lunes, 5 de mayo de 2014

Lenin y la lucha armada (I)


Esta es el primer envío de una serie de textos de Lenin y de Trotsky que tratan la cuestión de la lucha armada y su puesta en práctica. Los de Lenin son textos, en general, poco conocidos y visitados y, en algunos casos, ni siquiera están subidos en castellano a la web.

La mayoría de los textos de Lenin son del período que va desde principios de 1905 hasta 1907, es decir, desde el inicio de la primera revolución rusa, hasta su cierre. Los voy a ir subiendo por orden cronológico.

El criterio que me inspira está plasmado en este primer texto. Es deber de los revolucionarios armar al pueblo con el ardiente deseo de armarse, y esta tarea es válida para todo tiempo y lugar, aún cuando no esté planteado en determinada coyuntura la realización práctica de ese deseo. Sin embargo, muy pocas organizaciones revolucionarias argentinas se han dado esa política. Quien mejor la desarrolló fue el PRT desde 1968 (IV Congreso), hasta 1976, lo que no implica que esté exenta de críticas. Porque, además, cuando fue necesario pasar a las tareas prácticas también lo hizo, no quedándose atascado en la mera propaganda.

¿Debemos organizar la revolución?, Vperiod, n° 7, 21/02/1905 (06/03/1905).

Hace de esto mucho, mucho tiempo, más de un año. En el seno del partido ruso habían surgido, según el testimonio de un conocido socialdemócrata alemán, Parvus, “discrepancias de principio”. La tarea política más apremiante del proletariado era la lucha contra los excesos del centralismo, contra la idea de “mandar” a lo sobreros desde una Ginebra cualquiera, contra la exageración de la idea una organización de agitadores, de una organización de dirigentes. Tal era la profunda, firme e inconmovible convicción del menchevique Parvus, expresada en un boletín titulado Aus der Weltpolitik (“En torno a la política mundial”) de 30 de noviembre de 1903, publicación que aparecía semanalmente en alemán.

Al buen Parvus se le dijo entonces (véase la carta de Lenin a la Redacción de Iskra, diciembre de 1903) que había sido víctima del chismorreo, que aquello en que él veía una discrepancia de principio no era más que el producto de mezquinas querellas y que el rumbo ideológico de la nueva Iskra, que comenzaba ya a manifestarse, era un rumbo hacia el oportunismo. Parvus se calló, pero sus “ideas” acerca de la exageración de una organización de dirigentes fueron recogidas y mascadas y vueltas a mascar bajo cien formas distintas por los neoiskristas.

Catorce meses han transcurrido desde aquello. La desorganización de la labor del partido por los mencheviques y el carácter oportunista de su propaganda se han puesto claramente de manifiesto. El 9 de enero de 1905 reveló la reserva verdaderamente gigantesca de energía revolucionaria acumulada por el proletariado y todas las insuficiencias de la organización de los socialdemócratas. Parvus lo pensó mejor. Envió a Iskra un artículo, publicado en el número 85, que representa, en el fondo, un retorno total de las nuevas ideas de la nueva Iskra oportunista a las ideas de la vieja Iskra revolucionaria. “Había surgido un héroe –dice Parvus, refiriéndose a Gapón-, pero no un dirigente político, ni un programa de acción, ni una organización […] Se manifestaron los trágicos resultados de la falta de una organización […] Ninguna cohesión entre las masas, todo se producía sin plan, no había un centro coordinador, ni un programa que orientara la acción […] El movimiento declinó, por falta de una organización coordinadora y dirigente”. Y Parvus da la consigna que ya nosotros señalábamos en el número 6 de Vperiod : “organizar la revolución”. Parvus llega, bajo la influencia de las enseñanzas de la revolución, a la convicción de que, “bajo las condiciones políticas imperantes, no podemos organizar a estos cientos de miles” (se refiere a la masa dispuesta a lanzarse a la insurrección). “Pero sí podemos –dice con acierto, repitiendo con ello una vieja idea del libro ¿Qué hacer? –sí podemos crear una organización que sería un fermento aglutinante y que a la hora de la revolución agruparía en torno suyo a estos cientos de miles”. “Deben organizarse círculos obreros con la tarea claramente definida de preparar a las masas para la insurrección, agruparlos durante ésta en torno suyo y comenzar la insurrección al lanzarse una determinada consigna.”

¡Por Fin!, exclamamos con alivio, al encontrarnos con estas viejas y justas ideas, que yacían cubiertas de escombros en el basurero de la nueva Iskra. Por fin, escuchamos la voz de un socialdemócrata que no se postra de hinojos ante la retaguardia de la revolución, sino que señala sin miedo la tarea de apoyar a la vanguardia revolucionaria.

Como es natural, los neoiskristas no podían estar de acuerdo con Parvus. “La Redacción de Iskra no comparte todas las ideas desarrolladas por el camarada Parvus”, leemos en una Nota de la Redacción.

¡Naturalmente! ¡No faltaría más sino que “compartieran” las ideas que “se dan de bofetadas” con todas las charlatanerías oportunistas desarrolladas por ellos durante año y medio!

¡”Organizar la revolución”! Pero nosotros tenemos al ingenioso camarada Martínov, quien sabe que una revolución es el producto de la transformación operada en las relaciones sociales, que una revolución no puede ser estatuida. Martínov se encargará de enmendarle la plana a Parvus y de demostrar que aun cuando éste quisiera referirse a la organización de la vanguardia de la revolución, esto es una “estrecha” y funesta idea “jacobina”. Y a esto hay que añadir que nuestro ingenioso Martínov lleva de la mano a Mártov-Triápichkin, quien tiene el talento suficiente para ayudar a sus lectores a profundizar todavía más y que sin duda es capaz de sustituir la consigna de “organizar la revolución” por la de “desencadenar la revolución” (véase número 85).

Sí, querido lector, esta es, cabalmente, la consigna que se nos ofrece en un artículo editorial de Iskra. Parece que hoy en día basta con “soltar” la lengua y largarse en una incontenible charla – proceso o a un proceso – charla, para escribir artículos orientadores. El oportunista necesita siempre de consignas que, vistas de cerca, no contengan más que frases sonoras, como una especie de decadente acrobacia verbal.

Organizar y organizar, repite Parvus, como si de pronto se hubiese vuelto bolchevique. No comprende, el desgraciado, que la organización es un proceso (número 85 de Iskra y, en especial, los espléndidos folletones de la espléndida Rosa). No sabe, el pobrecito , que con arreglo a todo el espíritu del materialismo dialéctico, no sólo la organización, sino también la táctica es un proceso. Le da vueltas y más vueltas a la organización como plan, cual un “conspirador”. Se imagina, como un “utopista”, que puede uno lanzarse sin más ni más, ¡Dios nos libre!, a organizar el segundo o el tercer congreso del partido.

¡Y a qué monstruosidades de “jacobinismo” ha descendido este Parvus! “Comenzar la insurrección, al lanzarse una determinada consigna”, ¡qué horror! Esto es, en realidad, mucho peor que la idea de “estatuir” la insurrección, refutada por nuestro famoso Martínov. Positivamente, Parvus necesita aprender a Martínov. Parvus necesita leer el número 62 de Iskra, por cuyo editorial se enterará cuán funestas y “utópicas” ideas acerca de la preparación de la insurrección se difundían extemporáneamente en nuestro partido por los años 1902 y 1904. Parvus necesita leer el prólogo de Axelrod al folleto de “Un Obrero” para enterarse de cuán “profunda, maligna y directamente aniquiladora para el partido” es “la úlcera (sic!) que amenaza a la socialdemocracia por parte de quienes “cifran todas sus esperanzas en las insurrecciones espontáneas de los elementos más atrasados, más carentes de conciencia y directamente embrutecidos de las masas populares.”

Parvus reconoce que es imposible organizar ahora a cientos de miles y pone en primer plano la tarea de “crear una organizacion que sería un fermento aglutinante”. ¿Cómo no van a retorcerse nuestros neoiskristas, al ver que se escriben en su periódico semejantes cosas? En efecto, ¿qué es una organización como fermento aglutinante si no una organización de revolucionarios profesionales, a la sola mención de cuyo nombre les da un síncope a nuestros neoiskristas?

¡Cómo le agradecemos a Iskra que haya publicado su editorial a la par con el artículo de Parvus! ¡Con cuánto relieve, destacan la veracidad, la confusión y la fraseología seguidista, junto a las claras, nítidas, directas y audaces consignas revolucionarias de la vieja Iskra! ¿No es acaso una frase hinchada y presuntuosa esa de que “se ha retirado de la escena la política de la confianza, para no volver a engañar ya nunca más ni a Rusia ni a Europa”? En efecto, basta tomar en la mano cualquier número de un periódico burgués europeo para darse cuenta de que ese engaño sigue surtiendo efecto. “El liberalismo moderado ruso ha recibido un golpe de muerte”. Confundir con la muerte del liberalismo su deseo “político” de agazaparse constituye una simpleza verdaderamente pueril. En realidad, el liberalismo está vivo, vive y acumula fuerzas. Y es precisamente ahora cuando se halla en los umbrales del poder. Cabalmente por ello se agazapa, para alargar la mano hacia el poder con tanta mayor seguridad y sin peligro, en el momento indicado. Cabalmente por ello tiene tanto interés en coquetear con la clase obrera. Hace falta ser miope en el más alto grado para tomar estos coqueteos (cien veces más peligrosos en los momentos actuales) por moneda de buena ley y declarar fanfarronamente: “El proletariado, libertador de la patria, el proletariado, vanguardia de toda la nacón, ha sido reconocido en estos días por la opinión pública de los elementos progresivos de la burguesía liberal – democrática en su heroico papel”. ¡Cuándo acabarán de enterarse los señores neoiskristas de que los burgueses liberales reconocen al proletariado como héroe precisamente porque este proletariado que ha asestado un golpe al zarismo no es todavía lo bastante fuerte, no es todavía lo bastante socialdemocrático para conquistar la libertad que él mismo quiere! ¡Cuándo acabarán de comprender que no tenemos ninguna razón para sentirnos orgullosos de esas zalamerías liberales, sino que debemos prevenir al proletariado en contra de ellas y hacerle ver cuáles son los motivos ocultos de tales zalamerías! ¿Es que vosotros no los véis? ¡Por lo menos, podréis escuchar lo que declaran los fabricantes, los comerciantes y los bolsistas acerca de la necesidad de una constitución! ¿Verdad que estas declaraciones hablan muy claro en favor de esa afirmación de que el liberalismo moderado ha muerto? Mientras los charlatanes liberales pronuncian frases sobre el heroísmo de los proletarios, los fabricantes piden en voz alta e insistentemente una constitución, aunque sea moderada ¡así están las cosas, mis estimables “dirigentes”!*

Verdaderamente insuperables son las consideraciones que hace Iskra acerca del problema del armamento. La "labor de armar al proletariado y de estructurar sistemáticamente una organización que garantizara el que el ataque del pueblo contra el gobierno se efectúe en todas partes y simultáneamente” es, se nos dice, una tarea “técnica” (¡?). Pero nosotros estamos, naturalmente, muy por encima de la vil técnica y miramos al fondo de las cosas. “Por muy importantes que ellas [las tareas “técnicas”] puedan ser, no es en ellas donde radica el centro de gravedad de nuestra labor de preparar a las masas para insurrección […] Todo esfuerzo de las organizaciones ilegales será baldío si no saben pertrechar al proletariado de un arma insustituible, que es la ardiente necesidad de atacar a la autocracia y de armarse con ese fin. A ellos deberán ir dirigidos nuestros esfuerzos: a la propaganda de masas del armamento del propio con el fin de la insurrección” (las dos frases últimas, subrayadas por el autor).

Sí, sí, es esta una concepción realmente profunda del problema, muy otra que la del estrecho Parvus, quien desciende casi hasta el “jacobinismo”. El centro de gravedad no radica en la labor de armarse ni en la estructuración sistemática de una organización, sino en armar al pueblo con la ardiente necesidad de armarse y, concretamente, de armarse a sí mismo. ¡Qué ardiente sentimiento de vergüenza por la socialdemocracia siente uno ante esas trivialidades propias de filisteos, que tratan de tirar de nuestro movimiento hacia atrás! Armar al pueblo con la ardiente necesidad de armarse constituye una tarea permanente y general de la socialdemocracia, valedera siempre y en todas partes, tarea que lo mismo sirve para el Japón que para Inglaterra, para Alemania lo mismo que para Italia. Donde quiera que existen clases oprimidas y en lucha contra la explotación, la propaganda socialista las pertrecha siempre y desde el primer momento con la ardiente necesidad de armarse, y esta “necesidad” existe desde el momento mismo en que se inicia el movimiento obrero. La socialdemocracia tiene simplemente la misión de convertir esa ardiente necesidad en una necesidad consciente, para que quienes la sienten reconozcan la necesidad de organizarse y actuar con arreglo a un plan y aprendan a tomar en cuenta todo el conjunto de factores políticos que concurren. Fíjese usted, por favor, señor redactor de Iskra, en cualquier mitin de los obreros alemanes y se dará usted cuenta de qué odio, digamos contra la policía, enciende lo rostros, de qué sarcasmos henchidos de ira menudean, de cómo se cierran los puños. Pues bien ¿cuál es la fuerza que hace contenerse a estar ardiente necesidad de acabar inmediatamente con los burgueses y sus lacayos, que se burlan del pueblo? Es la fuerza de la organización y de la disciplina, la fuerza de la conciencia, la conciencia de que los asesinatos individuales carecen de sentido, de que aún no ha llegado la hora de la lucha revolucionaria seria, de que no se da todavía el conjunto de factores políticos adecuados para ello. He ahí la razón de por qué los socialistas en esas circunstancias, no dicen al pueblo:  ¡armaos!, pero en cambio, lo pertrechan y pertrecharán siempre (de otro modo no serían tales socialistas, sino vacuos charlatanes) con la ardiente necesidad de armarse y de atacar al enemigo. Y cabalmente estas condiciones del trabajo cotidiano son las que ahora distinguen a las relaciones imperantes en Rusia. Precisamente por ellos los socialdemócratas revolucionarios que hasta ahora jamás han gritado: ¡a las armas!, pero que han procurado siempre pertrechar a los obreros con la ardiente necesidad de armarse; precisamente por ello, todos los socialdemócratas revolucionarios han lanzado ahora la consigna de ¡a las armas!, siguiendo a los obreros, henchidos de iniciativa revolucionaria. Pues bien, es precisamente en este momento cuando por fin se ha lanzado esta consigna, cuando Iskra proclama que el centro de gravedad no reside en el armamento, sino en la ardiente necesidad de armarse a sí mismos. ¿Qué es esto sino un estéril razonamiento intelectualista, una desesperada salida a los Triápichkin? ¿Acaso estas gentes no tiran del partido hacia atrás, tratando de llevarlo de las apremiantes tareas de la vanguardia revolucionaria a la contemplación de la “parte trasera” del proletariado? Y esta increíble trivialización de nuestras tareas no responde precisamente a las cualidades individuales de tal o cual Triápichkin, sino a toda su manera de pensar, insuperablemente formulada en los tópicos de la organización – proceso o de la táctica – proceso. Por sí sola, esta actitud condena al hombre, inevitable e irremediablemente, a sentir miedo ante toda consigna determinada, a eludir temerosamente todo “plan”, a retroceder ante la audaz iniciativa revolucionaria, a cavilar y a darle vueltas y más vueltas a la vieja papilla, a tener miedo de precipitarse, y todo esto en momentos en que los socialdemócratas marchamos, manifiestamente, a la zaga de la actividad revolucionaria del proletariado. Bien se puede afirmar que, aquí, los muertos mandan sobre los vivos, que las teorías muertas de Rabócheie Dielo han infundido también, irremediablemente, su soplo de muerte a la nueva Iskra.

Fijémonos en la argumentación de Iskra acerca “del papel políticamente dirigente de la socialdemocracia como vanguardia de la clase liberadora de la nación”. “Ese papel –se nos enseña- no podremos alcanzarlo ni retenerlo firmemente en nuestras manos por el hecho de que logremos apoderarnos totalmente de la organización técnica de la insurrección y de la realización de ésta”. Fijaos bien: ¡no podremos alcanzar el papel de vanguardia si logramos apoderarnos totalmente de la realización de la insurrección! ¡Y estas gentes hablan todavía de vanguardia! Tienen miedo a que la historia les imponga el papel dirigente en la revolución democrática, piensan con espanto en que puedan verse obligadas a “realizar la insurrección”. Les baila en la cabeza la idea –lo que ocurre es que no se deciden todavía a expresarla en las columnas de Iskra- de que la organización socialdemócrata no debería “realizar la insurrección”, debería tender a tomar totalmente en sus manos el paso revolucionario hacia la república democrática. Estos incorregibles girondinos del socialismo barruntan aquí un monstruoso jacobinismo. No comprenden que cuanto mayor sea al ahínco con que nos esforcemos en toar en nuestras manos la realización de la insurrección mayor será la parte de esta obra que tomaremos en nuestras manos y que cuanto mayor sea esta parte, menor será la influencia de la democracia antiproletaria o no proletaria. Ellos quieren, incondicionalmente, marchar a la cola e incluso cavilan una especial filosofía seguidista: Martínov ha comenzado ya a exponer esta filosofía, y es muy probable que, sin tardanza, la lleve a su remate en las páginas de Iskra.

Intentad analizar, paso a paso, su argumentación:
“El proletariado conciente, apoyándose en la lógica del proceso espontáneo del desarrollo histórico, se aprovechará para sus fines de todos los elementos de organización y de todos los elementos de agitación que brinda el momento de la víspera de la revolución”…

¡Magnífico! Lo que ocurre es que el aprovechar todos los elementos significa cabalmente el asumir totalmente la dirección. Iskra se da de bofetadas a sí misma y, percatándose de ello, se apresura a añadir:

…”sin dejarse inducir a engaño en lo más mínimo por el hecho de que todos estos elementos le sustraen una parte de la dirección técnica de la misma revolución, con lo que, queriendo o sin querer, contribuyen a llevar nuestras reivindicaciones al seno de las capas más atrasadas de la masa popular”.

¿Comprende usted algo lector? ¿¡Aprovecharse de todos los elementos, sin dejarse inducir a engaño por el hecho de que nos sustraen una parte de la dirección!? ¡Pero, por favor, señores! Si nosotros nos aprovechamos realmente de todos los elementos, si nuestras reivindicaciones las hacen realmente suyas aquellos de quienes nos aprovechamos, esto querrá decir que, lejos de arrebatarnos la dirección, adoptarán la dirección nuestra. Y si, por el contrario, todos estos elementos nos arrebatan realmente la dirección (y, por supuesto, no sólo la dirección “técnica”, pues separar el lado “técnico” del lado político de la revolución constituye el mayor de los absurdos), entonces no nos aprovecharemos nosotros de ellos, sino que se aprovecharán ellos de nosotros.

“Nos alegraríamos si, después del sacerdote que ha popularizado entre las masas la separación de la Iglesia y el Estado, exigida por nosotros, y después de la asociación obrera monárquica que ha organizado un desfile del pueblo ante el Palacio de Invierno, la revolución rusa se viese enriquecida con un general que encabezara como el primero las masas populares en el último combate contra las tropas zaristas o con un funcionario que fuese el primero en proclamar oficialmente el derrocamiento del zarismo”.

Sí, también a nosotros nos alegraría eso, aunque bien quisiéramos que el sentimiento de la alegría ante la posibilidad de lo agradable no ofuscara nuestra lógica. ¿Qué quiere decir lo de que la revolución rusa se enriquezca con un cura o con un general? Quiere decir que el cura o el general se haga partidario de la revolución o jefe de ella. Estos “advenedizos” pueden ser partidarios totalmente concientes de la revolución o partidarios de ella no plenamente concientes. En el segundo caso (que es el más verosímil, tratándose de advenedizos), no debemos alegrarnos, sino lamentarnos de su falta de conciencia y tratar de corregirla y superarla con todas nuestras fuerzas. Y mientras no lo lográramos, mientras la masa marchara detrás de los jefes poco concientes, habría que afirmar que no era la socialdemocracia la que se aprovechaba de todos los elementos, sino éstos quienes se aprovechaban de ella. Un partidario de la revolución, hasta ayer cura, general o funcionario, puede ser un demócrata burgués lleno de prejuicios y, mientras los obreros marchen tras él, será la democracia burguesa la que “se aprovechará” de los obreros. ¿Está claro esto para vosotros, señores neoiskristas? Pues bien, si está claro, ¿por qué le tenéis miedo a que se apoderen de la dirección los partidarios plenamente concientes de la revolución (es decir, los socialdemócratas)? ¿Por qué le tenéis miedo a que un oficial socialdemócrata, por su propia iniciativa y por mandato de esta organización, “se apodere totalmente” de las funciones y tareas de vuestro supuesto general?

Pero volvamos a Parvus. Este pone fin a su excelente artículo con la excelente propuesta de “echar por la borda” a los desorganizadores. La eliminación de los desorganizadores es, como se ve por las noticias que publicamos bajo el título “Del partido”, la consigna que con mayor pasión y mayor decisión defiende la mayoría de los socialdemócratas rusos. Eso es precisamente lo que hace falta, camarada Parvus, “echar por la borda” implacablemente, y los primeros de todos a esos héroes de la prensa socialdemócrata que, con sus “teorías” sobre la organización – proceso y la organización – tendencia, sancionaban y sancionan la desorganización. No basta con hablar de ello: hay que hacer. Hay que convocar inmediatamente a un congreso a todos los militantes del partido deseosos de que éste se organice. No limitarse a exhortaciones y a hablar a la conciencia, sino poner un ultimátum directo e inexorable a todos los vacilantes y a todos los pusilánimes, a los inseguros y a los escépticos para que se decidan. Desde el primer número de nuestro periódico, hemos puesto este ultimátum en nombre de la Redacción de Vperiod, en nombre de toda esa masa de los militantes rusos del partido, cuya cólera contra los desorganizadores es indescriptible. ¡Desembarazaos cuanto antes de ellos, camaradas, y entregaos, todos unidos, a la labor de organización! ¡Vale más contar con cien socialdemócratas revolucionarios que hayan aceptado la organización – plan que con mil Triapíchkines intelectuales que no sepan más que charlar acerca de la organización – proceso!

* Escritas ya las líneas anteriores, nos han llegado las siguientes noticias del campo liberal, que no dejan de tener interés. El corresponsal especial del periódico democrático - burgués alemán Frankfurter Zeitung en Petersburgo cita (en el número del 17 de febrero de 1905) las siguientes manifestaciones de un periodista liberal petersburgués acerca de la situación política: "Los liberales serían unos necios si no aprovecharan el momento presente. Tienen todos los triunfos en la mano, por haber sido lo suficientemente hábiles para enganchar a los obreros a su carro, y el gobierno carece ahora de hombres, ya que la burocracia no ha permitido que éstos surgieran". ¡Realmente, la santa simplicidad de la nueva Iskra tiene que ser muy grande, para hablar, en momentos como éstos, de la muerte del liberalismo!

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