destacamentos elijan sus dirigentes y se pongan en contacto, según las posibilidades, con el Comité Militar anexo al Comité de Petersburgo. No exijáis ninguna clase de formalidades; ¡por amor de Cristo!, escupid sobre todos los esquemas; ¡por Dios! enviad a todos los diablos esas discusiones sobre "funciones, derechos y privilegios". No exijáis el ingreso obligatorio en el POSDR: sería una exigencia absurda para la insurrección armada. No rehuséis entrar en contacto con cada círculo, aunque sea de tres hombres, bajo la única condición de que esté a resguardo de la policía y dispuesto a luchar contra el ejército zarista. Que lo círculos que lo deseen entren en el POSDR o se declaren afectos al POSDR, esto es magnífico; pero yo consideraría incuestionablemente un error exigir esto.
El papel del Comité Militar anexo al Comité de Petersburgo debe consistir en: ayudar a estos destacamentos del ejército revolucionario, servir de "buró" para el enlace, etc. Todo destacamento aceptará gustoso vuestros servicios, pero si en esta empresa comenzáis con esquemas y con discursos acerca de los "derechos" del Comité Militar, echaréis a perder todo el asunto, os lo aseguro, lo echaréis a perder sin remedio.
Aquí hay que obrar realizando una amplia prédica. Que cinco o diez hombres recorran a la semana cientos de círculos de obreros y estudiantes, que se metan en todas partes donde puedan, y por todas partes propongan un plan claro, escueto, concreto y sencillo: formad inmediatamente un destacamento, armadlo con lo que podáis, trabajad con todas las fuerzas, nosotros os ayudaremos con lo que podamos, pero no nos esperéis, actuad vosotros mismos.
El centro de gravedad en esta empresa es la iniciativa de la masa de los pequeños círculos. Ellos lo harán todo. Sin ellos todo vuestro Comité Militar no es nada. Yo estoy dispuesto a medir la productividad de los esfuerzos del Comité Militar por el número de destacamentos de esta naturaleza con los que esté en contacto. Si al cabo de uno o dos meses no ha dependientes del Comité Militar en Petersburgo un mínimo de 200 a 300 destacamentos, en ese caso este Comité Militar será un comité muerto. En ese caso habrá que enterrarlo. En la actual situación de efervescencia, no reclutar cientos de destacamentos, significa permanecer al margen de la vida.
Los propagandistas deben dar a cada uno de los destacamentos breves y muy sencillas fórmulas para la fabricación de bombas, deben explicarles de la manera más elemental todos los tipos de trabajos a realizar y después dejar que ellos mismos desplieguen toda su actividad. Los destacamentos deben inmediatamente comenzar la instrucción militar a base de operaciones inmediatas, sin más tardanza. Unos destacamentos, desde ahora mismo, darán muerte a un confidente de la policía, provocarán la voladura de una comisaría, otros emprenderán el asalto de un banco para la confiscación de medios con destino a la insurrección, otros realizarán maniobras o levantamiento de planos, etc. Pero obligatoriamente hay que comenzar en seguida a aprender en la práctica: no temáis estos ataques de prueba. Pueden, naturalmente, degenerar en extremismo, pero esta es una desgracia del día de mañana: hoy la desgracia está en nuestra rutina, en nuestro doctrinarismo, en la inmovilidad propia del intelectualismo, en el temor senil a toda iniciativa. Que cada destacamento realice su aprendizaje aunque más no sea zurrando a los guardias municipales: decenas de bajas nuestras serán recompensadas con creces, porque darán centenares de combatientes expertos, que mañana conducirán tras de sí a cientos de miles.
Un estrecho apretón de manos, camaradas; os deseo éxito. No impongo en manera alguna mi punto de vista, pero considero mi deber haceros llegar mis sugestiones.
Vuestro, Lenin.

Lenin y la lucha armada (VIII)



Las jornadas sangrientas de Moscú.

Un nuevo estallido de la insurrección obrera: la huelga de masas y la lucha de calles en Moscú. En la capital, el 9 de enero retumbaron los primeros truenos de la acción revolucionaria del proletariado. Su eco se extendió por toda Rusia, lanzando a más de un millón de proletarios con una rapidez sin precedentes, a una lucha gigantesca. A Petesburgo siguieron las regiones periféricas, en las que la opresión nacional ha agudizado el ya de por sí insoportable yugo político. Riga, Polonia, Odesa, el Cáucaso, se han convertido consecutivamente en focos de la insurrección, que ha ido agrandándose en amplitud y en profundidad cada mes, cada semana. Ahora las cosas han llegado hasta el centro de Rusia, hasta el corazón de esas regiones "auténticamente rusas" que de día en día causaban el enternecimiento de los reaccionarios por su firmeza. Toda una serie de circunstancias explica esta relativa firmeza, es decir, el atraso del centro de Rusia: las formas menos desarrolladas de la gran industria, que si bien abarcó a inmensas masas obreras, no ha destruido en mayor grado la ligazón con la tierra, ni ha concentrado suficientemente a los proletarios en centros intelectuales; al estar muy alejado del extranjero; la falta de discordias nacionales. El movimiento obrero, que apareció con fuerza tan poderosa en estas regiones ya en los años 1885-1886, diríase que se adormeció por largo tiempo, y los esfuerzos de los socialdemócratas se estrellaban decenas y cientos de veces contra la resistencia de las condiciones locales del trabajo, especialmente difíciles.
Pero, al fin, también el centro se ha puesto en movimiento. La huelga de Ivánovo - Vosnosensk ha puesto de manifiesto inesperadamente la alta madurez política de los obreros. La efervescencia en toda la zona industrial del centro ha ido aumentando ininterrumpidamente y ampliándose después de esta huelga. Ahora esta efervescencia ha comenzado a manifestarse abiertamente, ha venido a transformarse en insurrección. Indudablemente, los estudiantes revolucionarios de Moscú, que acaban de adoptar una resolución completamente análoga a la aprobada por los estudiantes de Petersburgo, condenando la Duma del Estado, llamando a la lucha por la república, por la instauración de un gobierno provisional revolucionario han agudizado este estallido. Los profesionales "liberales", que acababan de elegir un rector liberalísimo, al famoso señor Trubetskói, han clausurado la Universidad bajo la presión de las amenazas de la policía: temían, según sus palabras, la repetición de la matanza de Tíflis dentro de los muros de la Universidad; pero lo único que han hecho ha sido acelerar el derramamiento de sangre en las calles, fuera del recinto universitario.
A juzgar por los lacónicos comunicados telegráficos de los periódicos del extranjero, el curso de los acontecimientos en Moscú ha sido el "corriente", un curso que ha respondido, por decirlo así, a la norma que es habitual después del 9 de enero. Comenzó con la huelga de los tipógrafos, que se extendió rápidamente. El sábado 24 de setiembre (7 de octubre) no funcionaban ya las imprentas, los tranvías, las fábricas de cigarrillos. Dejaron de salir los periódicos. Se esperaba la huelga general de los obreros fabriles y de los ferroviarios. Al atardecer hubo grandes manifestaciones, en las que además de los tipógrafos participaron también los obreros de otras profesiones, estudiantes, etc. Los cosacos y gendarmes dispersaron muchas veces a los manifestantes, pero éstos volvían a reunirse. Muchos policías resultaron heridos. Los manifestantes arrojaron piedras e hicieron disparos de revólver. Fue gravemente herido el oficial que mandaba a los gendarmes. Fue muerto un oficial cosaco, un gendarme, etc.
El sábado se unieron a la huelga los panaderos.
El domingo 25 de setiembre (8 de octubre) los acontecimientos tomaron de pronto un sesgo amenazador. Desde las once de la mañana comenzaron a aglomerarse los obreros en las calles, sobre todo en el bulevar Strastnoi y en otros lugares. La muchedumbre cantaba La Marsellesa. Las imprentas cuyo personal se negó a ir a la huelga, fueron destrozadas. Los cosacos consiguieron dispersar a los manifestantes únicamente después de una tenaz resistencia por parte de éstos.
Delante de la tienda de Filíppov, cerca de la casa del gobernador - general se reunió una muchedumbre de 400 personas, principalmente obreros panaderos. Los cosacos atacaron a la multitud. Los obreros penetraron en las casas, subieron a los tejados y desde allí arrojaron piedras sobre los cosacos. Estos abrieron fuego contra los tejados y, no pudiendo desalojar a los obreros, recurrieron a un asedio en toda regla. La casa fue cercada, un destacamento de policía y dos compañías de granaderos realizaron un movimiento envolvente, penetraron en la casa por la parte trasera y ocuparon al fin el tejado. Fueron detenidos 192 obreros. Ocho detenidos resultaron heridos; dos obreros fueron muertos (repetimos que todos estos datos tienen como fuente exclusiva los comunicados telegráficos de los periódicos del extranjero, que, naturalmente, están lejos de la verdad y dan tan sólo una idea aproximada de las proporciones de la batalla). Un serio periódico belga informa que los porteros estuvieron afanosamente dedicados a limpiar las huellas de sangre de las calles; este pequeño detalle -dice el periódico-, más que los largos comunicados, es un testimonio de la seriedad de la lucha.
Por lo visto, a los periódicos de Petersburgo se les autorizó a escribir acerca de la matanza ocurrida en la calle de Tverskáia, pero ya al día siguiente la difusión de nuevas informaciones asustó a la censura. A partir del lunes 26 de setiembre (9 de octubre), los despachos oficiales comunicaban que en Moscú no se había producido ningún desorden serio; pero a las redacciones de los periódicos de Peterburgo llegaron por teléfono otras noticias distintas. Resulta que la muchedumbre volvió a reunirse frente a la casa del gobernador - general. Las refriegas fueron enconadas. Los cosacos dispararon más de una vez. Cuando se apearon para abrir fuego, sus caballos atropellaron a mucha gente. Al atardecer una muchedumbre de obreros llenó los bulevares con sus gritos revolucionarios. Con las banderas rojas desplegadas. La muchedumbre asaltó las panaderías y las armerías. La muchedumbre fue al fin dispersada por la policía. Hubo mucho heridos. La central de telégrafos estaba protegida por una compañía de soldados. La huelga de panaderos se hizo general. La efervescencia entre los estudiantes va en aumento, las reuniones públicas son cada vez más concurridas y tienen un carácter más revolucionario. EL corresponsal del Times en Petersburgo informa de la difusión de proclamas en esa ciudad llamando a la lucha, de la efervescencia reinante entre los obreros panaderos de la ciudad, del anuncio de una manifestación para el sábado 1 (14) de octubre, de la extraordinaria alarma que cundido entre el público.
Por incompletos que sean estos datos, permiten sin embargo extraer la conclusión de que el estallido insurreccional de Moscú no representa, en comparación con los otros, el grado superior del movimiento. No hay intervención de destacamentos revolucionarios preparados de antemano y bien armados, ni el paso al lado del pueblo siquiera sea de algunas unidades de tropas, ni el empleo de los "nuevos" tipos de arma popular, las bombas (en Tiflís el 26 de setiembre -9 de octubre- habían infundido tanto pánico a los cosacos y soldados). Al faltar una de estas condiciones, no era posible contar ni con el armamento de gran número de obreros ni con la victoria de la insurrección. La importancia de los acontecimientos de Moscú, como ya hemos señalado, es otra: significan el bautismo de fuego de un gran centro, la incorporación a la lucha seria de una inmensa zona industrial.
El crecimiento de la insurrección en Rusia no sigue ni puede, naturalmente, seguir una línea ascensional suave y recta. En Petersburgo, el 9 de enero, el rasgo dominante fue el rápido y unánime movimiento de gigantescas masas, que estaban inermes y que no iban a la lucha, pero que recibieron una alta lección de lucha. En Polonia y en el Cáucaso, el movimiento se distingue por su enorme tenacidad, por el empleo relativamente más frecuente de armas y bombas por parte de la población. En Odesa, el rasgo distintivo fue el paso a los insurgentes de una parte de las tropas. En todos los casos y siempre, el movimiento ha sido fundamentalmente proletario, fundido indisolublemente con la huelga de masas. En Moscú el movimiento discurrió dentro de los mismos marcos que el de toda una serie de otros centros industriales menos importantes.
Ante nosotros se plantea ahora, naturalmente, la cuestión de si el movimiento revolucionario se detendrá en esta fase desarrollo ya alcanzado, fase "habitual" y conocida, o se elevará a un grado superior. Si cabe aventurarse en la apreciación de acontecimientos tan complejos y colosales como los acontecimientos de la revolución rusa, inevitablemente llegaremos a admitir como muchísimo más probable la segunda respuesta a esta pregunta. Ciertamente, la guerra de guerrillas -forma de lucha presente, ya asimilada, si cabe expresarse así-, las huelgas incesantes, la extenuación del enemigo con ataques en la lucha también ha dado y da los resultados más serios. Ningún Estado resistirá á la longue esta lucha tenaz, que paraliza la vida industrial, que lleva la desmoralización completa a la burocracia y al ejército, que siembra el descontento por el estado de cosas en todos los círculos del pueblo. Y menos capaz de sostener una lucha semejante es el gobierno absolutista ruso. Podemos estar plenamente seguros de que la tenaz prosecución de la lucha incluso tan sólo en aquellas formas que ya están creadas por el movimiento obrero, llevará irremisiblemente a la bancarrota del zarismo.
Pero es en grado extremo improbable que el movimiento revolucionario en la Rusia actual se detenga en la fase ya alcanzada por él ahora. Por el contrario, todos los datos hablan más bien en favor de que ésta es tan sólo una de las fases iniciales de la lucha. En el pueblo no se han reflejado aún ni muchísimo menos todas las consecuencias de una guerra vergonzosa y funesta. La crisis económica en las ciudades y el hambre en el campo acentúan terriblemente la exasperación. El ejército de Manchuria, a juzgar por todos los informes, tiene una moral muy revolucionaria, y el gobierno teme repatriarlo, pero no se puede dejar de repatriar este ejército sin correr el peligro de nuevas y más serias insurrecciones. La agitación política entre los obreros y los campesinos nunca ha sido en Rusia tan ampliar, tan regular y tan profunda como ahora. La comedia de la Duma del Estado trae inevitablemente consigo nuevas derrotas para el gobierno, nueva exasperación del pueblo. La insurrección se ha desarrollado colosalmente ante nuestra vista en unos diez meses, y no es una fantasía, no es un buen deseo, sino una conclusión directa y obligada de los hechos de la lucha de masas, la que el ascenso de la insurrección se acerca a una fase nueva y superior, en la que en ayuda de la muchedumbre acudirán los destacamentos de combate de los revolucionarios o las unidades de tropas sublevadas, en la que estos destacamentos y unidades ayudarán a las masas a conseguir armas, en la que introducirán grandes vacilaciones en las filas del ejército "zarista" (todavía zarista, pero ya no enteramente zarista ni mucho menos), en la que la insurrección llevará a una victoria seria, de la cual no podrá reponerse el zarismo.
Las tropas zaristas han conseguido la victoria sobre los obreros de Moscú; pero esta victoria no ha dejado sin fuerza a los vencidos, sino que los ha aglutinado más estrechamente, ha hecho que el odio sea más profundo, los ha acercado a las tareas prácticas de una lucha seria. Esta victoria figura en el número de las que no pueden por menos de producir vacilaciones en las filas de los vencedores. El ejército sólo ahora comienza a saber, y saberlo no sólo por la letra de las leyes, sino, además, por su propia experiencia, que ahora lo movilizan entera y exclusivamente para la lucha contra el "enemigo interior". La guerra con el Japón ha terminado, pero la movilización continúa, una movilización contra la revolución. No nos causa pavor semejante movilización, no tememos saludarla, pues cuantos más soldados haya, llamados a la lucha sistemática contra el pueblo, tanto más rápidamente sobrevendrá la educación política y revolucionaria de estos soldados. Al movilizar nuevas y nuevas unidades militares para la guerra contra la revolución, el zarismo aplaza el desenlace,pero este aplazamiento es más que nada ventajoso para nosotros, pues en esta prolongada guerra de guerrillas los proletarios aprenderán a combatir, mientras que las tropas serán atraídas indefectiblemente a la vida política, y el clamor de esta vida, el llamado al combate de la joven Rusia penetra hasta en los cuarteles, herméticamente cerrados, y despierta a los más ignorantes, a los más atrasados y a los más embrutecidos.
El estallido de la insurrección ha sido una vez más extinguido. Una vez más, ¡viva la insurrección!
Ginebra, 10 de octubre (27/IX) de 1905.

Lenin y la lucha armada (VII)

Este envío es un texto corto de Lenin, en el que levanta una nota que relata el ingreso de un destacamento de revolucionarios en una prisión para rescatar a dos dirigentes condenados a muerte. A partir de este hecho, que considera parte del progreso del armamento de las masas, llama a fabricar armas y a formar otros destacamentos, del futuro ejército revolucionario, que habrá de derrocar a la autocracia zarista. 

Imagen del Cordobazo, inicio del proceso revolucionario en Argentina en 1969. Momento en el cual empezó a estar planteada en toda su actualidad el armamento del proletariado.

De la defensa al ataque.
El corresponsal especial del serio periódico conservador Le Temps telegrafiaba a este periódico desde Petersburgo el 21 (8) de setiembre.
Anteanoche, un grupo de alrededor de 70 hombres atacó la prisión central de Riga, cortó los hilos telefónicos y con ayuda de escaleras de mano penetró en el patio de la cárcel, donde tras enconada refriega resultaron muertos dos carceleros y tres gravemente heridos. Los manifestantes libertaron entonces a dos presos políticos que estaban sometidos a consejo de guerra y  esperaban la pena de muerte. Durante la persecución de los manifestantes, que consiguieron desaparecer, a excepción de dos que han sido detenidos, fue muerto un agente y heridos varios policías.
¡Así, pues, las cosas van, a pesar de todo, adelante! El armamento de las masas, a pesar de las increíbles e indescriptibles dificultades, hace progresos. El terror individual, este engendro de la debilidad de los intelectuales, queda en la región del pasado. En lugar de gastar decenas de millares de rublos y una masa de fuerzas revolucionarias para dar muerte a cualquier Sergio* - que revolucionó a Moscú casi tan bien como algunos revolucionarios-, para matar "en nombre del pueblo", en lugar de esto comienzan las acciones militares juntamente con el pueblo. He aquí lo que resulta cuando los pioneros de la lucha armada se funden con la masa no de palabra, sino con los hechos, se colocan al frente de los grupos de combate y de los destacamentos del proletariado, educan en el fuego de la guerra civil a decenas de jefes populares, que mañana, en el día de la insurrección obrera, sabrán ayudar con su experiencia y con su valor heroico a millares y decenas de millares de obreros.
¡Salud a los héroes del destacamento revolucionario de combate de Riga! Que su éxito sirva de estimulante y de ejemplo para los obreros socialdemócratas de toda Rusia. ¡Vivan los iniciadores del ejército popular revolucionario!
Considerad el éxito con que incluso desde el punto de vista puramente militar ha sido coronada la empresa llevada a cabo por los combatientes de Riga. Han sido muerto tres y heridos, probablemente, cinco a diez enemigos. Nuestra pérdidas: sólo dos, probablemente heridos y por lo mismo, hechos prisioneros por el enemigo. Trofeos nuestros: dos jefes revolucionarios libertados del cautiverio. ¡¡ Esto sí que es una brillante victoria!! Es una verdadera victoria después de una batalla librada contra un enemigo armado hasta los dientes. Esto no es ya un complot contra un personaje cualquiera odiado, no es un acto de venganza, no es una salida provocada por la desesperación, no es un simple acto de "atemorizamiento", no: esto es el comienzo, bien meditado y preparado, calculado desde el punto de vista de la correlación de fuerzas, es el comienzo de las acciones de los destacamentos de los destacamentos del ejército revolucionario. El número  de combatientes de estos destacamentos, de 25 a 75 hombres, puede ser aumentado en varias decenas en cada ciudad grande y a menudo en los suburbios de una gran ciudad. Los obreros acudirán a centenares a estos destacamentos; lo único que hace falta es pasar inmediatamente a propagar en vasta escala esta idea, pasar a formar estos destacamentos, a dotarlos de toda clase de armas, desde cuchillos y revólveres hasta bombas, pasar a instruir y educar militarmente a estos destacamentos.
Afortunadamente, han pasado los tiempos en que por falta de un pueblo revolucionario "hacían" la revolución terroristas revolucionarios aislados. La bomba ha dejado de ser el arma del "petardista" individual y ha pasado a ser el elemento necesario del armamento del pueblo. Con los cambios introducidos en la técnica militar, cambian y deben cambiar los métodos y procedimientos de la lucha de calles. Todos nosotros estudiamos ahora (y hacemos bien al estudiar esto) la construcción de barricadas y el arte de defenderlas. Pero por conocer este viejo y útil arte no hay que olvidar los nuevos pasos dados en el terreno de la técnica militar. Los progresos hechos en el empleo de los explosivos han introducido una serie de innovaciones en la artillería.
Los japoneses han resultado ser más fuertes que los rusos en parte también porque han sabido utilizar mucho mejor los explosivos. El vasto empleo de los más fuertes explosivos es una de las particularidades muy características de la última guerra. Y estos maestros del arte militar reconocidos ahora en todo el mundo, los japoneses, han pasado también al empleo de la bomba de mano, que han utilizado a las mil maravillas contra Port Arthur ¡Aprendamos de los japoneses! Nuestra moral no ha de decaer por los duros reveses que acompañen a los intentos de conseguir aprovisionarnos de armas en gran escala. No habrá ningún revés capaz de quebrantar la energía de los hombres que comprenden y ven en la práctica, su estrecha ligazón con la clase revolucionaria, que tienen conciencia del hecho de que ahora se ha alzado realmente todo el pueblo tras sus objetivos inmediatos de lucha. En todas partes es posible preparar bombas. Se fabrican actualmente en Rusia en proporciones mucho más amplias de lo que cada uno de nosotros conoce (y cada miembro de la organización socialdemócrata, probablemente, conoce más de un caso de organización de talleres). Se fabrican en proporciones incomparablemente más vastas de lo que la policía sabe (y ella sabe, probablemente, más que los revolucionarios de las diferentes organizaciones aisladas). No habrá fuerza que pueda enfrentarse a los destacamentos del ejército revolucionario que estén provistos de bombas, que en una buena noche realicen de golpe unos cuantos ataques como el de Riga, tras los cuales -y esta última condición es la más importante- se alcen centenares de miles de obreros que no han olvidado la jornada "pacífica" del 9 de enero y que anhelan ardientemente un 9 de enero en armas.
Hacia esto van claramente las cosas en Rusia. Reflexionad sobre estas informaciones de los periódicos legales acerca de las bombas encontradas en los cestos de pacíficos pasajeros de barcos. Penetrad en la significación de estas noticias que dan cuenta de centenares de ataques contra policías y militares, de decenas de muertos en el acto, de decenas de heridos graves durante los últimos dos meses. Incluso los corresponsales del traidor periódico burgués Osvobozhdenie, que condenan la "insensata" y "criminal" propaganda de la insurrección armada, reconocen que hasta ahora nunca habían estado tan cerca los acontecimientos trágicos.
¡A la obra, pues, camaradas! Que cada uno esté en su puesto. Que cada círculo obrero comprenda que si no es hoy, mañana los acontecimientos pueden exigir de él una participación dirigente en el combate último y decisivo.
Proletari, número 18, 26 (13) de setiembre de 1905.

domingo, 22 de junio de 2014

Lenin y la lucha armada (VI)

Las centurias negras y la organización de la insurrección.



Los acontecimientos de Nizhni – Nóvgorod y de Balashov promovieron la atención general. En el número anterior hemos publicado un relato detallado de la matanza de Nizhni, en el presente publicamos un relato sobre la de Balashov. Las hazañas de las centurias negras se multiplican. La socialdemocracia debe prestar atención al significado que tiene este fenómeno en la marcha general del desarrollo revolucionario. Para completar la correspondencia de Samara, he aquí un interesante volante publicado por el grupo de Borisogliebsk del POSDR.

“¡Obreros y habitantes de la ciudad de Borisogliebsk! Los sucesos de Nizhni – Nóvgorod y de Balashov, en los que la policía mostró su capacidad para organizar una matanza de todos los que piensan de distinto modo, os revelan toda la seriedad del momento que nos plantea la revolución. La hora de las palabras y de la crítica platónica ha pasado. Por la fuerza de los hechos concretos el gobierno nos empuja de las palabras a la acción. El ve que el movimiento revolucionario ya no está en esa situación en que la policía y la gendarmería solas podían combatirlo. Se da cuenta que en su lucha contra el ‘enemigo interior’ no le bastarían las tropas regulares del Ministerio del Interior. Toda la población del Imperio Ruso se ha convertido en ‘enemigo interior’, en ‘sedicioso’, y el gobierno se vio obligado a abrir la conscripción de reclutas – voluntarios en las filas del ejército regular. Pero, al abrir la conscripción en masa para el ‘servicio nacional’ a los vagabundos, maleantes, pillos y otra gente semejante, que no admite ninguna imposición burocrática, nuestro gobierno se vio obligado a modificar los viejos métodos de represión sobre las masas, y las antiguas medidas ilegales de lucha directa contra la revolución. Curar el mal con el mismo mal. Hasta ahora nuestro gobierno se limitaba a combatir la palabra impresa. Ahora se dedica a publicar proclamas en Moskovskie Viédomosti, Rússkoie Dielo, Grazhdanín, Díen y otros órganos oficialistas. Ahora encarga a los arciprestes, generales, Sharapovs, Gringmuts y otros agitadores suyos la agitación en el pueblo. Hasta ahora nuestro gobierno se limitaba a obstaculizar la organización. Ahora se dedica a organizar uniones de gente rusa, ligas de patriotas, uniones de monárquicos. Hasta ahora se limitaba a temblar ante la idea de la insurrección. Ahora se dedica a organizar una insurrección de centurias negras, ahora tiene la esperanza de provocar una guerra civil. El gobierno, espantado ante la revolución inminente, se apropió de las armas de la misma revolución: organización, propaganda y agitación. Con ayuda de estas armas de doble filo, con ayuda de las centurias negras, el gobierno comienza a organizar escenas de indignación popular, escenas de contrarrevolución. Después de un ‘ensayo’ en la periferia, organiza una jira por el centro de Rusia. Hace poco hemos sido testigos de tales representaciones de Nizhni y Balashov y no podemos decir que el absolutismo no haya tenido éxito. Los procedimientos ‘revolucionarios’ de lucha resultaron efectivos: muchos enemigos del absolutismo fueron asesinados o apaleados, y la población está aterrorizada ante este terrorismo legal de nuestro gobierno.
No hay duda de que después de eso seguirá la ampliación del experimento. Los laureles de unas centurias negras no dejarán dormir a las otras, hasta que no hayan probado también sus fuerzas. Donde hay revolución, también ha contrarrevolución, y por consiguiente, también Borisogliebsk debe estar preparado para sufrir la experimentación de las aptitudes organizativas de los destacados representantes de la tendencia reaccionaria. Tenemos razones para esperar también en Borisogliebsk los pogróms contra los judíos, obreros e intelectuales; y por lo tanto, preocupados por la preparación de un adecuado rechazo de todas las ‘medidas ilegales’ del gobierno para sofocar el movimiento revolucionario, el grupo de Borisogliebsk, al abrir la suscripción para organizar la autodefensa armada, invita a todos aquellos cuya simpatía no está con el gobierno y con las centurias negras, a ayudar con dinero y armas a la organización de grupos de autodefensa.”

En efecto, el propio gobierno le impone la guerra civil a la población. En efecto, los “vagabundos, maleantes y pillos” ingresan al servicio del Estado. En estas condiciones, los discursos burgueses de los osvobozhdenistas sobre la criminal y demente prédica de la insurrección, sobre el daño de la organización de la autodefensa (núm. 74 de Osvob.), aparecen ya no sólo como una tremenda trivialidad política, no sólo como justificación del absolutismo y (prácticamente) servilismo ante Moskovskie Viédomosti. No, estos discursos se convierten simplemente en rezongos mortecinos de las momias de Osvobozhdenie, a quienes el movimiento revolucionario arroja implacablemente “por la borda de la vida”, envía al archivo de rarezas, que es el lugar más adecuado para ellas. Las discusiones teóricas sobre la necesidad de la insurrección pueden y deben realizarse, las resoluciones tácticas sobre este problema deben meditarse y elaborarse minuciosamente, pero con todo eso, no debe olvidarse que la marcha espontánea de las cosas se abre camino poderosamente, mal que les pese a los sabihondos. No debe olvidarse que el desarrollo de tantas y tan grandes contradicciones como se han acumulado a lo largo de los siglos en la vida rusa marcha con fuerza implacable, empujando al escenario a las masas populares, barriendo al montón de desperdicios las muertas y moribundas doctrinas sobre el progreso pacífico. A todos los oportunistas les gusta decirnos: aprendan de la vida. Lamentablemente, ellos entienden por vida sólo el pantano de los períodos de paz, los tiempos de estancamiento, en los que la vida apenas avanza. Ellos, gente ciega, quedan siempre rezagados respecto de las enseñanzas de la vida revolucionaria. Sus doctrinas muertas siempre se quedan detrás del torrente impetuoso de la revolución que expresa las más profundas reivindicaciones de la vida y aborda los más arraigados intereses de las masas populares.

Ved, por ejemplo, cuán ridículos resultan ahora, frente a estas enseñanzas de la vida, los alaridos de cierto sector de la socialdemocracia sobre el peligro de una concepción conspirativa con respecto a la insurrección, sobre la apreciación estrecha ‘jacobina’ de su necesidad, sobre la exageración del significado y el papel de la fuerza material en los sucesos políticos que se aproximan. Estos alaridos se alzaron justamente en vísperas de convertirse la insurrección en la más auténtica y vital necesidad popular, cuando precisamente la masa, que es la más ajena de toda “conspiración”, comenzó a adherirse a la insurrección, gracias a las proezas de las centurias negras. Una mala doctrina se corrige perfectamente con una buena revolución. Podéis leer en la nueva Iskra unos chistes (¿o son sarcasmos?) insípidos y torpes, dignos de Burenin acerca de que en un folleto especialmente dedicado a temas militares se analizan problemas militares de la revolución, inclusiva la cuestión de los ataques diurnos y nocturnos, o la necesidad de pensar en la ubicación de los estados mayores de la insurrección, o la designación de “guardias” de los miembros de la organización que puedan informarse a tiempo de cualquier pogrom, cualquier acción del “enemigo”, y dar a tiempo las órdenes precisas a nuestras fuerzas de combate, al proletariado revolucionario organizado. Y al mismo tiempo, como burlarse de la doctrina sin vida de los mencheviques en el extranjero, vemos la acción de los mencheviques rusos. Leemos con respecto a Ekaterinoslav (ver el núm. 13 de Proletari) que en un momento crítico (¡se esperaba un pogrom de las centurias negras! ¿Es que existe actualmente en Rusia una ciudad o un pueblo donde no se espere algo semejante?) se realizó un acuerdo entre los bolcheviques por una parte, y los mencheviques y el Bund por la otra. “Colectas comunes de dinero para armas, un plan común de acción, etc.” Qué clase de plan era ese, se ve por ejemplo en lo siguiente: en la fábrica de Briansk los socialdemócratas en un mitin de 500 obreros habían invitado a organizar la resistencia. “Luego, por la noche, los obreros organizados de la fábrica de Briansk fueron instalados en algunas casas; se destacaron patrullas, se designó un estado mayor, etc.; en una palabra, estuvimos en plena disposición de combate” (entre otras cosas, se informaron los unos a los otros de “la ubicación de los estados mayores de cada organización”, de las tres arriba mencionadas).

¡Los periodistas neoiskristas se burlan… de sus propios camaradas – prácticos!

Aunque arruguéis la nariz con desprecio, señores, por eso de los ataques nocturnos y otros problemas militares puramente tácticos, aunque hagáis muecas frente al “plan” de designar las guardias de secretarios o miembros de la organización para el caso de acciones militares urgentes, la vida vence, la revolución enseña, disciplinando y sacudiendo a los pedantes más empedernidos. Las cuestiones militares, aun las de detalle, es necesario estudiarlas en momentos de guerra civil, y el interés de los obreros por estas cuestiones es el más legítimo y sano de los fenómenos. Los estados mayores (o las de los miembros de la organización) es necesario organizarlos. La ubicación de patrullas, la instalación de destacamentos, todo eso son funciones puramente militares, son las operaciones iniciales del ejército revolucionario, todo eso es la organización de una insurrección armada, la organización del poder revolucionario que se fortalece y se consolida en estos pequeños preparativos, en estas leves escaramuzas, experimentando sus fuerzas, aprendiendo a guerrear, preparándose para la victoria, una victoria tanto más próxima, tanto más probable, cuanto más profunda es la crisis política general, cuanto más fuertes son la efervescencia, el descontento y las vacilaciones en las filas del ejército zarista.

Los compañeros socialdemócratas deben seguir y seguirán en escala cada vez mayor el ejemplo de los compañeros de Ekaterinoslav y Borisogliebsk. El llamado a la ayuda en dinero y armas es muy oportuno. Crece y seguirá creciendo el número de personas completamente ajenas a todo “plan” e incluso a toda idea de la revolución, que ven y sientes la necesidad de la lucha armada frente a las ferocidades de la policía, los cosacos y las centurias negras, perpetradas contra los ciudadanos inermes. No hay elección posible, todos los demás caminos están cerrados. No es posible dejar de conmoverse por lo que ocurre ahora en Rusia; no es posible dejar de pensar en la guerra y la revolución, y todo el que se conmueve, piensa, se interesa, se ve obligado a colocarse en uno u otro bando armado. A vosotros os apalearán y os matarán, pese al carácter archipacífico y legal hasta la mezquindad, de vuestra acción. La revolución no admite neutrales. La lucha se ha encendido. Es una lucha de vida o muerte, lucha entre la vieja Rusia de la esclavitud, de la servidumbre y del absolutismo, y la nueva, la joven Rusia popular, la Rusia de las masas laboriosas que anhelan la luz y la libertad, para reiniciar una y otra vez la lucha por la total liberación de la humanidad de toda opresión y toda explotación.

¡Que venga, pues, la insurrección armada popular!


Proletari, número 14, 29 (16) de agosto de 1905.

Lenin y la lucha armada (V)

Ejército revolucionario y gobierno revolucionario.



La insurrección de Odesa  y el paso del acorazado Potemkin al lado de la revolución representan un nuevo gran paso de avance en el desarrollo del movimiento revolucionario contra la autocracia. Los acontecimientos han venido a confirmar con pasmosa celeridad hasta qué punto corresponden a la situación los llamamientos a la insurrección y a la formación de un gobierno provisional revolucionario dirigidos al pueblo por los representes concientes del proletariado a través del III congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Al avivarse la llama revolucionaria, ilumina con su resplandor la importancia práctica de estos llamamientos y nos apremia a señalar con mayor precisión las tareas de los luchadores revolucionarios en la situación que actualmente prevalece en Rusia.

Bajo esta influencia del desarrollo espontáneo de los acontecimientos, va madurando y organizándose ante nuestros ojos la insurrección general armada del pueblo. No hace todavía tanto tiempo que la única manifestación de la lucha del pueblo contra la autocracia eran las revueltas, es decir, los levantamientos carentes de conciencia, no organizados, espontáneos y a veces sin freno.  Pero el movimiento obrero, ha ido sobreponiéndose rápidamente a esta fase inicial. La propaganda y la agitación de la socialdemocracia, concientes de su meta, ha contribuido a ello. Las simples revueltas han dejado paso a la lucha huelguística organizada y a las manifestaciones políticas en contra de la autocracia. Las brutales violencias militares se han encargado de “educar” en unos cuantos años al proletariado y a la gente sencilla de las ciudades, preparándolos para las formas más altas de la lucha revolucionaria. La criminal y bochornosa guerra a la que la autocracia arrastró al pueblo hizo rebasar la copia de la paciencia de éste. Comenzaron los intentos de resistencia armada de la muchedumbre contra las tropas zaristas. Comenzaron los combates de calle en toda regla entre el pueblo y las tropas, comenzaron las luchas de barricadas. El Cáucaso, Lodz, Odesa y Laibán han dado, en estos últimos tiempos, ejemplos de heroísmo proletario y entusiasmo popular. Paso a paso, la lucha ha ido derivando hacia la insurrección. El infame papel de los verdugos de la libertad y de los esbirros policíacos no podía por menos de ir abriendo también los ojos, poco a poco, al ejército zarista. Este comenzó a vacilar. Al principio, fueron casos aislados de negativa a la obediencia, explosiones de sublevación de los reservistas, protestas de los oficiales, agitación entre los soldados, negativa de algunas compañías o de regimientos enteros a disparar contra sus hermanos, los obreros. Luego, el paso de una parte del ejército al lado de la insurrección.

La formidable significación de los últimos acontecimientos producidos en Odesa estriba precisamente en que por primera vez se ha pasado abiertamente al lado de la revolución una gran unidad de las fuerzas armadas del zarismo, todo un acorazado. El gobierno ha hecho ímprobos esfuerzos y recurrido a cuantos subterfugios tenía a su alcance para ocultar al pueblo lo sucedido y para aplastar en germen la insurrección de los marinos. Todo ha sido inútil. Los buques de guerra enviados contra el acorazado revolucionario Potemkin se han negado a pelear contra sus camaradas. El gobierno autocrático ha hecho circular por toda Europa la noticia de la capitulación del Potemkin y la de que el zar había ordenado hundir el acorazado revolucionario, y lo único que con ello ha conseguido ha sido ponerse en ridículo ante el mundo entero. La escuadra ha regresado a Sebastópol y el gobierno se apresura a licenciar a los marinos y a desarmar los buques de guerra; circulan rumores sobre licenciamientos en masa de oficiales de la flota del mar Negro; el acorazado Gueorgui Pobiedonosets, que había capitulado han vuelto a producirse motines. Se sublevan también los marinos en Krondstadt y en Libáu, menudean los choques con las tropas; en Libáu, se han producido combates de barricadas de los marinos y obreros contra los soldados. La prensa extranjera habla de motines de otra serie de barcos de guerra (el Minin, el Alejandro II, etc). El gobierno zarista ya no tiene marina de guerra. Todo lo más que ha podido conseguir, por el momento, es impedir que la flota se pasara activamente al lado de la revolución. Pero el acorazado Potemkin era y sigue siendo territorio invencible de la revolución y, cualquiera que pueda ser su suerte, podemos registrar desde ahora un hecho indudable y de una significación extraordinaria: el intento de formación del núcleo de un ejército revolucionario.

Ninguna clase de represalias o de victorias parciales sobre la revolución podrán restar importancia a este gran acontecimiento. Se hado dado el primer paso. Se ha cruzado el Rubicón. Ha quedado grabado como un hecho en los anales de toda Rusia y del mundo entero el paso del ejército al lado de la revolución. Nuevos y más enérgicos intentos encaminados a la formación de un ejército revolucionario seguirán indefectiblemente a los acontecimientos producidos en la flota del mar Negro. Tarea nuestra es, ahora, estimular con todas nuestras fuerzas estos intentos, explicar a las grandes masas del proletariado y los campesinos lo que significa la existencia de un ejército revolucionario en la lucha por la libertad de todo el pueblo, ayudar a las unidades sueltas de este ejército a izar la bandera del pueblo, la bandera de la libertad, la bandera capaz de movilizar a las masas y de unir a las fuerzas que pueden dar al traste con la autocracia zarista.

Revueltas –manifestaciones- combates de calles –unidades de un ejército revolucionario: tales son las etapas de desarrollo de la insurrección popular. Hemos llegado, por fin, a la última de ellas. Esto no significa, por supuesto, que ya se halle en esta etapa nueva y más alta el movimiento en su conjunto. No; hay todavía en el movimiento mucho que no se ha desarrollado, y los acontecimientos de Odesa presentan todavía claros rasgos de las anteriores revueltas. Pero ello significa que las primeras olas del torrente espontáneo han llegado ya hasta los mismos umbrales de la “fortaleza” zarista. Significa que los representantes más avanzados de la masa del pueblo han comprendido las nuevas y más altas tareas de la lucha, de la batalla final contra el enemigo del pueblo ruso, y no precisamente a la luz de consideraciones teóricas, sino bajo la presión del creciente movimiento. La autocracia ha hecho todo lo posible por preparar esta lucha. Durante años y años, ha empujado al pueblo a la lucha armada contra las tropas y ahora cosecha lo que ha sembrado. De entre las mismas tropas están surgiendo los destacamentos del ejército revolucionario.

Tarea de estos destacamentos es proclamar la insurrección, dar a las masas una dirección militar, tan necesaria en la guerra civil como en cualquier guerra, crear puntos de apoyo para la lucha abierta de todo el pueblo, propagar la insurrección a las zonas cercanas, asegurar la plena libertad política – aunque sólo sea, de momento, en una pequeña parte del Estado-, iniciar la transformación revolucionaria del podrido orden autocrático hace que se despliegue en toda su envergadura la iniciativa revolucionaria creadora de las capas bajas del pueblo, que en tiempos de paz da pocas señales de vida, pero que en las épocas revolucionarias pasa a primer plano. Los destacamentos del ejército revolucionario sólo podrán alcanzar la victoria completa y servir de puntal a un gobierno revolucionario a condición de que comprendan estas tareas y las pongan a la orden del día audazmente y en toda su extensión. Y, en la fase actual de la insurrección del pueblo, un gobierno revolucionario constituye una exigencia tan apremiante como la del ejército revolucionario. El ejército revolucionario es necesario para la lucha militar y para asegurar a las masas del pueblo una dirección militar en las acciones contra las fuerzas armadas que aún se mantienen al lado de la autocracia. El ejército revolucionario responde a una necesidad, porque los grandes problemas históricos sólo pueden resolverse por la fuerza, y la organización de la fuerza es, en la lucha moderna, la organización militar. Y, aparte de las fuerzas armadas de la autocracia, están ahí, además, las fuerzas armadas de los Estados vecinos, cuya ayuda ha recabado ya el gobierno ruso condenado a la derrota, como se dirá más adelante.

El gobierno revolucionario es necesario para asegurar la dirección política de las masas del pueblo; primero, en aquella parte del país que ha sido arrebatada ya al zarismo por el ejército revolucionario, y después en todo el Estado. El gobierno revolucionario es necesario para abordar inmediatamente las transformaciones políticas que se ventilan en la revolución: para instaurar la autonomía revolucionaria del pueblo, para convocar a una asamblea realmente constituyente y que represente realmente a todo el pueblo, para implantar las “libertades” sin las que el pueblo no puede manifestar realmente su voluntad. El gobierno revolucionario es necesario para dar una unidad política a la parte del pueblo levantada en armas y que ha roto real y definitivamente con la autocracia, para su organización política. Esta organización tendrá que ser, por supuesto, puramente provisional, del mismo modo que sólo podrá ser provisional el gobierno revolucionario que en nombre del pueblo tome en sus manos el poder para hacer valer la voluntad del pueblo y ejercer su acción con la ayuda de éste. Pero esta organización debe ponerse en marcha inmediatamente, entrelazada inseparablemente a cada uno de los pasos victoriosos de la insurrección, ya que la unificación política y la dirección política no pueden demorarse ni un momento. Para la victoria total del pueblo sobre el zarismo, la inmediata organización de la dirección política del pueblo levantado en armas es tan necesaria como la dirección militar de sus fuerzas armadas.

A nadie que haya conservado hasta cierto punto su capacidad de discernimiento puede caberle la menor duda de cómo ha de terminar, al fin a la postre, la lucha entre los partidarios de la autocracia y las masas del pueblo. Pero no debemos cerrar los ojos ante el hecho de que la lucha seria apenas comienza, de que tenemos por delante aún tremendas pruebas. Tanto el ejército revolucionario como el gobierno revolucionario representan “organismos” de un tipo tan elevado, requieren tan complicadas instituciones y una conciencia cívica tan desarrollada, que sería falso creer que estas tareas pueden llevarse a cabo de un modo simple, inmediato e impecable. No; con eso no contamos nosotros, que sabemos apreciar la importancia de ese trabajo paciente, lento y no pocas veces inseguro de educación que ha desarrollado y desarrollará siempre la socialdemocracia. Pero, en los momentos actuales no debemos tampoco permitir que se abra paso el escepticismo, todavía más peligroso, en las fuerzas del pueblo, sino que debemos pensar en cuán formidable es la potencia educativa y organizadora de la revolución, cuando los grandes acontecimientos históricos se encargan de hacer salir a las gentes, por la fuerza, de sus oscuros rincones, de sus sótanos y buhardillas, para obligarlos a convertirse en verdaderos ciudadanos. A veces, unos cuantos meses de revolución educan a las gentes para cumplir con su papel de ciudadanos más aprisa y más a fondo que décadas enteras de estancamiento político. A los jefes concientes de la clase revolucionaria corresponde ir siempre delante de ella en esta obra educativa, hacerles ver claramente las nuevas tareas y encaminarlas, marchando siempre hacia adelante, hacia nuestra gran meta. Los fracasos que necesariamente nos aguardan cuando abordemos la obra a crear un ejército revolucionario provisional, no enseñarán a resolver prácticamente estas tareas y atraerán hacia su solución a nuevas y lozanas fuerzas que ahora yacen aletargadas en la entraña del pueblo.

Tomemos lo referente a la institución militar. Ningún socialdemócrata que conozca algo de historia y haya aprendido del gran experto en estas materias, de Engels, dudará ni por un momento de la descollante significación que tienen los conocimientos militares, de la importancia inmensa de la técnica y la organización militares, como instrumento de que se valen las masas y las clases del pueblo para resolver los grandes conflictos históricos. La socialdemocracia no se ha prestado nunca a jugar a la conspiración militar, jamás ha colocado los problemas militares en primer plano, mientras no se daban las condiciones de una guerra civil ya iniciada. Pero, ahora, todos los socialdemócratas colocan los problemas militares, si no en primer plano, sí en uno de los primeros lugares, poniendo a la orden del día el estudio de estos asuntos y la tarea de darlos a conocer a las masas del pueblo. El ejército revolucionario debe aplicar prácticamente los conocimientos y recursos militares para decidir toda la suerte ulterior del pueblo ruso, para decidir el primero y más importante de los problemas, el problema de la libertad.

La socialdemocracia no ha considerado nunca la guerra, ni la considera tampoco ahora, desde un punto de vista sentimental. La socialdemocracia, que condena irrevocablemente las guerras como medio bestial para resolver los conflictos de la humanidad, es conciente de que las guerras serán inevitables mientras la sociedad se halle dividida en clases, mientras exista la explotación del hombre por el hombre. Pero, para acabar con esta explotación no puede prescindirse de la guerra, y la guerra la desencadenan siempre y en todas partes las clases explotadoras, dominantes y opresoras. Hay guerras y guerras. Ha la guerra como aventura que sirve a los intereses de una dinastía y a los apetitos de una banda de salteadores, que da satisfacción a las ambiciones de los héroes de la ganancia capitalista. Y hay la guerra –que es, además, la única legítima, en la sociedad capitalista- contra los opresores y esclavizadores del pueblo. Sólo los soñadores o los filisteos pueden condenar por principio semejante guerra. Sólo los traidores burgueses a la causa de la libertad pueden, hoy, en Rusia, repudiar esta guerra, la guerra por la libertad del pueblo. El proletariado ha iniciado en Rusia, esta gran guerra de liberación y sabrá llevarla adelante, formando por sí mismo, para ello, destacamentos de un ejército revolucionario, reforzando los destacamentos de los soldados y marinos que se pasan a nosotros, reclutando a los campesinos e infundiendo a los nuevos ciudadanos de Rusia, formados y templados bajo el fuego de la guerra civil, el heroísmo y el entusiasmo de combatientes por la libertad y la dicha de toda la humanidad.

También la obra de crear un gobierno revolucionario es tan nueva, tan difícil y complicada como la de organizar militarmente las fuerzas de la revolución. Pero también ella puede y debe ser llevada a cabo por el pueblo. Y también en este terreno veremos cómo todo fracaso parcial contribuye a perfeccionar los métodos y los recursos, a afianzar y ampliar los resultados. El III Congreso del POSDR ha esbozado, en su resolución, las condiciones generales para la solución de este problema nuevo: ha llegado la hora de pasar a la discusión y preparación de su realización práctica. Nuestro partido ha trazado un programa mínimo, un programa acabado de las transformaciones que pueden llevarse a cabo, sin cortapisas ni demoras, dentro de los marcos de la revolución democrática (es decir, burguesa) y que el proletariado necesita para seguir luchando por la revolución socialista. Pero en este programa se contienen reivindicaciones fundamentales y otras parciales derivadas de aquéllas o que se dan por supuestas como evidentes. Lo importante, en todo intento de instauración de un gobierno provisional revolucionario, es plantear precisamente las reivindicaciones fundamentales, para dar a conocer palpablemente a todo el pueblo, a toda la masa, incluso a la menos ilustrada, en contornos claros y nítidos, las metas de este gobierno y sus tareas, tan importantes para el pueblo en su conjunto.

A juicio nuestro, cae mencionar seis puntos fundamentales de éstos, que deberán convertirse en bandera política y en programa inmediato de todo gobierno revolucionario y que ganarán para el gobierno las simpatías del pueblo, y en ellos debe concentrarse del modo más apremiante toda la energía revolucionaria del pueblo.

Estos seis puntos son: 1) una asamblea constituyente elegida por todo el pueblo, 2) el armamento del pueblo, 3) la libertad política, 4) plena libertad para las nacionalidades oprimidas y postergadas, 5) jornada de ocho horas, 6) comités revolucionarios de campesinos. Se trata tan sólo, naturalmente, de toda una enumeración aproximativa, de rúbricas o indicaciones de toda una serie de transformaciones inmediatamente necesarias para conquistar la república democrática. No tenemos aquí la pretensión de agotarlas todas, dando una relación total y completa. Queremos únicamente aclarar plásticamente lo que pensamos acerca de la importancia de determinadas reivindicaciones fundamentales. El gobierno revolucionario debe tender a apoyarse en las capas bajas del pueblo, en la masa de la clase obrera y de los campesinos, pues sin ello no podrá sostenerse; sin la propia iniciativa revolucionaria del pueblo será un cero a la izquierda, y en menos aún que eso. Debemos poner en guardia al pueblo contra las promesas aventureras y grandilocuentes, pero carentes de sentido (por ejemplo, la de la inmediata “socialización”, de la que no tienen ni la más remota noción lo mismos que la formulan) y proponer, al mismo tiempo, transformaciones realmente viables en el momento dado. El gobierno revolucionario debe movilizar al “pueblo” y contribuir a organizar su acción revolucionaria. Plena libertad para las nacionalidades oprimidas, es decir, reconocimiento no sólo de su autodeterminación cultural, sino también de su autodeterminación política, garantía de medidas inmediatas de protección de la clase obrera (la primera de ellas, la jornada de ocho horas) y, por último la garantía de medidas serias en beneficio de los campesinos, que pasen por alto el egoísmo de los terratenientes: tales son, a nuestro juicio, los puntos principales en que deben hacer especial hincapié todo gobierno revolucionario. No hablaremos de los tres primeros puntos, tan evidentes por sí mismos, que no requieren comentario. Ni hablaremos inmediatamente, por ejemplo, en una pequeña zona arrebatada al zarismo; la realización práctica de tales medidas es mil veces más importante que todos los posibles manifiestos y es también, naturalmente, mil veces más difícil. Llamaremos solamente la atención hacia el hecho de que ya desde ahora, sin más tardanza, debemos propagar por todos los medios una visión justa acerca de nuestros objetivos generales e inmediatos. Hay que saber apelar al pueblo –en el verdadero sentido de la palabra-, y no solamente mediante un llamamiento general a la lucha (esto no basta, en el período que precede a la constitución de un gobierno revolucionario), sino apremiándolo directamente a poner en práctica de modo inmediato las transformaciones democráticas más importantes, a llevarlas sin demora a la realidad.

Ejército revolucionario y gobierno revolucionario son las dos caras de una y la misma medalla. Son dos instituciones necesarias para el triunfo de la revolución y para la consolidación de sus conquistas. Son dos consignas que debemos, incondicionalmente, plantear y explicar, ya que se trata de las únicas consignas consecuentes y revolucionarias. Hay ahora entre nosotros muchas gentes que se llaman demócratas. Sin embargo, muchos son los llamados y pocos los elegidos. Hay indudablemente, muchos charlatanes del “partido demócrata – constitucionalista” pero en la llamada “sociedad”, entre las gentes supuestamente democráticas de los zemstvos, hay muy pocos verdaderos demócratas, es decir, hombres que aboguen sinceramente por el plano derecho del pueblo a gobernarse a sí mismos, que sean capaces de luchar contra los enemigos de la autocracia del pueblo, contra los defensores de la autocracia del zar.

La clase obrera no conoce esa cobardía y esas hipócritas posiciones a medias características de la burguesía como clase. La clase obrera puede y debe ser demócrata consecuente. Con la sangre derramada por ella en las calles de Petesburgo, Riga, Libáu, Varsovia, Lodz, Odesa, Bakú, y muchas otras ciudades, la clase obrera ha demostrado su derecho al papel de vanguardia de la revolución democrática. También en el momento decisivo actual tiene que mostrarse a la altura de este gran papel. Los representantes con conciencia de clase del proletariado, los miembros del POSDR –sin perder de vista ni por un momento su meta socialista, su independencia como clase y como partido- deben plantear ante todo el pueblo las consignas democráticas progresivas. Para nosotros, para el proletariado, la revolución democrática no es más que la primera etapa en el camino que conduce a la total liberación del trabajo de toda explotación, hacia la gran meta socialista. Por esa razón debemos escalar cuanto antes esta primera etapa, debemos quitar de en medio cuanto antes a los enemigos de la libertad del pueblo, debemos proclamar con tanta mayor fuerza las consignas de la democracia consecuente: ejército revolucionario y gobierno revolucionario.

Proletari, número 7, 10 de julio (27 de junio) de 1905.