En este caso posteo las Tesis y Adiciones sobre los problemas nacional y colonial, del 2º Congreso de la III Internacional, y las Tesis Generales sobre la cuestión de oriente, del 4º Congreso de la III Internacional. Los primeros 4 congresos de la Internacional Comunista, antes de su degeneración estalinista, pueden bajarse en www.marxismo.org
TESIS Y ADICIONES SOBRE LOS PROBLEMAS NACIONAL Y COLONIAL
A. Tesis
1. A la democracia burguesa, por su naturaleza misma, le es propio un modo abstracto o formal de plantear el problema de la igualdad en general, incluyendo la igualdad nacional. A título de igualdad de la persona humana en general, la democracia burguesa proclama la igualdad formal o jurídica entre el propietario y el proletario, entre el explotador y el explotado, llevando así al mayor engaño a las clases oprimidas. La idea de la igualdad, que en sí misma constituye un reflejo de las relaciones de la producción mercantil, viene a ser en manos de la burguesía un arma de lucha contra la supresión de las clases bajo el pretexto de una igualdad absoluta de las personas. El verdadero sentido de la reivindicación de la igualdad no consiste sino en exigir la supresión de las clases.
2. De acuerdo con su tarea fundamental de luchar contra la democracia burguesa y de desenmascarar la falsedad y la hipocresía de la misma, los partidos comunistas, intérpretes conscientes de la lucha del proletariado por el derrocamiento del yugo de la burguesía, deben, en lo referente al problema nacional, centrar también su atención, no en los principios abstractos o formales, sino: 1) en apreciar con toda exactitud la situación histórica concreta y, ante todo, la situación económica; 2) diferenciar con toda nitidez los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados y el concepto general de los intereses de toda la nación en su conjunto, que no es más que la expresión de los intereses de la clase dominante; 3) asimismo deben dividir netamente las naciones en: naciones, dependientes, sin igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, por oposición a la mentira democrático-burguesa, la cual encubre la esclavización colonial y financiera —cosa inherente a la época del capital financiero y del imperialismo— de la enorme mayoría de la población de la tierra por una insignificante minoría de países capitalistas riquísimos y avanzados.
3. La guerra imperialista de 1914-1918 ha puesto de relieve con particular claridad ante todas las naciones y ante las clases oprimidas del mundo entero la mendacidad de la fraseología democrático-burguesa, al demostrar en la práctica que el Tratado de Versalles dictado por las decantadas “democracias occidentales” constituye una violencia aun más feroz e infame sobre las naciones débiles que el Tratado de Brest-Litovsk impuesto por los “junkers” alemanes y el kaiser. La Sociedad de las Naciones, así como toda la política de posguerra de la Entente, ponen de manifiesto con mayor evidencia y de un modo más tajante aun esta verdad, reforzando en todas partes la lucha revolucionaria, tanto del proletariado de los países avanzados como de todas las masas trabajadoras de los países coloniales y dependientes, y acelerando el desmoronamiento de las ilusiones nacionales pequeñoburguesas sobre la posibilidad de la convivencia pacífica y de la igualdad nacional bajo el capitalismo.
4. De las tesis esenciales arriba expuestas se desprende que la base de toda la política de la Internacional Comunista, en lo que al problema nacional y colonial se refiere, debe consistir en acercar a las masas proletarias y trabajadoras de todas las naciones y de todos los países para la lucha revolucionaria común por el derrocamiento de los terratenientes y de la burguesía, ya que sólo un acercamiento de esta clase garantiza el triunfo sobre el capitalismo, sin el cual es imposible suprimir la opresión nacional y la desigualdad de derechos.
5. La situación política mundial ha planteado ahora en la orden del día la dictadura del proletariado, y todos los acontecimientos de la política mundial convergen de un modo inevitable a un punto central, a saber: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, que de un modo ineluctable agrupa en su derredor, por una parte a los movimientos soviéticos de los obreros de vanguardia de todos los países, y por otra todos los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y de las nacionalidades oprimidas, que se convencen por amarga experiencia de que no existe para ellos otra salvación que el triunfo del poder de los soviets sobre el imperialismo mundial.
6. Por lo tanto, en la actualidad no hay que limitarse a reconocer o proclamar simplemente el acercamiento entre los trabajadores de las distintas naciones, sino que es preciso desarrollar una política que lleve a cabo la unión más estrecha entre los movimientos de liberación nacional y colonial con la Rusia soviética, haciendo que las formas de esta unión estén en consonancia con los grados de desarrollo del movimiento comunista en el seno del proletariado de cada país o del movimiento democrático-burgués de liberación de los obreros y campesinos en los países atrasados o entre las nacionalidades atrasadas.
7. La federación es la forma de transición hacia la unidad completa de los trabajadores de las diversas naciones. El principio federativo ha revelado ya en la práctica su utilidad, tanto en las relaciones entre la República Federativa Socialista Soviética de Rusia y las otras repúblicas soviéticas (de Hungría, de Finlandia, Letonia, en el pasado, y de Azerbaidzhán, de Ucrania en el presente), como dentro de la misma R.F.S.S.R. en lo referente a las nacionalidades que anteriormente carecerían tanto de Estado propio como de autonomía (por ejemplo, las repúblicas autónomas de Bashkiria y Tataria dentro de la R.F.S.S.R., fundadas en 1919 y 1920, respectivamente).
8. En este sentido la tarea de la Internacional Comunista consiste en seguir desarrollando, así como en estudiar y comprobar en la experiencia estas nuevas federaciones que surgen sobre la base del régimen y del movimiento soviéticos. Al reconocer la federación como forma de transición hacia la unidad completa, es necesario tender a estrechar cada vez la unión federativa, teniendo presente, en primer lugar, que sin una alianza estrecha de las repúblicas soviéticas es imposible salvaguardar la existencia de éstas dentro del cerco de las potencias imperialistas del mundo, incomparablemente más poderosas en el plano militar; en segundo lugar, que es imprescindible una alianza económica estrecha de las repúblicas soviéticas, sin lo cual no sería realizable la restauración de las fuerzas productivas destruidas por el imperialismo ni se podría asegurar el bienestar de los trabajadores; tercero, la tendencia a crear una economía mundial única, formando un todo, regulada según un plan general por el proletariado de todas las naciones, tendencia que ya se ha revelado con toda nitidez bajo el capitalismo y que sin duda alguna está llamada a desarrollarse y triunfar bajo el socialismo.
9. En el terreno de las relaciones internas del Estado, la política nacional de la Internacional Comunista no puede circunscribirse a un simple reconocimiento formal, puramente declarativo y que en la práctica no obliga a nada, de la igualdad de las naciones, cosa que hacen los demócratas burgueses, ya sea los que se confiesan francamente como tales o los que, como los de la II Internacional, se encubren con el título de socialistas.
No sólo en toda su obra de agitación y propaganda —tanto desde la tribuna parlamentaria como fuera de la misma— deben los partidos comunistas desenmascarar implacablemente las violaciones continuas de la igualdad jurídica de las naciones y de las garantías de los derechos de las minorías nacionales en todos los Estados capitalistas, a despecho de sus constituciones “democráticas”, sino que deben también: 1) explicar constantemente que el régimen soviético es el único capaz de proporcionar realmente la igualdad de derechos de las naciones, al unificar primero al proletariado y luego a toda la masa de los trabajadores en la lucha contra la burguesía; 2) es imprescindible que todos los partidos comunistas presten una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o en las que no gozan de derechos iguales (por ejemplo en Irlanda, entre los negros de Estados Unidos, etc.) y en las colonias.
Sin esta última condición, de suma importancia, la lucha contra la opresión de las naciones dependientes y de los países coloniales, lo mismo que el reconocimiento de su derecho a separarse y formar un Estado aparte, sigue siendo un rótulo embustero, como lo vemos en los partidos de la II Internacional.
10. El reconocimiento verbal del internacionalismo y su sustitución efectiva, en toda la propaganda y agitación, y en la labor práctica, por el nacionalismo y el pacifismo pequeñoburgués, constituye el fenómeno más común, no sólo entre los partidos de la II Internacional, sino también entre los que se retiraron de ella y a menudo incluso entre los que ahora se denominan a sí mismos partidos comunistas. La lucha contra este mal, contra los prejuicios nacionales pequeñoburgueses más arraigados, adquiere tanta mayor importancia cuanto mayor es la palpitante actualidad de la tarea de trasformar la dictadura del proletariado, convirtiéndola, de nacional (es decir, que existe en un solo país y que no es capaz de determinar la política mundial) en internacional (es decir, en dictadura del proletariado cuando menos en varios países avanzados, capaz de tener una influencia decisiva sobre toda la política mundial). El nacionalismo pequeñoburgués proclama como internacionalismo el mero reconocimiento de la igualdad derechos de las naciones, y nada más (dejo a un lado el carácter puramente verbal de semejante reconocimiento), manteniendo intacto el egoísmo nacional, en tanto que el internacionalismo proletario exige: 1) la subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de esta lucha en escala mundial; 2) que la nación que triunfa sobre la burguesía sea capaz y esté dispuesta a hacer los mayores sacrificios nacionales en aras del derrocamiento del capital internacional.
Así, pues, en los Estados ya completamente capitalistas en los que actúan partidos obreros que son la verdadera vanguardia del proletariado, la tarea esencial y primordial consiste en luchar contra las desviaciones oportunistas, pequeñoburguesas y pacifistas de la concepción y de la política del internacionalismo.
11. En lo referente a los Estados y a las naciones más atrasadas, donde predominan las relaciones feudales, patriarcales o patriarcal-campesinas, es preciso tener sobre todo presente:
1) La obligación de todos los partidos comunistas de ayudar al movimiento democrático-burgués de liberación en esos países: el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término, a los obreros del país del cual, en el sentido colonial o financiero, depende la nación atrasada;
2) La necesidad de luchar contra el clero y los demás elementos reaccionarios y medievales que ejercen influencia en los países atrasados;
3) La necesidad de luchar contra el panislamismo y otras corrientes de esta índole que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y americano con el fortalecimiento de las posiciones de los khanes, de los terratenientes, de los mullhas, etc.;
4) La necesidad de apoyar especialmente el movimiento campesino en los países atrasados contra los terratenientes, contra la gran propiedad territorial, contra toda clase de manifestaciones o resabios del feudalismo, y esforzarse por dar al movimiento campesino el carácter más revolucionario, realizando una alianza estrechísima entre el proletariado comunista de la Europa occidental y el movimiento revolucionario de los campesinos de Oriente, de los países coloniales y de los países atrasados en general; es indispensable, en particular, realizar todos los esfuerzos para aplicar los principios esenciales del régimen soviético en los países en que predominan las relaciones precapitalistas, por medio de la creación de “soviets de trabajadores”, etc.;
5) La necesidad de luchar resueltamente contra los intentos hechos por los movimientos de liberación, que no son en realidad ni comunistas ni revolucionarios, de adoptar el color del comunismo; la Internacional Comunista debe apoyar los movimientos revolucionarios en los países coloniales y atrasados, sólo a condición de que los elementos de los futuros partidos proletarios, comunistas no sólo por su nombre, se agrupen y se eduquen en todos los países atrasados en la conciencia de la misión especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democrático-burgueses dentro de sus naciones; la Internacional Comunista debe sellar una alianza temporal con la democracia burguesa de los países coloniales y atrasados, pero no debe fusionarse a ella y tiene que mantener incondicionalmente la independencia del movimiento proletario incluso en sus formas más embrionarias;
6) La necesidad de explicar infatigablemente y desenmascarar de continuo ante las grandes masas trabajadoras de todos los países, sobre todo de los trabajadores, el engaño que utilizan sistemáticamente las potencias imperialistas, las cuales, bajo el aspecto de Estados políticamente independientes, crean en realidad Estados desde todo punto de vista sojuzgados por ellos en el sentido económico, financiero y militar. Como un ejemplo flagrante de los engaños practicados con la clase trabajadora en los países sometidos por los esfuerzos combinados del imperialismo de los Aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas en Palestina, país en el que so pretexto de crear un Estado judío, allí donde los judíos son una minoría insignificante, el sionismo ha librado a la población autóctona de los trabajadores árabes a la explotación de Inglaterra.
En la situación internacional presente no hay para las naciones dependientes y débiles otra salvación que la federación de repúblicas soviéticas.
12. La opresión secular de las nacionalidades coloniales y débiles por las potencias imperialistas ha dejado entre las masas trabajadoras de los países oprimidos, no sólo un rencor, sino también una desconfianza hacia las naciones opresoras en general, comprendiendo al proletariado de estas naciones. La vil traición al socialismo por parte de la mayoría de los jefes oficiales de ese proletariado durante los años de 1914 a 1919, cuando de modo socialchovinista encubrían con la “defensa de la patria” la defensa del “derecho” de “su propia” burguesía a oprimir las colonias y a expoliar a los países financieramente dependientes, no ha podido dejar de acentuar esta desconfianza en todo sentido legítimo.
Por otra parte, cuanto más atrasado es un país tanto más pronunciados son la pequeña producción agrícola, el estado patriarcal y el aislamiento, lo cual conduce de modo ineludible a un desarrollo particularmente vigoroso y persistente de los prejuicios pequeñoburgueses más arraigados, a saber: los prejuicios de egoísmo nacional, de estrechez nacional. La extinción de esos prejuicios es necesariamente un proceso muy lento, puesto que sólo pueden desaparecer después de la desaparición del imperialismo y el capitalismo en los países avanzados y una vez que cambie radicalmente toda la base de la vida económica de los países atrasados. De ahí surge el deber, para el proletariado comunista consciente de todos los países, de demostrar circunspección y atención particulares frente a las supervivencias de los sentimientos nacionales en los países y en las nacionalidades que han sufrido una prolongadísima opresión; asimismo es su deber hacer ciertas concesiones con el fin de apresurar la desaparición de esa desconfianza y esos prejuicios. La causa del triunfo sobre el capitalismo no puede tener su remate eficaz si el proletariado, y luego todas las masas trabajadoras de todos los países y naciones del mundo entero, no demuestran una aspiración voluntaria a la alianza y a la unidad.
B. Tesis suplementarias
1. La determinación exacta de las relaciones de la Internacional comunista con el movimiento revolucionario en los países que están dominados por el imperialismo capitalista, en particular de la China, es uno de los problemas más importantes para el II Congreso de la Internacional comunista. La revolución mundial entra en un período en el cual es necesario un conocimiento exacto de esas relaciones. La gran guerra europea y sus resultados han demostrado muy claramente que las masas de los países sometidos fuera de los límites de Europa están vinculadas de manera absoluta al movimiento proletario de Europa y que esa es una consecuencia inevitable del capitalismo mundial centralizado.
2. Las colonias constituyen una de las principales fuentes de las fuerzas del capitalismo europeo.
Sin la posesión de grandes mercados y de extensos territorios de explotación en las colonias, las potencias capitalistas de Europa no podrían mantenerse mucho tiempo.
Inglaterra, fortaleza del imperialismo, superproduce desde hace más de un siglo. Sólo si conquista territorios coloniales, mercados suplementarios para la venta de los productos de superproducción y fuentes de materias primas para su creciente industria, Inglaterra logró mantener, pese a sus cargas, su régimen capitalista.
Fue mediante la esclavitud de centenares de millones de habitantes de Asia y África que el imperialismo inglés llegó a mantener hasta ahora al proletariado británico bajo la dominación burguesa.
3. La plusvalía obtenida por la explotación de las colonias es uno de los apoyos del capitalismo moderno.
Mientras esta fuente de beneficios no sea suprimida, será difícil para la clase obrera vencer al capitalismo.
Gracias a la posibilidad de explotar intensamente la mano de obra y las fuentes naturales de materias primas de las colonias, las naciones capitalistas de Europa han tratado, no sin éxito, de evitar por todos esos medios, su inminente bancarrota.
El imperialismo europeo logró en sus propios países hacer concesiones cada vez más grandes a la aristocracia obrera. Mientras por una parte trata de mantener las condiciones de vida de los obreros en los países sometidos a un nivel muy bajo, no retrocede ante ningún sacrificio y consiente en sacrificar la plusvalía en sus propios países, pues aún le queda la de las colonias.
4. La supresión por parte de la revolución proletaria del poderío colonial europeo acabará con el capitalismo europeo. La revolución proletaria y la revolución de las colonias deben aunarse, en una cierta medida, para la finalización victoriosa de la lucha. Por lo tanto, la Internacional comunista tiene que ampliar el círculo de su actividad. Debe estrechar relaciones con las fuerzas revolucionarias que tratan de destruir el imperialismo en los países económica y políticamente dominados.
5. La Internacional comunista concentra la voluntad del proletariado revolucionario mundial. Su tarea consiste en organizar a la clase obrera de todo el mundo para la liquidación del orden capitalista y el establecimiento del comunismo.
La Internacional comunista es un instrumento de lucha que tiene por tarea agrupar a todas las fuerzas revolucionarias del mundo.
La II Internacional, dirigida por un grupo de politiqueros y penetrada por concepciones burguesas, no asignó ninguna importancia a la cuestión colonial. Para ella, el mundo sólo existía dentro de los límites de Europa. No consideró la necesidad de vincular al movimiento revolucionario de los otros continentes. En lugar de prestar ayuda material y moral al movimiento revolucionario de las colonias, los miembros de la II Internacional se convirtieron en imperialistas.
6. El imperialismo extranjero que pesa sobre los pueblos orientales, les ha impedido desarrollarse en el orden social y económico, simultáneamente con las clases de Europa y América.
Debido a que la política imperialista obstaculizó el desarrollo industrial de las colonias, no pudo surgir una clase proletaria en el sentido exacto del término, si bien, en estos últimos tiempos, las artesanías locales han sido destruidas por la competencia de los productos de las industrias centralizadas de los países imperialistas.
La consecuencia de esto fue que la gran mayoría del pueblo se vio relegada al campo y obligada a dedicarse al trabajo agrícola y a la producción de materias primas para la exportación.
Así se produjo una rápida concentración de la propiedad agraria en manos ya sea de los grandes propietarios fundiarios, del capital financiero o del Estado, y se creó una poderosa masa de campesinos sin tierra. Además, la gran masa de la población fue mantenida en la ignorancia.
El resultado de esta política es evidente: en aquellos países donde el espíritu revolucionario se manifiesta, sólo encuentra su expresión en la clase media cultivada.
La dominación extranjera obstaculiza el libre desarrollo de las fuerzas económicas.
Por eso su destrucción es el primer paso de la revolución en las colonias y por eso la ayuda aportada a la destrucción del poder extranjero en las colonias no es, en realidad, una ayuda al movimiento nacionalista de la burguesía indígena sino la apertura del camino para el propio proletariado oprimido.
7. En los países oprimidos existen dos movimientos que cada día se separan más: el primero es el movimiento burgués democrático nacionalista que tiene un programa de independencia política y de orden burgués; el otro es el de los campesinos y obreros ignorantes y pobres que luchan por su emancipación de todo tipo de explotación.
El primero intenta dirigir al segundo y en cierta medida lo logró con frecuencia. Pero la Internacional comunista y los partidos adheridos deben combatir esta tendencia y tratar de desarrollar el sentimiento de clase independiente en las masas obreras de las colonias.
Al respecto, una de las tareas más importantes es la formación de partidos comunistas que organicen a los obreros y los campesinos y los conduzcan a la revolución y al establecimiento de la república sovietista.
8. Las fuerzas del movimiento de emancipación en las colonias no están limitadas al pequeño círculo del nacionalismo burgués democrático. En la mayoría de las colonias, ya hay un movimiento social-revolucionario o partidos comunistas vinculados estrechamente con las masas obreras. Las relaciones de la Internacional comunista con el movimiento revolucionario de las colonias deben servir a esos partidos o a esos grupos, pues son la vanguardia de la clase obrera. Si bien actualmente son débiles, representan, sin embargo, la voluntad de las masas, y éstas los seguirán por el camino revolucionario. Los partidos comunistas de los diferentes países imperialistas deben trabajar en contacto con esos partidos proletarios en las colonias y prestarles ayuda moral y material.
9. La revolución en las colonias, en su primer estadio, no puede ser una revolución comunista, pero si desde su comienzo la dirección está en manos de una vanguardia comunista, las masas no se desorientarán y en los diferentes períodos del movimiento su experiencia revolucionaria irá aumentando.
Sería un gran error pretender aplicar inmediatamente en los países orientales los principios comunistas respecto a la cuestión agraria. En su primer estadio, la revolución en las colonias debe tener un programa que incluya reformas pequeño-burguesas tales como el reparto de la tierra. Pero eso no significa necesariamente que la dirección de la revolución deba ser abandonada en manos de la democracia burguesa. Por el contrario, el partido proletario debe desarrollar una propaganda poderosa y sistemática en favor de los soviets, y organizar los soviets de campesinos y de obreros. Esos soviets deberán trabajar en estrecha colaboración con las repúblicas sovietistas de los países capitalistas adelantados para lograr la victoria final sobre el capitalismo en todo el mundo.
De ese modo, las masas de los países atrasados, conducidas por el proletariado consciente de los países capitalistas desarrollados, accederán al comunismo sin pasar por los diferentes estadios del desarrollo capitalista.
TESIS GENERALES SOBRE LA CUESTIÓN DE ORIENTE
I. EL CRECIMIENTO DEL MOVIMIENTO OBRERO EN ORIENTE
Basándose en la experiencia de la edificación soviética en Oriente y en el crecimiento de los movimientos nacionalistas revolucionarios en las colonias, el 2º Congreso de la Internacional Comunista fijó la posición principal del conjunto de la cuestión nacional y colonial en una época de luchas a largo plazo entre el imperialismo y la dictadura proletaria.
Posteriormente, la lucha contra el yugo imperialista en los países coloniales y semicoloniales se intensificó considerablemente debido a la agudización de la crisis política y económica de postguerra del imperialismo.
Los siguientes hechos lo demuestran: 1º) el fracaso del tratado de Sevres, que tenía por objeto el desmembramiento de Turquía y la restauración de su autonomía nacional y política; 2º) un fuerte recrudecimiento del movimiento nacionalista revolucionario en India, Mesopotamia, Egipto, Marruecos, China y Corea; 3º) la crisis interna sin salida en que se halla el imperialismo japonés, crisis que provocó el rápido crecimiento de los elementos de la revolución burguesa democrática y el pasaje del proletariado japonés a una lucha de clase autónoma; 4º) el despertar del movimiento obrero en todos los países orientales y la formación, en casi todos esos países, de partidos comunistas.
Los hechos citados son el indicio de una modificación surgida en la base social del movimiento revolucionario de las colonias. Esta modificación provoca una intensificación de la lucha antimperialista cuya dirección, de este modo, ya no pertenece exclusivamente a los elementos feudales y a la burguesía nacionalista que están dispuestos a establecer compromisos con el imperialismo.
La guerra imperialista de 1914-18 y la larga crisis del capitalismo, sobre todo del capitalismo europeo, que le siguió, debilitaron la tutela económica de las metrópolis sobre las colonias.
Por otra parte, las mismas circunstancias que dieron como resultado un retraimiento de la base económica y de la esfera de influencia política del capitalismo mundial acentuaron aún más la competencia capitalista en relación a las colonias, motivo de ruptura del equilibrio en el conjunto del sistema del capitalismo mundial (lucha por el petróleo, conflicto anglo-francés en Asia Menor, rivalidad japonés-norteamericana por el predominio en el Océano Pacífico, etc.).
Precisamente este debilitamiento del ascendiente capitalista sobre las colonias, a la vez que la rivalidad en aumento de los diversos grupos imperialistas, facilitó el desarrollo del capitalismo autóctono en los países coloniales y semicoloniales. Ese capitalismo ya desbordó y continúa desbordando el marco estrecho y entorpecedor de la dominación imperialista de las metrópolis. Hasta el momento, el capital de las metrópolis, persistiendo en su pretensión de monopolizar la plusvalía de la explotación comercial, industrial y fiscal de los países atrasados, trataba de aislar a estos últimos de la circulación económica del resto del mundo. La reivindicación de una autonomía nacional y económica planteada por el movimiento nacionalista colonial es la expresión de la necesidad de desarrollo burgués experimentada por esos países. El constante progreso de las fuerzas productivas autóctonas en las colonias se halla así en contradicción irreductible con los intereses del capitalismo mundial, pues la esencia misma del imperialismo implica la utilización de la diferencia de nivel existente en el desarrollo de las fuerzas productivas de los diversos sectores de la economía mundial, con el objetivo de asegurar la totalidad de la plusvalía monopolizada.
II. LAS CONDICIONES DE LA LUCHA
El carácter atrasado de las colonias se evidencia en la diversidad de los movimientos nacionalistas revolucionarios dirigidos contra el imperialismo y refleja los diversos niveles de transición entre las correlaciones feudales y feudalpatriarcales y el capitalismo. Esta diversidad presta un aspecto particular a la ideología de esos movimientos.
En esos países el capitalismo surge y se desarrolla sobre una base feudal. Adopta formas incompletas, transitorias y burdas que permiten la preponderancia ante todo del capital comercial y usurario (Oriente musulmán, China).
También la democracia burguesa adopta, para diferenciarse de los elementos feudo-burocráticos y feudo-agrarios, una vía indirecta e intrincada. Ese es el principal obstáculo para el éxito de la lucha contra el yugo imperialista, pues el imperialismo extranjero no deja de transformar en todos los países atrasados al sector superior feudal (y en parte semifeudal, semiburgués) de la sociedad nativa en instrumento de su dominación (gobernadores militares, o en China, burocracia y aristocracia en Persia, recaudadores del impuesto fundiario, zemindari y talukdars en la India, plantadores de formación capitalista en Egipto, etc....).
Por eso, las clases dirigentes de los países coloniales y semicoloniales no tienen ni la capacidad ni el deseo de dirigir la lucha contra el imperialismo, a medida que esta lucha se transforma en un movimiento revolucionario de masas. Solamente allí donde el régimen feudo-patriarcal no se ha descompuesto lo suficiente como para separar completamente a los altos sectores nativos de las masas del pueblo, como por ejemplo entre los nómades y semi-nómades, los representantes de esos altos sectores pueden desempeñar el papel de guías activos en la lucha contra la opresión capitalista (Mesopotamia, Mongoli, Marruecos).
En los países musulmanes, el movimiento nacional encuentra ante todo su ideología en las consignas político-religiosas del pan-islamismo, lo que permite a los funcionarios y a los diplomáticos de las metrópolis aprovecharse de los prejuicios y de la ignorancia de las multitudes populares para combatir ese movimiento (así es como los ingleses juegan al panislamismo y al panarabismo mientras declaran pretender transportar el califato a la India, etc., y el imperialismo francés especula con las “simpatías musulmanas”). Sin embargo, a medida que se amplía y madura el movimiento de emancipación nacional, las consignas político-religiosas del panislamismo son suplantadas por reivindicaciones políticas concretas. Un ejemplo de ello es la lucha iniciada últimamente en Turquía para despojar al califato de su poder temporal.
La tarea fundamental, común a todos los movimientos nacional-revolucionarios consiste en realizar la unidad nacional y la autonomía política. La solución real y lógica de esta tarea depende de la importancia de las masas trabajadoras que un determinado movimiento nacional sepa arrastrar en su desarrollo, luego de haber roto todas las relaciones con los elementos feudales y reaccionarios y encarnado en su programa las reivindicaciones sociales de esas masas.
Consciente de que en diversas condiciones históricas los elementos más variados pueden ser los portavoces de la autonomía política, la Internacional Comunista apoya todo movimiento nacional-revolucionario dirigido contra el imperialismo. Sin embargo, no pierde de vista a la vez que únicamente una línea revolucionaria consecuente, basada en la participación de las grandes masas en la lucha activa y la ruptura sin reservas con todos los partidarios de la colaboración con el imperialismo puede conducir a las masas oprimidas a la victoria. La vinculación existente entre la burguesía autóctona y los elementos feudoreaccionarios permite a los imperialistas aprovecharse ampliamente de la anarquía feudal, de la rivalidad reinante entre los diversos clanes y tribus, del antagonismo entre la ciudad y el campo, de la lucha entre castas y sectas nacional-religiosas para desorganizar el movimiento popular (China, Persia, Kurdistán, Mesopotamia).
III. LA CUESTIÓN AGRARIA
En la mayoría de los países de Oriente (India, Persia, Egipto, Siria, Mesopotamia), la cuestión agraria presenta una importancia de primer orden en la lucha por la liberación del yugo del despotismo metropolitano. Al explotar y arruinar a la mayoría campesina de los países atrasados, el imperialismo la priva de los medios elementales de subsistencia, mientras que la industria poco desarrollada diseminada en diversos puntos del país, es incapaz de absorber el excedente de población rural que, por otra parte, tampoco puede emigrar. Los campesinos pobres que permanecen en sus tierras se transforman en siervos.
Así como en los países civilizados las crisis industriales de pre-guerra desempeñaban el papel de regulador de la producción social, ese papel regulador es desempeñado en las colonias por el hambre. El imperialismo, cuya vitalidad consiste en recibir los mayores beneficios con el menor gasto, apoya hasta el último grado en los países atrasados las formas feudales y usurarias de explotación de la mano de obra. En algunos países, como por ejemplo en la India, se atribuye el monopolio, perteneciente al Estado feudal nativo del disfrute de las tierras y transforma el impuesto del suelo en un tributo que debe ser abonado al capital metropolitano y a sus funcionarios, los “zemindaram” y “talukdar”. En otros países, el imperialismo se apodera de la renta del suelo sirviéndose para ello de la organización autóctona de la gran propiedad de la tierra (Persia, Marruecos, Egipto, etc.).
De allí se deriva que la lucha por la supresión de las barreras y de los tributos feudales aún existentes reviste el carácter de una lucha de emancipación nacional contra el imperialismo y la gran propiedad fundiaria feudal. Se puede tomar como ejemplo la sublevación de los moplas contra los propietarios fundiarios y los ingleses, en otoño de 1921 en la India y la sublevación de los siks, en 1922. Sólo una revolución agraria cuyo objetivo sea la expropiación de la gran propiedad feudal es capaz de sublevar a las multitudes campesinas y adquirir una influencia decisiva en la lucha contra el imperialismo. Los nacionalistas burgueses temen a las consignas agrarias y las reprimen en la medida de sus posibilidades (India, Persia, Egipto), lo que prueba la estrecha vinculación que existe entre la burguesía nativa y la gran propiedad fundiaria feudal y feudo-burguesa. Esto prueba también que ideológica y políticamente, los nacionalistas dependen de la propiedad fundiaria. Esas vacilaciones e incertidumbres deben ser utilizadas por los elementos revolucionarios para una crítica sistemática y divulgadora de la política híbrida de los dirigentes burgueses del movimiento nacionalista. Es precisamente esta política híbrida lo que impide la organización y la cohesión de las masas trabajadoras, como lo prueba la derrota de la resistencia pasiva en la India (no cooperación).
El movimiento revolucionario en los países atrasados de Oriente sólo puede ser coronado por el éxito si se basa en la acción de las multitudes campesinas. Por eso los partidos revolucionarios de todos los países de Oriente deben precisar claramente su programa agrario y exigir la supresión total del feudalismo y de sus resabios que hallan su expresión en la gran propiedad fundiaria y en la franquicia del impuesto fundiario. A los fines de una activa participación de las masas campesinas en la lucha por la liberación nacional, es indispensable proclamar una modificación radical del sistema de usufructo del suelo. También es indispensable forzar a los partidos burgueses nacionalistas a adoptar la mayor parte posible de ese programa agrario revolucionario.
IV. EL MOVIMIENTO OBRERO EN ORIENTE
El joven movimiento obrero oriental es un producto del desarrollo del capitalismo autóctono de estos últimos tiempos. Hasta el momento, la clase obrera nativa, aún si se considera su núcleo fundamental, atraviesa un período transitorio, desplazándose del pequeño taller corporativo a la gran fábrica de tipo capitalista. En la medida en que los intelectuales burgueses nacionalistas atraen hacia el movimiento revolucionarlo a la clase obrera para luchar contra el imperialismo, sus representantes asumen ante todo un papel dirigente en la acción y en la embrionaria organización profesional. En un comienzo, la acción de la clase obrera no supera el marco de los intereses “comunes a todas las naciones” de la democracia burguesa (huelgas contra la burocracia y la administración imperialista en China y en India). Frecuentemente, como lo indicó el 2º Congreso de la Internacional comunista, los representantes del nacionalismo burgués, al explotar la autoridad política y moral de la Rusia de los Soviets y adaptarse al instinto de clase de los obreros, envuelven sus aspiraciones democrático-burguesas en el “socialismo” y el “comunismo” para alejar así, algunas veces sin darse cuenta de ello, a los primeros organismos embrionarios del proletariado de sus deberes de organización de clase (tal es el caso del Partido Behill Ardou en Turquía, que imprimió una coloración roja al panturquismo y el “socialismo de Estado” preconizado por algunos representantes del partido Kuo-Ming-Tang).
Pese a ello el movimiento profesional y político de la clase obrera de los países atrasados progresó aceleradamente en estos últimos años. La formación de partidos autónomos de la clase proletaria en casi todos los países orientales es un hecho sintomático, aunque la gran mayoría de esos partidos aún debe realizar un gran trabajo interno para liberarse del espíritu de camarilla y de muchos otros defectos. Desde un comienzo, la Internacional Comunista apreció en su justo valor la importancia potencial del movimiento obrero en Oriente, lo que evidencia que los proletarios de todo el mundo están unificados internacionalmente bajo la bandera del comunismo. Las Internacionales II y II y ½ no han hallado hasta ahora partidarios en ninguno de los países atrasados, porque se limitan a desempeñar un “papel auxiliar” frente al imperialismo europeo y norteamericano.
V. LOS OBJETIVOS GENERALES DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS DE ORIENTE
Los nacionalistas burgueses aprecian el movimiento obrero según la importancia que puede tener para su victoria. El proletariado internacional aprecia al movimiento obrero oriental desde el punto de vista de su porvenir revolucionario. Bajo el régimen capitalista, los países atrasados no pueden participar de las conquistas de la ciencia y de la cultura contemporánea sin pagar un enorme tributo a la explotación y a la opresión bárbaras del capital metropolitano. La alianza con los proletarios de los países altamente civilizados les será ventajosa, no sólo porque corresponde a los intereses de su lucha común contra el imperialismo sino también porque solamente después de haber triunfado, el proletariado de los países civilizados podrá proporcionar a les obreros de Oriente una ayuda desinteresada para el desarrollo de sus fuerzas productoras atrasadas. La alianza con el proletariado occidental abre el camino hacia una federación internacional de las repúblicas soviéticas. El régimen soviético ofrece a los pueblos atrasados el medio más fácil para pasar de sus condiciones de existencia elementales a la alta cultura del comunismo, que está destinado a suplantar en la economía mundial el régimen capitalista de producción y de distribución. Su mejor testimonio es la experiencia de la edificación soviética en las colonias liberadas del ex-imperio ruso. Solo una forma de administración soviética puede asegurar la lógica coronación de la revolución agraria campesina. Las condiciones específicas de la economía agrícola en un cierto sector de los países orientales (irrigación artificial) mantenidas anteriormente por una original organización de colaboración colectiva sobre una base feudal y patriarcal y comprometidas actualmente por la piratería capitalista, exigen igualmente una organización política capaz de cubrir sistemáticamente las necesidades sociales. A raíz de condiciones climatéricas, sociales e históricas particulares, le corresponde generalmente en Oriente, en el período de transición, un papel importante a la cooperación de los pequeños productores.
Las tareas objetivas de la revolución colonial superan el marco de la democracia burguesa. En efecto, su victoria decisiva es incompatible con la dominación del imperialismo mundial. En un comienzo, la burguesía y los intelectuales nativos asumen el papel de pioneros de los movimientos revolucionarios coloniales. Pero desde el momento en que las masas proletarias y campesinas se incorporan a esos movimientos, los elementos de la gran burguesía y de la burguesía fundiaria se apartan, cediendo el paso a los intereses sociales de los sectores inferiores del pueblo. Una larga lucha, que durará toda una época histórica, espera al joven proletariado de las colonias, lucha contra la explotación imperialista y contra las clases dominantes autóctonas que aspiran a monopolizar todos los beneficios del desarrollo industrial e intelectual y pretenden que las masas permanezcan como antes, en una situación “prehistórica”.
Esta lucha por la influencia sobre las masas campesinas debe preparar al proletariado nativo para el papel de vanguardia política. Sólo después de ser sometido a ese trabajo preparatorio y haber atraído a los sectores sociales adyacentes, el proletariado nativo se encontrará en condiciones de enfrentar a la democracia burguesa oriental, que posee características formalistas aún más hipócritas que la burguesía de Occidente.
La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la “defensa” exclusiva de los intereses de clase es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente. No menos nociva es la tentativa de apartarse de la lucha por los intereses cotidianos e inmediatos de la clase obrera en nombre de una “unificación nacional” o de una “paz social” con los demócratas burgueses. Dos tareas fundidas en una sola incumben a los partidos comunistas coloniales y semicoloniales: por una parte, lucha por una solución radical de los problemas de la revolución democrático-burguesa cuyo objeto es la conquista de la independencia política; por otra parte, organización de las masas obreras y campesinas para permitirles luchar por los intereses particulares de su clase, utilizando para ello todas las contradicciones del régimen nacionalista democráticoburgués.
Al formular reivindicaciones sociales, estimularán y liberarán la energía revolucionaria que no encontraba salida en las reivindicaciones liberales burguesas. La clase obrera de las colonias y semicolonias debe saber firmemente que sólo la ampliación y la intensificación de la lucha contra el yugo imperialista de las metrópolis pueden asignarle un papel dirigente en la revolución y que la organización económica y política y la educación política de la clase obrera y de los elementos semiproletarios son los únicos que pueden aumentar la amplitud revolucionarla del combate contra el imperialismo.
Los partidos comunistas de los países coloniales y semicoloniales de Oriente, que se hallan todavía en un estado más o menos embrionario, deben participar en todo movimiento apto para abrirles una vía de acceso a las masas.
Pero deben llevar a cabo una lucha enérgica contra los prejuicios patriarco-corporativos y contra la influencia burguesa en las organizaciones obreras para defender esas formas embrionarias de organizaciones profesionales contra las tendencias reformistas y transformarlas en órganos combativos de las masas. Deben dedicarse con todas sus fuerzas a organizar a los numerosos jornaleros y jornaleros rurales, así como a los aprendices de ambos sexos en el terreno de la defensa de sus intereses cotidianos.
VI. EL FRENTE ÚNICO ANTIIMPERIALISTA
En los países occidentales que atraviesa un período transitorio caracterizado por una acumulación organizada de las fuerzas, ha sido lanzada la consigna del frente proletario único. En las colonias orientales, es indispensable, en la actualidad, lanzar la consigna del frente antimperialista único. La oportunidad de esa consigna está condicionada por la perspectiva de una lucha a largo plazo contra el imperialismo mundial, lucha que exige la movilización de todas las fuerzas revolucionarias. Esta lucha es mucho más necesaria desde el momento que las clases dirigentes autóctonas tienden a establecer compromisos con el capital extranjero y que esos compromisos afectan los intereses básicos de las masas populares. Así como la consigna del frente proletario único ha contribuido y contribuye todavía en Occidente a desenmascarar la traición cometida por los socialdemócratas contra los intereses del proletariado, así también la consigna del frente antimperialista único contribuirá a desenmascarar las vacilaciones y las incertidumbres de los diversos grupos del nacionalismo burgués. Por otra parte, esa consigna ayudará al desarrollo de la voluntad revolucionaria y al esclarecimiento de la conciencia de clase de los trabajadores, incitándolos a luchar en primera fila, no solamente contra el imperialismo, sino también contra todo tipo de resabio feudal.
El movimiento obrero de los países coloniales y semicoloniales debe, ante todo, conquistar una posición de factor revolucionario autónomo en el frente antiimperialista común. Sólo si se le reconoce esta importancia autónoma y si conserva su plena independencia política, los acuerdos temporarios con la democracia burguesa son admisibles y hasta indispensables. El proletariado apoya y levanta reivindicaciones parciales, como por ejemplo la república democrática independiente, el otorgamiento de derechos de que están privadas las mujeres, etc., en tanto que la correlación de fuerzas existente en la actualidad no lo permita plantear la realización de su programa sovietista. A la vez, trata de lanzar consignas susceptibles de contribuir a la fusión política de las masas campesinas y semiproletarias con el movimiento obrero. El frente antimperialista único está indisolublemente vinculado a la orientación hacia la Rusia de los Soviets.
Explicar a las multitudes trabajadoras la necesidad de su alianza con el proletariado internacional y con las repúblicas sovietistas es uno de los principales puntos de la táctica antimperialista única. La revolución colonial sólo puede triunfar con la revolución proletaria en los países occidentales.
El peligro de un entendimiento entre el nacionalismo burgués y una o varias potencias imperialistas hostiles, a expensas de las masas populares, es mucho menor en los países coloniales que en los países semicoloniales (China, Persia) o bien en los países que luchan por la autonomía política explotando, al efecto, las rivalidades imperialistas (Turquía).
Reconociendo que ciertos compromisos parciales y provisorios pueden ser admisibles e indispensables cuando se trata de tomar un respiro en la lucha de emancipación revolucionaria llevada a cabo contra el imperialismo, la clase obrera debe oponerse con intransigencia a toda tentativa de un reparto de poder entre el imperialismo y las clases dirigentes autóctonas, ya sea hecho abierta o disimuladamente, pues tiene por objeto conservar los privilegios de los dirigentes. La reivindicación de una alianza estrecha con la República proletaria de los soviets es la bandera del frente antimperialista único.
Luego de prepararla, es preciso llevar a cabo una lucha decidida por la máxima democratización del régimen político, a fin de privar de todo sostén a los elementos social y políticamente más reaccionarios y asegurar a los trabajadores la libertad de organización, permitiéndoles luchar por sus intereses de clase (reivindicaciones de una república democrática, reforma agraria, reforma de las cargas fundiarias, organización de un aparato administrativo basado en el principio de un self-government, legislación obrera, protección del trabajo, protección de la maternidad, de la infancia, etc.). Ni siquiera en el territorio de Turquía independiente, la clase obrera no goza de la libertad de coalición, lo que puede servir de indicio característico de la actitud adoptada por los nacionalistas burgueses con respecto al proletariado.
VII. LAS TAREAS DEL PROLETARIADO DE LOS PAÍSES DEL PACÍFICO
La necesidad de la organización de un frente antimperialista es dictada además por el crecimiento permanente e ininterrumpido de las rivalidades imperialistas. Esas rivalidades se han agudizado de tal forma que es inevitable una nueva guerra mundial, cuyo campo de batalla será el Océano Pacífico, a menos que la revolución internacional se le anticipe. La conferencia de Washington fue una tentativa realizada para detener ese peligro, pero en realidad no hizo sino profundizarlo y exasperar las contradicciones del imperialismo. La lucha sostenida últimamente entre Hu-Pei-Fu y Djan-So-Lin en China es la consecuencia directa del fracaso de los capitalismos japonés y anglonorteamericano en su tentativa por lograr una coincidencia de intereses en Washington. La nueva guerra que amenaza al mundo arrastrará no solamente al Japón, EE.UU. e Inglaterra sino también a las demás potencias capitalistas, tales como Francia y Holanda, y todo hace prever que será aún más devastadora que la guerra de 1914-18.
La tarea de los partidos comunistas coloniales y semicoloniales de los países aledaños al Océano Pacífico consiste en llevar a cabo una enérgica propaganda cuyo objetivo sea el de explicar a las masas el peligro que les espera y convocarlas a una lucha activa por la liberación nacional e insistir para que se orienten hacia la Rusia de los Soviets, apoyo de todos los oprimidos y explotados.
Los partidos comunistas de los países imperialistas tales como EE.UU., Japón, Inglaterra, Australia y Canadá tiene el deber, dada la inminencia del peligro, de no limitarse a una propaganda contra la guerra sino de esforzarse por todos los medios en aislar a los factores capaces de desorganizar el movimiento obrero de esos países y de facilitar la utilización por parte de los capitalistas de los antagonismos de nacionalidades y de razas.
Esos factores son: el problema de la emigración y el del bajo precio de la mano de obra de color.
El sistema de contratos sigue siendo hasta ahora el principal medio de reclutamiento de los obreros de color para las plantaciones azucareras de los países del sur del Pacífico, donde los obreros son importados de China y de la India. Este hecho determinó que los obreros de los países imperialistas exigieran la promulgación de leyes prohibiendo la inmigración y el empleo de la mano de obra de color, tanto en América como en Australia.
Esas leyes prohibitivas evidencian el antagonismo existente entre los obreros blancos y los obreros de color, y dividen y debilitan la unidad del movimiento obrero.
Los partidos comunistas de los EE.UU., del Canadá y de Australia deben emprender una enérgica campaña contra las leyes prohibitivas y demostrar a las masas proletarias de esos países que leyes de ese tipo excitan las luchas de razas, y se vuelven finalmente contra los trabajadores de los países prohibicionistas.
Por otra parte, los capitalistas suspenden las leyes prohibitivas para facilitar la inmigración de la mano de obra de color, que trabaja a más bajo precio y disminuir de ese modo el salario de los obreros blancos. Esta intención manifestada por los capitalistas de pasar a la ofensiva puede ser desbaratada eficazmente si los obreros inmigrados entran en los sindicatos donde están organizados los obreros blancos. Simultáneamente, debe reivindicarse un aumento de salarios para la mano de obra de color, de manera de equipararlos con los de los obreros blancos. Una medida de ese tipo adoptada por los partidos comunistas desenmascara las intenciones capitalistas y a la vez mostrará claramente a los obreros de color que el proletariado internacional es extraño a los prejuicios raciales.
Para efectivizar las medidas indicadas, los representantes del proletariado revolucionario de los países del Pacífico deben convocar a una conferencia de los países del Pacífico que elaborará la táctica a seguir y encontrará las formas de organización para la unificación efectiva del proletariado de todas las razas de los países del Pacífico.
VIII. LAS TAREAS COLONIALES DE LOS PARTIDOS METROPOLITANOS
La importancia primordial del movimiento revolucionario en las colonias para la revolución proletaria internacional exige una intensificación de la acción en las colonias de los partidos comunistas de las potencias imperialistas.
El imperialismo francés cuenta, para la represión de las fuerzas de la revolución proletaria en Francia y en Europa, con los habitantes de las colonias que, según ellos, servirán de reserva para la contrarrevolución.
Los imperialismos inglés y norteamericano continúan, como antes, dividiendo al movimiento obrero y atrayendo a su lado a la aristocracia obrera con la promesa de otorgarles una parte de la plusvalía proveniente de la explotación colonial.
Todos los partidos comunistas de los países que poseen colonias deben tratar de organizar sistemáticamente una ayuda material y moral al movimiento revolucionario obrero de las colonias. Es preciso combatir a cualquier precio, obstinadamente y sin cuartel las tendencias colonizadores de ciertas categorías de obreros europeos bien pagos que trabajan en las colonias. Los obreros comunistas europeos de las colonias deben esforzarse por unir a los proletarios nativos ganando su confianza mediante reivindicaciones económicas concretas (alza de los salarios hasta el nivel de los salarios de los obreros europeos, protección del trabajo, etc.) La creación en las colonias (Egipto y Argelia) de organizaciones comunistas europeas aisladas es sólo una forma simulada de la tendencia colonizadora y un apoyo a los intereses imperialistas. Construir organizaciones comunistas de acuerdo con el principio nacional significa entrar en contradicción con los principios del internacionalismo proletario.
Todos los partidos de la Internacional Comunista deben explicar constantemente a las multitudes trabajadoras la extrema importancia de la lucha contra la dominación imperialista en los países atrasados. Los partidos comunistas que actúan en los países metropolitanos deben formar ante sus comités dirigentes comisiones coloniales permanentes que trabajarán con los objetivos indicados anteriormente. La Internacional Comunista debe ayudar a los partidos comunistas de Oriente prestándole su ayuda para la organización de la prensa, la edición periódica de diarios redactados en los idiomas nativos, etc. Una particular atención debe ser acordada a la acción entre las organizaciones obreras europeas y las tropas de ocupación coloniales. Los partidos comunistas de las metrópolis deben aprovechar toda ocasión que se presente para poner en evidencia el bandidismo de la política colonial de sus gobiernos imperialistas así como de sus partidos burgueses y reformistas.