1. Caracterización de los represores
desde una perspectiva de clase. Términos del debate.
Con
motivo de la asonada de los desclasados, por la reducción de sus salarios, se
generó un debate en todo el arco de la izquierda, sobre cuál debe ser la
actitud de los luchadores con respecto al aparato represivo y sobre la
caracterización de clase de los represores. Particularmente, hubo una disputa
sobre cuál era la posición correcta desde el punto de vista marxista.
A
nuestro entender, quienes enarbolaron las banderas de la ortodoxia marxista lo
hicieron en forma dogmática y terminaron tergiversando lo que decían defender.
La intención de este trabajo consiste en brindar una respuesta a las
principales objeciones, contestando en los mismos términos en que fueron planteados,
es decir, demostrando que recurrieron a una desnaturalización del marxismo para
fundamentar sus posiciones.
En
el boletín n° 676 la CORREPI dijo que “los integrantes de las fuerzas represivas no son trabajadores, sino
desclasados. Son aquellos que, proviniendo en su mayoría de la clase
trabajadora, están dispuestos a matar en defensa de los intereses de los
capitalistas, a cambio de una paga. Por eso, lejos estamos de confundir al
perro con el amo. No los consideramos burgueses, sino perros guardianes de la
burguesía. Su conciencia está determinada por su existencia. Ingresaron
voluntariamente a una fuerza represiva, en la que se forman profesionalmente
para vigilar, controlar y reprimir. Su vida está determinada por esta tarea y
su subjetividad adaptada a la misma. Esta subjetividad se forma a lo largo del
tiempo en cientos de hechos, desde la participación en torturas en comisarías,
en hechos delictivos, hasta en la vigilancia en los barrios, con las lógicas
detenciones arbitrarias de los pibes pobres, por portación de cara, y el
consabido verdugueo que diariamente sufren millones de pobres en nuestro país.
Luego, en cada hecho represivo que descargan sobre los trabajadores, muestran
la imposibilidad de solidarizarse con quienes fueron, en algún momento, sus
hermanos de clase.”
La
noción fue tomada de Marx-Engels y de Trotsky. Los dos primeros, en “La
Ideología alemana” afirmaban, precisamente, que es el ser social lo que
determina la conciencia: “La
conciencia [das Bewusstsein] jamás puede ser otra cosa que el ser consciente
[das bewusste Sein], y el ser de los hombres es su proceso de vida real. … no se parte de lo que los hombres dicen, se
representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado,
representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y
hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de
vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los
ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se
condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su
proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a
condiciones materiales…. No es la conciencia la que determina la vida, sino la
vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte
de la conciencia como si fuera un individuo viviente; desde el segundo punto de
vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo
real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia.”
León
Trotsky, partía de esta noción para dar la discusión a los obreros alemanes, contra
los dirigentes socialistas que confiaban en la policía alemana para combatir a
las formaciones de combate del nacionalsocialismo (camisas pardas). En este
sentido les advertía que no se podía confiar en la policía, por más que
estuviera compuesta por represores que anteriormente habían sido obreros
socialdemócratas: “El hecho de que los
policías hayan sido elegidos en una parte importante entre los obreros socialdemócratas
no quiere decirlo todo. Aquí, una vez más, es la existencia la que determina la
conciencia. El obrero, convertido en policía al servicio del Estado
capitalista, es un policía burgués y no un obrero. En el curso de los últimos
años, estos policías han debido enfrentarse mucho más a menudo a los obreros
revolucionarios que a los estudiantes nacionalsocialistas. Por semejante
escuela no se pasa sin quedar marcado. Y lo esencial es que todo policía sabe
que los gobiernos pasan, pero la policía continúa.”
En
su “Historia de la revolución rusa” tiene la misma posición respecto de la
policía y la posibilidad de ganarlos para la causa revolucionaria: “Entretanto, el desarme de los ‘faraones’ se
convierte en la divisa general. Los gendarmes son el enemigo cruel,
irreconciliable, odiado. No hay ni que pensar en ganarlos para la causa. No hay
más remedio que azotarlos o matarlos. El ejército ya es otra cosa.”
Podrían
llegar a decir que el gendarme ruso nada tiene que ver con nuestro gendarme,
que eran formaciones distintas, aunque compartan el mismo nombre. Al respecto,
las traducciones al inglés y al alemán, hablan, no de gendarmes pero sí de
policías: “Meanwhile disarmament of
the Pharaohs becomes a universal slogan. The police are fierce, implacable, hated and hating foes. To win them
over is out of the question. Beat them up and kill them. It is different with
the soldiers”; “Die Entwaffnung der Pharaonen wird unterdes
allgemeine Parole. Die Polizei ist der grimmige, unversöhnliche, verhaßte und
hassende Feind. Sie zu gewinnen – davon kann keine Rede sein. Die
Polizisten muß man schlagen oder erschlagen. Etwas ganz anderes ist das Heer.”
Esta
forma de considerar a los funcionarios de Estado, en tanto realizan funciones
de Estado, ya está presente en los escritos juveniles de Marx: “Las actividades
e instancias del Estado dependen de sus individuos (sólo a través de ellos obra
el Estado); pero no del individuo como realidad física sino estatal, en
su condición política. Por eso es
ridículo que Hegel las presente en
una <> <> < como
tal>>.
Esa vinculación es por el contrario sustancial, se basa en una
cualidad esencial del individuo, las instancias y asuntos del Estado son su
resultado natural. El absurdo proviene aquí de que Hegel los entiende como algo
abstractamente independiente y contrapuesto a la individualidad particular,
olvidando que ésta es humana y los asuntos e instancias del Estado son funciones
humanas. Hegel olvida que la esencia de la <
> no consiste en su barba, su sangre o su abstracta natura,
sino en su ser social, y que los
asuntos del Estado, etc. no son sino formas en que existen y actúan las
cualidades sociales del hombre. Por tanto, es evidente que los individuos, en
cuanto representan los asuntos y poderes del Estado, son considerados desde el
punto de vista social y no privado.”
Sobre
esta base, la caracterización de CORREPI es correcta: los represores no son
trabajadores, son desclasados. El desclasamiento también se produce a la
inversa, cuando individuos pertenecientes a la burguesía y a la pequeña
burguesía, rompen con su clase y pasan a defender los intereses históricos de
la clase trabajadora.
Ese
planteo, por otro lado nada original, ya que abreva en las posiciones de
revolucionarios del pasado, fue impugnado por algunas organizaciones que se
reclaman del campo revolucionario.
Una
objeción afirma que es pre-marxista sostener que la pertenencia de clase se
deba determinar por la función social que se cumple y que hay que atenerse a
las relaciones de producción y al lugar que se ocupa en esas relaciones. Así,
como los gendarmes y los policías provienen en su mayoría de la clase obrera, y
carecen de medios de producción, por lo que deben vender su fuerza de trabajo,
son entonces obreros, sin importar la función que cumplen. Agregan que no se
puede establecer la pertenencia a una clase por la dirección que la burguesía
le imprime a determinada actividad.
Para
nosotros, esa afirmación significa una deformación del marxismo.
En
primer lugar, la burguesía no imprime una dirección represora a la actividad de
la policía, como podría imprimirle una dirección de otro tipo, como si pudiera
prescindir de la represión. Es más, la represión es inherente al sistema
capitalista, sino no se sostiene. La represión del Estado burgués tiene su
fundamento en el antagonismo que existe entre la relación capital – trabajo.
En
segundo lugar, no es cierto que sea pre-marxista aquél que establece la
pertenencia de clase atendiendo a la función.
Marx,
en “El Capital” desarrolla este punto con respecto a las tareas de supervisión
o dirección: “El trabajo de
supervisión y dirección, en tanto se origina en el carácter antagónico, en
la dominación del capital sobre el trabajo, por lo cual es común a todos
los modos de producción que se basan en el antagonismo de clases y al modo
capitalista de producción, … La confusión entre la ganancia del empresario y el
salario de supervisión o administración se originó primitivamente en la forma
antagónica que asume el excedente de la ganancia por encima del interés, por
oposición al interés. Esta confusión se desarrolló con la intención apologética
de presentar a la ganancia no como plusvalor, es decir como trabajo impago,
sino como salario del propio capitalista por el trabajo realizado”
Para
Marx el salario de supervisión en realidad no es fuerza de trabajo pagado por
debajo de su valor (salario), como ocurre con los obreros, sino, ganancia.
Claramente coloca estas funciones del lado de la clase capitalista, y no del
lado de la clase trabajadora, aun cuando se trate de gerentes que no son los
propietarios de los medios de producción. Es más, la supervisión es tan propia
de las relaciones de clase antagónicas, que ya Aristóteles hablaba de ellas: “Con escuetas palabras dice Aristóteles que
el poder impone a los potentados, tanto en el terreno político como en el
económico las funciones del gobierno, es decir, en el terreno económico, el
hecho de que deben saber consumir la fuerza de trabajo, y añade que no debe
asignarse demasiada importancia a esta tarea de supervisión, motivo por el cual
el amo, apenas es lo suficientemente acaudalado, deja en manos de un
supervisor el ‘honor’ de esta molestia”.
“Sobre la base de la producción capitalista, el capitalista dirige tanto el
proceso de producción como el de circulación. La explotación del trabajo
productivo cuesta esfuerzo, tanto si él mismo despliega ese esfuerzo, como
si se lo hace efectuar a otros en su nombre. Por consiguiente, en
contraposición al interés, la ganancia del empresario se le presenta como
independiente de la propiedad del capital, y más bien como el resultado de sus
funciones como no propietario, como … trabajador … la ganancia empresarial le
corresponde al capitalista operante inclusive cuando es no propietario del
capital con que opera…” .
El
capitalista piensa, cree, que realiza un trabajo, diferente del obrero, pero
trabajo al fin, y que la ganancia es salario de supervisión. Sin embargo aunque
no sea dueño de los medios de producción, si desarrolla esas tareas, Marx lo
considera “capitalista operante”, es decir, capitalista por su función.
Es
que no es lo mismo explotar que ser explotado. Aquí la función, para Marx,
ocupa un lugar central para determinar la pertenencia a una clase. Por otra
parte, considerar capitalista a alguien, con exclusiva referencia a la
propiedad de los medios de producción, puede llevar al error de que un
trabajador que tiene algunas pocas acciones de una empresa, sea considerado
capitalista y que el presidente del directorio que, eventualmente, puede no ser
propietario de ninguna acción, sea considerado trabajador. Así, resultaría que
un trabajador de la General Motors, que es propietario de algunas acciones, es
más capitalista que el CEO de esa empresa que tiene un “salario” de millones de
dólares al año.
Por
eso, cuando Lenin explicaba qué era una clase social, no se limitaba a
referirse a la relación con los medios de producción sino que, también, tenía
en cuenta otros criterios. Decía que las clases sociales “… son grandes grupos
de personas que se diferencian unas de otras por el lugar que ocupan en un
sistema de producción social históricamente determinado, por su relación (en la
mayoría de los casos fijada y formulada en la ley) con los medios de
producción, por su papel en la organización social del trabajo y, en
consecuencia, por la magnitud de la parte de riqueza social de que disponen y
el modo en que la obtienen. Las clases son grupos de personas, uno de los
cuales puede apropiarse el trabajo de otro en virtud de los diferentes lugares
que ocupan en un sistema de economía social determinado”
Lo
mismo que sostiene Marx respecto de las tareas de supervisión y dirección, en
tanto son consecuencia de los antagonismos de clase, puede decirse de la
actividad represiva.
El
Estado burgués es, para los marxistas revolucionarios, manifestación y
consecuencia del carácter antagónico de la relación capital – trabajo. Por
ello, la función represiva no puede ser indiferente a la hora de determinar la
pertenencia a una clase. Máxime cuando la represión refuerza al látigo de la
necesidad que obliga a los obreros a vender su fuerza de trabajo. El “trabajo”
de reprimir a los explotados no es el mismo que el trabajo de los explotados. Hay
una diferencia cualitativa. Así como el trabajo de explotar no es el mismo que
el trabajo explotado, aunque así le parezca al capitalista, y aunque en todos
los casos exista gasto de fuerza física. Los represores no son masa explotada
ni masa laboriosa. Su “trabajo” consiste en reasegurar la extracción de
plusvalía, la explotación capitalista.
Decía
Engels que “Como el Estado nació de la
necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació
en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la
clase más poderosa, de la clase
económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la
clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión
y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era,
ante todo, el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el
Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los
campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que
se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado.”
Resaltamos
esa parte del párrafo para señalar cómo los marxistas entienden la cuestión. La
clase económicamente dominante, con el Estado se transforma en clase
políticamente dominante, y con ello adquiere nuevos medios para reprimir, pero
también para explotar trabajo asalariado.
Es
lo que ocurrió, por ejemplo, durante la revolución francesa. Dentro de la
Francia feudal se habían ido desarrollando relaciones sociales de tipo burgués,
que se encontraban aprisionadas por toda la superestructura política, jurídica
e ideológica del feudalismo. La burguesía tuvo que conquistar el poder político,
y aplastar a la aristocracia, para pasar a ser una clase económica y políticamente
dominante. Para esto se presentó como la representante de los intereses más
generales de las clases oprimidas, como baluarte de la libertad, la igualdad y
la fraternidad. No podía ser de otra manera si quería movilizar a las demás
clases para derrotar al absolutismo monárquico. Luego, cuando aseguró su
dominación, a través del Estado, y para evitar que la revolución fuese más allá
de sus intereses, reprimió a los explotados. No vaciló, tampoco, en asesinar a
sus principales representantes políticos, que la habían dirigido hasta ese
momento (Robespierre, Saint Just).
Coerción económica y
coerción extraeconómica.
Se
suele decir que en el capitalismo no hay una coerción extraeconómica que
obligue a los trabajadores a vender su fuerza de trabajo. Esto es parcialmente
cierto, aunque, si se lo toma unilateralmente, o se lo absolutiza, es falso.
En
el capitalismo, es cierto, el trabajador debe vender su fuerza de trabajo si no
quiere morir de hambre. Es el invisible látigo de la necesidad el que lo
obliga, en parte, a concurrir al mercado en busca de quien lo explote. Pero,
hay otro látigo que es visible: la represión.
La
necesidad obliga al trabajador porque esa necesidad es defendida por el Estado.
Que un trabajador deba satisfacer determinadas necesidades para no morir de
hambre, no quiere decir que tenga que vender su fuerza de trabajo. Bien podría
recurrir a la violencia y robar todo aquello que necesita para vivir, asociarse
con otros para formar bandas para tales fines, ocupar tierras e intentar vivir
de lo que produzcan, etc. Lo que hace que el trabajador no recurra, en general,
a éstas prácticas, son la ideología y la represión, actuando en forma conjunta (el
Estado genera consenso y reprime).
El
capitalismo “… reduce a centenares de
proletarios a un estado tal, que, necesariamente, caen víctimas de una muerte
prematura y antinatural, de una muerte tan violenta como la muerte por medio de
la espada o de una maza … impide a millones de individuos las condiciones
necesarias para la vida… los coloca en un estado en que no pueden vivir… los
constriñe, con el fuerte brazo de la ley, a permanecer en tal estado…”
Engels
ubica en su lugar el papel de la represión en el conjunto de las relaciones
sociales capitalistas, como reaseguro.
Sería
un error pensar solamente en la represión que se descarga sobre los
trabajadores que se rebelan contra la miseria a la que son empujados por el
capitalismo. Cuando nos referimos a la represión, debemos hacerlo respecto de
esa represión selectiva, pero también, debemos abarcar a la represión entendida
como control social que sufre el obrero desde que es niño hasta su muerte, esa
represión, que nosotros denominamos preventiva, que sirve para enseñarle a las
masas quién manda, y que tiene por finalidad hacerles agachar la cabeza a
través del miedo.
Este
tipo de represión, hace 20 años, no era combatida por ninguna organización, y
es por eso que nació CORREPI, para tratar de subsanar esa deficiencia.
Actualmente, algunas organizaciones lo hacen, pero en otras sigue habiendo un
prejuicio que es el siguiente: combatir la represión preventiva, y a los
represores, es reivindicar al lumpenaje. Todo ello porque hay ocasiones en que
el gatillo fácil y las torturas recaen sobre ladrones u otro tipo de delincuentes
y, porque éstos últimos, con sus delitos, muchas veces afectan a los
trabajadores.
Es
cierto que la lógica dialéctica superó a la lógica formal, pero pareciera que
algunas organizaciones ni siquiera manejan los rudimentos básicos de esta
última, de la que no podemos prescindir. Combatir la represión preventiva no
implica reivindicar a los lúmpenes. Sabemos, además, que en muchos casos la burguesía
los utilizará como fuerza de choque contra los trabajadores (los barras bravas
son un ejemplo característico, la historia está poblado de ellos). Pero el
error está en que evalúan si la víctima es defendible, o no, y no que ese tipo
de represión estatal debe ser combatida, independientemente
de quien sea la víctima.
Por
otra parte, una divisa de los militantes que luchan por un mundo mejor es
aquélla frase de Publio Terencio, el africano, que fuera rescatada por Marx: “nada de lo humano me es ajeno.”
No
se entiende cómo se compadece esta máxima del humanismo, que debería guiar a
quienes se dicen luchadores, con el desprecio hacia determinadas víctimas de la
represión capitalista.
2. El papel de la violencia
(referencia a un debate actual del pasado).
Esta
discusión, sobre qué es lo determinante, si las relaciones de producción o la
violencia, está también relacionada con una lucha de contenido ideológico que
tuvo que dar el marxismo revolucionario a fines de siglo XIX. Repasar esta
polémica sirve para entender por qué, por ejemplo, alguna organización
caracterizó a CORREPI, al PTS y a Rolando Astarita, como la izquierda foucaultiana.
A
fines del siglo XIX, un profesor alemán, Eugene Dühring, había desarrollado
toda una serie de teorías filosóficas, políticas y económicas, que atacaban las
bases mismas del materialismo histórico. Marx y Engels salieron a contestar
estas posiciones para contrarrestar la perniciosa influencia que ejercían esas
teorías sobre los socialdemócratas alemanes, especialmente sobre August Bebel,
un dirigente socialista alemán de origen obrero (tornero).
La
réplica dio origen a un libro de divulgación, conocido como el “Anti-Dühring”,
escrito mayormente por Engels, en el que Marx participó escribiendo un capítulo
y leyendo el manuscrito.
En
ese texto, entre otros errores, Dühring sostenía que lo principal a tener en
cuenta era el poder político, expresado como la conquista y la violencia, y las
relaciones de producción eran secundarias.
Dühring
creía que “La relación de la política
general con las formaciones del derecho económico está tan resuelta y, al mismo
tiempo, tan peculiarmente determinada en mi sistema, que no será superflua para
facilitar el estudio una especial referencia a este punto. La formación de las
relaciones políticas es lo históricamente fundamental, y las dependencias
económicas no son más que un efecto o caso especial y, por tanto, siempre hechos
de segundo orden. Algunos de los recientes sistemas socialistas parecen
evidentemente presentar una actitud completamente invertida respecto de ese
principio rector, pues desarrollan las subordinaciones políticas como a partir
de las condiciones económicas. Cierto que estos efectos de segundo orden
existen como tales, y son sobre todo perceptibles en el presente; pero lo
primitivo tiene que buscarse en el poder político inmediato, y no en un
indirecto poder económico.” Es decir, Dühring, consideraba, de
principio, que “las condiciones
políticas son la causa decisiva de la situación económica, y que la relación
inversa no representa sino una retroacción de segundo orden...”
Esta
idea errónea también se puede encontrar en Michel Foucault, en el seminario que
dio en 1975-1976, que, según las diferentes ediciones, se lo conoce como
“Genealogía del racismo” o “Hay que Defender la sociedad”: “… la política es la continuación de la
guerra por otros medios. Lo cual querría decir tres cosas. En primer lugar,
esto: que las relaciones de poder, tal como funcionan en una sociedad como la
nuestra, tienen esencialmente por punto de anclaje cierta relación de fuerza
establecida en un momento dado, históricamente identificable, en la guerra y
por la guerra. Y si bien es cierto que el poder político detiene la guerra,
hace reinar o intenta hacer reinar una paz en la sociedad civil, no lo hace en
absoluto para neutralizar los efectos de aquélla o el desequilibrio que se manifestó
en su batalla final. En esta hipótesis, el papel del poder político sería
reinscribir perpetuamente esa relación de fuerza por medio de una especie de
guerra silenciosa, y reinscribirla en las instituciones, en las desigualdades
económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y de otros…”.
La
respuesta contundente que dan Engels y Marx, a esta hipótesis podría
sintetizarse en la siguiente frase: “Hasta el ejercicio de la violencia depende
del desarrollo de las fuerzas productivas”.
Exagerando
la polémica, para aventar cualquier duda sobre las diferencias entre el
materialismo histórico y las teorías sostenidas por Dühring, Engels llega a
afirmar que es posible analizar las relaciones sociales capitalistas sin
recurrir a la violencia, como instancia explicativa, en ningún momento.
Para
Marx y Engels, la violencia es el medio, mientras que la ventaja económica es
el fin: “Dicho de otro modo: aunque
excluyamos toda posibilidad de robo, violencia y estafa, aunque admitamos que
toda propiedad privada se basa originariamente en trabajo propio del
propietario y que en todo el ulterior proceso no se intercambian sino valores
equivalentes, aun en ese caso tropezaremos necesariamente, en el curso del
desarrollo de la producción y del intercambio, con el actual modo de producción
capitalista, con la monopolización de los medios de producción y de vida en las
manos de una clase poco numerosa, con el aplastamiento de la otra clase, la de
los proletarios excluidos de la posesión y que constituyen la enorme mayoría,
con la alternancia periódica de producción especulativamente hinchada y crisis
comercial, y con toda la actual anarquía de la producción. Todo el proceso se
explica por causas puramente económicas, sin que ni una sola vez hayan sido imprescindibles
el robo, la violencia, el Estado o cualquier otra intervención política.”
Es
claro que Engels va al extremo por razones polémicas, al hacer hincapié en las
relaciones de producción para explicar el funcionamiento del capitalismo. Esto
lo reconocerá varias veces en su correspondencia de los últimos años de su
vida.
Sin
embargo, la violencia no está ausente de las explicaciones. Marx solía decir
que el capitalismo había nacido chorreando sangre y lodo por todos los poros.
En el capítulo XXIV de “El Capital” Marx explica la acumulación
originaria capitalista y allí la violencia juega un papel fundamental.
Algunos
sostienen que en este aspecto hay diferencias entre Marx y Engels. A este
último lo señalan como víctima de un economicismo determinista que no estaría
presente en Marx (el marxista Néstor Kohan sostiene esta tesis).
Entendemos
que es un error sostener que en este punto hay diferencias entre Marx y Engels.
Ambos participaron en la redacción del “Anti-Dühring” pero, además, esa misma
posición era sostenida por los dos revolucionarios en “La ideología alemana”,
treinta años antes que en el “Anti-Dühring”: “El acto de apoderarse se halla, además, condicionado por el objeto de
que se apodera. La fortuna de un banquero, consistente en papeles, no puede en modo
alguno, ser tomada sin que quien la toma se someta a las condiciones de
producción y de relación del país ocupado. Y lo mismo ocurre con todo el
capital industrial de un país industrial moderno. Finalmente, la acción de
apoderarse se termina siempre muy pronto, y cuando ya no hay nada que tomar
necesariamente hay que empezar a producir. Y de esta necesidad de producir, muy
pronto declarada, se sigue que la forma de la comunidad [Gemeinwesen] adoptada
por los conquistadores instalados en el país tiene necesariamente que corresponder
a la fase de desarrollo de las fuerzas productivas con que allí se encuentran
o, cuando no es ése el caso, modificarse a tono con las fuerzas productivas.”
El
determinismo economicista sí afectó a dos tendencias de la socialdemocracia
alemana y, por su gran influencia, a casi toda la socialdemocracia europea de
principios de siglo XX. Sus dos más grandes representantes de esta desviación
fueron Eduard Bernstein, primero, y Karl Kautsky después.
Pero
en esto no hay reproche que hacerles a Marx y a Engels. El problema es la
apropiación unilateral que hicieron algunos dirigentes socialistas, devenidos
en reformistas. A su vez, este fenómeno tiene raíces sociales que no es posible
explicar por la decisión de algunas individualidades.
Como
se explicaba más arriba, la posición era llevada a un extremo por razones
polémicas, y no porque Marx y Engels despreciaran el papel de la violencia en
la historia y en la sociedad capitalista.
Esto
fue reconocido varias veces por Engels en su correspondencia: “Falta, además, un solo punto, en el que, por
lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en nuestros escritos,
por lo que la culpa nos corresponde a todos por igual. En lo que nosotros más
insistíamos --y no podíamos por menos de hacerlo así-- era en derivar de los hechos económicos
básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por
ellas.” “No es, pues, como de vez en cuando, por razones de comodidad, se quiere
imaginar, que la situación económica ejerza un efecto automático; no, son los
mismos hombres los que hacen la historia, aunque dentro de un medio dado que
los condiciona, y a base de las relaciones efectivas con que se encuentran,
entre las cuales las decisivas, en última instancia, y las que nos dan el único
hilo de engarce que puede servirnos para entender los acontecimientos son las
económicas, por mucho que en ellas puedan influir, a su vez, las demás, las
políticas e ideológicas.” “Por tanto, si Barth cree que nosotros
negamos todas y cada una de las repercusiones de los reflejos políticos, etc.,
del movimiento económico sobre este mismo movimiento económico, lucha contra molinos
de viento. Le bastará con leer ‘El Dieciocho Brumario’, de Marx, obra que trata
casi exclusivamente del papel especial que desempeñan las luchas y los
acontecimientos políticos, claro está que dentro de su supeditación general a
las condiciones económicas. O ‘El Capital’, por ejemplo, el capítulo que trata
de la jornada de trabajo, donde la legislación, que es, desde luego, un acto
político, ejerce una influencia tan tajante. O el capítulo dedicado a la
historia de la burguesía. ¡La violencia (es decir, el poder del Estado) es
también una potencia económica!” “Según
la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia
determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni
Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo
que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en
una frase vacua, abstracta, absurda… El que los discípulos hagan a veces más hincapié
del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la
culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este
principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y
ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en
el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de
exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el
principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error.”
De
ninguna manera se podría afirmar que Marx o Engels desprecian el papel de la
violencia en la historia. Nosotros tampoco la podemos ignorar y, de hecho, no
lo hacemos.
Es
lógico que, si otras organizaciones creen que nosotros estamos considerando, solamente a la violencia, como único
factor determinante en las explicaciones, nos tilden de foucaultianos. Con respecto a esto no queda más que dar la discusión
y no dejarles pasar el hecho de que sólo consideren, por su parte, a las
relaciones de producción, en defensa de una supuesta ortodoxia que más bien es
una caricatura. Porque posiciones esas son terriblemente unilaterales, en el
sentido de que sólo consideran las relaciones de producción y pecan, por tanto,
de los mismos defectos que señalaba Engels en la carta a Bloch, citada más
arriba.
3. Presencia de la
violencia en las relaciones de producción. Origen de las relaciones sociales
capitalistas.
Las
relaciones de dominación están presentes en las relaciones económicas entre el
capitalista y el obrero. Que se pueda prescindir de las primeras, al efectuar
el análisis de las segundas, no quiere decir que sea correcto quedarse con el
resultado de esa instancia analítica.
Mediante
el análisis separamos los componentes, estudiamos por separado cada uno de
ellos para una mejor comprensión de una totalidad que, antes de empezar la
tarea, se nos muestra como caótica. Pero, al final, es necesario reconstruir
esta totalidad que deviene, así, como totalidad concreta, en la que se
encuentran expuestas todas las determinaciones que la median.
El trabajador “libre”
En
lo que hace a la sociedad capitalista y a las relaciones de producción, Marx
explicaba que hasta un niño sabía “que un
país que dejase de trabajar, no digo durante un año, sino por unas pocas semanas,
se moriría”
Pero,
además, al mismo tiempo que produce, la sociedad en su conjunto debe reproducir
las relaciones de producción que permiten seguir produciendo de la misma
manera. La relación de producción debe reproducirse. Para que esto ocurra es
necesario que las masas explotadas se presenten, en forma pacífica, a trabajar
todos los días. Para lograr esto la burguesía se vale de la ideología y de la represión,
que se despliega por todo el territorio, y que afecta a los obreros desde
niños. Al llegar a la edad laboral, el obrero ya fue aleccionado en reiteradas
oportunidades sobre lo que le puede ocurrir si intenta rebelarse.
Todo
esto supone, por supuesto, la existencia de las relaciones de producción. Pero
para que el capitalista pueda utilizar obreros, se tiene que dar un
presupuesto, que es la existencia de hombres libres, en un doble sentido:
libres de toda sujeción personal, de servidumbre o esclavitud, y libre de los medios
de producción, es decir, apartado de los instrumentos de trabajo con los que
podría producir sin necesidad de vender su fuerza de trabajo.
Por
fuerza de trabajo, o capacidad de trabajo, Marx entiende “el conjunto de las facultades
físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un
ser humano que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier
índole.”
Así,
para que el capitalista encuentre la fuerza de trabajo en el mercado, como
mercancía, deben cumplirse diversas condiciones. En este sentido, la fuerza de
trabajo, como mercancía, sólo puede aparecer en el mercado en la medida, y por
el hecho, de que su poseedor, la ofrezca y venda como mercancía.
Por
ende, su poseedor, deberá poder disponer de esa fuerza de trabajo, en tanto sea
propietario libre de su capacidad de trabajar. Es así que se podrá encontrar en
el mercado con el capitalista para venderle su mercancía. En los hechos,
revestirá la forma aparente de un contrato entre iguales, entre dos personas
jurídicamente iguales. Ahora bien, para que subsista esta relación, el poseedor
de la fuerza de trabajo no podrá venderla, más que por un tiempo determinado,
dado que si la vendiera toda junta se estaría vendiendo a sí mismo, se
transformaría en un esclavo.
En
consecuencia, para que el capitalista pueda comprar fuerza de trabajo, tiene
que encontrar en el mercado de mercancías al obrero libre, libre de toda
atadura personal, servil o esclava, y libre en el sentido de que “carece de otras mercancías para vender,
está exento y desprovisto, desembarazado de todas las cosas necesarias para la
puesta en actividad de su fuerza de trabajo”.
Sin
embargo, como dice, Marx, la naturaleza no produce poseedores de capital, por
un lado, y hombres libres (en ambos sentidos), por el otro. Esta relación
social, diferente de la de otros períodos históricos es “el resultado de un
desarrollo histórico precedente, el producto de numerosos trastrocamientos
económicos, de la decadencia experimentada por toda una serie de formaciones
más antiguas de la producción social….”
Este
proceso de trastrocamientos económicos, de los que habla Marx, será explicado
por él mismo cuando analice la acumulación originaria capitalista.
La metáfora militar
Por
otra parte, se da otro hecho esclarecedor que es que Marx y Engels siempre
utilizaron la metáfora militar para explicar la sociedad capitalista y, en
particular, para ejemplificar el modo en que se opera el disciplinamiento del
trabajador. Así, Marx le escribía a Engels que “Toda la historia de las formas
de la sociedad burguesa se resumen notablemente en lo militar” . “Las
masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y
disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria trabajan bajo
el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo
siervos de la burguesía y el Estado burgués, sino que están todos los días y
todas las horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y
sobre todo, del industrial burgués dentro de la fábrica.” Las
referencias a la clase obrera como ejército industrial y a los obreros
desocupados como ejército industrial de reserva, o a la fábrica como un
cuartel, siguen en esa misma línea y pueblan los textos de ambos
revolucionarios.
Desde
este punto de vista, para Marx, la competencia capitalista es una guerra
industrial que “… exige ejércitos numerosos que puedan acumular en un mismo
punto y diezmar generosamente. Y ni por devoción ni por obligación soportan los
soldados de este ejército las fatigas que se les impone; sólo por escapar a la
dura necesidad del hambre. No tienen ni fidelidad ni gratitud para con sus
jefes; éstos no están unidos con sus subordinados por ningún sentimiento de
benevolencia; no los conocen como hombres, sino como instrumentos de la
producción que deben aportar lo más posible y costar lo menos posible. Estas
masas de obreros, cada vez más apremiadas, ni siquiera tienen la tranquilidad
de estar siempre empleadas; la industria que las ha convocado sólo las hace
vivir cuando las necesita, y tan pronto como puede pasarse sin ellas las
abandona sin el menor remordimiento; y los trabajadores… están obligados a
ofrecer su persona y su fuerza por el precio que quiera concedérseles”.
Esta
metáfora no es una exageración. El capital busca disciplinar a la fuerza de
trabajo, el lugar de trabajo se transforma, así, en un cuartel, y la disciplina
fabril, en disciplina militar: “El código fabril, en el cual el capital
formula, como un legislador privado y conforme a su capricho, la autocracia que
ejerce sobre sus obreros… no es más que la caricatura capitalista de la
regulación social del proceso laboral”. “La subordinación técnica del obrero a
la marcha uniforme del medio de trabajo y la composición peculiar del cuerpo de
trabajo … crean una disciplina cuartelaria que se desenvuelve hasta constituir
un régimen fabril pleno”. “Todo
capital individual es una concentración mayor o menor de medios de producción,
con el comando correspondiente sobre un ejército mayor o menor de obreros”. “[la
superpoblación obrera] Constituye un ejército industrial de reserva a
disposición del capital…” .“Nos
detendremos ahora en una capa de la población de origen rural, cuya ocupación
es en gran parte industrial. Este estrato constituye la infantería ligera del
capital [...] Se forman así aldeas improvisadas, carentes de toda instalación
sanitaria, al margen del control de las autoridades locales y muy lucrativas
para el caballero contratista, que explota doblemente a los obreros: como
soldados industriales y como inquilinos”. “Como
la marina real, las fábricas reclutan su personal por medio de las levas”.
La acumulación
originaria.
En
el capítulo XXIV de El Capital (“La
acumulación originaria”), Marx explica cómo el modo de producción
capitalista se impuso al modo de producción feudal. Lejos de ser un proceso
meramente económico, pacífico, fue la violencia la principal impulsora del
cambio social, no sólo en la esfera política, sino también en la económica.
¿En
qué consistió ese proceso llamado acumulación originaria y por qué Marx lo
denomina así?: “El proceso que crea a la relación del capital, pues, no puede
ser otro que el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus
condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en capital los
medios de producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los
productores directos en asalariados. La llamada acumulación originaria no es,
por consiguiente, más que el proceso histórico de escisión entre productor y medios
de producción. Aparece como "originaria" porque configura la
prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente al mismo.” “El
punto de partida del desarrollo fue el sojuzgamiento del trabajador. La etapa
siguiente consistió en un cambio de forma de ese sojuzgamiento.” “En
la historia del proceso de escisión hacen época, desde el punto de vista
histórico, los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas
humanas de sus medios de subsistencia y de producción y se las arroja, en
calidad de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo. La
expropiación que despoja de la tierra al trabajador, constituye el fundamento
de todo el proceso”.
Luego de explicar cuál fue el
contenido esencial de la acumulación, Marx entra en el detalle de cómo se inició
ese proceso, señalando que “El proceso de expropiación violenta de las masas
populares recibió un nuevo y terrible impulso en el siglo XVI con la Reforma y,
a continuación, con la expoliación colosal de los bienes eclesiásticos. En la
época de la Reforma, la Iglesia Católica era propietaria feudal de gran parte
del suelo inglés. La supresión de los monasterios, etc., arrojó a sus moradores
al proletariado. Los propios bienes eclesiásticos fueron objeto, en gran parte,
de donaciones a los rapaces favoritos del rey, o vendidos por un precio
irrisorio a arrendatarios y residentes urbanos especuladores que expulsaron en
masa a los antiguos campesinos tributarios hereditarios, fusionando los predios
de estos últimos., Se abolió tácitamente el derecho, garantizado por la ley, de
los campesinos empobrecidos a percibir una parte de los diezmos eclesiásticos”.
Esto adoptó en Inglaterra la forma de
ruptura con Roma y de fundación de la Iglesia Anglicana. Similar situación,
pero con otras formas, se dio durante la revolución francesa, en la que la
burguesía de ese país expropió todos los bienes eclesiásticos y hasta llegó a
prohibir la religión y a perseguir a los religiosos (en los templos se
celebraban fiestas y se rendía culto a la Razón). Luego de que la burguesía
francesa se aseguró de no tener que devolver esos bienes, la el culto religioso
fue restaurado por su utilidad ideológica.
La expropiación de las masas
populares ocurrió, en un principio, incluso contra la legislación existente en
ese momento, y prosiguió, según Marx, durante 150 años, de la misma manera. No
obstante esto, ya en el siglo XVIII la ley vino a consagrar esa situación de
hecho legitimando y legalizando el despojo: “El progreso alcanzado en el siglo
XVIII se revela en que la ley misma se convierte ahora en vehículo del robo
perpetrado contra las tierras del pueblo, aunque los grandes arrendatarios, por
añadidura, apliquen también sus métodos privados menores e independientes. La
forma parlamentaria que asume la depredación es la de los ‘Bills for Inclosure
of Commons’ (leyes para el cercamiento de la tierra comunal), en otras
palabras, decretos mediante los cuales los terratenientes se donan a sí mismos,
como propiedad privada, las tierras del pueblo; decretos expropiadores del
pueblo.”
Este proceso no se
limitó a las leyes de cercamiento, sino que fue acompañado por otras leyes
legitimadoras de la opresión sobre los trabajadores: “El último gran proceso de
expropiación que privó de la tierra al campesino fue el llamado clearing of
estates (despejamiento de las fincas, que consistió en realidad en barrer de
ellas a los hombres). Todos los métodos ingleses considerados hasta ahora
culminaron en el ‘despejamiento’. Como se vio al describir la situación moderna
en la sección anterior, ahora, cuando ya no quedan campesinos independientes a
los que barrer, se ha pasado al ‘despejamiento’ de las cottages, de tal suerte
que los trabajadores agrícolas ya no encuentran el espacio necesario para su
propia vivienda ni siquiera en el suelo cultivado por ellos. Con todo, el ‘clearing
of estates’ propiamente dicho se distingue por el carácter más sistemático, la
magnitud de la escala en que se practica la operación de una sola vez (en
Escocia en áreas tan grandes como principados alemanes) y por la forma peculiar
de la propiedad del suelo que, con tanta violencia, se transforma en propiedad
privada.” “La expoliación de los
bienes eclesiásticos, la enajenación fraudulenta de las tierras fiscales, el
robo de la propiedad comunal, la transformación usurpatoria, practicada con el
terrorismo más despiadado, de la propiedad feudal y clánica en propiedad
privada moderna, fueron otros tantos métodos idílicos de la acumulación
originaria. Esos métodos conquistaron el campo para la agricultura capitalista,
incorporaron el suelo al capital y crearon para la industria urbana la necesaria
oferta de un proletariado enteramente libre.”
Además de estas leyes, aplicables
aparentemente sobre las cosas, que en realidad también eran leyes contra los
hombres, y para disciplinar a los expulsados de la tierra, que en muchos casos
se habían transformado en vagabundos, la naciente burguesía dictó toda una
serie de normas que penalizaban la vagancia. De esta forma, mediante la violencia,
se pacificó a los primeros proletarios: “Los expulsados por la disolución de
las mesnadas feudales y por la expropiación violenta e intermitente de sus
tierras ese proletariado libre como el aire, no podían ser absorbidos por la
naciente manufactura con la misma rapidez con que eran puestos en el mundo. Por
otra parte, las personas súbitamente arrojadas de su órbita habitual de vida no
podían adaptarse de manera tan súbita a la disciplina de su nuevo estado. Se
transformaron masivamente en mendigos, ladrones, vagabundos, en parte por inclinación,
pero en los más de los casos forzados por las circunstancias. De ahí que a
fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI proliferara en toda Europa
Occidental una legislación sanguinaria contra la vagancia. A los padres de la
actual clase obrera se los castigó, en un principio, por su transformación
forzada en vagabundos e indigentes. La legislación los trataba como a
delincuentes ‘voluntarios’: suponía que de la buena voluntad de ellos dependía
el que continuaran trabajando bajo las viejas condiciones, ya inexistentes.”
Leyes similares se dictaron también
en la Europa continental y en las Provincias Unidas.
“De esta suerte, la población rural,
expropiada por la violencia, expulsada de sus tierras y reducida al vagabundaje,
fue obligada a someterse, mediante una legislación terrorista y grotesca y a
fuerza de latigazos, hierros candentes y tormentos, a la disciplina que
requería el sistema del trabajo asalariado.”
A continuación, Marx explica cómo la
violencia física originaria deja paso, una vez disciplinados los trabajadores,
a la coerción de las relaciones económicas, sin que la represión desaparezca
nunca de la escena de esas relaciones: “No basta con que las condiciones de
trabajo se presenten en un polo como capital y en el otro como hombres que no
tienen nada que vender, salvo su fuerza de trabajo. Tampoco basta con
obligarlos a que se vendan voluntariamente. En el transcurso de la
producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que, por educación,
tradición y hábito reconoce las exigencias de ese modo de producción como leyes
naturales, evidentes por sí mismas. La organización del proceso capitalista de
producción desarrollado quebranta toda resistencia; la generación constante de
una sobrepoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de
trabajo, y por tanto el salario, dentro de carriles que convienen a las
necesidades de valorización del capital; la coerción sorda de las relaciones
económicas pone su sello a la dominación del capitalista sobre el obrero.
Sigue usándose, siempre, la violencia directa, extraeconómica, pero sólo
excepcionalmente. Para el curso usual de las cosas es posible confiar el obrero
a las ‘leyes naturales de la producción’, esto es, a la dependencia en que el
mismo se encuentra con respecto al capital, dependencia surgida de las
condiciones de producción mismas y garantizada y perpetuada por éstas. De
otra manera sucedían las cosas durante la génesis histórica de la producción
capitalista. La burguesía naciente necesita y usa el poder del estado para
"regular" el salario, esto es, para comprimirlo dentro de los límites
gratos a la producción de plusvalor, para prolongar la jornada laboral y
mantener al trabajador mismo en el grado normal de dependencia. Es este un
factor esencial de la llamada acumulación originaria.”
Para Marx la violencia
no es indiferente. La violencia que ejerció la burguesía para sojuzgar al
obrero fue mayúscula. Las relaciones de producción están teñidas de sangre
obrera, por más que en situaciones de paz social, la coerción económica sea más
determinante que la coerción extraeconómica.
Una salvedad que
hacemos con respecto a las últimas citas. Las leyes sobre vagancia, trabajo
obligatorio, leva forzosa para los vagabundos, conchabo, etc., no
desaparecieron, sino que mutaron en los conocidos códigos contravencionales,
que permiten que el aparato represivo detenga y secuestre personas por su solo
arbitrio, sin que medie delito flagrante ni orden de detención emanada de autoridad
competente. La legislación criminal ha sido acompañada, desde siempre, por la
legislación contravencional o de faltas.
Este proceso de
acumulación originaria estuvo inserto, además, en un proceso más amplio de formación
del mercado mundial: “Los diversos factores de la acumulación originaria se
distribuyen ahora, en una secuencia más o menos cronológica, principalmente
entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En Inglaterra, a fines
del siglo XVII, se combinan sistemáticamente en el sistema colonial, en el de
la deuda pública, en el moderno sistema impositivo y el sistema proteccionista.
Estos métodos, como por ejemplo el sistema colonial, se fundan en parte sobre
la violencia más brutal. Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia
organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero
el proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de
producción capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la
partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia
económica.”
Vemos cómo Engels recordaba esa frase
en su correspondencia. Coincide con Marx, textualmente, tanto es así que ambos
utilizaron la misma frase: “la violencia
es una potencia económica”. Con respecto a la acumulación originaria en las
colonias, remitimos a un trabajo que está en internet, de Ernest Mandel: La acumulación originaria y la
industrialización del tercer mundo.
Ésta no sólo se llevó a cabo expulsando, mediante todo tipo de violencias, a
los trabajadores europeos, sino también, asesinando, esclavizando,
superexplotando a los pobladores de los pueblos colonizados. El grado de
acumulación de capital logrado, por ejemplo, por los británicos, sólo se
explica considerando la cantidad de riquezas que robaron a los pueblos que
sometieron.
“Tantæ
molis erat [tantos esfuerzos se requirieron] para asistir al parto de las ‘leyes
naturales eternas’ que rigen al modo capitalista de producción, para consumar
el proceso de escisión entre los trabajadores y las condiciones de trabajo,
transformando, en uno de los polos, los medios de producción y de subsistencia
sociales en capital, y en el polo opuesto la masa del pueblo en asalariados, en
"pobres laboriosos" libres, ese producto artificial de la historia
moderna. Si el dinero, como dice Augier,
"viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla", el capital lo
hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los
pies”
Conclusión
En conclusión, si nos atuviéramos superficialmente
a lo expuesto por Marx, en el capítulo de acumulación originaria, quizás hasta
resultaría contradictorio con la posición del “Anti-Dühring” y de “La Ideología
Alemana”. En ese capítulo parecería, a simple vista, que la violencia fue todo,
y las relaciones de producción nada. A poco que lo analicemos detenidamente, la
violencia vino a destrabar el desarrollo de fuerzas productivas que habían
empezado a nacer durante el feudalismo pero que se encontraban aherrojadas por
toda su superestructura política, jurídica e ideológico-religiosa.
Esta es la relación entre poder
político, violencia, y relaciones de producción. Si, después de tomado el
poder, la burguesía francesa hubiera mantenido las relaciones sociales
feudales, habría sufrido una derrota, ya que habría dejado intocadas las bases
materiales del poder absolutista. Es decir, la esfera económica se habría
terminado impuesto, eso sí, bajo la forma de una derrota política de una clase
y la victoria de otra.
Recomendamos la muy buena película de
Ken Loach, “El viento que acaricia el
prado”, un filme sobre la independencia de Irlanda. Para uno de los
protagonistas alcanza con que los irlandeses se independicen políticamente de
Inglaterra, mientras que el otro, tiene la opinión de que si bien eso es necesario,
es insuficiente. En rigor, este último adopta la posición de un líder
revolucionario irlandés, de origen obrero, James Connolly, quien ya en 1897
sostenía que aún cuando los irlandeses echaran al ejército inglés e izaran en
el palacio de Dublín la bandera verde, si no cambiaban las relaciones sociales,
Inglaterra los seguiría dominando a través del comercio, las finanzas, la renta
de la tierra, etc.
Para los marxistas revolucionarios,
el poder político es necesario para el cambio de las relaciones sociales (la
violencia es una potencia económica). Si no se procede a dicho cambio, las
relaciones sociales se imponen, incluso sobre quien detenta hasta ese momento
dicho poder. Esa imposición, en última instancia, de las relaciones sociales, se
expresará como derrota política de una clase sobre otra. Esta derrota hasta
podrá ser catastrófica, como ocurrió en Chile, en 1973, en la que un gobierno
con amplio apoyo de la clase obrera fue derrotado política y militarmente por
la burguesía, y por su Estado. Ese fue el costo de no usar el poder político
para arrasar con las condiciones materiales que sustentaban el poder de la
burguesía, entre las cuales está el Estado burgués chileno, cuyo fin es reasegurar
las relaciones sociales capitalistas. Es por eso que los trabajadores no pueden
usar para sus propios fines el Estado burgués y tienen que destruirlo.
Esta última idea está presente en la
advertencia que hacía Trotsky, a los obreros ingleses, cuando analizaba la
posibilidad de que un gobierno laborista llegara al poder por medios
electorales. El acierto de su análisis, que parte de reconocer el papel que
cumple el Estado burgués, parece escrito para Salvador Allende, 47 años antes
de su derrocamiento: “… como los conservadores son de una madera más resistente
que nuestros tristes socialistas, enseñarán picos y garras en cuanto se vean en
minoría. No se puede dudar de una cosa: que si no han conseguido impedir por
métodos parlamentarios o extraparlamentarios la formación de un Gobierno
laborista, harán, encontrándose en minoría (en esta hipótesis, la más
favorable, parece ser, al desenvolvimiento pacífico), cuanto de ellos dependa
para sabotear, con ayuda de los funcionarios, de los tribunales, del ejército,
de la Cámara de los Lores y de la Corte, todas las iniciativas del Gobierno
laborista. Tanto ante los conservadores como ante los últimos liberales se
planteará la tarea de comprometer a todo precio al primer Gobierno autónomo de
la clase obrera. Se trata de vida y muerte. Henos aquí bien lejos de la antigua
lucha entre los liberales y los conservadores, en la cual los desacuerdos no
salían de la familia de las clases poseedoras. Las reformas, por poco serias
que fuesen, emprendidas por el Gobierno laborista en el terreno fiscal, en el
de la nacionalización y la democratización verdadera de la administración, suscitarían
en las masas laboriosas una poderosa ola de entusiasmo, y (como el apetito
viene comiendo) las reformas moderadas realizadas con éxito incitarían
inevitablemente a otras más radicales. En otros términos, cada día alejaría
para los conservadores la posibilidad de una vuelta al poder. Los conservadores
no podrían dejar de darse cuenta clara de que no se trataba de una ordinaria
sucesión en el Gobierno, sino del comienzo parlamentario de la revolución
socialista. Los recursos de la obstrucción gubernamental y del sabotaje
legislativo y administrativo son muy numerosos entre las manos de las clases
poseyentes, porque, cualquiera que sea la mayoría parlamentaria, el aparato
entero del Estado está de arriba abajo indisolublemente ligado a la burguesía.
Esta tiene también en su poder toda la prensa, los órganos más importantes de
la administración local, de las universidades, de las escuelas, de la Iglesia,
de los innumerables clubes, y, en general, de las sociedades libres. Los bancos
y todo el sistema de crédito social están entre sus manos, así como la
organización de transportes y el comercio, de suerte que el aprovisionamiento
cotidiano de Londres, comprendido el Gobierno laborista, depende de las grandes
organizaciones capitalistas. Es completamente evidente que todos estos inmensos
recursos serían puestos en acción con una formidable energía para entorpecer la
actividad del Gobierno laborista, paralizar sus esfuerzos, intimidarle, escindir
su mayoría parlamentaria y provocar, en fin, un pánico financiero y dificultades
de aprovisionamiento, declarar lock-out, aterrorizar a los núcleos directores
de las organizaciones obreras y reducir al proletariado a la impotencia. Sólo
el último de los imbéciles puede no comprender que la burguesía removerá, en
caso de advenimiento al poder de un verdadero Gobierno obrero, el cielo, la
tierra y los infiernos.”
4. Posición de Lenin y
Trotsky. Aparato represivo vs. Ejército de masas.
Hasta
el momento, vemos cómo, para el marxismo, las relaciones de producción están
atravesadas por la violencia. Por tanto, si esto así, no podemos dejar de
tenerla en cuenta a la hora de determinar si los represores pertenecen, o no, a
la clase obrera. Asimismo, se comprueba que, para los marxistas revolucionarios,
se puede determinar la pertenencia a una clase de conformidad con la función
social que se cumple, y no sólo de acuerdo con las relaciones de producción.
Luego
de analizar esta cuestión, sobre el carácter de clase de los represores, diferentes
organizaciones de izquierda hicieron propuestas sobre qué política darse ante
la asonada de los desclasados.
Para
fundamentar sus posiciones, invocaron apresuradamente a Lenin y Trotsky,
haciendo abstracción de las condiciones en que ambos revolucionarios plantearon
sus políticas y generalizaron los conceptos utilizados por ellos, para hacerlos
encajar con sus propuestas.
Un
punto fundamental a tener en cuenta es que igualaron constantemente “ejército”
a “aparato represivo”. Así, las políticas que Lenin y Trotsky, planteaban para
los ejércitos, las extendieron fácilmente al aparato represivo.
Hay
que decir, en primer lugar, que ejército,
para Lenin y Trotsky, no es igual que
aparato represivo. Ya lo vimos en la cita que hicimos de Trotsky al
principio de este trabajo.
Asimismo,
hay que tener en cuenta que el ejército del que hablaban Lenin y Trotsky, eran
ejércitos de leva forzosa, es decir, ejércitos cuyos soldados eran obreros y
campesinos obligados a prestar servicios militares durante una determinada
cantidad de tiempo.
En
segundo término, Lenin hace una distinción, también, entre la tropa y el
ejército regular o permanente (en inglés, Standing Army). Sobre este último
plantea su disolución. El ejército regular o permanente está compuesto por el
personal que se dedica a las tareas militares en forma profesional, sus
integrantes hacen de la preparación militar su forma de vida.
”En
todas partes y en todos los países el ejército regular sirve no tanto contra el
enemigo exterior como contra el enemigo interior. En todas partes el ejército
regular se ha convertido en instrumento de la reacción, en sirviente del
capital en su lucha contra el trabajo, en verdugo de la libertad popular. No
nos detengamos, pues, en nuestra revolución liberadora solamente en las
reivindicaciones parciales. Arranquemos el mal de raíz. Liquidemos totalmente
el ejército regular. Que el ejército se funda con el pueblo armado, que los
soldados lleven al pueblo sus conocimientos militares, que desparezcan los
cuarteles y dejen su lugar a la escuela militar libre… La experiencia de Europa
occidental ha mostrado hasta qué punto es reaccionario el ejército regular”.
Lenin
escribió ese texto cuando estalló la insurrección de Sebastópol, en la cual
marineros y soldados se rebelaron y destituyeron a sus jefes. La rebelión tenía
su origen en la guerra ruso – japonesa,
y en el carácter carcelario del cuartel y del barco rusos. Entre algunas
reivindicaciones de los insurrectos figuraba el de la reducción del tiempo del
servicio militar, lo que evidencia el carácter proletario y campesino de los
soldados rebeldes, aun cuando el papel dirigente lo encabezara el teniente
Schmidt, a la postre condenado a muerte junto con otros tres marinos, como
consecuencia de la derrota de la insurrección.
Esta
cuestión, sobre el tipo de ejércitos del que hablan Lenin y Trotsky es
sumamente importante.
Algunas
de las de las organizaciones de izquierda que igualaron ejército con aparato
represivo, reivindicó, también, la condición 4ª, de las 21 condiciones que la
Internacional Comunista (IC) había establecido en su segundo congreso para
aceptar que determinados partidos pudieran pertenecer a esa organización y, en
base a esa condición, y a la operación arbitraria “ejército = aparato
represivo”, concluyen que los luchadores deben militar en la gendarmería, en la
prefectura, en la policía, es decir, en los cuerpos permanentes de la
represión..
La
mentada condición dice: “El deber de
propagar las ideas comunistas implica la necesidad absoluta de llevar a cabo
una propaganda y una agitación sistemática y perseverante entre las tropas. En
los lugares donde la propaganda abierta presente dificultades a consecuencia de
las leyes de excepción, debe ser realizada ilegalmente. Negarse a hacerlo
constituiría una traición al deber revolucionario y en consecuencia
incompatible con la afiliación a la III Internacional”
En
primer lugar, hay que decir que la IC planteaba la tarea de propaganda y
agitación entre las tropas, no entre la oficialidad o el cuerpo permanente de
las fuerzas armadas. En un ejército de leva forzosa como eran los ejércitos
europeos en ese entonces, la tropa estaba compuesta de obreros y campesinos
obligados a prestar servicios militares por determinado tiempo, en el mejor de
los casos, y en el peor a morir en la guerra. Era lógico que se dieran una
política para ganarlos. Se trataba de soldados que tenían una existencia
determinada por el trabajo en la fábrica o el campo, no hacían de la represión
su modo de vida, aunque la burguesía pudiera utilizarlos para oprimir a los
trabajadores.
Además,
se trataba de ejércitos de masas, compuestos por millones de obreros. Se
entiende que los revolucionarios sostuvieran que era imposible la revolución
sin que parte de ese ejército de millones se pasara de bando, se quebrara. Aun
cuando millones de obreros pudieran intentar hacer la revolución, había
millones de soldados alistados obligatoriamente para reprimirlos. Por tanto, era
necesario quebrar a esas fuerzas armadas.
Así,
al invocar la condición 4ª, o al equiparar ejército con aparato represivo, se hace
abstracción de que esas condiciones se establecieron en la etapa de la primera
posguerra, luego del triunfo de la revolución rusa, en forma contemporánea a
las revoluciones húngara, alemana e italiana, en una situación de agotamiento
de la economía europea, de franca debilidad de los Estados, y de la existencia
de organizaciones que aglutinaban a millones de trabajadores, con una
perspectiva de clase revolucionaria.
Así
mismo, para esa época, en particular entre los años 1918 y 1919, ocurre en
Inglaterra un motín policial de represores aglutinados en una organización
denominada Sindicato Nacional de oficiales de policía y de prisión (National
Union of Police and Prison Officers [NUPPO]). No hemos podido encontrar ni una
sola resolución de la Internacional Comunista, llamando a sindicalizar a los
verdugos.
Es
más, en la Rusia soviética, luego del triunfo de la revolución, los ex –
policías y gendarmes eran equiparados a los burgueses, en el sentido de que se
les impedía votar en los soviets.
Hoy
por hoy, en nuestro país no existe un ejército de la magnitud de los ejércitos
de leva forzosa. Nuestro aparato represivo, incluyendo las fuerzas armadas no
llegan ni de cerca de tener el tamaño de aquéllos. Por otra parte, la historia
demuestra que el pueblo organizado no sólo puede vencer a ejércitos nacionales,
más o menos débiles, sino también a ejércitos imperialistas.
Ahora
bien, supongamos que, a pesar de todo lo que venimos diciendo, los luchadores
debieran hacer un trabajo de zapa en la policía, la gendarmería, la prefectura,
etc., ¿Bastaría con la propaganda y la agitación para que el aparato represivo
se quiebre? Nosotros sostenemos que no. ¿Alcanza con un conflicto salarial para
romper la cadena de mandos? Tampoco. En su militancia contra el aparato represivo
estatal, CORREPI ha demostrado que, ni aún ante la posibilidad de ser
condenados a penas de prisión perpetua, se rompe el espíritu de cuerpo.
Sólo
ante la violencia organizada del pueblo se podrá quebrar el aparato represivo,
y hasta disgregarse. Recordemos que ante rebeliones verdaderamente de masas,
como el Cordobazo y los Rosariazos, la policía no se quebró ni se pasó del lado
del pueblo. Durante el Cordobazo, por ejemplo, se autoacuarteló esperando que
el ejército reprimiera la rebelión.
Por
supuesto, no faltan los que critican esta posición como poco política o
foquista.
Sin
embargo, es la posición que tuvo Lenin durante la revolución rusa de 1905.
Luego
de la insurrección de Moscú, de diciembre de 1905, en la que fueron fusilados
miles de obreros, y muchos más encarcelados, Lenin escribió un texto que pasa
revista a las enseñanzas que dejó ese levantamiento popular: “La segunda”
[enseñanza] “se refiere al carácter de la insurrección, a la manera de
realizarla, a las condiciones que determinan que las tropas se pasen al lado del pueblo. Sobre esto último, se halla
muy difundida en el ala derecha de nuestro partido una opinión extremadamente
unilateral. Es imposible, se dice, luchar contra un ejército moderno; es
preciso que éste se haga revolucionario. Como es natural, si la revolución no
adquiere un carácter de masas y no influye en las tropas, no puede hablarse de
una lucha seria. De suyo se comprende la necesidad de un trabajo entre las
tropas. Pero no debemos figurarnos que se pasarán a nuestro lado de golpe, como
resultado de la labor de persuasión o de sus propias convicciones. La
insurrección de Moscú demuestra vivamente lo que hay de rutinario y de inerte
en esta concepción. En realidad, la vacilación de las tropas, fenómeno
inevitable en todo movimiento auténticamente popular, conduce, al agudizarse la
lucha revolucionaria, a una verdadera lucha por las tropas… Nos hemos dedicado
y nos dedicaremos con mayor tenacidad a la tarea de ‘conquistar’
ideológicamente a las tropas: pero no pasaríamos de ser unos lamentables
pedantes, si olvidáramos que en un período de insurrección se necesita también
librar una lucha física por atraer a las tropas… Durante las jornadas de diciembre,
el proletariado de Moscú nos brindó admirables enseñanzas acerca de cómo
‘conquistar’ ideológicamente a las tropas… No debemos predicar la pasividad ni
la simple `espera’ del momento en que las tropas ‘se pasen’ a nuestro lado.
¡No! Debemos proclamar a los cuatro vientos la necesidad de una ofensiva audaz
y de un ataque armado, la necesidad de exterminar en tales momentos a
quienes están al mando del enemigo y de librar la lucha más enérgica por las
tropas vacilantes”.
Recordemos
(una vez más), Lenin está hablando, nuevamente, de las tropas. No dice, vayamos
a ganar a los cosacos, a los dragones o a lo húsares (algunos de los sectores
del ejército ruso vinculados con la nobleza). No, por el contrario dice,
hagamos propaganda en la tropa, es decir, en los obreros y campesinos que son
forzados a enlistarse en las fuerzas armadas. Pero a la vez advierte: no
alcanza con ese trabajo, llegado el momento va a haber que dar una lucha física
por ganarse a las tropas, ¡exterminar a quienes estén al mando!, para hacerlas
vacilar.
Toda
la política de este revolucionario, durante su vida, estuvo dirigida a
intervenir en ese tipo de ejércitos para ganarse a los obreros y campesinos que
lo componían. Darle otro alcance constituye una tergiversación de sus enseñanzas.
Otra
cuestión más es que hay que analizar es la invocación del punto 30, de las “Tesis sobre la estructura, los métodos y la
acción de los partidos comunistas”. Sobre la base de este punto, también se
han apoyado para sostener la necesidad de militar entre policías y gendarmes.
Estas
tesis fueron aprobadas por el III Congreso de la Internacional Comunista (IC) en
1921. El punto 30 dice: “Para la propaganda en el ejército y en la flota del
estado capitalista, habrá que buscar en cada país los métodos más apropiados.
La agitación antimilitarista en un sentido pacifista es muy perjudicial, pues
sólo logra alentar a la burguesía en su deseo de desarmar al proletariado. El
proletariado rechaza en principio y combate del modo más enérgico a todas las
instituciones militaristas del estado burgués y de la clase burguesa en
general. Por otra parte, el proletariado aprovecha esas instituciones
(ejército, sociedades de preparación militar, milicia por la defensa de los
ciudadanos, etc.) para ejercitar militarmente a los obreros de cara a las
luchas revolucionarias. La agitación intensiva no debe, por lo tanto, estar
dirigida contra la formación militar de la juventud y de los obreros sino
contra el orden militarista y contra la arbitrariedad de los oficiales. El
proletariado debe utilizar del modo más enérgico toda posibilidad de apropiarse
de armas… La antítesis de clases que se pone de manifiesto en los privilegios
materiales de los oficiales y en los malos tratos infligidos a los soldados
debe ser comprendida por estos últimos. Además, en las campañas de agitación
destinadas a los soldados, es preciso destacar claramente hasta qué punto todo
su futuro está estrechamente ligado a la suerte de la clase explotada… En la
agitación contra tropas especiales que la burguesía organiza para la guerra de
clases y en particular contra sus grupos de voluntarios armados, es necesario
concentrar constantemente el máximo de atención y energía. En los lugares donde
la estructura social y el medio corrompido lo permitan, la descomposición
social debe ser introducida sistemáticamente y en el momento oportuno en sus
filas. Cuando estos grupos o tropa posean un carácter de clase uniformemente
burgués, como por ejemplo en las tropas compuestas exclusivamente de oficiales,
es preciso desenmascararlas ante el conjunto de la población, tornarlas
despreciables y odiosas de modo de provocar su disolución interna a
consecuencia del aislamiento que la acción de propaganda provocará.”
La
claridad del texto exime de mayores comentarios. La IC está hablando, en este
caso, de los obreros – soldados. Para las formaciones de combate burguesas
llama a militar contra ellas, a tratar de descomponerlas y hacer propaganda en
su contra.
Pero
además, esto de extrapolar directivas tácticas, presuntamente aplicables a todo
tiempo y lugar, es incorrecto. Con respecto a estas tesis en particular, hay
que advertir que Lenin, en un discurso que dio en el IV Congreso de la IC, en
1922, dijo que eran enteramente rusas, que él estaba de acuerdo con los más de 50
puntos de las tesis, pero que luego deberían adaptarse a las realidades de cada
país. Hasta entendió que esa resolución había quedado en “letra muerta”. “En
1921 aprobamos en el III Congreso una resolución sobre la estructura orgánica
de los partidos comunistas y los métodos y el contenido de su labor. La
resolución es magnífica, pero es rusa casi hasta la médula; es decir, se
basa en las condiciones rusas. Este es su aspecto bueno, pero también su punto
flaco. Flaco porque estoy convencido de que casi ningún extranjero podrá
leerla; yo la he releído antes de hacer esta afirmación. Primero, es demasiado
larga, consta de cincuenta o más puntos. Por regla general, los extranjeros no
pueden leer cosas así. Segundo, incluso si la leen, no la comprenderán precisamente
porque es demasiado rusa. No porque esté escrita en ruso (ha sido
magníficamente traducida a todos los idiomas), sino porque está sobresaturada
de espíritu ruso. Y tercero, si, en caso excepcional, algún extranjero la llega
a entender, no la podrá cumplir. Este es su tercer defecto. He conversado con
algunos delegados extranjeros y confío en que podré conversar detenidamente con
gran número de delegados de distintos países en el curso del congreso, aunque
no participe personalmente en él, ya que, por desgracia, no me es posible. Tengo
la impresión de que hemos cometido un gran error con esta resolución, es
decir, que nosotros mismos hemos levantado una barrera en el camino de nuestro
éxito futuro. Como ya he dicho, la resolución está excelentemente redactada, y
yo suscribo todos sus cincuenta o más puntos. Pero no hemos comprendido cómo
se debe llevar nuestra experiencia rusa a los extranjeros. Cuanto expone
la resolución, ha quedado en letra muerta.”
También
en 1922 la IC propuso un programa para Francia, redactado por Trotsky, que
menciona la intervención en las tropas en el mismo sentido que hemos venido explicando
(Punto 8 del “Programa de trabajo y
de acción del partido comunista francés”)
Además,
también Trotsky diferencia entre el ejército (de leva forzosa) y el aparato
represivo.
Ya
vimos que, durante la revolución rusa de 1917, la opinión de Trotsky era que
los gendarmes (o policías según la traducción) no se podían ganar para la causa
revolucionaria, “pero que el ejército era otra cosa”.
Asimismo,
vimos que Trotsky alertaba a los obreros alemanes para que no confiaran en que
la policía los defendiera de las bandas fascistas de los nazis.
Sobre
esto último, la misma posición sostiene para Francia: “Cuando decimos que es
necesaria una milicia popular —hablaremos de esto en detalle, más adelante—,
Frossard y sus semejantes objetan: ‘Contra el fascismo no se debe luchar con
medios físicos, sino ideológicamente’. Cuando decimos: solo una fuerte
movilización revolucionaria de las masas (…) es capaz de socavar el piso bajo
los pies del fascismo, la misma gente nos replica: ‘no, sólo puede salvamos la
policía del gobierno Daladier-Frossard’. … Pero supongamos todavía una
hipótesis fantástica: La policía de Daladier-Frossard ‘desarma’ a los fascistas.
¿Es que eso resuelve la cuestión?, Quién desarmará a la propia policía, que,
con la mano derecha devolverá a las fascistas lo que les haya quitado con la
mano izquierda? … Desde luego, los fascistas ‘desarmados’ recibirían al día
siguiente el doble de armas, no sin ayuda de la policía… es cien veces más
fácil aplastar a los fascistas con las propias manos que con las manos de una
policía hostil. Y cuando el Frente Único se vuelva suficientemente poderoso como
para ‘controlar’ el aparato del Estado —por consiguiente, después de la toma
del poder, y de ningún modo antes— eliminará simplemente la policía burguesa y
pondrá en su lugar la milicia obrera.”
En
otro texto del mismo año, la distinción entre ejército y aparato represivo
adquiere una claridad incuestionable. En el programa para Francia, de 1934, propone
la disolución de la policía y enfatiza la necesidad de dirigirse a los
soldados-obreros del ejército: “10.
Disolución de la policía, derechos políticos para los soldados. El gobierno
arrebata centenares de millones de francos a los pobres, a los explotados, a
gente de todas las condiciones para desarrollar y armar a su policía, sus
gardes mobiles y su ejército; en otras palabras, no sólo para desarrollar la
guerra civil, sino también para preparar la guerra imperialista. Los jóvenes obreros movilizados por
centenares de miles en las fuerzas armadas de tierra y mar están
desprovistos de todos sus derechos. Exigimos la destitución de los oficiales
y suboficiales reaccionarios y fascistas, instrumentos del golpe de estado.
Por otra parte, los obreros bajo las
armas deberán conservar todos sus derechos políticos y estarán
representados por comités de soldados, elegidos en asambleas especiales. De
esta manera se conservarán en contacto con la gran masa de los trabajadores, y
unirán sus fuerzas con las del pueblo, organizado y armado contra la reacción y
el fascismo. Todas las policías,
ejecutoras de la voluntad del capitalismo, del estado burgués y de sus
pandillas de políticos corruptos deben
ser disueltas. Ejecución de las tareas policiales por las milicias
obreras. Abolición de los tribunales de clase, elección de todos los jueces,
extensión del juicio por jurado a todos los crímenes y delitos menores: el
pueblo se hará justicia a sí mismo.”
No
es necesario agregar más nada, se confirma que no se puede igualar aparato
represivo a ejército, ni ejército en general, a ejército de leva forzosa o de
masas. Más que suficientes son estas citas también para demostrar que Lenin y
Trotsky plantean dirigirse a los obreros y campesinos, que son la tropa
movilizada, enlistada.
Se
entiende, también, por qué estas propuestas no son aplicables para el aparato
represivo argentino, que no tiene tropa constituida por trabajadores, ya que no
es tal quien vive para reprimirlos.
Un
último comentario, las citas no prueban nada. No podemos contentarnos con
revolearnos los textos clásicos para ver quien tiene la verdad. Eso es propio
de dogmáticos. En este caso, las citas eran necesarias para demostrar que los
revolucionarios mencionados en este trabajo no dijeron lo que dicen que
dijeron, sino todo lo contrario. Han sido tergiversados para hacerlos encajar
en la política que plantean las organizaciones que se consideran ortodoxas.
Ahora
bien, esto no obsta a que, a su vez, podamos estar en desacuerdo con todo, o con
parte, de lo que efectivamente plantearon
estos revolucionarios en el pasado. Al respecto, hay una sola forma de
averiguarlo, militando y comprobando a cada paso la verdad de la teoría. Las
discusiones que no se llevan a la práctica son pura escolástica.
Esto
es muy claro en algunos sectores de la izquierda que tienen una visión
idealista del aparato represivo estatal y de sus miembros. Como carecen de una
militancia efectiva, real, en el seno de esos aparatos represivos (legal o
clandestina) o, como CORREPI, de una militancia de confrontación permanente
contra las fuerzas represivas, tienen una caracterización deformada por las
ideas de la clase dominante. Sus apelaciones al buen policía, al de bajo rango,
o al que está en la esquina y que, según estas organizaciones, no sería tan
antiobrero como otros policías, más metidos en la organización del delito o en
la represión directa a manifestaciones, revelan precisamente ese
desconocimiento que es consecuencia de la falta de una militancia real de
confrontación contra la fuerza material del estado burgués. A falta de una
experiencia propia es lógico que repitan ideas de la clase dominante, o no se
tomen el trabajo de analizar a cada fuerza represiva, y confundan el aparato
represivo de carácter permanente (el único que existe en Argentina), con los
ejércitos de masas en los que intervinieron los revolucionarios en que se
referencian.
Como
decíamos al final del Boletín n° 676, “En el momento actual … es necesario
consolidar la colaboración entre organizaciones para hacer efectivo, en la
realidad de la militancia cotidiana, el frente único. No para salir en forma
espasmódica ante la represión de alguna lucha popular, sino para que ese frente
único exprese una política de coordinación sistemática de defensa de todo
compañero represaliado por luchar. Lejos de estar en una situación en la que
debamos preocuparnos y distraer fuerzas en generar conciencia popular en el
aparato represivo (algo que nosotros negamos que se pueda lograr actualmente),
debemos generar conciencia antirrepresiva en el pueblo, para que no vea con
naturalidad la saturación de fuerzas de seguridad en el territorio. Que no sea
natural para nuestro pueblo que haya policías provinciales, municipales,
federales, y de tipo militar, saturando con retenes de control el territorio.
Debemos generar conciencia de que no es normal que nuestros barrios se hayan
convertido en un gueto. Por eso es que constantemente decimos que, en este
aspecto, no hay política de reforma, que la única política viable contra la
represión es la que llama a organizarse y a luchar.”
Por eso, contra la represión (y
contra el aparato represivo): ¡ORGANIZACIÓN
Y LUCHA!