Esta es el primer envío de una serie de textos de Lenin y de
Trotsky que tratan la cuestión de la lucha armada y su puesta en práctica. Los
de Lenin son textos, en general, poco conocidos y visitados y, en algunos casos, ni
siquiera están subidos en castellano a la web.
La mayoría de los textos de Lenin son del período que va
desde principios de 1905 hasta 1907, es decir, desde el inicio de la primera
revolución rusa, hasta su cierre. Los voy a ir subiendo por orden cronológico.
El criterio que me inspira está plasmado en este primer
texto. Es deber de los revolucionarios armar al pueblo con el ardiente deseo de
armarse, y esta tarea es válida para todo tiempo y lugar, aún cuando no esté
planteado en determinada coyuntura la realización práctica de ese deseo. Sin
embargo, muy pocas organizaciones revolucionarias argentinas se han dado esa
política. Quien mejor la desarrolló fue el PRT desde 1968 (IV Congreso), hasta
1976, lo que no implica que esté exenta de críticas. Porque, además, cuando
fue necesario pasar a las tareas prácticas también lo hizo, no quedándose
atascado en la mera propaganda.
¿Debemos organizar la revolución?, Vperiod, n° 7, 21/02/1905
(06/03/1905).
Hace de esto mucho, mucho tiempo, más de un año. En el seno
del partido ruso habían surgido, según el testimonio de un conocido
socialdemócrata alemán, Parvus, “discrepancias de principio”. La tarea política
más apremiante del proletariado era la lucha contra los excesos del
centralismo, contra la idea de “mandar” a lo sobreros desde una Ginebra
cualquiera, contra la exageración de la idea una organización de agitadores, de
una organización de dirigentes. Tal era la profunda, firme e inconmovible
convicción del menchevique Parvus, expresada en un boletín titulado Aus der Weltpolitik (“En torno a la
política mundial”) de 30 de noviembre de 1903, publicación que aparecía
semanalmente en alemán.
Al buen Parvus se le dijo entonces (véase la carta de Lenin
a la Redacción de Iskra, diciembre de 1903) que había sido víctima del
chismorreo, que aquello en que él veía una discrepancia de principio no era más
que el producto de mezquinas querellas y que el rumbo ideológico de la nueva Iskra, que comenzaba ya a manifestarse,
era un rumbo hacia el oportunismo. Parvus se calló, pero sus “ideas” acerca de
la exageración de una organización de dirigentes fueron recogidas y mascadas y
vueltas a mascar bajo cien formas distintas por los neoiskristas.
Catorce meses han transcurrido desde aquello. La
desorganización de la labor del partido por los mencheviques y el carácter
oportunista de su propaganda se han puesto claramente de manifiesto. El 9 de
enero de 1905 reveló la reserva verdaderamente gigantesca de energía
revolucionaria acumulada por el proletariado y todas las insuficiencias de la
organización de los socialdemócratas. Parvus lo pensó mejor. Envió a Iskra un artículo, publicado en el
número 85, que representa, en el fondo, un retorno total de las nuevas ideas de
la nueva Iskra oportunista a las
ideas de la vieja Iskra
revolucionaria. “Había surgido un héroe –dice Parvus, refiriéndose a Gapón-,
pero no un dirigente político, ni un programa de acción, ni una organización
[…] Se manifestaron los trágicos resultados de la falta de una organización […]
Ninguna cohesión entre las masas, todo se producía sin plan, no había un centro
coordinador, ni un programa que orientara la acción […] El movimiento declinó,
por falta de una organización coordinadora y dirigente”. Y Parvus da la
consigna que ya nosotros señalábamos en el número 6 de Vperiod : “organizar la
revolución”. Parvus llega, bajo la influencia de las enseñanzas de la
revolución, a la convicción de que, “bajo las condiciones políticas imperantes,
no podemos organizar a estos cientos de miles” (se refiere a la masa dispuesta
a lanzarse a la insurrección). “Pero sí podemos –dice con acierto, repitiendo
con ello una vieja idea del libro ¿Qué
hacer? –sí podemos crear una organización que sería un fermento aglutinante
y que a la hora de la revolución agruparía en torno suyo a estos cientos de
miles”. “Deben organizarse círculos obreros con la tarea claramente definida de
preparar a las masas para la insurrección, agruparlos durante ésta en torno
suyo y comenzar la insurrección al lanzarse una determinada consigna.”
¡Por Fin!, exclamamos con alivio, al encontrarnos con estas
viejas y justas ideas, que yacían cubiertas de escombros en el basurero de la
nueva Iskra. Por fin, escuchamos la
voz de un socialdemócrata que no se postra de hinojos ante la retaguardia de la
revolución, sino que señala sin miedo la tarea de apoyar a la vanguardia
revolucionaria.
Como es natural, los neoiskristas no podían estar de acuerdo
con Parvus. “La Redacción de Iskra no
comparte todas las ideas desarrolladas por el camarada Parvus”, leemos en una
Nota de la Redacción.
¡Naturalmente! ¡No faltaría más sino que “compartieran” las
ideas que “se dan de bofetadas” con todas las charlatanerías oportunistas desarrolladas
por ellos durante año y medio!
¡”Organizar la revolución”! Pero nosotros tenemos al
ingenioso camarada Martínov, quien sabe que una revolución es el producto de la
transformación operada en las relaciones sociales, que una revolución no puede
ser estatuida. Martínov se encargará de enmendarle la plana a Parvus y de
demostrar que aun cuando éste quisiera referirse a la organización de la
vanguardia de la revolución, esto es una “estrecha” y funesta idea “jacobina”.
Y a esto hay que añadir que nuestro ingenioso Martínov lleva de la mano a
Mártov-Triápichkin, quien tiene el talento suficiente para ayudar a sus
lectores a profundizar todavía más y que sin duda es capaz de sustituir la
consigna de “organizar la revolución” por la de “desencadenar la revolución” (véase número 85).
Sí, querido lector, esta es, cabalmente, la consigna que se
nos ofrece en un artículo editorial de Iskra.
Parece que hoy en día basta con “soltar” la lengua y largarse en una
incontenible charla – proceso o a un proceso – charla, para escribir artículos
orientadores. El oportunista necesita siempre de consignas que, vistas de
cerca, no contengan más que frases sonoras, como una especie de decadente
acrobacia verbal.
Organizar y organizar, repite Parvus, como si de pronto se hubiese
vuelto bolchevique. No comprende, el desgraciado, que la organización es un proceso (número 85 de Iskra y, en especial, los espléndidos
folletones de la espléndida Rosa). No sabe, el pobrecito , que con arreglo a
todo el espíritu del materialismo dialéctico, no sólo la organización, sino
también la táctica es un proceso. Le da vueltas y más vueltas a la organización
como plan, cual un “conspirador”. Se imagina, como un “utopista”, que puede uno
lanzarse sin más ni más, ¡Dios nos libre!, a organizar el segundo o el tercer
congreso del partido.
¡Y a qué monstruosidades de “jacobinismo” ha descendido este
Parvus! “Comenzar la insurrección, al lanzarse una determinada consigna”, ¡qué
horror! Esto es, en realidad, mucho peor que la idea de “estatuir” la insurrección,
refutada por nuestro famoso Martínov. Positivamente, Parvus necesita aprender a
Martínov. Parvus necesita leer el número 62 de Iskra, por cuyo editorial se enterará cuán funestas y “utópicas”
ideas acerca de la preparación de la insurrección se difundían
extemporáneamente en nuestro partido por los años 1902 y 1904. Parvus necesita
leer el prólogo de Axelrod al folleto de “Un Obrero” para enterarse de cuán
“profunda, maligna y directamente aniquiladora para el partido” es “la úlcera
(sic!) que amenaza a la socialdemocracia por parte de quienes “cifran todas sus
esperanzas en las insurrecciones espontáneas de los elementos más atrasados,
más carentes de conciencia y directamente embrutecidos de las masas populares.”
Parvus reconoce que es imposible organizar ahora a cientos
de miles y pone en primer plano la tarea de “crear una organizacion que sería
un fermento aglutinante”. ¿Cómo no van a retorcerse nuestros neoiskristas, al
ver que se escriben en su periódico semejantes cosas? En efecto, ¿qué es una
organización como fermento aglutinante si no una organización de
revolucionarios profesionales, a la sola mención de cuyo nombre les da un
síncope a nuestros neoiskristas?
¡Cómo le agradecemos a Iskra
que haya publicado su editorial a la par con el artículo de Parvus! ¡Con cuánto
relieve, destacan la veracidad, la confusión y la fraseología seguidista, junto
a las claras, nítidas, directas y audaces consignas revolucionarias de la vieja
Iskra! ¿No es acaso una frase
hinchada y presuntuosa esa de que “se ha retirado de la escena la política de
la confianza, para no volver a engañar ya
nunca más ni a Rusia ni a Europa”? En efecto, basta tomar en la mano
cualquier número de un periódico burgués europeo para darse cuenta de que ese
engaño sigue surtiendo efecto. “El liberalismo moderado ruso ha recibido un
golpe de muerte”. Confundir con la muerte del liberalismo su deseo “político”
de agazaparse constituye una simpleza verdaderamente pueril. En realidad, el
liberalismo está vivo, vive y acumula fuerzas. Y es precisamente ahora cuando
se halla en los umbrales del poder. Cabalmente por ello se agazapa, para
alargar la mano hacia el poder con tanta mayor seguridad y sin peligro, en el
momento indicado. Cabalmente por ello tiene tanto interés en coquetear con la
clase obrera. Hace falta ser miope en el más alto grado para tomar estos
coqueteos (cien veces más peligrosos en los momentos actuales) por moneda de
buena ley y declarar fanfarronamente: “El proletariado, libertador de la
patria, el proletariado, vanguardia de toda la nacón, ha sido reconocido en estos días por la opinión pública de los
elementos progresivos de la burguesía liberal – democrática en su heroico papel”. ¡Cuándo acabarán
de enterarse los señores neoiskristas de que los burgueses liberales reconocen
al proletariado como héroe precisamente
porque este proletariado que ha
asestado un golpe al zarismo no es todavía lo bastante fuerte, no es todavía lo
bastante socialdemocrático para conquistar
la libertad que él mismo quiere!
¡Cuándo acabarán de comprender que no tenemos ninguna razón para sentirnos
orgullosos de esas zalamerías liberales, sino que debemos prevenir al
proletariado en contra de ellas y hacerle ver cuáles son los motivos ocultos de
tales zalamerías! ¿Es que vosotros no los véis? ¡Por lo menos, podréis escuchar
lo que declaran los fabricantes, los
comerciantes y los bolsistas acerca de la necesidad de una constitución!
¿Verdad que estas declaraciones hablan muy claro en favor de esa afirmación de
que el liberalismo moderado ha muerto? Mientras los charlatanes liberales
pronuncian frases sobre el heroísmo de los proletarios, los fabricantes piden
en voz alta e insistentemente una constitución, aunque sea moderada ¡así están
las cosas, mis estimables “dirigentes”!*
Verdaderamente insuperables son las consideraciones que hace
Iskra acerca del problema del
armamento. La "labor de armar al proletariado y de estructurar
sistemáticamente una organización que garantizara el que el ataque del pueblo
contra el gobierno se efectúe en todas partes y simultáneamente” es, se nos
dice, una tarea “técnica” (¡?). Pero nosotros estamos, naturalmente, muy por
encima de la vil técnica y miramos al fondo de las cosas. “Por muy importantes
que ellas [las tareas “técnicas”] puedan ser, no es en ellas donde radica el centro de gravedad de nuestra labor
de preparar a las masas para insurrección […] Todo esfuerzo de las
organizaciones ilegales será baldío si no saben pertrechar al proletariado de
un arma insustituible, que es la ardiente
necesidad de atacar a la autocracia y de armarse con ese fin. A ellos
deberán ir dirigidos nuestros esfuerzos: a
la propaganda de masas del armamento del propio con el fin de la insurrección”
(las dos frases últimas, subrayadas por el autor).
Sí, sí, es esta una concepción realmente profunda del
problema, muy otra que la del estrecho Parvus, quien desciende casi hasta el
“jacobinismo”. El centro de gravedad no radica en la labor de armarse ni en la
estructuración sistemática de una organización, sino en armar al pueblo con la
ardiente necesidad de armarse y, concretamente, de armarse a sí mismo. ¡Qué
ardiente sentimiento de vergüenza por la socialdemocracia siente uno ante esas
trivialidades propias de filisteos, que tratan de tirar de nuestro movimiento
hacia atrás! Armar al pueblo con la ardiente necesidad de armarse constituye
una tarea permanente y general de la socialdemocracia, valedera siempre y en
todas partes, tarea que lo mismo sirve para el Japón que para Inglaterra, para
Alemania lo mismo que para Italia. Donde quiera que existen clases oprimidas y
en lucha contra la explotación, la propaganda socialista las pertrecha siempre
y desde el primer momento con la ardiente necesidad de armarse, y esta “necesidad” existe desde el momento
mismo en que se inicia el movimiento
obrero. La socialdemocracia tiene simplemente la misión de convertir esa
ardiente necesidad en una necesidad consciente, para que quienes la sienten
reconozcan la necesidad de organizarse y actuar con arreglo a un plan y
aprendan a tomar en cuenta todo el conjunto de factores políticos que
concurren. Fíjese usted, por favor, señor redactor de Iskra, en cualquier mitin de los obreros alemanes y se dará usted
cuenta de qué odio, digamos contra la policía, enciende lo rostros, de qué
sarcasmos henchidos de ira menudean, de cómo se cierran los puños. Pues bien
¿cuál es la fuerza que hace contenerse a estar ardiente necesidad de acabar
inmediatamente con los burgueses y sus lacayos, que se burlan del pueblo? Es la
fuerza de la organización y de la disciplina, la fuerza de la conciencia, la conciencia
de que los asesinatos individuales carecen de sentido, de que aún no ha llegado
la hora de la lucha revolucionaria seria, de que no se da todavía el conjunto
de factores políticos adecuados para ello. He ahí la razón de por qué los
socialistas en esas circunstancias, no dicen al pueblo: ¡armaos!, pero en cambio, lo pertrechan y
pertrecharán siempre (de otro modo no serían tales socialistas, sino vacuos
charlatanes) con la ardiente necesidad de armarse y de atacar al enemigo. Y
cabalmente estas condiciones del trabajo cotidiano son las que ahora distinguen
a las relaciones imperantes en Rusia. Precisamente por ellos los
socialdemócratas revolucionarios que hasta ahora jamás han gritado: ¡a las
armas!, pero que han procurado siempre pertrechar a los obreros con la ardiente
necesidad de armarse; precisamente por ello, todos los socialdemócratas
revolucionarios han lanzado ahora la
consigna de ¡a las armas!, siguiendo
a los obreros, henchidos de iniciativa revolucionaria. Pues bien, es
precisamente en este momento cuando por fin se ha lanzado esta consigna, cuando
Iskra proclama que el centro de
gravedad no reside en el armamento, sino en la ardiente necesidad de armarse a
sí mismos. ¿Qué es esto sino un estéril razonamiento intelectualista, una
desesperada salida a los Triápichkin? ¿Acaso estas gentes no tiran del partido
hacia atrás, tratando de llevarlo de las apremiantes tareas de la vanguardia
revolucionaria a la contemplación de la “parte trasera” del proletariado? Y
esta increíble trivialización de nuestras tareas no responde precisamente a las
cualidades individuales de tal o cual Triápichkin, sino a toda su manera de
pensar, insuperablemente formulada en los tópicos de la organización – proceso
o de la táctica – proceso. Por sí sola, esta actitud condena al hombre,
inevitable e irremediablemente, a sentir miedo ante toda consigna determinada,
a eludir temerosamente todo “plan”, a retroceder ante la audaz iniciativa
revolucionaria, a cavilar y a darle vueltas y más vueltas a la vieja papilla, a
tener miedo de precipitarse, y todo esto en momentos en que los
socialdemócratas marchamos, manifiestamente, a la zaga de la actividad
revolucionaria del proletariado. Bien se puede afirmar que, aquí, los muertos
mandan sobre los vivos, que las teorías muertas de Rabócheie Dielo han infundido también, irremediablemente, su soplo
de muerte a la nueva Iskra.
Fijémonos en la argumentación de Iskra acerca “del papel políticamente dirigente de la
socialdemocracia como vanguardia de la clase liberadora de la nación”. “Ese
papel –se nos enseña- no podremos alcanzarlo ni retenerlo firmemente en
nuestras manos por el hecho de que logremos apoderarnos totalmente de la
organización técnica de la insurrección y de la realización de ésta”. Fijaos
bien: ¡no podremos alcanzar el papel de vanguardia si logramos apoderarnos
totalmente de la realización de la insurrección! ¡Y estas gentes hablan todavía
de vanguardia! Tienen miedo a que la
historia les imponga el papel dirigente en la revolución democrática, piensan con espanto en que puedan verse
obligadas a “realizar la insurrección”. Les baila en la cabeza la idea –lo que
ocurre es que no se deciden todavía a expresarla en las columnas de Iskra- de que la organización
socialdemócrata no debería “realizar
la insurrección”, debería tender a tomar totalmente en sus manos el paso
revolucionario hacia la república democrática. Estos incorregibles girondinos
del socialismo barruntan aquí un monstruoso jacobinismo. No comprenden que
cuanto mayor sea al ahínco con que nos esforcemos en toar en nuestras manos la
realización de la insurrección mayor será la parte de esta obra que tomaremos
en nuestras manos y que cuanto mayor sea esta parte, menor será la influencia
de la democracia antiproletaria o no proletaria. Ellos quieren, incondicionalmente,
marchar a la cola e incluso cavilan una especial filosofía seguidista: Martínov
ha comenzado ya a exponer esta filosofía, y es muy probable que, sin tardanza,
la lleve a su remate en las páginas
de Iskra.
Intentad analizar, paso a paso, su argumentación:
“El proletariado conciente, apoyándose en la lógica del
proceso espontáneo del desarrollo histórico, se aprovechará para sus fines de
todos los elementos de organización y de todos los elementos de agitación que
brinda el momento de la víspera de la revolución”…
¡Magnífico! Lo que ocurre es que el aprovechar todos los elementos significa cabalmente
el asumir totalmente la dirección. Iskra se da de bofetadas a sí misma y,
percatándose de ello, se apresura a añadir:
…”sin dejarse inducir a engaño en lo más mínimo por el hecho
de que todos estos elementos le sustraen una parte de la dirección técnica de
la misma revolución, con lo que, queriendo o sin querer, contribuyen a llevar
nuestras reivindicaciones al seno de las capas más atrasadas de la masa popular”.
¿Comprende usted algo lector? ¿¡Aprovecharse de todos los elementos, sin dejarse inducir a engaño por el
hecho de que nos sustraen una parte de la
dirección!? ¡Pero, por favor, señores! Si nosotros nos aprovechamos realmente de todos los elementos, si nuestras reivindicaciones las hacen
realmente suyas aquellos de quienes nos aprovechamos, esto querrá decir que,
lejos de arrebatarnos la dirección, adoptarán la dirección nuestra. Y si,
por el contrario, todos estos
elementos nos arrebatan realmente la dirección (y, por supuesto, no sólo la
dirección “técnica”, pues separar el lado “técnico” del lado político de la
revolución constituye el mayor de los absurdos), entonces no nos aprovecharemos
nosotros de ellos, sino que se aprovecharán ellos de nosotros.
“Nos alegraríamos si, después del sacerdote que ha
popularizado entre las masas la separación de la Iglesia y el Estado, exigida
por nosotros, y después de la asociación obrera monárquica que ha organizado un
desfile del pueblo ante el Palacio de Invierno, la revolución rusa se viese enriquecida
con un general que encabezara como el primero las masas populares en el último
combate contra las tropas zaristas o con un funcionario que fuese el primero en
proclamar oficialmente el derrocamiento del zarismo”.
Sí, también a nosotros nos alegraría eso, aunque bien
quisiéramos que el sentimiento de la alegría ante la posibilidad de lo agradable no ofuscara nuestra lógica. ¿Qué quiere
decir lo de que la revolución rusa se
enriquezca con un cura o con un general? Quiere decir que el cura o el general
se haga partidario de la revolución o jefe de ella. Estos “advenedizos” pueden
ser partidarios totalmente concientes de la revolución o partidarios de ella no
plenamente concientes. En el segundo caso (que es el más verosímil, tratándose
de advenedizos), no debemos alegrarnos, sino lamentarnos de su falta de
conciencia y tratar de corregirla y
superarla con todas nuestras fuerzas. Y mientras no lo lográramos, mientras
la masa marchara detrás de los jefes poco concientes, habría que afirmar que no
era la socialdemocracia la que se aprovechaba de todos los elementos, sino
éstos quienes se aprovechaban de ella. Un partidario de la revolución, hasta
ayer cura, general o funcionario, puede ser un demócrata burgués lleno de
prejuicios y, mientras los obreros marchen tras
él, será la democracia burguesa la que “se aprovechará” de los obreros.
¿Está claro esto para vosotros, señores neoiskristas? Pues bien, si está claro,
¿por qué le tenéis miedo a que se
apoderen de la dirección los partidarios plenamente concientes de la revolución
(es decir, los socialdemócratas)?
¿Por qué le tenéis miedo a que un oficial socialdemócrata, por su propia
iniciativa y por mandato de esta organización, “se apodere totalmente” de las
funciones y tareas de vuestro supuesto general?
Pero volvamos a Parvus. Este pone fin a su excelente
artículo con la excelente propuesta de “echar por la borda” a los
desorganizadores. La eliminación de los desorganizadores es, como se ve por las
noticias que publicamos bajo el título “Del partido”, la consigna que con mayor
pasión y mayor decisión defiende la mayoría de los socialdemócratas rusos. Eso
es precisamente lo que hace falta, camarada Parvus, “echar por la borda”
implacablemente, y los primeros de todos a esos héroes de la prensa
socialdemócrata que, con sus “teorías” sobre la organización – proceso y la organización
– tendencia, sancionaban y sancionan la desorganización. No basta con hablar de
ello: hay que hacer. Hay que convocar
inmediatamente a un congreso a todos los militantes del partido deseosos de que
éste se organice. No limitarse a exhortaciones y a hablar a la conciencia, sino
poner un ultimátum directo e inexorable a todos los vacilantes y a todos los
pusilánimes, a los inseguros y a los escépticos para que se decidan. Desde el
primer número de nuestro periódico, hemos puesto este ultimátum en nombre de la
Redacción de Vperiod, en nombre de
toda esa masa de los militantes rusos del partido, cuya cólera contra los
desorganizadores es indescriptible. ¡Desembarazaos cuanto antes de ellos, camaradas,
y entregaos, todos unidos, a la labor de organización! ¡Vale más contar con
cien socialdemócratas revolucionarios que hayan aceptado la organización – plan
que con mil Triapíchkines intelectuales que no sepan más que charlar acerca de
la organización – proceso!
* Escritas ya las líneas anteriores, nos han llegado las siguientes noticias del campo liberal, que no dejan de tener interés. El corresponsal especial del periódico democrático - burgués alemán Frankfurter Zeitung en Petersburgo cita (en el número del 17 de febrero de 1905) las siguientes manifestaciones de un periodista liberal petersburgués acerca de la situación política: "Los liberales serían unos necios si no aprovecharan el momento presente. Tienen todos los triunfos en la mano, por haber sido lo suficientemente hábiles para enganchar a los obreros a su carro, y el gobierno carece ahora de hombres, ya que la burocracia no ha permitido que éstos surgieran". ¡Realmente, la santa simplicidad de la nueva Iskra tiene que ser muy grande, para hablar, en momentos como éstos, de la muerte del liberalismo!
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