Sobre
la cuestión de la autodefensa obrera
25 de octubre de 1939
Todo
estado es una organización coercitiva de la clase dominante. El régimen social
permanece estable en tanto que la clase dominante es capaz, por medio del
estado, de imponer su voluntad sobre las clases explotadas. La policía y el
ejército son los instrumentos más importantes del estado. Los capitalistas
renuncian (aunque si bien no totalmente, lo hacen en gran medida) a mantener
sus propios ejércitos privados en favor del estado para evitar que la clase
obrera cree sus propias fuerzas armadas.
Mientras
el sistema capitalista está en alza, incluso las clases oprimidas perciben como
algo natural el monopolio estatal de las fuerzas armadas.
Antes
de la última guerra mundial, la socialdemocracia internacional no planteó ni
siquiera en sus mejores períodos la cuestión del armamento de los obreros. Y lo
que es peor, rechazaba esa idea como el eco romántico de un pasado remoto.
Fue
recién en la Rusia zarista que el joven proletariado de los primeros años de
este siglo comenzó a procurar armar sus destacamentos de lucha. Esto reveló
vívidamente la inestabilidad del antiguo régimen. La monarquía zarista se
encontró cada vez menos capaz de regular las relaciones sociales por medio de
sus agencias normales, es decir, la policía y el ejército, y se vio obligada a
recurrir cada vez más a la ayuda de las bandas voluntarias (las Centurias
Negras con sus pogromos contra los judíos, los armenios, los estudiantes, los
obreros y otros). Como respuesta los obreros, igual que varias nacionalidades,
comenzaron a organizar sus propios destacamentos de autodefensa. Estos hechos
indicaban ya el comienzo de la revolución.
En
Europa la cuestión de los destacamentos obreros armados se planteó a fines de
la guerra; en Estados Unidos todavía más tarde. En todos los casos, sin excepción,
es la reacción capitalista la que comienza primero a formar organizaciones de
lucha especiales, que coexisten paralelamente con la policía y el ejército del
estado burgués. Esto se explica por el hecho de que la burguesía es más
previsora y despiadada que el proletariado. Bajo la presión de las
contradicciones de clase ya no descansa totalmente en su propio estado, puesto
que éste tiene todavía las manos atadas, en cierta medida, por normas
“democráticas”. La aparición de organizaciones combatientes “voluntarias” cuyo
objetivo es la supresión física del proletariado constituye un síntoma
inequívoco de que comenzó la desintegración de la democracia, debido a que ya
no es posible controlar las contradicciones de clase por los viejos métodos.
La
esperanza de los partidos reformistas de la Segunda y la Tercera Internacional,
y también de los sindicatos, de que los organismos del estado democrático las
iban a defender de las bandas fascistas demostró siempre y en todas partes ser
una ilusión. Cuando se dan crisis serias, la policía invariablemente adopta
respecto a las bandas contrarrevolucionarias una amistosa neutralidad, cuando
no colabora con ellas directamente. Sin embargo, la extrema vitalidad de las
ilusiones democráticas hace que los obreros tarden mucho en encarar la
organización de sus propios destacamentos de lucha. El nombre de “autodefensa”
corresponde plenamente a sus intenciones, por lo menos en la primera etapa,
porque el ataque invariablemente proviene de las bandas contrarrevolucionarias.
El capital monopolista que las respalda libra una guerra preventiva contra el
proletariado para impedirle hacer una revolución socialista.
El
proceso del cual surgen los destacamentos obreros de autodefensa está
inseparablemente ligado al curso de la lucha de clases en cada país y refleja,
por lo tanto, sus inevitables avances y retrocesos, sus flujos y reflujos. La
revolución no estalla en una sociedad a través de un tranquilo proceso
ininterrumpido sino a través de una serie de convulsiones separadas por intervalos
bien definidos, a veces prolongados, durante los cuales se modifican tanto las
relaciones políticas que la idea misma de revolución parece perder toda
conexión con la realidad.
Por
eso la consigna de unidades de autodefensa encontrará eco una vez, y en otra
oportunidad sonará como una voz clamando en el desierto, y luego, después de un
tiempo, se popularizará nuevamente.
Este
proceso contradictorio se observa con especial claridad en la Francia de los
últimos años. Como consecuencia de la crisis económica en aumento, en febrero
de 1934 la reacción salió abiertamente a la ofensiva. Las organizaciones
fascistas crecieron rápidamente. Por otra parte, se hizo popular en las filas
de la clase obrera la idea de la autodefensa. Hasta el reformista Partido Socialista
se vio obligado a formar en París algo similar a un aparato de autodefensa.
La
política del “frente popular”, es decir, la sumisión total de las
organizaciones obreras a la burguesía, postergó el peligro de la revolución
para un futuro incierto y permitió a la burguesía eliminar de su agenda el
golpe fascista. Más aun, liberada del peligro interno inmediato y viéndose
enfrentada a una amenaza proveniente del exterior que se intensificaba día a
día, la burguesía francesa comenzó a explotar inmediatamente, en función de sus
objetivos imperialistas, el hecho de que se había “salvado” la democracia.
Nuevamente
se proclamó que el fin de la guerra inminente era la salvación de la
democracia. La política de las organizaciones obreras oficiales asumió un carácter
abiertamente imperialista. La sección de la Cuarta Internacional, que había
realizado un serio avance en 1934, se sintió aislada en el período siguiente.
El llamado a la autodefensa obrera parecía descolgado. ¿De quién se tenían que
defender en realidad? Después de todo. la “democracia” había triunfado en toda
la línea. La burguesía francesa entró en la guerra bajo el estandarte de la
“democracia” y con el apoyo de todas las organizaciones obreras oficiales, lo
que le permitió al “radical-socialista” Daladier implantar inmediatamente un
símil “democrático” de un régimen totalitario.
La
necesidad de las organizaciones de autodefensa resurgirá en el proletariado
francés con el crecimiento de la resistencia revolucionaria contra la guerra y
el imperialismo. El desarrollo político de Francia, y también de otros países,
está en la actualidad inseparablemente ligado a la guerra. El incremento del
descontento de las masas dará lugar primero a la reacción más salvaje de los de
arriba. El fascismo militarizado vendrá en auxilio de la burguesía y de su
poder estatal. Para la clase obrera el problema de la organización de la
autodefensa será cuestión de vida o muerte. Tengamos en cuenta que entonces el
proletariado dispondrá de una buena cantidad de rifles, fusiles y cañones.
En
Estados Unidos se dieron fenómenos similares, aunque se reflejaron de manera
menos vívida. Después que los éxitos de la época de Roosevelt, traicionando
todas las expectativas, dieron lugar en el otoño de 1937 a una prolongada
declinación, la reacción comenzó a avanzar de manera abierta y militante. El
provinciano mayor Hague se transformó inmediatamente en una figura “nacional”. Los
sermones con mentalidad pogromista del Padre Coughlin tuvieron amplio eco. La
administración democrática y su policía se replegaron ante las bandas del
capital monopolista. En esta época la idea de los destacamentos militares para
la defensa de las organizaciones y la prensa obrera comenzó a obtener respuesta
favorable entre los obreros más conscientes y los sectores más amenazados de la
pequeña burguesía, especialmente los judíos.
El
resurgimiento económico que comenzó en julio de 1939, obviamente relacionado
con la expansión del armamentismo y la guerra imperialista, reavivó la fe de
las “Sesenta Familias” en su democracia. A ello se sumó, por otra parte, el
peligro de que Estados Unidos fuera arrastrado a la guerra. ¡No era momento
para desamarrar el barco! Todos los sectores de la burguesía estrecharon filas
tras una política de cautela y preservación de “la democracia”. La posición de
Roosevelt en el Congreso se está fortaleciendo. Hague y el Padre Coughlin se
retiraron a cuarteles de invierno. Simultáneamente, el Comité Dies, al que ni
la derecha ni la izquierda se tomaron en serio en 1937, adquirió estos últimos
meses una considerable autoridad. La burguesía otra vez está “tanto contra el
fascismo como contra el comunismo”; quiere demostrar que puede enfrentar a
todos los “extremismos” con medidas parlamentarias.
En
estas condiciones la consigna de autodefensa obrera no ayuda; pierde su poder
de atracción. Después de un estimulante comienzo es como si esa consigna
hubiera llegado a un punto muerto.
En
algunos lugares es difícil lograr que los obreros presten atención al problema.
En otros, donde gran cantidad de obreros se unieron a los grupos de
autodefensa, los dirigentes no saben cómo utilizar la energía de los
trabajadores. El interés se desvanece. No hay nada inesperado o sorprendente en
esto. Toda la historia de las organizaciones obreras de autodefensa presenta
períodos de alza y baja que se alternan constantemente. Reflejan los espasmos
de la crisis social.
Las
tareas del partido proletario en lo que hace a la autodefensa obrera surgen de
las condiciones generales de nuestra época y de sus fluctuaciones particulares.
Es muchísimo más fácil que grandes sectores de la clase obrera participen en
destacamentos de lucha cuando las bandas reaccionarias atacan directamente sus
piquetes, sus sindicatos, su prensa, etcétera. Sin embargo, cuando la burguesía
considera más prudente abandonar las bandas irregulares y apelar a métodos de
dominación “democrática” sobre las masas, el interés de los trabajadores en las
organizaciones de autodefensa inevitablemente disminuye. Es lo que está
sucediendo ahora. ¿Significa ello, sin embargo, que en estas condiciones
debemos abandonar la tarea de armar a la vanguardia obrera?
En
absoluto. Ahora que comenzó la guerra damos más que nunca por sentadas la
inevitabilidad e inminencia de la revolución proletaria internacional. Esta
idea fundamental, que diferencia a la Cuarta Internacional del resto de las
organizaciones obreras, determina toda nuestra actividad, incluso la que se
refiere a la organización de los destacamentos de autodefensa. Esto no implica,
sin embargo, no tomar en cuenta las fluctuaciones económicas y políticas, con
sus flujos y reflujos coyunturales. Si nos basamos única y exclusivamente en la
caracterización de conjunto de la época, ignorando sus etapas concretas,
podemos caer fácilmente en el esquematismo, el sectarismo o la fantasía
quijotesca. Con cada giro pronunciado de los acontecimientos adecuamos nuestras
tareas básicas al cambio de la situación concreta de esa etapa determinada. En
esto consiste el arte de la táctica.
Necesitaremos
cuadros partidarios especialistas en problemas militares. Ellos tendrán, por lo
tanto, que continuar con su trabajo práctico y teórico incluso ahora, en este
momento de “marea baja”. Su trabajo teórico consistirá en el estudio de la
experiencia de las organizaciones militares de combate de los bolcheviques, los
nacionalistas revolucionarios irlandeses y polacos, los fascistas, las milicias
españolas y otras similares. Hay que hacerse de un programa de estudios modelo
y de una biblioteca sobre estas cuestiones, organizar conferencias, etcétera.
Al
mismo tiempo se debe continuar, sin interrupciones, el trabajo de recolección
de datos. Tenemos que juntar y estudiar recortes de diarios y de otros medios
informativos referentes a toda clase de organizaciones contrarrevolucionarias y
también a los grupos nacionales (judíos, negros y demás), que en un momento
crítico pueden jugar un rol revolucionario. De hecho, esto servirá para un
aspecto importante de nuestra tarea, la defensa contra la GPU.
Precisamente
teniendo en cuenta la situación extremadamente difícil en que se encuentra la
Comintern (y en considerable medida el servicio secreto de la GPU en el
extranjero, al que la Comintern mantiene) podemos suponer que la GPU asestará
algunos golpes violentos a la Cuarta Internacional. ¡Tenemos que ser capaces de
descubrirlos y esquivarlos a tiempo!
Junto
con este trabajo extremadamente restringido, en el que deben participar sólo
miembros del partido, tenemos que crear organizaciones más amplias, abiertas,
para distintos objetivos particulares ligados de una u otra manera a las
futuras tareas militares del proletariado. Los trabajadores pertenecen a
diversas clases de organizaciones obreras deportivas (de atletas, boxeadores,
de tiro, etcétera) y también a sociedades corales y musicales. Cuando haya un
cambio en la situación política, estas organizaciones subsidiarias podrán
constituir la base inmediata de destacamentos amplios de autodefensa obrera.
En
este proyecto de programa para la acción partimos de la posición de que las
condiciones políticas de este momento, sobre todo el debilitamiento de la
presión del fascismo interno, limitan estrechamente las posibilidades de
trabajo en el plano de la autodefensa. Y el caso es el mismo en lo que hace a
la creación de destacamentos militares de base estrictamente clasista.
El
vuelco decisivo en favor de la autodefensa obrera se dará solamente con un
nuevo colapso de las ilusiones democráticas, el que, bajo las condiciones
imperantes en la guerra mundial, sobrevendrá rápidamente asumiendo proporciones
catastróficas.
Pero,
en compensación, la guerra está abriendo ahora, en este mismo momento,
posibilidades tales de entrenamiento militar de los obreros que era imposible
siquiera concebirlas en época de paz. Y esto se aplica no sólo a la guerra sino
al período que la precede inmediatamente.
Es
imposible prever todas las posibilidades prácticas que se nos presentarán; pero
indudablemente se incrementarán con cada día que pasa, a medida que se expanden
las fuerzas armadas del país. Tenemos que dedicar una atención especial a este
problema, crear una comisión especial (o un cuerpo de autodefensa que se agrandará
a medida que sea necesario).
Principalmente,
debemos aprovechar el interés que despertó la guerra en los problemas militares
y organizar una serie de conferencias sobre los tipos de ejército y las
tácticas contemporáneas. Las organizaciones obreras pueden recurrir a
especialistas militares que no tengan absolutamente ninguna ligazón con el
partido y sus objetivos. Pero éste es sólo el primer paso.
Debemos
utilizar los preparativos de guerra del gobierno para entrenar militarmente al
mayor número posible de miembros del partido y de los sindicatos sobre los
cuales tengamos influencia. Mientras mantenemos plenamente nuestro objetivo
fundamental, la creación de destacamentos militares de base clasista, tenemos
que ligar firmemente su realización con las condiciones creadas por los
preparativos de guerra de los imperialistas.
Sin
apartamos en nada de nuestro programa debemos hablar a las masas en un lenguaje
que ellas comprendan. “Nosotros los bolcheviques también queremos defender la
democracia, pero no esta clase de democracia dominada por sesenta reyes sin
corona. Primero barramos de nuestra democracia a los magnates capitalistas,
luego la defenderemos hasta la última gota de nuestra sangre. Ustedes, que no
son bolcheviques, ¿están realmente dispuestos a defender esta democracia? Pero
entonces, por lo menos, tienen que poder defenderla con toda su capacidad, de
modo de no ser un instrumento ciego en manos de las Sesenta Familias y los
oficiales burgueses que las sirven. La clase obrera tiene que aprender las
cuestiones militares para extraer de sus propias filas el mayor número posible
de oficiales.
”Tenemos
que exigir que el estado, que mañana utilizará la sangre obrera, dé hoy a los
trabajadores la posibilidad de dominar lo mejor posible la técnica militar para
alcanzar los objetivos militares con un mínimo costo de vidas humanas.
”Para
lograrlo, no bastan un ejército y cuarteles regulares. Los obreros deben tener
la oportunidad de que se les dé entrenamiento militar en sus fábricas, talleres
y minas en determinadas horas pagadas por los capitalistas. Si los obreros
habrán de dar sus vidas, los patriotas burgueses pueden, por lo menos, hacer un
pequeño sacrificio material.
”El
estado debe entregar un rifle a cada obrero capaz de llevar armas y establecer
barracas de tiro y artillería para el entrenamiento militar en lugares
accesibles a los trabajadores.”
Nuestra
agitación sobre la guerra y toda nuestra política ligada a ésta debe ser tan
independiente respecto a los pacifistas como a los imperialistas.
“Esta
guerra no es nuestra guerra. Los responsables de ella son fundamentalmente los
capitalistas. Pero en tanto todavía no somos lo suficientemente fuertes como
para derrocarlos y tenemos que luchar en su ejército, tenemos la obligación de
utilizar las armas lo mejor posible.”
Las
obreras también tienen que gozar del derecho a portar armas. Se debe dar la
oportunidad a la mayor cantidad posible de obreras de recibir, a expensas de
los capitalistas, entrenamiento como enfermeras.
Así
como cualquier obrero explotado por los capitalistas trata de aprender lo mejor
posible las técnicas de la producción, cualquier soldado proletario del ejército
imperialista tiene que aprender lo mejor posible el arte de la guerra para ser
capaz, cuando cambien las condiciones, de aplicarla en beneficio de su clase.
No somos pacifistas. No. Somos revolucionarios. Y sabemos qué
perspectiva se abre ante nosotros.
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